25. El secreto del guardia seductor

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Teniendo a la tabernera adelante y a los otros atrás, Dion no podía hablar con Alhelí, que se escondió en su oreja

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Teniendo a la tabernera adelante y a los otros atrás, Dion no podía hablar con Alhelí, que se escondió en su oreja. El alivio de Dion por su regreso estaba manchado por el nerviosismo de saberse observado. Contuvo la respiración mientras intentaba relajarse.

Escuchó a Drustan, el guardia, decirle al mago:

—¿Desde cuándo te interesan las tabernas a ti? Todos estos días habías dicho que no.

—Esperabas que dijera que no esta vez también, supongo —respondió el otro, a quien el guardia había llamado Arami.

—Voy a empezar a pensar que sí te gusta pasar el tiempo conmigo.

Los otros guardias rieron y se acomodaron en una mesa. Arami hizo lo mismo, de brazos cruzados. No iba bien con el resto del grupo, que procedió a ignorarlo y hacer su pedido a los gritos.

—No me culpen a mí por el mago —dijo Alhelí—. Nunca llegó a verme. Pero no podía dejar de molestarlo justo cuando ustedes se fueron, hubiera sospechado. Por eso me quedé atrás.

—¿Cuándo vas a pagar lo que me debes, Drustan? —preguntó Bruna desde la barra.

Drustan se acercó al mostrador, sonriendo, y se sentó al lado de Casio, que quedó rodeado por él de un lado y Dion del otro.

—Mira, para que no digas —dijo, y de entre sus ropas sacó unas monedas que puso sobre la mano de Bruna.

Excepto que el intercambio no fue solo de monedas, observó Dion. Al entregarlas, recibió de la mano de Bruna un pequeño papel doblado que escondió al cerrar su puño.

—Bien, te sacaré de la lista de deudores —dijo Bruna, señalándolo con el dedo. El grupo de atrás aplaudió y fue imitado por el resto de los clientes. Drustan se volvió hacia su nueva audiencia e hizo una pequeña reverencia con la cabeza, que provocó una explosión de algarabía entre los presentes—. ¿Te traigo lo de siempre, entonces?

Lo de siempre, dijo Drustan, guiñando un ojo mientras Bruna iba hacia la parte trasera del local. Luego de darle un breve vistazo al papel, apoyó un brazo en el mostrador y se dirigió a Casio con una sonrisa, como si nada fuera de lo común hubiera pasado.

—Qué gusto que volvamos a encontrarnos. Tenía la esperanza de cruzarme con ustedes aquí. ¿Qué les parece el lugar?

Esta vez, Casio no se gastó en sonreír. Tenía el rostro tenso. Dion sí lo hizo, a la fuerza. Su atención estaba dividida en dos: la mano en la que Drustan tenía el papel que había recibido, y la incomodidad que le provocaban los ojos del hechicero clavados en su espalda.

—Es muy bueno, solo que hoy fue un día agotador —explicó Casio.

—Pero también nos alegra verte —dijo Dion con una sonrisa radiante, y acompañó el comentario con una mirada que hizo que Casio pareciera entender que tenía algún tipo de plan.

El príncipe de las hadas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora