(LGBT+) Un joven rey se enamora de un príncipe hada al que invocó para mejorar su suerte. Ese encuentro los llevará a descubrir un secreto oscuro que los pondrá en peligro.
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Dion es un príncipe hada que siempre ha tenido interés en el mundo de...
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Dion volvió a despejarse con el golpeteo de las gotas de lluvia sobre su rostro. En alguna parte del camino hacia el campamento, luego de que Casio le prometiera que todo estaba bajo control, se había permitido dejarse ir.
El olor a los cadáveres putrefactos que Solonia había traído como apoyo manchaba todavía el aire, aunque era mucho menos intenso que en el campo de batalla. Dion se incorporó un poco y vio a algunas personas que usaban la lluvia, que caía cada vez más fuerte, para intentar deshacerse de los restos hediondos que tenían pegados en la piel y en el pelo. A través del agua, Dion sintió la voluntad de Zuri y le agradeció en silencio.
—¡Qué asco! —dijo una voz diminuta que venía de sus espaldas. Dion se volvió con una sonrisa y vio a su dueña, refugiada de la lluvia debajo de un casco.
—¡Alhelí, estás bien!
—¡Más o menos, me hiciste volar lejos con tu viento! —respondió Alhelí—. ¿Así que para eso sirve ser el hijo de la reina? ¿Podrías ser rey de algo algún día? Con ese poder, seguro que también podrías hacer crecer un enorme jardín.
—Nunca lo había pensado —respondió Dion, frunciendo el ceño—. No sabía que podía hacerlo.
—Creo que nadie lo esperaba. Hasta el hada blanca está impresionada. Y Drustan preguntó si los vientos fuertes eran cosa de cuando las hadas poderosas como tú se enojaban.
Dion se llevó una mano a la boca para contener una carcajada, pero de inmediato recordó lo que Dalia le había hecho a Arami, y el gesto quedó a medio camino.
—¿Está bien Arami?
—No sé —respondió Alhelí—. Neleb lo estaba ayudando por allá —agregó, señalando a una tienda no muy lejana.
Movido por la preocupación, Dion se puso de pie. Neleb tampoco podía estar en las mejores condiciones.
—Quizá pueda ayudar también, ya me siento mejor.
Era verdad, aunque estaba agotado y su cuerpo seguía temblando por fuera y palpitando por dentro, como si las corrientes de aire ahora estuvieran fluyendo en su interior. Mientras se dirigía a la tienda, seguido de Alhelí, algunas personas se acercaron para agradecerle y otras para preguntar si estaba bien; vio también a más heridos siendo atendidos aquí y allá, y divisó a Casio hablando con Evana.
Cuando estuvo frente a la puerta de la tienda que Alhelí había señalado, Dion corrió la tela que servía de puerta sin decir más que unas palabras para anunciarse:
—Neleb, yo también podría... —Y fue todo lo que llegó a decir antes de detenerse.
Allí no estaba Neleb, aunque sí Arami, acostado sobre una cama improvisada. Su piel tenía un tono más sonrosado que antes. Sobre él estaba inclinado Drustan, y los labios de ambos se encontraban en un beso suave que quedó a medias cuando los dos notaron la presencia de Dion.