20. La invocación de la nigromante (actualización especial)

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Para desconcierto de Casio, Angus no parecía preocupado por la amenaza inminente

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Para desconcierto de Casio, Angus no parecía preocupado por la amenaza inminente. ¿Cómo podía tomárselo con tanta calma? Siguió con la vista al mago, mientras este tomaba el libro de las manos de Nora y lo apoyaba sobre una mesa para sentarse a leer. Incrédulo, Casio fue hasta allí y apartó el libro de él, para luego cerrarlo un golpe. Angus se echó hacia atrás y lo miró directo a los ojos, al fin. Al menos, ahora parecía estar un poco más presente que antes.

—¿En serio está diciendo que nos quedemos a esperar a que venga? —preguntó Casio.

Suspirando, Angus estiró el brazo para recuperar el libro y volvió a abrirlo. Con lentitud desesperante, revisó página por página hasta que se detuvo en una. Era imposible para Casio entender lo que decía ese tomo. Además de que estaba escrito a mano, no reconocía el alfabeto usado.

—Sí —respondió Angus, sin levantar la vista de la página que revisaba—. Pero si quieres irte por tu cuenta y quedar sin protección, adelante. Tenemos más oportunidades fortificando este lugar que huyendo al medio del bosque. Este es mi territorio y lo vengo manteniendo oculto con mi magia hasta ahora, ¿o no? Confía en mí.

Pasándose una mano por la melena, Casio resopló, resignado, y dejó a Angus a solas con su precioso libro. Nora y Dion no se veían mejor animados. Nora se puso a repasar ella misma otro libro, uno que había traído en su bolso desde el castillo, mientras caminaba en círculos con Alhelí volando atrás de ella.

El tiempo se movió más lento que de costumbre durante la agónica espera, en la cual los sonidos de su alrededor tomar una dimensión mayor: los pasos de Nora sobre el suelo, los dedos de Angus sobre las páginas de su libro, y un zumbido extraño que venía del bosque y se sentía como el eco de voces que corrían entre los árboles.

Después de una eternidad, Dion le dirigió una mirada alarmada y corrió hacia la ventana. Casio fue tras él y desde allí vio el bosque encenderse, con un brillo artificial que iluminó el interior de la cabaña. Un fuego irreal consumía la vegetación lindante.

De entre la oscuridad surgió Dalia, que cargaba un báculo similar al de Angus. No estaba sola. Junto a ella había una bestia de una altura sobrehumana y que iba en dos patas, a pesar de verse más cercana a un lobo que a un humano. Y detrás había tres personas, una de las cuales Casio reconoció como el guardia de ojos azules, al que había herido al escapar del castillo. Su piel tenía un tono grisáceo, innatural, y su mirada estaba empañada por un velo. Casio entendió que al igual que los otros dos, estaba muerto y actuaba como una extensión de Dalia. ¿Sería el plan de defensa de Angus sería suficiente?

—Apártense de la ventana —advirtió Angus con voz firme.

La orden rompió el extraño encantamiento que lo mantenía allí inmóvil. Al alejarse, Casio tomó a Dion por la cintura para arrastrarlo con él, a pesar de su resistencia.

—¡Los árboles están llorando! —exclamó Dion.

La afirmación, que le hubiera resultado ridícula en el pasado, resonó dentro de él. El peculiar zumbido que había venido escuchando era más intenso que nunca. Los susurros estaban convirtiéndose en gritos. No tomaban la misma forma que el grito de una persona; le atravesaban la piel y se la erizaban desde adentro.

El príncipe de las hadas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora