13. Las puertas del bosque

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La propuesta de Dion tenía sentido

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La propuesta de Dion tenía sentido. De acuerdo a lo que él había contado antes, el poder de la reina de las hadas nutría la vida del bosque que protegía. Casio no recordaba haber visto a Dion tan serio como ahora. Dion solía tener casi siempre una sonrisa al borde de sus labios. En el peor de los casos, lo recordaba decaído, la sonrisa convertida en un mohín entristecido. Lo que veía ahora no era tristeza, sino algo distinto: decisión.

—¿Qué es lo que propones? —preguntó Casio.

La manera en que Dion le había hablado sobre su madre, como si temiera las consecuencias de su visita extendida al mundo de los humanos, le inquietaba.

—Un hada puede dar fe por alguien del exterior, para llevarlo como invitado. No he visto a nadie llevar a un humano, y lo evitaría si pudiera, pero esta es una circunstancia extraordinaria. Quiero intentarlo. Estarías a salvo, porque nadie podría ir tras nosotros. Pero solo puedo llevarte a ti. El resto tendría que quedarse atrás.

—Entonces no —dijo Casio—. Ya dejamos a alguien atrás. No voy a hacerlo de nuevo. Es mi responsabilidad protegerlos.

—¡No vas a poder proteger a nadie si te mueres! —exclamó Dion. Su voz se había vuelto filosa y angustiada, rayando la desesperación.

Excepto por Angus, que apenas contemplaba la escena con cierto interés, el resto de los presentes pareció sorprenderse tanto como Casio. Nora desvió la vista, y Alhelí se escondió entre su cabello.

—No tengo pensado morir antes de intentar recuperar el reino —replicó Casio.

—¿Cómo, exactamente? Podrías tener poco tiempo, podría ser que Dalia pueda rastrearte a través de esa maldición...

No importaba cuán lógico sonara lo que Dion decía. Esconderse en el reino de las hadas y dejar a los demás atrás se sentía cobarde.

—Entonces me iré por mi cuenta, solo. Si viene por mí, que ustedes no estén involucrados...

A cada palabra que Casio decía, más sacudía Dion la cabeza.

—¡No! ¡No entiendes! ¡No quiero que mueras!

La consternación en el tono de Dion hizo que Casio olvidara el dolor físico, que dio paso uno más inmaterial, que cerró su garganta. La realidad es que no había muchas otras alternativas. Casio estaba debilitado por la pérdida de sangre, y la que le corría por las venas se sentía más como escarcha con cada minuto que pasaba. Se preguntó si al final terminaría solidificándose. El frío lo estaba consumiendo. ¿Qué tan lejos llegaría en esas condiciones, si se separaba del resto?

Después de un tenso silencio, fue Nora quien finalmente intervino con voz tímida:

—Tenemos formas de protegernos. En el peor de los casos, podríamos buscar otro lugar donde escondernos, ¿verdad?

Sabiéndose acorralado por las circunstancias, Casio gruñó. Volvió a echarle un vistazo a Dion, que se mantenía en actitud firme, y resopló.

—Si vamos —dijo, esforzándose en ocultar un estremecimiento que lo hizo temblar—, volveré. Así como Erika, debe haber más personas que no cayeron en la trampa de Rufus, por más perfecta que fuera. Pero si no estoy en buenas condiciones, no voy a poder hacer nada.

El príncipe de las hadas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora