28. Conexiones siniestras

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En tanto Nora se ocupaba de ver lo que podía hacer por quienes estaban heridos, a partir de la medicina y los ingredientes que tenía, Dion siguió a Casio a la habitación donde estaba retenido Arami

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En tanto Nora se ocupaba de ver lo que podía hacer por quienes estaban heridos, a partir de la medicina y los ingredientes que tenía, Dion siguió a Casio a la habitación donde estaba retenido Arami.

A partir de las indicaciones que les dio Erika, llegaron a una sala del segundo piso que aparentaba ser un estudio privado. Sus paredes estaban también pobladas de estanterías con libros; contaba con un escritorio y hasta algunos sillones, que habían sido magníficos en su momento, pero cuyas telas estaban ya carcomidas por el paso del tiempo.

Sentados en el suelo, en puntas opuestas de la habitación, estaban Drustan y Arami: Drustan cerca de la puerta de entrada y el mago en una esquina junto a una ventana, con la frente apoyada contra la pared, los pies atados y las manos todavía encerradas en grilletes. Al ver entrar a Casio y Dion, Drustan se puso de pie de inmediato, alisó sus ropas arrugadas y se pasó una mano por el pelo.

—Trató de correr —dijo Drustan, como justificando su aspecto descuidado—. Y luego dice que yo soy el idiota.

—¿Así que venía sospechando de ti? —preguntó Casio.

—Sí, por eso me ha estado siguiendo. Después del problema que hubo en la capital, pusieron esos controles estrictos en la entrada, y al día siguiente apareció él asignado a mi turno. Viene de Solonia, como su jefa. No es el único, es el que me tocó a mí.

Mientras Drustan explicaba, Dion fue hacia Arami y se sentó de rodillas frente a él. Más allá de que fuera un supuesto subordinado de Dalia, y de que Dion supiera de lo que ella era capaz, verlo reducido y empequeñecido por las circunstancias le dejaba un sabor amargo. Se le ponía la piel de gallina al recordar el miedo que había sentido en manos de Rufus y la impotencia de no poder usar su magia. Arami también estaba asustado, seguramente.

—Perdón por esto —dijo Dion.

—Tú eres el hada que buscan, ¿verdad? —murmuró Arami. Observaba a Dion con atención. ¿Reconocía en él a Diana? Aunque quisiera preguntárselo, Dion se mordió la lengua.

—Sí. ¿Qué sabes de mí? ¿Qué te han dicho?

—Que eres necesario.

Arami levantó la vista y se calló de repente. Dion miró hacia atrás por sobre su hombro y vio por qué: Casio estaba parado a sus espaldas, de brazos cruzados.

—¿Necesario para qué? —preguntó Casio.

—La continuidad de nuestra alianza de prosperidad. Solonia ayudó a este reino a prosperar en el pasado, y ahora es su turno de ayudarnos. Es lo que sé. Usted debería de saber más, ¿no? Era el rey. A no ser que sea verdad que no lo mantenían al tanto de ciertas cosas...

—¿Así que Dalia está trabajando para Solonia?

La manera en que hablaba Arami hacía que aquello sonara como algo más que un interés en el cambio de suerte. Según la historia de Angus, Solonia no tenía demasiados escrúpulos a la hora de usar el poder de las hadas para su beneficio. Un escalofrío recorrió la espalda de Dion, acompañado por una posibilidad que no había considerado con seriedad hasta ese momento.

El príncipe de las hadas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora