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—Entonces... ¿Nos vemos en dos semanas? —inquiere, mirando su agenda—. El día 30, por ejemplo.

—Mmm... El día 30 no puedo, tendrá que ser el 2 del mes que viene —contesto, mirando en mi propia agenda.

—Fantástico, entonces —sentencia, apuntando nuestra cita.

Me despido de la doctora Sanders, la psicóloga a la que he estado acudiendo estos últimos seis meses, desde que me mudé a Londres, antes de salir de su despacho. Al salir a la calle me doy cuenta de que está lloviendo, y me maldigo a mí mismo por no haber llevado paraguas. Podría defenderme diciendo que cuando he salido, apenas hace dos horas, hacía un día espléndido, pero eso es una actitud de principiante en la vida en Inglaterra, porque el clima puede cambiar en dos minutos.

Paso por el supermercado para comprar un par de cosas que nos faltan en casa, y cojo el autobús hasta Bayswater, el barrio en el que vivimos desde que nos mudamos aquí. Justo cuando me subo al autobús, me da por consultar mi móvil, y veo varios mensajes de Jude.

Lord Fitzroy (1:32 pm): necesito tu permiso para hacer una cosa

Lord Fitzroy (1:48 pm): bueno, me tomaré tu ausencia de respuesta como un sí

Hace casi una hora que ha mandado estos mensajes y frunzo el ceño, porque vete a saber con qué locura me voy a encontrar cuando llegue a casa. Además, él sabía perfectamente que yo estaba en la psicóloga y no podía contestar, así que me da a mí que ha elegido ese momento para que no pueda protestar.

Me bajo en la parada más cercana a nuestro apartamento todavía intrigado. Le he preguntado a Jude qué ha hecho, pero no me ha contestado —aunque tampoco esperaba que lo hiciera—. Camino hasta el edificio, abro la puerta principal y subo las escaleras con una sensación de curiosidad creciente.

Cuando abro la puerta de nuestro piso, lo primero que escucho son las patitas de George corriendo enérgicamente hacia mí, como siempre. Llega a donde estoy, me mira fijamente, y se pone a maullar. Vale, eso no es tan habitual. Lo más normal sería que se frotara contra mi pierna. Aquí pasa algo.

—Ay, ¡ya ha llegado tu segundo papá! —escucho que grita Jude, entusiasmado, y me huelo que no se lo está diciendo a George—. Corre, Nate, ¡ven!

Voy hacia el salón, y cuando llego me encuentro con un cachorro que salta sobre mí. Un perro. Ha adoptado un perro.

—¡Te presento a Cherry Bomb! —exclama, dando una palmada.

—¿De dónde lo has sacado? —le pregunto, cogiendo al cachorro en brazos.

Instintivamente miro hacia abajo para localizar a George, esperando que haga un gran drama, pero veo que sólo mira el cachorro con curiosidad.

—Dirás de dónde la he sacado —me corrige mientras la perra me da un lametazo en toda la cara—. Es hembra. El beagle de Charles tuvo hijos con la husky de su vecino, y así nació Cherry Bomb.

—No se va a llamar Cherry Bomb —le advierto, y suelta un quejido—. Y, ¿cómo se las han apañado un beagle y un husky para procrear?

—Milagros de la naturaleza, Nathaniel.

Pienso en protestar porque haya decidido adoptarla sin decirme nada, pero cuando la sujeto entre mis manos y nos miramos, me doy cuenta de que ya estoy enamorado. No debe de tener más de tres meses, y tiene unos ojos grises preciosos que contrastan con su piel marrón.

—Feliz Navidad —me dice Jude, y lo miro con una ceja levantada.

—Jude, estamos en abril —le recuerdo.

—Ya, pero en Navidad estábamos tan liados con la mudanza que apenas pudimos hacer nada —contesta—. De hecho Cherry Bomb no es el regalo, pero estaba intentando entrenarla para que te llevara tu regalo, pasa que has llegado antes de lo que esperaba.

—Es un cachorro, ¿cómo va a aprender a llevar cosas tan temprano? —inquiero, y él rueda los ojos como si le hubiera cortado toda la diversión—. Además de que no se va a llamar Cherry Bomb.

—¿Quieres tu regalo, o no?

—Pues claro que lo quiero —contesto, dejando a la perra en el suelo.

Jude se levanta del suelo, donde supongo que estaba intentando entrenar a la cachorra, y se acerca a mí antes de sacar algo de su bolsillo trasero.

—Feliz Navidad en abril, chico de Kensington —me dice antes de tenderme un sobre.

Con el ceño fruncido, abro el sobre y me encuentro con dos billetes de avión.

—¿Samoa? —pregunto al leer el texto impreso en los billetes.

—Es el sitio más remoto que he podido encontrar —me dice—. Imagínatelo: tú y yo en la playa, después de haber tirado los teléfonos al mar, tomando margaritas mientras follamos.

Sonrío.

—¿Ves viable lo de follar mientras bebemos margaritas? Porque igual se nos hace un poco complicado —bromeo.

—Ah, lo tengo todo pensado: las margaritas estarán al lado de la tumbona, y les podemos ir dando sorbos cuando cambiemos de pose —me explica, divertido.

—¿Sexo en una tumbona en una isla perdida en el Pacífico? —Me muerdo el labio—. Joder, ¿por qué no nos vamos mañana mismo?

—Nos vamos en Julio porque en internet dice que es el mejor momento, y porque tenemos que educar a Cherry Bomb.

—No se va a llamar Cherry Bomb —insisto antes de pasar una mano por su cintura y atraerlo hacia mí—. Y gracias por el regalo. Me encanta.

—Puedes darme las gracias en la cama —sugiere—. Y después de eso discutimos lo de Cherry Bomb.

Así que, tras meter a George en el estudio por si acaso —no vaya a ser que se pelee con la perra—, me dedico a una buena sesión de agradecimiento en la cama. Por la noche ya hemos decidido que la perra se llamará Bonnie, aunque Jude dice que la llamará Bonnie Cherry Bomb —a ver cuánto tarda en cansarse de decir un nombre tan largo—, y pedimos un montón de comida en nuestro restaurante chino favorito para celebrarlo.

Jude también ha estado acudiendo a un psicólogo, y parece que le está yendo muy bien. Su relación con su madre ha mejorado y se ven al menos un día por semana, aunque con su padre ha decidido que lo más sano es pasar página. Mi madre, en cambio, volvió a París, y no hemos sabido demasiado más de ella. El resto de la familia, por lo menos, está bien. Alice parece estar mucho mejor —aceptó ir a terapia y ahora incluso me sonríe de vez en cuando—, y la familia de mi hermano sigue en Hastings, viviendo una vida tranquila, pero nos vemos a menudo.

Yo encontré trabajo en una productora de series y, aunque a veces le dedique muchas horas, en general estoy muy contento. También me encargo de la Fundación Smeed, que está despegando con fuerza, mientras que Jude empezó a trabajar en una empresa con sede en la City en cuanto nos mudamos juntos.

En el sector estadounidense, Alex se adaptó de inmediato a la vida neoyorquina, y apenas tiene tiempo para nada, pero hemos prometido que nos veremos en verano. El juicio de Nathalie sigue pendiente, porque así de lenta va la justicia, pero está saliendo adelante maravillosamente. Combina su trabajo de modelo con la universidad, en la que está estudiando Periodismo, y parece muy contenta. Janelle hace poco celebró su primer año sobria, y todas sus empresas van cada vez mejor.

La verdad es que, si llegan a decirme que todo iría así de bien hace seis meses, no me lo habría creído. Pero aquí estoy, comiendo fideos en la cama con Jude, que intenta que Bonnie y George se hagan amigos haciéndoles mimos a la vez, y todo parece estar en su sitio.





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Aaaaand THIS IS EL ÚLTIMO CAPÍTULO AAAAHHHH

Pero no voy a ponerme melodramática (todavía) porque aún queda el epílogo, que subiré esta semana.

Os quiere,

Claire

Desarmando a Nate [Saga Smeed 4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora