La rutina vuelve con más fuerza, y nunca habría pensado que podría llegar a ser incluso más insoportable de lo normal, pero el mundo ha vuelto a demostrarme lo contrario. Además, viene reforzada por un odio hacia mí mismo que no sé de dónde sale.
Bueno, en realidad sí lo sé.
Me pasé. A veces no me doy cuenta de que estoy cruzando los límites hasta que ya hace un buen rato que los he cruzado. En mi defensa diré que se me estaba haciendo difícil lidiar con la situación y que Jude es tan reacio a hablar de temas serios que a veces o se lo sueltas así, a saco, o no hay manera de obtener una reacción por su parte. Pero no me ha servido para nada porque aquí estoy, en el despacho, contestando a un mail de la misma forma en que un robot lo haría.
Ni siquiera sé qué diablos estoy escribiendo, y suerte que me da por revisar el mail antes de mandarlo, porque me doy cuenta de que nada de lo que he tecleado tiene sentido. Solo son palabras inconexas, desconectadas; justo como me siento desde que Jude se fue, hace ya tres días. Estoy cansado de que nada me salga bien, al menos en el ámbito personal. ¿Que la empresa va bien? Sí, pero, siendo honesto, en el fondo me importa una mierda. Ni siquiera sé qué hago sentado en este despacho, contestando mails de gente que me da igual y haciendo mil planes y esquemas que darán resultados que, por más buenos que sean, no me llenarán en absoluto.
A las tres y media decido que no soportaré ni un segundo más sentado en esta silla. Me levanto, me pongo el móvil y la tarjeta de acreditación en el bolsillo, y salgo de mi despacho.
—Volveré en un rato —le digo a Ronald, y él asiente con la cabeza.
Camino hasta una cafetería que queda lo suficientemente lejos de la empresa como para permitirme desconectar un poco. Ya me he tomado tres cafés en lo que llevamos de día, así que me pido una infusión y un pequeño bocadillo porque, aunque he comido hace dos horas, vuelvo a tener hambre.
El local tiene varios periódicos colocados encima de una mesa, la misma en la que hay servilletas y sobres de azúcar. Cojo el que suelo leer y lo llevo a mi mesa. Al sentarme, leo la portada de forma distraída y le doy un sorbo al té antes de quemarme la lengua. Suelto un gruñido, dejo la taza donde estaba y me llevo la mano a los labios, como si eso pudiera aliviar el dolor. Ni siquiera soy consciente de la mitad de cosas que hago, joder.
Cuando la sensación hormigueante en mi lengua cesa un poco, vuelvo a centrarme en leer el periódico. No puedo decir que las noticias que aparecen me interesen en lo más mínimo, pero me ayuda a desconectar... Hasta que llego a la corta revista que siempre viene adjunta con los diarios, llamada "sociedad" cuando en realidad podría llamarse "cotilleos y especulaciones sobre la vida de los demás". Me la miro por encima, más que nada para ver si hay algún artículo sobre alguna persona cercana a mí. En uno de ellos hablan del nuevo bikini de Janelle y ruedo los ojos. Es cuando veo estas cosas que entiendo su obsesión con tener un cuerpo que encaje con el cánon de belleza, porque si tuviera algo de grasa ese artículo usaría la misma foto pero no hablaría de su bikini, sino de lo descuidado que tiene su cuerpo.
Resoplo, indignado, y sigo hojeando la revista, sin prestarle demasiada atención, cuando veo la foto de un rubio más que conocido en la parte inferior de una de las páginas. Dejo de pasarlas y examino la foto detenidamente: solo sale él en el aeropuerto de Londres, con la maleta que trajo al venir conmigo a Estados Unidos, y llevando unas gafas de sol. Entonces miro a la foto de debajo y me doy cuenta de que salgo yo, cuando fui al supermercado en pantalones de chándal, hará un par de días. ¿Cuándo diablos me hicieron esa foto? Cada vez son más buenos escondiéndose. Pero lo que más me enerva es el título, escrito justo encima.
"¿Problemas en el paraíso? La pareja gay del año, al borde de la crisis"
Tengo ganas de prenderle fuego a la redacción de esta revista, ganas que se intensifican cuando leo el artículo, que dice lo siguiente:
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Desarmando a Nate [Saga Smeed 4]
RomansaNate es atrevido, descarado e irremediablemente alocado. Tiene a hombres y mujeres comiendo de la palma de su mano, sabe cómo manipular a las personas. Pero con lo que no contaba es que encontraría a alguien aún peor que él.