(LGBT+) Un joven rey se enamora de un príncipe hada al que invocó para mejorar su suerte. Ese encuentro los llevará a descubrir un secreto oscuro que los pondrá en peligro.
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Dion es un príncipe hada que siempre ha tenido interés en el mundo de...
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Otra vez a solas en el vacío, Dion hizo lo posible para no perder noción de sí mismo. Pensó en el camino que lo había llevado hasta allí y se aferró a cada recuerdo: los gestos de cariño de Casio, el calor de sus manos cuando hacía una caricia casual; los rezongos de Alhelí; la fuerza callada de Nora y lo que había hecho por Erika; las graciosas discusiones entre Drustan y Arami. Atrás había quedado Angus, que había entregado su vida para darles una oportunidad de seguir adelante, y en el bosque estaba su madre, a quien quizá ya no volvería a ver.
Pensó en el árbol que era su casa en el reino de las hadas, del cual había nacido. En algún momento, Dion había estado en su interior, esperando por el momento adecuado para salir al mundo. Se imaginó entonces que no estaba atrapado en el hielo, sino que era una semilla dentro de la tierra, arropada y protegida por ella mientras se volvía más fuerte. Dion era el hijo de un hada reina, lo que lo dotaba de un potencial mágico mayor al de otras hadas; pero, más allá de eso, también guardaba dentro de sí el legado del poder del aire, y otras magias más sutiles que le habían sido traspasadas por distintos ancestros.
Aunque no fuera un hada de fuego, su magia siempre había sido tibia, como el sol de la primavera en la que había salido de su árbol. Así que la invocó, poco a poco, y se visualizó germinando, como aquella semilla que alguna vez había sido. El calor se incrementó, y con él llegaron ecos del afuera. Escuchó los sonidos de tropas que se movían, órdenes intercambiadas, discusiones. No estaba seguro sobre si venían de Doslunas o del campamento donde se encontraba ahora escondida la reina guerrera. No era relevante: todo lo que importaba era salir.
A medida que sus pensamientos se iban encendiendo gracias al calor, Dion comenzó a tomar conciencia de su cuerpo, y con eso, del hielo que lo mantenía atrapado. Sin desesperar, envió su energía hacia la barrera. Volvió a pensar en la tierra: una planta también tenía que abrirse paso a través del suelo para salir a la luz. Él ya lo había hecho en el pasado, aunque no lo recordara, y podía hacerlo de nuevo. El hielo no era del todo sólido, después de todo. Comenzó a percibir fisuras, y a través de ellas envió su energía para comenzar a quebrarlo.
Algunos hilos de aire entraron por las grietas; con su ayuda, Dion se conectó con el afuera y absorbió la energía de las corrientes hasta que estas lo rodearon. Una vez que tomó contacto con esa pequeña brisa, comenzó a hacerla vibrar y crecer, para resquebrajar la capa que lo separaba del exterior con una explosión de energía. Cayó afuera de rodillas, mareado y empapado de arriba abajo, a causa del hielo derretido.
—¡Ah, cuidado! —gritó una diminuta voz conocida.
Confundido sobre dónde estaba, Dion tomó aire y levantó la vista. Se encontraba todavía en la caverna de hielo, con su cuerpo caliente gracias a la técnica que había usado.
Desde una grieta en la pared que tenía enfrente se asomó una pequeña luz.