32. El portal hacia la luna

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A través de Nora, Dion percibió el apretado nudo del hechizo de sangre que vinculaba a Erika con Dalia, una telaraña no tan distinta de la del sueño que había tenido más temprano

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A través de Nora, Dion percibió el apretado nudo del hechizo de sangre que vinculaba a Erika con Dalia, una telaraña no tan distinta de la del sueño que había tenido más temprano. Era un enlace creado a partir de intenciones oscuras. Al concentrarse en la energía, Dion se vio a sí mismo acompañando a Nora a través de un laberinto tenebroso, con altas paredes creadas a partir de hilos teñidos de rojo.

Aunque en ese espejismo no existiera, Dion seguía sintiendo la presencia del báculo de Angus, que actuaba como ancla con el mundo real y les permitía no perderse en la oscuridad de la visión. En aquel lugar, no podía volar. Había susurros intentando distraer su avance, y el suelo se sentía viscoso. Al bajar la vista, Dion entendió que el piso estaba cubierto por una capa de sangre fresca. A veces, esta capa se convertía en algo más profundo. Avanzar era cada vez más difícil, y Nora caminaba muy lento.

—¿Quieres que sea yo quien lo intente...? —preguntó Dion.

—No —respondió ella—. Estás prestándome parte de tu poder, pero es mi trabajo deshacer lo que hizo Dalia. Han sido tantas las veces en que no he aplicado lo que sé por miedo a no tener el nivel necesario. Ahora no voy a dudar.

A favor de Nora estaba su conexión con Erika y la resistencia que esta estaba oponiendo ante el control de Dalia. A través de los pasillos, Dion percibió la voluntad de Erika, que latía con debilidad, encerrada en alguna parte, y servía de brújula. Alguna vez, vio a Nora ir en la dirección equivocada y le señaló la correcta.

Cuanto más se acercaban al centro, más presente se volvía la sangre. El rojo de los hilos de las paredes venía de ella: al tacto eran viscosos y dejaban manchas. Pronto, la capa escarlata del suelo se fue elevando. Para cuando llegaron a visualizar el núcleo de la visión, era un pantano que les llegaba a las rodillas.

Allí, hundida casi por completo en el centro de un denso lago carmesí, estaba Erika. Luchaba por mantenerse a flote: solo se veía su cabeza. Nora no dudó al internarse en aquel estanque nauseabundo para llegar a ella. Cuando Dion fue detrás, temió que no sería capaz de salir. El pantano era espeso y estaba hambriento, ansioso por devorarlo.

Los muros de energía del laberinto temblaron agitados cuando Nora alcanzó a Erika y la rodeó con sus brazos. Una vez allí, en el centro de todo y con Erika segura, Dion consiguió invocar un viento espiritual que se concentró alrededor de los tres. Así, las aguas corrompidas comenzaron a apartarse de ellos, hasta que Dion consiguió abrir un pequeño círculo seco, donde quedaron libres de su influencia.

—¡No sé cuánto pueda mantenerlo! —advirtió Dion, luchando por contener la marea.

Nora, convertida en un caos escarlata y sin aliento por el propio esfuerzo que venía realizando, asintió. Se volvió hacia Erika, apoyó su frente sobre la de ella y le dio una nueva orden, que sobrescribió la de Dalia: «Sé libre».

Los hilos de las paredes se desenredaron, y sin ellos para sostenerse, el mundo enrarecido de la visión se desmoronó.

Cuando Dion abrió los ojos y se encontró de vuelta en la realidad, vio la mirada de Nora, enorme y brillosa, fija en él. Ambos sostenían el báculo todavía, aunque en algún momento lo habían olvidado.

El príncipe de las hadas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora