21. Un contratiempo terrible

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Para Dion, los gritos del bosque eran ensordecedores

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Para Dion, los gritos del bosque eran ensordecedores. Los árboles intentaban resistirse inútilmente al control de Dalia, que había quedado oculta entre las sombras; la voluntad de ella era avasallante e inescapable. El olor a los muertos era lo de menos, esos estaban en pedazos y habían sido liberados del horror. El hombre lobo, sin embargo, se levantaba, humo todavía emanando de su lomo chamuscado y sangre corriendo por su pecho.

Casio se puso en guardia. Angus se mantuvo en su lugar, con los ojos fijos en la bestia, y levantó el brazo. Temblando, el animal se puso de pie como si el gesto lo hubiera guiado a hacerlo; mostró los dientes, pero no atacó.

—¿Qué camino tomaron? ¿De qué dirección vienen? —le preguntó Angus al animal, con voz jadeante.

Dion dejó escapar una exclamación de sorpresa. La revelación de que era él quien lo había revivido y no Dalia aceleró su corazón. La mano de Casio, que rodeaba su cintura con fuerza, se aflojó un poco. Nora miraba a Angus con la boca abierta.

El animal levantó un brazo, y señaló hacia un punto del bosque. Luego, clavó los ojos en Dion y de entre sus dientes brotó un sonido entre lastimero y rabioso. Este se mezcló con el llanto de los árboles, sumándose al caos. Dion hubiera gritado con ellos de haberse dejado llevar. Se mordió la lengua, sin saber qué hacer con tanta impotencia, y el sabor de su propia sangre inundó su boca. La lejanía de su bosque le pesaba.

—¿Qué... significa esto? —balbuceó Nora—. ¿Puede usar también... necromancia?

—He leído al respecto. Quizás debí investigar más. Te recomiendo que lo hagas.

El suelo se estremeció con una fuerza tal que pareció a punto de explotar. Desde abajo, las raíces intentaban hacerse paso a través de la barrera. El hombre lobo bufó; el pelo de su lomo se transformó en agujas.

—¿Qué se puede hacer contra Dalia? —preguntó Casio—. ¿No puedes mandar el lobo contra ella?

—Parece dispuesta a seguir quemando el bosque para echarlo contra nosotros —dijo Angus—. El lobo no llegaría muy lejos y la barrera no va a aguantar para siempre. Pero me queda un recurso contra el que ella no podrá hacer nada. Puedo salvarlos a ustedes, al bosque y a este pobre animal.

Luego de decir esto, Angus golpeó de vuelta el suelo con su báculo.

De ese impacto nació una ola de luz que se expandió creando un círculo. Dion se miró los dedos y los vio brillar. Estaban bañados de la energía creada por Angus: espesa, de un tono violáceo irreal. La cabaña ya no temblaba, los árboles no lloraban, y al levantar la vista Dion entendió por qué: todo estaba suspendido a su alrededor, excepto ellos mismos.

—¿Detuvo el tiempo? —dijo Dion. Hablar le costó horrores; la capa de magia que lo envolvía tenía peso propio. Era como estar bajo el agua.

—¿Significa que nadie va a envejecer ahora? —preguntó Alhelí.

El príncipe de las hadas (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora