El martes empieza siendo un día de mierda.
A las ocho y cuarto de la mañana la oficina es un infierno porque se ha ido la luz en toda la calle y tenemos menos de dos horas para preparar una reunión muy importante con potenciales inversores. Milana no está, sigue en Londres con Noah, así que estoy oficialmente manejando mi primera crisis solo. Jude debería haber llegado hace quince minutos para ayudarnos a preparar la reunión, pero apenas tengo tiempo de pensar en eso porque el caos se ha sembrado entre los trabajadores de administración.
Parece mentira; miles de años de evolución para que un corte de la electricidad nos convierta en completos inútiles.
Jude llega a y veinte, cuando estoy yendo de arriba a abajo y haciendo mil llamadas para ver cuándo coño piensan arreglar el problema que ha habido, pero no puedo evitar quedarme parado al verlo.
Y no porque sea guapo —que lo es—, ni porque me ponga —que me pone—, sino porque se ha presentado al trabajo en camisa hawaiana.
Sí, una camisa de manga corta, negra y con un estampado flores blancas y hojas verdes. Incluso lleva dos botones desabrochados y se puede entrever un tatuaje debajo —a parte de los que hay en sus brazos—.
¿Es que se puede venir vestido así al trabajo y no me lo han dicho? Me siento estafado.
Jude me mira y, de repente, las luces se encienden de nuevo y los ordenadores se reinician. Muy poético todo.
—¿Qué haces así vestido? —le pregunto antes incluso de saludarlo, y no porque me parezca una falta de respeto que venga así si no porque me da envidia. Yo tengo que ir en traje y con esta corbata de mierda.
—Hace buen tiempo en esta ciudad —contesta tranquilamente—. Uno creería que ya es verano.
—Si lo comparas con Londres, normal que te parezca verano. —Hago una mueca al recordar el clima asqueroso de mi país natal.
Dos horas más tarde hemos conseguido solventar la crisis y estamos en la sala de reuniones con tres representantes de unos potenciales inversores. Con F&A estamos empezando un nuevo proyecto para introducirnos en el ámbito del diseño de ordenadores y, para poder hacer eso, vamos a necesitar unos muy buenos inversores.
Las tres personas con las que nos reunimos alucinan un poco al ver a Jude y su aspecto, pero es tan bueno y tan convincente que parecen olvidar ese asunto en cuestión de minutos. Los lleva a su terreno con una facilidad innata, y tengo que concentrarme en no ponerme a pensar en cosas que no tocan y hablar con normalidad. Es que a mí el talento me pone.
Una hora y media es todo lo que necesitamos para cerrar un acuerdo con los representantes y para darnos cuenta de que formamos un equipo implacable. Salimos los tres juntos, Jude, Marta y yo de la sala de reuniones con una sonrisa triunfal.
—Creo que ha sido la mejor reunión a la que he asistido en la vida —dice Marta, y asiento con la cabeza porque, aunque yo haya asistido a más bien pocas en comparación a ella, que tiene años de experiencia en la espalda pese a tener más o menos mi edad, esta reunión ha sido un éxito rotundo.
—¿Algún bar interesante al que ir a celebrarlo? —pregunta Jude, y Marta ríe.
—Conozco uno muy cerca de aquí que está muy bien —contesta, y mira a su reloj de pulsera—. Pero por ahora me temo que nos quedan unas cuantas horas de trabajo.
—Nos podemos escapar —dice él con una sonrisa maligna, y Marta suelta una carcajada, negando con la cabeza.
—Hay muchísimo por hacer —dice.
—Por desgracia —murmuro, pero Jude me escucha y me mira, ensanchando su sonrisa.
Marta se va a su despacho a trabajar con las novedades que tenemos y yo me encierro en el mío con Jude a hacer más de lo mismo. Trabajamos en silencio durante un buen rato, cada uno concentrado en la pantalla de su ordenador. No es hasta unos minutos más tarde que Jude rompe el silencio.
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Desarmando a Nate [Saga Smeed 4]
RomanceNate es atrevido, descarado e irremediablemente alocado. Tiene a hombres y mujeres comiendo de la palma de su mano, sabe cómo manipular a las personas. Pero con lo que no contaba es que encontraría a alguien aún peor que él.