36. Bruma sobre el lago

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Un silencio pesado le siguió a la revelación de Alhelí sobre el pacto de Doslunas

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Un silencio pesado le siguió a la revelación de Alhelí sobre el pacto de Doslunas. Ahora, cada muestra de reverencia que todos habían mostrado para con Dion cobraba sentido.

—¡Pero esto no es dañar a un hada porque sí! —exclamó Casio—. La otra parte del pacto era sobre asegurarse de que este sea un santuario. ¡Si la reina guerrera ataca, podría afectar a las hadas que viven aquí también!

—No creo que precise que le digamos eso, bobo —dijo Alhelí, y chasqueó la lengua—. Seguro que lo tiene en cuenta. Por eso sigue ahí en su torre, supongo que estará pensando en si todas las hadas de afuera cuentan para el pacto o no.

—Quizá crea que ese viejo pacto de suerte protege el reino de ataques, y que no nos necesita —murmuró Casio, llevándose una mano al mentón.

Alhelí se encogió de hombros.

—No sé, pero puede que estemos perdiendo el tiempo aquí.

La encrucijada no les dejaba más opción que aguardar la decisión de Yatziri, atrapados en ese desesperante limbo de incertidumbre.

Esa noche terminó siendo más oscura que ninguna otra, dedicada a considerar alternativas posibles si todo fallaba. No todo estaba perdido, pero caminos antes prometedores acababan de llenarse de sombra.

Cuando por fin consiguió dormir, muy entrada la madrugada, Dion no soñó con el bosque invernal de antes, sino con el lago. Allí se introducía y nadaba, en busca de una respuesta, siguiendo unas voces melodiosas que lo conducían al fondo. A veces sentía caricias de dedos viscosos que curioseaban mientras él se hundía en la oscuridad. Lejos de la superficie estaba la reina de ese mundo subacuático, oculta en las profundidades.

Esa mañana, Dion despertó con una idea flotando en la cabeza.

—¿Qué tal si intento hablar con la reina de las hadas del lago? —le preguntó a Casio mientras este se vestía.

—¿En qué estás pensando?

—En que podría explicarle la situación y pedirle que interviniera ante la reina, para darle permiso para ayudarnos. Por lo que dijo Alhelí, ellos no invocarían un hada para consultar sobre esto, porque eso rompería su promesa de dejarlas en paz. Pero yo no soy de aquí, y tampoco soy un ser humano. Incluso si me odia por eso, no afectaría a Doslunas.

—¿Sería seguro para ti?

—No tengo experiencia con este tipo de hadas. He escuchado que hay hadas acuáticas peligrosas, pero solo conozco las del río que atraviesa el bosque y las de pequeños estanques.

Casio se acercó al borde de la cama, donde Dion estaba sentado, y acarició sus mejillas.

—Ten cuidado —le dijo—. No me gusta este clima tan raro, en ningún sentido.

Doslunas había amanecido cubierto por una niebla blancuzca y densa. El frío que traía consigo no ayudaba, tampoco. Casio pidió a todos que estuvieran alerta, pero fue de todos modos a entrenar con Neleb, quien aseguró que habían tomado medidas de precaución y extremado la vigilancia.

El príncipe de las hadas (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora