Cuando salgo de la estación de Hastings, Louis ya me está esperando en el interior de su coche. Camino distraídamente hacia la puerta del copiloto, y la abro para sentarme. Escucho un gemido infantil y me giro para encontrarme a Will en el asiento de atrás, sentado en su sillita, que me mira con curiosidad.
—Hola, guapo —le digo a mi sobrino, alargando una mano hacia él.
—Gracias, gracias —contesta Louis, y suelto una carcajada.
—Por algo que has hecho bien en la vida...
Él me da un codazo y, cuando arranca el coche, Will sujeta mi dedo índice entre sus pequeñas manitas. Está enorme. Hace unos pocos meses que no lo veo —excepto por videollamada, pero no es lo mismo— y ha cambiado tanto que me da incluso miedo. Tener familiares pequeños es difícil porque ves el paso del tiempo reflejado en ellos. Yo no cambio nada en un año, pero en ese mismo periodo de tiempo Will ya estará caminando y balbuceando sus primeras palabras. Es terrorífico.
—Está rechoncho —le digo a Louis, refiriéndome a su hijo.
—Está bien alimentado —se defiende él, y vuelvo a reírme.
Me giro otra vez y me coloco bien sobre el asiento, apoyando mi cabeza en el respaldo. Respiro hondo y cierro los ojos, dejándome llevar por el movimiento del coche. Yo no tengo coche, nunca lo he tenido porque no me hacía falta al vivir en la gran ciudad. Mucha gente me pregunta por qué no me compro uno, con la de dinero que tengo, y la verdad es que no comprendo la obsesión. No necesito un coche, no lo quiero, no me lo voy a comprar. Prefiero ir en transporte público, porque me parece mucho más interesante —excepto en horas puntas, cuando tengo que ir apretado como una sardina—, y porque contamina mucho menos.
—¿Todo bien en Los Ángeles? —me pregunta—. Y, ¿cómo ha ido por Londres estos días?
—Todo bien —respondo, evitando contar, por ahora, lo que me ha mantenido ocupado en Londres—. Ya está todo listo para tener una sede en Londres.
Louis se queda en silencio durante unos segundos.
—¿Vas a volver a Londres?
Suspiro.
—Espero poder volver, sí —contesto, y él solo asiente con la cabeza—. Aunque es posible que tarde un tiempo.
Llegamos a su casa pocos minutos más tarde. Aparca en el espacio dentro de su jardín que tienen reservado para el coche, y cuando salimos soy yo el que coge a Will en brazos. Él se abraza a mi cuello y sonrío, empezando a caminar con cuidado de no alterarlo, porque parece tener sueño.
Entramos en la casa y me siento embargado por un olor familiar que me tranquiliza. De cierto modo, la casa de Louis y Deena ya tiene un olor característico, igual que todas las casas. No tengo ni idea de a qué olerá mi apartamento, pero seguramente a soledad, a aburrimiento. Pensaba que vivir solo me sería más fácil, pero me doy cuenta de que no me gusta cuando me invade una sensación agradable al entrar en casa de mi hermano. Es algo que no siento en la mía.
—Habrá que ponerlo a dormir —dice Louis, y cuando miro hacia abajo veo que mi sobrino está dormido.
—Estaría bien —contesto, intentando no alzar la voz para no despertarlo.
Así que subimos las escaleras, y cuando llegamos a la habitación de Will, lo dejo en su cuna con cuidado. Me gusta mucho su habitación. Es simple y minimalista: una cuna de madera, un armario y estantes del mismo material, lo justo y necesario. El resto de la casa también es así, pero cualquiera podría pensar que habrían abarrotado la habitación del niño de juguetes. Deena dice que eso le da mal rollo, así que tienen unos pocos, la mayoría regalos de la familia, y con eso Will ya está más que contento.
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Desarmando a Nate [Saga Smeed 4]
RomanceNate es atrevido, descarado e irremediablemente alocado. Tiene a hombres y mujeres comiendo de la palma de su mano, sabe cómo manipular a las personas. Pero con lo que no contaba es que encontraría a alguien aún peor que él.