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Los enormes ojos amarillos de George me miran, sin comprender bien lo que está ocurriendo cuando abro su transportín en esta casa que es desconocida para él.

—Cuídalo bien, y no te olvides de darle de comer —le recuerdo a Janelle—. Como le pase algo no respondo de mí mismo.

—Lo llego a saber y no accedo a cuidarlo. —Rueda los ojos.— Pareces un padre sobreprotector. Dame al gato, anda.

—¡Se llama George, no "gato"! —le recuerdo, abrazando a George con más fuerza.

—¿No tenías otro nombre para ponerle? —me pregunta—. No sé: Frisky, Bola de nieve, Misifú...

—Eso es lo mismo que ponerle Gato —argumento mientras acaricio a mi gato, que ronronea e inclina su pequeña cabecita para que le acaricie más—. Además, tiene cara de George.

—Sí, seguro. —Asiente con la cabeza repetidas veces de forma sarcástica.

Dejo la bolsa con todas las cosas de George en el sofá de Janelle, y poso a mi gato con cuidado en el suelo. Él me mira con incertidumbre, pero pronto se pone a olisquear y explorar el lugar.

—Espero que no sea de los que araña todo lo que se encuentra —dice Janelle.

—Es un ángel —le aseguro—. Aunque tienes que dejarle claro dónde tiene que hacer pipí, a veces se le olvida. Ah, y dale papel de periódico, le gusta.

—No me jodas. —Janelle abre los ojos de par en par.— Como se haga pis en el sofá o en la cama lo echo de casa.

—Que no lo hará, mujer, tú sólo enséñale dónde tiene que hacer pis.

—Pero si es un gato —me recuerda—, no puedo hablar con él.

—Es comunicación no verbal, es más fácil de lo que parece. —Me agacho y le doy un beso en la cabeza a George— Adiós, guapo.

—¿Y a mí nada? —Janelle finge un puchero.

—A ti un beso en la frente, quejica —digo, llevando a cabo la acción, y me separo—. Gracias por quedártelo.

—A ver si consigue despertar mi amor hacia las mascotas —contesta con una mueca de inseguridad—. Aunque lo veo difícil.

—George enamora a cualquiera —le aseguro, y salgo de su casa.

Me subo rápidamente al taxi y le doy las gracias por esperarme. Debería considerar comprar un coche, porque dinero no me falta, pero no sé si lo usaría lo suficiente como para que merezca la pena hacer esa inversión.

Salimos del tranquilo y carísimo barrio en el que vive Janelle para ir hacia el aeropuerto. Observo las calles de la ciudad que me lleva ya muchos años haciendo de hogar temporal desde la ventana. La verdad es que Los Angeles me gusta, pero no puedo evitar verlo como un segundo lugar, porque para mí mi auténtico hogar siempre será Londres, que es donde nací, donde me crié y donde vive toda mi familia. Aún así, irme de allí me ayudó muchísimo, tanto mental como profesionalmente, y en Los Angeles me siento cómodo. Aunque tampoco es como si pudiera irme, porque volver a trasladar la sede de Smeed Industries a Londres sería un trabajo demasiado largo y duro, y no me siento preparado.

Justo cuando salgo del taxi y, con mi maleta en la mano, me dirijo a la entrada del aeropuerto, mi móvil empieza a sonar en mi bolsillo. Maldigo por lo bajo y lo saco, encontrándome el nombre de mi hermano gemelo en el identificador de llamadas.

—¿Qué quieres? —contesto al teléfono con tono jocoso, pero no soy recibido de la misma forma.

—Alice se lo ha dicho a Alex —me dice con seriedad.

Desarmando a Nate [Saga Smeed 4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora