Capítulo 25

1 0 0
                                    

Nos sirvieron dos platos iguales acompañados con un vino que había escogido específicamente para el mismo. Me sentía como pez fuera del agua completamente. No había manera de que no me asustase experimentar cosas nuevas, pero parecían tan emocionantes como saber si estaba o no bueno ese plato que ahora tenía delante de mí. La pinta, desde luego, era espectacular.

—Pruébalo, por favor. Si no te gusta, pediremos otra cosa —dijo expectante mirándome como si aquello fuese lo más importante en ese momento.

Cogí el tenedor para llevarme un poco de ese arroz a la boca, pero a mitad de camino, paré el tenedor.

—Hazme un favor entonces, cuéntame algo más sobre ti —pedí logrando que su sonrisa fuese la respuesta automática.

—Está bien. Tengo una afición secreta.

Comí y cerré mis ojos disfrutando de los sabores que tenía ese plato. ¡Estaba exquisito! Así que, me centré en la conversación cuando volví a abrir los ojos antes de volver a comer.

—¿Cuál es?

Se fijó en mi tenedor y sus hombros se relajaron porque entendió que aquello me había gustado.

—Hago maquetas.

—¿De cualquier cosa?

—Así es. No me importa si es un monumento, un avión a escala... lo que sea. Tengo mucha paciencia para pasarme ahí horas y horas hasta que consigo montarlos —admitió empezando él también a comer.

Me pregunté a mí misma si yo había contado grandes cosas sobre mi vida. No sabía si estábamos en igualdad de condiciones. Era un poco difícil mantener un equilibrio en eso, pero debía hacer lo posible por abrirme también un poco más dado que mi intención no era otra que poder estar con él de todas las formas posibles.

—Eso me parece maravilloso. Creo que mi única afición reseñable es la música. —Cogí el vaso de agua para dar un trago mientras que escuchaba el sonido de fondo de todas esas personas que mantenían conversaciones sobre las otras intentando escucharse aunque también se juntase el murmullo propio de las cocinas funcionando a todo trapo para tener los pedidos listos—. Aprendí a tocar el saxofón cuando era pequeña. Mis padres me apoyaron mucho, pero me dejaron claro que era eso, una afición y nada más. Así que jamás he intentado ser nada en ese ámbito. De todos modos, hace tiempo que no toco el saxofón —admití dejando la copa en la mesa—. Mi ex pareja me aseguró que no se me daba bien y que era mejor que lo dejase.

Siempre que hablaba de mi ex, mis ojos volvían a centrarse en lo que hacía, en la comida, en los platos o, incluso, en mis manos porque no podía centrarme en las persona que tenía delante. Tenía cierto miedo a observar en el rostro ajeno la aprobación de las palabras dichas por aquel que había logrado destrozar lo poco que me había quedado de autoestima.

Fabrizio se quedó en silencio. No dijo una sola palabra durante unos segundos que me parecieron eternos, así que poco a poco iba perdiendo las ganas de comer pensando que él asentía o buscaba la forma de asegurarme que probablemente ese hombre tenía razón.

El sonido de los cubiertos sobre el plato y después su mano sobre la mía, hizo que saliese de mi trance. Le miré con temor, pero no pude negarme a saber qué expresión surcaba sus facciones.

—Sole... No sé qué te hizo más ese hombre, pero te diré algo. No importa que te lo diga un experto en la materia. Uno tiene derecho a hacer lo que le ayuda a sentirse libre, a desestresarse, a vivir... ¿Quién tiene derecho a cortar las alas? Así toques pésimo, si es tu afición, si es lo que quieres hacer, ¿por qué debes dejar de tocar? —murmuró mientras acariciaba el dorso de mi mano con su pulgar.

Sentí una cálida sensación en mi pecho. Daniela me había dicho algo parecido, pero diferente. De hecho, se había explayado a gusto sobre mi ex llamándole de todo menos bonito cuando le había comentado esas cosas. De todos modos, por temor a no tenerle o a que me dejase ya que estaba completamente ciega, había accedido a dejarlo todo por él, todo aquello que no le gustaba y, aún así, había terminado soltera cuando se había cansado de mí.

—Ya...

—Prométeme algo, Sole. —Se llevó mi mano a sus labios dejando un beso antes de continuar—: Prométeme que si vuelves a tener ganas de tocar el saxofón, lo harás.

Era una promesa que no sabía si iba a ser capaz de cumplir. Tenía un pensamiento que escapaba como un resorte cuando pensaba en sacar el instrumento de su caja. Veía la expresión avinagrada y volvía a recorrerme una angustia que era parecida a un rayo destrozando todo a su alrededor.

—No es por nadie, sino por ti.

Mordí mi labio inferior indecisa. Tampoco era como si me estuviese pidiendo que le diese un concierto privado, tan solo me estaba intentando ayudar para que volviese a tener el suficiente valor de enfrentarme a romper una regla más de todas aquellas que habían sido estipuladas. Había roto la primera con el sexo y ahora, esta debería ser mucho más simple, ¿no?

—Está bien. Lo prometo —contesté sabiendo que no era nada más que para mi propio beneficio.

La comida se estaba enfriando y aunque había perdido un poco el apetito, hice todo lo posible para comérmelo. Pensar en otra cosa me haría mucho bien, de eso estaba seguro. Si no me centraba en la cantidad de recuerdos que se habían abierto camino en mi mente, podría volver a experimentar esa sensación de tranquilidad cuando estaba junto a Fabrizio.

Él parecía preocupado, me observaba como si pudiese leerme la mente y lo que menos me gustaba era ser un libro abierto de cara a los demás. Todo el mundo necesitaba un mínimo de intimidad, por poca que fuese, para que los pensamientos que deseasen fluyesen con facilidad sin temor a ser descubiertos.

—¿Sabes lo que me pasó a mí la primera vez que quise tocar un saxofón?

Parpadeé mirándole antes de negar.

—Se me olvidó abrir la llave de la saliva, eso para empezar y segundo, no sé qué terminé haciendo que me cargué la lengüeta. Cuando se lo devolví a mi tío, que es músico en una orquesta, no se lo dije para que no me regañase y él pensaba que estaba a punto, así que en un ensayo, tuvo ese problema... Imagínate la bronca que me echó. Me dijo que podía haberle pasado en un concierto y que si volvía a tocar sus cosas me iba a dar gorrazos hasta el día de mi muerte —dijo con una expresión divertida y de pillo contándome esa anécdota tan diferente a las que había escuchado.

Quizá la anécdota no era graciosa, pero sí su expresión. Sus ojos brillaban de una forma que me hacían querer abrazarle con todas mis fuerzas e intenté imaginarme a un pequeño Fabrizio haciendo trastadas. Suspiré encantada sabiendo que esos ojos me hubiesen hecho sonreír embobada como en ese momento siendo una niña pequeña.

—Así que eras un pequeño demonio, ¿eh?

Asintió inclinándose hacia delante.

—Por eso ahora que he conocido a un ángel espero tener una pequeña redención.

Podía haber preguntado, pero tal y como me miraba era evidente hasta para mí que ese «ángel» no era otro salvo yo misma. Por eso, sonrojada y con la cabeza gacha, noté de nuevo ese agradable calor recorriendo mi cuerpo. Sí, volvía a sentirme como siempre a su lado. 

Por accidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora