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Louis camina a mi lado en completo silencio. Apenas hemos hablado desde que nos hemos encontrado en la puerta del hospital, y nos subimos al metro sin decir nada. Me mantengo pensativo durante todo el trayecto, solo distraído por un murmullo que escucho de repente, cuando sé que las dos chicas que hay a apenas unos metros de donde estamos sentados están hablando de nosotros.

Ni siquiera les presto demasiada atención, ni las miro; dejo que hablen, haciendo como que no me doy cuenta, porque estoy acostumbrado y porque hoy no tengo ganas de hablar con nadie, al menos por ahora. Estoy mentalizándome para lo que tengo que hacer, y cada vez estoy más nervioso.

—¿Qué le vamos a decir? —me pregunta Louis de repente, con la inseguridad tiñendo su voz.

Respiro hondo y me encojo de hombros, porque no tengo ni idea. Llevo desde que me enteré pensando en qué le voy a decir, en cómo voy a enfrentarme a esto, y me he dado cuenta de que llevaba tantas cosas dentro que no sé ni cómo las voy a exteriorizar. Estoy hecho un lío.

Apenas soy consciente de cómo salimos del metro y caminamos los diez minutos que nos separan de nuestro destino. La puerta de abajo está abierta, lo que nos facilita las cosas porque no quiero ni oír su voz hasta que no estemos cara a cara. Subimos varios pisos a pie, hasta que llegamos a la puerta indicada. Es Louis el que llama al timbre, y por una parte, en mi interior, estoy deseando que no esté en casa, porque cada vez me veo menos capaz de hacerle frente.

Mis nervios se disparan cuando escucho unos pasos caminar hacia la puerta. Se oye un pequeño sonido metálico, que supongo que será la mirilla, y cuando ve quiénes somos, abre la puerta.

—Hola, chicos —nos saluda, y cuando ve nuestra expresión la suya se ensombrece, porque dudo mucho que se pensara que no descubriríamos lo que ha hecho.

—Sarah —dice Louis en un tono de voz seco—. Tenemos que hablar.

Nuestra madre suspira.

—Sí, eso me temo —contesta—. ¿Queréis pasar?

—No —respondo rápidamente, porque solo quiero acabar con esto e irme de aquí—. Sabemos lo que has hecho, lo de Alex.

—No dudaba que lo fuerais a descubrir —murmura.

—¿Por qué? —es lo único que pregunta Louis, y noto la desesperación en su voz porque, como yo, no consigue entenderlo.

—Tenía que hacerlo —contesta ella.

Ahí es cuando exploto.

—¿Tenías que joderle la vida a una chica que no te ha hecho nada? —empiezo, cabreado—. La prensa no la deja en paz, y su vida ahora mismo es un infierno, igual que la nuestra, porque a ti te ha dado la gana de ir a la prensa y contarles que tu ex-marido tuvo una hija, y les has desvelado su identidad. Espero que estés satisfecha, porque ahora has vuelto a perder a tus hijos, y esta vez de forma definitiva. No quiero verte más. Tampoco quiero contárselo a Alice porque ya lo está pasando suficientemente mal, pero merece saberlo. Merece saber que ya puede dejar de esforzarse en llevarse bien contigo, porque no vale la pena.

Sarah se queda callada, con una expresión apenada, pero se mantiene firme.

—No lo entenderíais —dice.

—Pues intenta explicarlo, aunque dudo que lo entendamos —gruño—. La verdad es que espero no entender nunca cómo se siente alguien que jode a los demás solo por su propio bien, porque yo no soy así. No sé a quién cojones hemos salido en esta familia, porque tanto Ian como tú dejáis mucho que desear, pero somos mil veces mejores que vosotros. Igual hemos salido al abuelo Scott, que prácticamente nos crió, porque él sí que era bueno.

Desarmando a Nate [Saga Smeed 4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora