Capítulo 38

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—Os he dicho que no quería venir —protestó Daniela una vez que estuvimos en aquella discoteca.

—Y yo que no me importa lo que quieras, te toca salir. —Me encogí de hombros en el momento que Fabrizio trajo una tanda de chupitos. Los había de diversos colores. Cogimos cada uno de ellos y nos lo bebimos de una sentada.

Como me negaba a dejar sola a Daniela, estuvimos sentados hasta que tuvo tanto alcohol en sangre que ella fue la primera que se levantó. Nos fuimos los tres a la pista de baile. Había canciones que no sabía su título, pero que estaban escuchándose a todo trapo mientras que Fabrizio apoyó sus manos en mi cintura. Siempre que había salido, me había acostumbrado a ver a Daniela acompañada de un séquito de hombres que querían tocarla a ella, sentirla a ella y me dejaban de lado, ahora las tornas no estaban igualadas, pero sí tenía a mi propio vigilante, a alguien que haría cualquier cosa porque aquel baile fuese eterno y no solo para llevarme a la cama.

Me dedicó una sonrisa de esas que derriten el mundo, pero mi mirada no podía estar todo el tiempo pendiente de él ya que tenía que asegurarme que Daniela no se metiese en demasiados líos. Ella se movía igual que si hubiese perdido por completo el sentido de lo que estaba bien y lo que no. Era gracioso tan solo en parte, porque cuando me acordaba de ese horrible momento en que la había visto llorar por primera vez, mi cuerpo temblaban de angustia.

—¡Te quiero! —dijo antes de darme un abrazo y un beso enorme dejando su cabeza sobre mi hombro—. No sabes cuánto te quiero, Sole —añadió a voz en grito Daniela mientras dábamos vueltas sobre nosotras mismas.

Reí divertida abrazándola y observando cómo Fabrizio también nos miraba entre enternecido y permitiéndose dejar escapar carcajadas que me hacían saber que estábamos haciendo el ridículo en todo el sentido de la palabra. Era la primera vez en esos días que veía a Daniela tan contenta, así que, pese a que fuese solo producto del alcohol, era igual que colocarme una pequeña tirita en la herida y comprendí que estaba siendo egoísta porque si lo que ella hubiese querido era penar, debía haberle dejado hacerlo.

Dejó de abrazarme igual que lo había hecho, sin previo aviso y siguió dando vueltas ella sola antes de parar de pronto recordando que hasta borracho uno se mareaba.

—Voy a potar —dijo antes de salir corriendo hacia los baños.

Le avisé a Fabrizio que iba tras ella y él nos siguió aunque no podría entrar dentro del baño que mujeres. La cola era inmensa, pero le importó poco a Daniela que les hizo una peineta a todas antes de entrar. Fui tras ella haciendo caso omiso a las protestas y cuando la encontré, estaba de rodillas, vomitando sobre una taza que había abierto milagrosamente. Dentro del baño el sonido de la música era mucho menos potente de lo que lo había sido en la pista, así que uno podía escucharse mejor pese a tener los oídos un poco taponados por ese ruido incesante de música ambiental.

—Sole... —protestó llamándome con una mano—. No me encuentro bien.

Se dejó caer en el habitáculo y me acerqué para cerrar la tapa y darle al botón de la cisterna. Miré los ojos de mi amiga que eran el puro reflejo de sus palabras.

—¿Quieres que nos vayamos ya? Puedes quedarte esta noche en mi casa.

Asintió antes de ofrecerme las manos y las cogí para que pudiese ponerse de pie. Le costó un par de intentonas porque los tacones parecían tener vida propia y resbalar cuando buscaba ponerse de pie. Una vez que estuvo en pie, se acercó al grifo y se mojó la cara antes de hacer gárgaras con algo de agua.

—Fabrizio está esperando fuera, vamos con él, pagamos y nos vamos, ¿vale? —pregunté antes de ver que asentía. Escupió en el lavabo y se limpió la boca con el dorso de la mano llevándose parte del maquillaje, pero sin importarle lo más mínimo.

