12. Sobre hechizos prohibidos

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Lo que arrancó a Dion de las garras de la visión de Dalia fue la voz de Casio, que llamaba su nombre con insistencia

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Lo que arrancó a Dion de las garras de la visión de Dalia fue la voz de Casio, que llamaba su nombre con insistencia. Con el cuerpo entumecido por el frío, le costó enfocarse en lo que estaba ocurriendo en el mundo real.

Cuando terminó de despertar se encontró con que Angus también estaba en la habitación. Llevaba su largo cabello ahora suelto, y vestía una especie de bata que estaba puesta al revés. A juzgar por su apariencia, su despertar había sido repentino y accidentado.

—Disculpen por entrar sin avisar —dijo Angus—. Sentí un aumento de energía oscura —explicó, mientras examinaba la mano que Dion había apoyado sobre el pecho de Casio, luego de que todos se hubieron calmado un poco.

Afuera comenzaba a clarear, aunque el día no acababa de llegar; todavía no se podía distinguir del todo los contornos de los muebles y objetos que poblaban la habitación. A Dion le pareció extraño que hubieran pasado horas, porque para él habían sido minutos.

—¿Estás bien, Dion? —preguntó Casio.

Todavía enredado en las telarañas de imágenes perturbadoras del sueño, Dion asintió, vacilante, aunque se guardó para sí el curioso hecho de que tenía frío. Él solía sentirse cómodo en distintos tipos de clima. Era consciente de las variantes del exterior, pero salvo por excepciones, su temperatura se mantenía dentro de un rango agradable. Ahora, sin embargo, los dedos que se habían apoyado sobre Casio estaban congelados. Cerró el puño e invocó calor para contrarrestar el efecto.

—Perdóname —susurró Dion, con la cabeza gacha—. No tengo suficiente poder como para deshacer el hechizo. Y temo que la hechicera me haya visto mientras lo intentaba.

—¿Cómo...?

—A través de ti. Lo que te hizo cuando nos íbamos dejó una magia oscura en tu interior. 

Casio se sentó sobre la cama y asintió con gravedad. La luz de la mañana siguió reptando hacia el interior de la habitación. Un rayo tímido iluminó una silla que había quedado un poco manchada de sangre seca.

Sobre esa misma silla se sentó Nora cuando entró poco después, cargando una bandeja con un desayuno que apoyó sobre una mesita. Para entonces, la actitud de gato relajado de Angus había dado paso a una más tensa.

—¿De dónde viene esa hechicera? —preguntó Angus, llevándose una mano al mentón.

—Se formó en Solonia, como usted —respondió Casio, ahora acomodado contra el respaldo de la cama—. Es discípula de alguien de prestigio que tiene conexiones con esa corte. Nos fue recomendada.

Angus miró a Nora, quien lo observaba arqueando las cejas, inquisitiva. Sostenía en sus manos una taza a la que no estaba prestándole ningún tipo de atención. La única que aprovechaba la comida que había traído era Alhelí, que sobrevolaba el pan con miel.

—Yo dejé de trabajar para la corte de Solonia cuando me pidieron algo que no podía cumplir. No es exclusivo de ellos, pero sí confirma mis sospechas sobre esta hechicera. Supongo que es hora de que cuente mi historia. No es algo de lo que me guste hablar.

El príncipe de las hadas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora