17. Los ojos del halcón

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Mientras respiraba hondo, para aquietar la ansiedad producida por la punzada de angustia llegada a través del anillo de Nora, Dion le dio un último vistazo a Casio

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Mientras respiraba hondo, para aquietar la ansiedad producida por la punzada de angustia llegada a través del anillo de Nora, Dion le dio un último vistazo a Casio. Le pareció curioso ver cómo su madre le entregaba el libro para que él lo leyera; eso atrajo la atención de otras criaturas, que se apresuraron a acercarse y rodearlo apenas se corrió la voz. Dion se imaginó como sería recostarse a su lado a escuchar una historia, dormitar y perderse en su voz cálida, pero no era el momento, así que siguió adelante.

Encontró a Zuri descansando sobre un nenúfar gigante que flotaba en uno de los estanques del jardín. Comía uno de los dulces que Dion había traído del mundo de los humanos como regalo para compartir y lo masticaba con el ceño fruncido, pero al terminar, se lamió los dedos.

—¿Te gusta? —preguntó Dion, desde el borde del estanque.

—No sé. Estoy decidiéndolo.

Se produjo un silencio confuso que hizo que Dion se preguntara si estaban hablando de lo mismo. Todavía sin estar seguro del todo, Dion abrió un poco los brazos, vacilante, y Zuri sonrió un poco y voló hacia él.

—Perdóname si te he descuidado —dijo Dion, apretando las manos de Zuri. Habían hablado poco desde su llegada, porque su madre había reclamado casi toda su atención al principio, y luego se había ocupado de ayudar a Casio.

Más allá del jardín, al final de un sendero poco transitado, había un conjunto de ruinas que Dion solía visitar cuando necesitaba alejarse del resto. Había sabido ir con Zuri también en el pasado, y hacia allí se dirigieron, para dejar atrás los ruidos de la fiesta. Se recostaron lado a lado sobre un colchón de hierba, en silencio durante un buen rato, en que lo único que se escuchó fue la naturaleza nocturna.

—¿Hasta cuándo vas a seguir encaprichado con ese rey? —preguntó Zuri por fin, con la vista fija en el cielo estrellado—. No puedo creer que de verdad hicieras lo del cambio de suerte. ¡No puedes andar compartiendo tu magia con cualquiera!

—Estás exagerando, ni siquiera sé si funcionó el ritual. Casio ganó la batalla, pero luego la suerte fue más mala que buena.

—Quizás tiene tanta mala suerte que ni siquiera tú puedes contrarrestarla.

Antes de ir al castillo de Casio, Dion había discutido con Zuri sobre el pedido que había escuchado en el bosque. Recordaba a Zuri reír y preguntarse cómo se habrían enterado esos humanos sobre la existencia del ritual. El cambio de suerte no era algo de lo que hubiera demasiada información, porque las hadas grandes como Dion, que eran quienes tenían el poder de realizarlo, no solían interactuar con los humanos.

La leyenda decía que se requería una intención específica por parte del hada para transferir energía benéfica a la persona, y la manera más directa de hacerlo era a través de su aliento, en la forma de un beso. No cualquier beso, sino uno en que el hada estuviera dispuesta a dar una parte de su magia.

El príncipe de las hadas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora