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—¿De verdad es necesario esto? —pregunto.

Jude asiente con la cabeza, convencido.

—Ya te he dicho que es una misión secreta —me recuerda, girando la cabeza para mirarme, aunque tampoco podría decir si me está mirando a mí, porque lleva gafas de sol.

Gafas de sol y una sudadera con la capucha negra puesta, igual que yo. Ah, además he tenido que afeitarme, todo para no ser reconocible. Solo nos falta ir caminando con un periódico abierto delante de la cara.

—Pero si llamamos más la atención así —le digo.

—No te quejes, chico de Kensington —responde, claramente divertido con la situación.

Me hace gracia que me llame "chico" cuando le saco, tranquilamente, un par de años pero oye, yo le dejo hacer, que en el fondo me hace gracia.

Jude y yo hemos llegado a Sacramento hace media hora, y ahora mismo estamos en el aeropuerto intentando coger un taxi, pero no están pasando demasiados. ¿Cómo puede haber tan pocos taxis en un aeropuerto? Eso me pasa por viajar a ciudades de mierda.

Cuando por fin encontramos uno, nos subimos en el asiento trasero, cada uno con su bolsa —la mía es pequeña y discreta porque vuelvo mañana a Los Ángeles, así que no había demasiado que traer—.

No nos decimos nada durante el trayecto, igual que durante el viaje en avión —aunque en ese caso ha sido principalmente porque me lo he pasado durmiendo—. Miro a Jude y veo que su atención está perdida en el paisaje, aunque no es que haya mucho por ver. Cabe decir que, por lo que estoy viendo, Sacramento es una ciudad un poco menos fea de lo que pensaba. No es que tenga nada en especial, pero tampoco está mal.

Estoy a punto de quedarme dormido cuando el taxi para. Abro los ojos y veo que estamos frente a una de esas casas prefabricadas, con la fachada de color azul. Es pequeña, pero parece tener un jardín bastante decente.

Jude se encarga de pagarle el importe correspondiente por el viaje de media hora que hemos hecho al taxista, y de mientras yo salgo del coche, asegurándome de no dejarme nada. El taxi se va en cuanto Jude ya se ha bajado, y nos quedamos mirando la casa desde la acera durante unos segundos.

—Qué estadounidense —comenta Jude, porque la verdad es que es la típica casa low cost de este país, aunque hay que decir que está bastante mejor que las que suelo ver.

Asiento con la cabeza, y Jude me da una sonrisa enigmática antes de subir las escaleras del porche de la casa. Lo imito y, una vez delante, él llama a la puerta con los nudillos, aunque hay un timbre justo al lado.

Lo miro, con ganas de reírme, pero no le digo nada. Jude es un tipo curioso, y sé que por más que lo intente nunca conseguiré entenderlo, así que me limito a disfrutar de sus cosas raras.

Escuchamos unos pasos en el interior de la casa y se abre la puerta, mostrando a un Matt sudado, con una camiseta de tirantes encima.

—¿Ya estáis aquí? Joder, lo siento, no me he duchado —dice, rascándose la nuca.

—Ah, ¿sabían que yo venía? —le pregunto a Jude, divertido.

—Pues claro —contesta con una media sonrisa—. Lo saben desde que compré los billetes.

Así que tenía clarísimo que iba a decir que sí. Qué previsible me siento.

—¿Cómo estáis? Pasad, pasad. Bea está arreglándose —dice Matt, apartándose de la puerta para dejarnos entrar.

Entro en la casa, y sin conocer a Beatrice puedo decir que la ha decorado ella, porque aunque por fuera sea la típica casa barata estadounidense, por dentro desprende un aire a Belgravia muy fuerte. Está muy bien decorada, y algunos de los muebles parecen ser caros.

Desarmando a Nate [Saga Smeed 4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora