La Ciudad Muerta estaba rodeada por vegetación. Antes de llegar a ella, se desviaron del camino principal que la atravesaba y avanzaron a través de un sendero que se adentraba en el mar de árboles, bajo la protección de un hechizo de sigilo de Nora.
Los acompañaba la misma lluvia suave del día anterior, y con ella el olor a tierra mojada. Cuanto más se internaban en la arboleda que rodeaba al pueblo, más extrañas eran las formas de los troncos y las ramas, que crecían retorcidos y deformes. El aire se sentía pesado, también. Asaltado por una súbita pesadez, Dion se apretó más contra Casio. Los otros no parecían sentirlo al mismo nivel, excepto Alhelí, que dijo desde la oreja de Nora:
—Feo. No me gusta.
—Esto es consecuencia del veneno del dragón —explicó Casio, señalando los troncos encorvados—. Lo que crece en los alrededores del pueblo fue afectado de maneras extrañas y eso se sigue manifestando. Por eso nadie vuelve. Según cuentan, en los primeros tiempos era imposible acercarse sin enfermarse, y a algunas personas les quedaron consecuencias físicas.
Las primeras huellas de construcciones con las que se toparon habían sido reclamadas por el bosque. Eran casas espaciadas entre sí, ahora habitadas solo por plantas gigantescas que se asomaban a través de sus ventanas y puertas. ¿Llegaría el día en que la espesura verde se comería el pueblo entero, como había ocurrido con las ruinas abandonadas en la frontera del reino de las hadas?
En cierto momento, la densidad del bosque disminuyó, dejando a la vista las edificaciones de lo que había sido el centro de la aldea. Allí se bajaron de los caballos. Alhelí se aventuró hacia afuera de la oreja de Nora y después de un corto vuelo volvió a ella, quejándose. Dion, por su parte, trastabilló un poco al poner los pies en el suelo; sus piernas amenazaron con fallarle.
—¿Qué pasa? —preguntó Casio, la alarma apoderándose de su voz mientras ayudaba a Dion a enderezarse.
—Es que todavía se sienten los restos de veneno en el ambiente.
Aunque los años que habían pasado eran suficientes para que los humanos no pudieran percibirlo, la huella del ataque del dragón lo impregnaba todo. Flotaba en el aire y empapaba el suelo. Los únicos dragones que Dion conocía eran los pequeños dragones feéricos que vivían en el bosque; nunca había visto un dragón gigante. Solo sabía de su existencia por leyendas e imágenes grabadas en los registros de las hadas.
El cadáver del dragón no estaba lejos. Al final de la calle que se abrió ante ellos cuando salieron del bosque, y que debía haber sido la principal, había una silueta colosal. Eran los restos de una criatura de piel escamosa que yacía entre las ruinas aplastadas de una gran edificación. No llegaba a distinguirse la cabeza, que estaba escondida tras un edificio todavía en pie que bloqueaba el panorama, pero sí el montículo formado por su lomo, del que brotaban alas.
—¡Ah, está muy entero! —dijo Alhelí.
—Los dragones se descomponen de forma distinta —respondió Nora—. Es una rareza poder observar algo así, porque suelen esconderse en cráteres de volcanes para morir. Si no fuera venenoso, se hubieran llevado las partes ya. Se dice que hay de distintos tipos.
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El príncipe de las hadas (completa)
Fantasy(LGBT+) Un joven rey invoca a un príncipe hada para realizar un ritual mágico que mejore su suerte. ¿Qué tan mal podrían salir las cosas cuando el amor surja entre ellos? Fantasía/aventura/romance. Ganadora de un par de premios en los Wattys 2021...