Como Noah es un niño mimado y es la hora de comer, lo llevamos a su restaurante favorito, que resulta ser de comida china. Jude está encantado con la idea, y se pasan todo el camino hablando de fideos.
Una de las cosas que más me gusta de Jude es su capacidad para adaptarse a todo. Lo he visto hablar con seriedad y mostrando lo profesional que es en las reuniones, y ahora lo tengo aquí debatiendo con un niño de cinco años sobre cuál es su salsa favorita para mezclar con los fideos.
—A mí me gusta la agriadulce —dice el pequeño, y Jude asiente con entusiasmo.
—Agridulce —murmura Liam a mi lado, que debe de estar más que acostumbrado a corregir a Noah cuando se inventa palabras.
—Eso es porque no has probado la teriyaki —le dice el rubio a Noah—. Aunque esa es japonesa. Tenemos que ir a un japonés algún día.
Vaya. Con mi hermano de cinco años hace más planes de futuro que conmigo. Esto es un poco deprimente.
—¡Liam! —lo llama Noah, girándose de repente—. Tenemos que ir a Japón.
—Claro, mañana mismo —contesta él, con sarcasmo pero divertido a la vez.
—Pero mañana Ali aún no estará —dice Noah, frunciendo el ceño—. Tenemos que ir con Ali.
—Cuando vuelva Alice, si quieres, vamos a comer sushi —le dice Liam.
—¿Chuchi? —pregunta él, y me echo a reír sin poder evitarlo.
Jude hace lo mismo, aunque consigue disimularlo mejor, y Liam debe de vivir estas situaciones tan a menudo que solo sonríe.
—Sí, eso —responde Liam—. Es comida japonesa, y está muy buena. Ya verás.
—Yo quiero chuchi —dice el pequeño, repentinamente entusiasmado con la idea—. ¿Podemos comer chuchi?
Así que ya nos tenéis quince minutos más tarde, en un restaurante japonés, con un montón de sushi delante nuestro —la mitad de este es vegetariano, porque Liam no come carne—. Para demostrarle que está bueno, Jude se ha pedido unos fideos con salsa teriyaki, y se lo está pasando en grande intentando enseñar a Noah a coger los palillos para que pueda comer algunos de sus fideos. La cosa termina con la camiseta de Noah llena de salsa teriyaki, y tenemos que pedirle un tenedor.
—La semana que viene voy a casa de mami —nos cuenta, y asiento con la cabeza. Ya sabía que Milana iba a pasar un mes en Londres.
Justo en ese momento, el teléfono de Liam vibra en el bolsillo de su chaqueta, y lo saca. Hace una mueca de preocupación, y no me hace falta más para saber que es Alice quien está llamando. Ha intentado llamarla hace un rato pero no ha contestado, seguramente estaría visitando algo con Deena.
—Hola —la saluda él, y nos hace un gesto rápido con la mano antes de levantarse y salir del local.
Jude y yo nos quedamos escuchando cómo Noah nos habla del apartamento de su madre, donde al parecer tiene una habitación enorme y muy guay para él. Liam vuelve a los pocos minutos, con el móvil en la mano y una expresión divertida. Me tiende el teléfono, y lo miro con una ceja levantada.
—Alice quiere hablar contigo —me dice.
Cojo el móvil y lo pongo en mi oreja.
—¿Tan poco te fías de Liam que necesitas que te confirme que Noah está aquí, con nosotros, con la camiseta y la boca sucias de intentar comer fideos? —pregunto, y escucho una carcajada al otro lado de la línea.
¿Alice se ha reído con una de mis bromas? Creo que en breve escucharemos sonar las trompetas del apocalipsis. Esto no es normal.
—No, pero existe la posibilidad de que lo haya suavizado todo para no preocuparme —dice, y me parece razonable.
Alice puede parecer una borde sin corazón, pero si se enterara de que a Noah, a Liam, o a alguna de las personas a las que quiere le ha pasado algo, cogería el primer avión de vuelta a Londres.
—Noah está bien —le confirmo—. Cuando he llegado al hospital ya estaba intentando organizarme una boda, y nada más salir nos ha obligado a ir a comer japonés.
—¿Organizarte una boda? —pregunta—. ¿Con quién?
Esta mujer no se entera de nada.
—Eso no es lo importante —intento distraerla del asunto, y teniendo en cuenta lo poco que le importan los cotilleos a Alice, habría funcionado, pero lo que yo no sabía es que tiene el altavoz puesto, y Deena está escuchando.
—¡Con Jude! —grita la susodicha desde lejos.
—¿Jude? —pregunta Alice, seguramente intentando situar al rubio en su complejo mapa mental—. Ah, el chico rubio. Qué bien.
Ese "qué bien" es el menos entusiasta que he escuchado en mi vida. A esta chica olvidaron echarle azúcar al crearla.
—Qué entusiasta suenas —le comunico mis pensamientos, y ella suelta una carcajada. Dos veces. Se ha reído dos veces. Tenemos que mandarla a Escocia más a menudo—. Te paso a Noah, anda, hermana sobreprotectora.
Le paso al pequeño y él se pone a contarle su vida, la mía, la de Jude, y no sé cuántas cosas más. Si no fueran parte de mi familia, me parecería imposible que Alice y Noah sean hermanos, porque ella es la persona más silenciosa del universo, y Noah habla por los codos.
Cuando Noah por fin termina con su verborrea y Liam cuelga, comemos lo que nos queda en la mesa. Hemos comido demasiado, e incluso Liam está derrotado, pero Jude nos sorprende a todos pidiéndose un postre. Ayer, para cenar, se comió toda su pizza y parte de la de Axel. ¿Dónde mete este hombre toda la grasa? No entiendo cómo puede estar tan delgado.
Salimos del restaurante poco más tarde. Noah ya está bostezando, señal inequívoca de que es su hora de la siesta, y Liam decide llevárselo a casa, dejándome a solas con Jude. Nos quedamos quietos, delante del restaurante japonés y en silencio, durante varios segundos, pero entonces me giro hacia él.
—¿Quieres tomar algo? —le propongo, y él solo sonríe y empieza a caminar.
Tomamos cerveza en el primer bar que encontramos, e incluso nos hacemos un chupito de licor de manzana "para bajar la comida", y cuando quiero darme cuenta el sol ya se ha ido y tengo la cara presionada contra la pared de la ducha mientras Jude me embiste por detrás.
Cada vez tengo más claro que ayer decidimos por mutuo acuerdo aunque sin decir nada tomarnos el tema del sexo con más calma, pero hoy esa concesión ya ha terminado. Sus uñas están clavadas en mis caderas y me toma con fuerza, sin ninguna piedad, mientras yo grito cada vez que da una estocada más fuerte de lo normal —que ya es decir—. Soy el primero en correrme, manchando las baldosas del cuarto de baño, y Jude tarda unos minutos más antes de hacer lo mismo, pero en el preservativo.
Se separa y se sienta en el borde de la tina para quitarse el condón y recuperar el aliento. Yo me giro y estiro las extremidades, porque la pose era placentera pero no muy cómoda.
—Creo que tendremos que volver a ducharnos —digo, y Jude ríe.
—Me da a mí que no merece la pena —contesta, y tengo que darle la razón, porque apenas hace unos minutos que me he corrido y ya tengo ganas de volver a entrar en acción.
Jude desvía lentamente la mirada de mis ojos a mi otra vez creciente erección, y se muerde el labio antes de arrodillarse delante de mí.
Lo hacemos seis veces durante el transcurso de la tarde y la noche. Ni siquiera nos acordamos de cenar, y termino quedándome dormido en la cama de Jude, agotado, por segunda noche consecutiva.
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Desarmando a Nate [Saga Smeed 4]
RomanceNate es atrevido, descarado e irremediablemente alocado. Tiene a hombres y mujeres comiendo de la palma de su mano, sabe cómo manipular a las personas. Pero con lo que no contaba es que encontraría a alguien aún peor que él.