—¿Sabes? Te envidio un montón.

Fui a coger algo de papel para quitarle el manchurrón de la mejilla.

—¿A mí?

—Sí. Porque tú has podido amar. Porque tú lo estás experimentando ahora. Porque tienes todo lo que yo he querido tener alguna vez aunque siempre haya dicho que no —susurró dándose la vuelta y apoyando su trasero en el mueble donde estaba el lavabo.

Suspiré y me puse a quitarle los restos del labial corrido.

—No tienes nada que envidiarme porque sabes que nada es tan bonito como parece. —Ella asintió a mis palabras como si estuviese entendiendo pese a que yo tenía la sensación de estar hablando contra la pared—. Ya está, estás perfecta. —Me sonrió—. Vámonos.

Tiré el papel en una papelera y ella debió echar a andar o correr porque cuando me di la vuelta ya no estaba en el baño. Miré en todos los lugares posibles, pero no estaba en el habitáculo de antes, y el resto de tacones no eran suyos, así que debió salir. Me limpié las manos pensando que estaría segura con Fabrizio y cuando salí, los encontré juntos aunque no del modo que yo había pensado.

Daniela estaba agarrada al cuello de Fabrizio y sus labios estaban sobre los de él. Quizá si él la hubiese retirado o algo parecido, pero no... Allí estaba correspondiendo su beso, al menos en los segundos más largos de mi vida. Me sentía estúpida en todo el sentido de la palabra. Pude notar un nuevo dolor deslizarse por mis venas, un dolor frío que estaba amenazando con dejarme sin respiración.

Ni tan siquiera monté una escena o algo parecido, simplemente salí de allí tan rápido como me fue posible dejándoles atrás. Cuando la discoteca quedó a mi espalda, noté el peso real de lo que acababa de ver; también las lágrimas dispuestas a atentar contra la serenidad de mi rostro. No podía permitirme derrumbarme allí donde había una gran cola de gente aún esperando para entrar, tenía que salir corriendo.

Paré al primer taxi que encontré y me metí en el vehículo pronunciando mi dirección tan deprisa como me permitía el entumecimiento de mis músculos. ¿Esa era la sensación del verdadero dolor? ¿Así era como uno se sentía cuando estaba siendo traicionado por las dos personas más importantes que tenía en la vida? Tragué con dificultad aún sin poder mostrar ninguna emoción en mi rostro. Lo que ansiaba era meterme en la cama y que nadie viniese jamás a molestarme, pero sabía que Daniela tenía llave. ¿Cómo podía hacer para librarme del mundo entero? Llamaría a quien fuese, a un cerrajero de urgencia o haría lo que fuese, pero en ese momento solo tenía clara una cosa, debía huir.

La soledad de mi apartamento fue tan dura cuando cerré la puerta que fui incapaz de encender las luces. Temblaba de los pies a la cabeza con la imagen de ese beso aún grabada en mi memoria. Necesitaba a alguien, algo a lo que aferrarme, pero las dos personas más importantes habían sido las culpables de ese momento tan atroz y, por fin, la verdadera sensación de sentirme completamente sola en un mundo demasiado grande para mí sola, causó mi primera reacción.

Me dejé caer en el suelo mientras lloraba a lágrima viva. El dolor de mi cuerpo era tal que amenazaba con dejarme sin respiración porque empezaba a asfixiarme de verdad. Estaba perdida en un mundo donde no había nadie que pudiese salvarme y que la única salvación era una cuerda que estaba usando como soga en ese mismo instante. Me ahogaría porque no sabía nadar y el frío de un pozo con el agua a temperaturas bajo cero me hicieron comprender que Fabrizio había sido mil veces más importante de lo que había sido capaz de entender hasta que le había visto besando a Daniela.

Mi teléfono comenzó a sonar y pude ver el nombre de Fabrizio en la pantalla. Lo apagué. Apagué el teléfono y me negué a tener contacto con la realidad hasta que no hubiese podido decidir qué haría después de eso. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora