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Todas mis suposiciones han resultado ser correctas: lo de dedicarle más horas de las que debería al trabajo solo ha hecho que ir en aumento, y llevo casi tres semanas sin saber nada de Jude.

Sobre lo segundo, no puedo decir que esté decepcionado, porque ya me lo esperaba, y porque sería estúpido estarlo cuando yo tampoco he hecho ningún esfuerzo por contactar con él. Ah, además de que apenas he tenido tiempo para pensar, pero en cuanto me paro a hacerlo y quiero mandarle un mensaje a Jude, mi orgullo recuerda ese día, semanas atrás, en que le mandé un mensaje para quedar y dijo que no podía. Lo último que quiero en esta vida es tener que ir persiguiendo a la gente. El problema es que puede que Jude piense lo mismo, y estemos aquí haciendo el imbécil cuando podríamos estar, no sé, mandándonos fotos calientes por mensaje. O simplemente hablando, algo, lo que sea.

Suelto un suspiro, con mi frente apoyada en el borde de la mesa, que está llena de papeles, informes, apuntes, y otras cosas que me dan mucha pereza. Si ahora mismo entra alguien en mi despacho perderé la poca seriedad que me queda delante de los empleados, pero es que a estas alturas ya me da igual. Estoy saturado. Llevo veinte días seguidos, desde que volví de Sacramento, trabajando. Y sí, eso incluye sábados, domingos, llegar antes de lo normal y salir mucho más tarde. Me gustaría poder decir que es solo una época, pero tiene pinta de que será mucho tiempo, y yo no puedo más.

Alguien llama a mi puerta y recupero la pose de empresario serio justo antes de pronunciar un "pase".

—Nate —me llama Marta tras abrir la puerta—. La gente de Vinson Technology está aquí.

He conseguido, tras muchos esfuerzos y correcciones, que Marta deje de llamarme "señor Smeed" como si fuera un hombre de sesenta años —o, aún peor, como si fuera mi padre—, y me llame no solo por mi nombre de pila, sino por su abreviación. Creo que es lo único decente que he conseguido en semanas, a parte de que Jude me haga sexo oral.

Ay, Jude...

—¿Ya están aquí? —pregunto, más al aire que a Marta, mirando la hora en el reloj de muñeca que Janelle prácticamente me obligó a comprar porque "te hace parecer más serio", y no sé qué chorradas más.

Sea como sea, yo le hago caso a Janelle. Aunque parezca mentira, y suene como una cosa no muy de este siglo, el cómo vistes en la oficina hace que la gente te tome más en serio... Excepto si te llamas Julian Fitzroy y eres un lince en los negocios, en ese caso puedes ir a trabajar en camisa hawaiana y no hay ningún problema.

Tengo que plantearme seriamente el dedicarle menos tiempo y espacio en mis pensamientos a Jude, porque esto empieza a ser un poco enfermizo.

Marta asiente con la cabeza, sin darme una respuesta muy concisa porque sabe perfectamente que mi pregunta era más retórica que otra cosa, y cojo los aburridísimos informes para levantarme e ir con ella.

La reunión termina siendo un rollo. No es que me esperara mucho más, teniendo en cuenta que es la cuarta reunión a la que asisto esta semana, y eso que solo es jueves. Tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para que no se note que podría quedarme dormido en cualquier momento, porque ayer estuve trabajando hasta las mil, y debo de haber dormido unas tres horas.

Salgo del trabajo a las ocho con ganas de irme a dormir hasta el año que viene, pero cuando estoy en el metro, a punto de llegar a la parada más cercana a mi apartamento, decido que se acabó esto de que mis días consistan en trabajar, dormir poco y comer algo cuando tengo un momento. Así pues, dejo que pasen unas cuantas paradas más, y me bajo en la que queda justo al lado de la casa de Nathalie.

He decidido presentarme sin avisar por varios motivos: el primero, que nosotros dos nunca avisamos. Nath se presenta en mi casa cuando le da la gana, y yo hago lo mismo. El segundo, y más importante, es que como saque el móvil del bolsillo me encontraré con ochocientos mensajes y mails, la mayoría relacionados con trabajo, y no tengo ganas.

Cuando estoy delante de la puerta de Nathalie, llamo al timbre y, al principio, no escucho nada. Olvidaba la parte negativa de ir a los sitios sin avisar: puede que no haya nadie en casa. No es hasta cuando estoy a punto de dar media vuelta e irme que escucho el sonido del pestillo, y la puerta se abre delante de mí, mostrando a una Nathalie que, aunque se ha esforzado en lavarse la cara y me esté sonriendo, claramente ha estado llorando.

—Nate —me saluda, con la sonrisa más fingida del Universo.

Nathalie no sabe mentir. No sabe ahora, no ha sabido nunca, y probablemente nunca aprenda. Eso es un punto a mi favor, porque ella nunca dice nada para no molestar, pero yo quiero estar ahí cuando tiene problemas, así que solo tengo que mirarla a la cara, y ya sé que algo no va como debería ir.

—¿Estás bien? —le pregunto, aunque es evidente que no.

Ella me mira, aguantando la sonrisa, pero su expresión no tarda en caer y sus ojos se llenan de lágrimas. Se pasa una mano, limpiando las que empiezan a caer, y la abrazo sin necesitar que me contesta.

Ella esconde la cara en mi cuello y solloza, correspondiendo a mi abrazo con fuerza. Nos quedamos así unos minutos, con mis dedos acariciando su pelo, y los suyos aferrándose a mi camiseta como si fuera su salvavidas. Y me rompe el corazón verla así, pero no quiero presionarla para que me cuente nada si no se siente lista.

Lo que no me espero en absoluto es que se separe, me mire con una expresión que no se descifrar, y me bese.

Me quedo petrificado cuando sus labios tocan los míos al principio, pero no puedo reprimirme y correspondo a su beso, que no tarda en volverse mucho más feroz, más desesperado. Sus manos encuentran mi nuca y me acerca más a ella justo antes de separarse y llevarse una mano a la boca.

—Nate —pronuncia mi nombre como si hubiera hecho algo horrible, y sé que esto no va a ir bien, aunque yo sigo algo confuso por toda esta situación que acaba de darse—. Oh, joder, lo siento muchísimo.

Me rasco la nuca, donde hasta hace apenas unos segundos estaban sus manos.

—No pasa nada —le digo, quitándole hierro al asunto, pero la verdad es que sí que pasa porque no tengo ni idea de cómo sentirme.

Estuve mucho tiempo tan pillado por Nathalie que sentía que no podía ni soportarlo. Ella me dejó claro que no quería nada así que, evidentemente, desistí, y ahora que pensaba que lo tenía olvidado va ella y me besa... Joder, ¿ahora qué se supone que debo hacer?

—Lo siento mucho —repite, pasándose la mano por la cara y suspirando—. Será mejor que te vayas.

—Nathalie... —empiezo, pero ella niega con la cabeza.

—Lo siento Nate, no sé qué me ha pasado —me interrumpe—. Necesito estar sola.

Y, sin decir nada más, se mete de nuevo en su casa y cierra la puerta.

Dedico tanto tiempo a pensar en el trayecto de vuelta en metro que no me doy cuenta de que hemos pasado mi parada hasta que no estamos tres estaciones más lejos. Decido que da igual, y me quedo en mi asiento. Ya me bajaré en la última parada, y cambiaré de metro por uno que vaya en la dirección correcta. Mi cabeza da mil vueltas: está el beso de Nathalie, todo el asunto de Jude, lo saturado que me tiene el trabajo... Pienso tanto que me termina doliendo, y no sé qué hacer. No quiero pasar otra noche sin dormir, aunque esta vez no sea por trabajo sino porque no puedo parar de darle vueltas a estos asuntos.

No entiendo nada.

Desarmando a Nate [Saga Smeed 4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora