Dos años después… ―¿Estás segura de que te dijo eso exactamente? No quiero llegar allí y ser el hazmerreír, Lina. Por favor, llámalo. Estaba tan desesperada por conseguir aquel trabajo en una de las mejores compañías de publicidad y marketing del país que obligué a Lina a llamar a su amigo Martín, un argentino con el que había tonteado varias veces, para que se asegurara de que me había conseguido aquella entrevista. Resignada, Lina llamó a su amigo y le preguntó, por tercera vez esa semana, si lo de la entrevista seguía adelante. Tras una pausa, ella asintió y levantó el pulgar en señal de que, efectivamente, todo estaba listo. Lina era la persona más leal que conocía. Era mi secretaria en la agencia de publicidad donde trabajaba anteriormente. Sus raíces latinas la hacían ser incansable, siempre activa pese a las horas de trabajo sin parar. Pero todos en aquella oficina sabíamos que la verdadera vocación de Lina era bailar salsa, así que a nadie le extrañó que se despidiera del trabajo un buen día para montar su propia academia de baile. Yo sabía que eso sucedería, pues así lo había vivido en mis sueños más profundos. Pero fue entonces cuando mi vida cambió. Comencé a darme cuenta de que algo no iba bien en mi matrimonio. Yo quería ir a bailar, a pasar el rato, quería ser capaz de ponerme una de aquellas minifaldas con vuelo y un top de licra ceñido, e ir a una de las maravillosas clases que Lina impartía cada día de la semana. Pero a Trevor aquello no le gustó, y aunque al principio me sentía obligada a cumplir con las exigencias de mi marido y dejar de lado mis ganas de recibir alguna clase de salsa, poco a poco me fui dando cuenta de que él no tenía intención de ceder, hasta el punto que sus celos llegaron a límites que jamás hubiera imaginado. En poco tiempo mi vida se hizo pedazos, pero Lina siempre estuvo allí para consolarme, ayudarme, animarme, o hacerme ver que aquella situación no se podía consentir. Ella también tuvo que cargar con las consecuencias, pero nunca se movió de mi lado, ni siquiera después de que un coche la atropellara y la dejara medio muerta en la cuneta. ―Estás muy guapa y eso que, seguramente, no habrás dormido mucho esta noche ¿verdad? —. Asentí avergonzada mirándome de nuevo en el espejo—. Pues bien, chica guapa, como no dejes de contemplarte llegarás tarde. Miré el reloj. “¡Mierda!”, pensé, “solo me falta retrasarme y cagarla”. Me había puesto un traje de pantalón y chaqueta en gris oscuro, con raya diplomática, que hacía al menos dos años que no me ponía. La camisa, color gris perla, que llevaba debajo era de Lina, al igual que los zapatos negros con tacones de vértigo. Valía la pena sufrir el dolor de pies por poder verme tan atractiva―. Martín dice que vayas a la recepción y que te identifiques. Te pedirán tu documentación, así que no la olvides en casa o no podrás subir a la agencia. Allí te esperará Reinaldo, el amigo supuestamente gay de Martín, que por cierto está buenísimo; tiene el culo prieto y los pectorales torneados, y dicen que baila que te mueres… ―¡Lina! Al grano ―dije cortándola. Podría pasarse horas hablando de los atributos del tal Reinaldo. ―Sí, sí…, pues eso, allí te esperará Reinaldo. Si no está en la entrada de la agencia, pregunta por él a alguna de las rubias del mostrador y les dices que le avisen, ¿ok, mami? ―. Asentí decidida pero nerviosa―. Y no estés tensa, ya verás cómo les encantas. Serán idiotas si no te contratan. *** ―Lexington con la 52, aquí se decide mi futuro ―dije levantando la mirada, impresionada, siguiendo el contorno del imponente edificio. Después de pasar el control reglamentario en la planta baja subí a la decimotercera donde se encontraba la Agencia Heartstone Publicity. Como no vi a nadie esperándome, me dirigí a una de las chicas que había tras el mostrador. Curiosamente todas eran rubias platino, como si fueran clones. ―Reinaldo ha tenido que salir pero ha dejado un recado para usted ―dijo una de las rubias tendiéndome un fino papel blanco doblado por la mitad. Enseguida me giré, nerviosa, y leí la nota: “No te preocupes, si Lina dice que eres buena es que eres la mejor. ¡Ojo! Cuidado con el corazón de piedra, ladra fuerte pero tú puedes morder más que él. Reinaldo”. Cerré la breve nota y suspiré más nerviosa aún. Pensé en marcharme de allí rápidamente, estaba acojonada. “¿Por qué debía tener cuidado con el corazón de piedra? ¿Qué era esto, un acertijo en una película de Indiana Jones?” ―¿Señorita Summers? ―preguntó alguien a mi espalda. ―Sommers, es Sommers ―respondí girándome para encontrar a una mujer morena de piernas perfectas y un estilo envidiable. No era una chica joven, pero llevaba muy bien su edad. ―Bien, señorita Sommers, soy Madeleine Curtis, Directora del Departamento de Cuentas y Gerente de Heartstone Publicity New York. Pase por aquí. Reinaldo nos ha dicho que es usted la persona que necesitamos. Tragué saliva para deshacer el nudo que tenía en la boca del estómago. “¿Y si no cumplo sus expectativas? Quizás me esté equivocando de sitio, quizás no sea tan buena como cree Lina”, me martiricé hasta llegar a una gran sala de juntas donde me esperaban dos personas más. ―Srta. Sommers, estos son Drew Mellers, Director Comercial, y Anthony Evans, Jefe de Personal ―. Ambos hombres se levantaron y me tendieron la mano ordenadamente. Yo se las estreché con firmeza, tal y como me habían enseñado en las clases de autoestima que había recibido unos meses atrás. Me indicaron que me sentara en una butaca de la gran mesa de juntas, al lado de la señora Curtis. ―¿Ha traído usted su currículum, señorita Sommers? ―preguntó seriamente el Jefe de Personal. Asentí y abrí mi maletín para sacar la carpeta de mi vida laboral. Me temblaban las manos como a una adolescente en su primer día de clase en un colegio nuevo. ―También me he permitido traer una relación de mis mejores trabajos en publicidad para quepuedan hacerse una idea de mi trayectoria profesional―me atreví a decir. Saqué un dossier de información con artículos de prensa, imágenes, recortes, y mucho más papeleo que el Director Comercial me quitó de las manos enseguida. Vi a Madeleine levantar una ceja, sorprendida por el arrebato del señor Mellers, pero pronto volvió a poner su semblante serio y profesional. Los dos hombres comentaban en voz baja, manteniendo al margen de sus observaciones a la Gerente, cosas que iban viendo tanto en el dossier como en el currículum. Después de diez minutos de cuchicheos y miradas furtivas, ambos dejaron los papeles encima de la mesa y le hicieron un asentimiento a la señora Curtis, que se dirigió a mí: ―Bien, señorita Sommers. No sé si usted conoce el trabajo que hacemos en Heartstone Publicity, o si tiene idea de quiénes pueden llegar a ser nuestros clientes. Desconozco qué conocimientos tiene usted en marketing y publicidad, o qué cuentas importantes ha podido llevar en su vida. En esta empresa nuestros publicistas son los mejores y nuestras cuentas, las más importantes, y por supuesto, no hay cabida para la mediocridad. ―Tragué saliva y me sentí un poco indignada por aquel juicio sin valores, lo cual se me debió de notar en la cara, pues Madeleine levantó de nuevo su ceja y puntualizó―: Esto no es un juicio, señorita Sommers, le estoy contando como va a funcionar su vida a partir de ahora si entra a trabajar con nosotros. No habrá vacaciones en periodos de vacaciones. Si un cliente quiere una nueva campaña y usted está de viaje de novios, tendrá que volver o no pisará más HP. Si está enferma y no puede salir de su domicilio, trabajará desde casa, pero trabajará. Si la campaña de promoción de un artículo exige que se tenga que marchar usted a la China a las cuatro de la madrugada, lo hará encantada y sonriente. No hay lugar para las debilidades, para los problemas personales, para las enfermedades ni para caprichos. Aquí se viene a trabajar y lo que salga de nuestras manos debe ser lo mejor porque así lo piden y lo pagan nuestros clientes, ¿está claro? ―. Asentí abrumada y ella continuó su oratoria―. Firmará usted un contrato de confidencialidad, de manera que si una sola de sus ideas, en práctica o por desarrollar, llega a la competencia, acabará usted quitando grafitis de las paredes en los suburbios de la ciudad. Se le asignará un ayudante, una persona en prácticas, probablemente, de la cual usted será responsable. Aunque formarán un equipo, las decisiones las tomará usted. Las glorias serán compartidas pero los errores únicamente serán suyos, no lo olvide. »Si decide quedarse con nosotros, comenzará con una serie de cuentas menores y estará a prueba durante dos meses. En ese tiempo no deberá cometer ningún fallo, señorita Sommers… ―Puede llamarme Cristina, si quiere, ―la interrumpí, recibiendo por ello una mirada asesina. Al parecer aquel discurso estaba más que preparado. Las interrupciones estaban fuera de lugar. ―Insisto, señorita Sommers ―continuó ella sin hacer caso a mi sugerencia―, no podrá cometer ningún fallo en ese tiempo. Presentará sus cuentas a los clientes, supervisada por alguno de nuestros publicistas más expertos, y ellos me informarán a mí directamente. Si consideramos que su trabajo ha sido bueno, pasará a formar parte del personal de HP. Si no ha dado la talla, cobrará usted lo que le corresponda y se marchará de esta empresa. ¿Ha quedado claro, señorita Sommers? ―. Noté como puntualizaba mi apellido. ―Ha quedado muy claro, señora Curtis. ―Bien, pues pasemos al aspecto económico. Seguro que esta parte le resulta mucho más atractiva. ―Pero, ¿esto quiere decir que el puesto es mío? ―pregunté sorprendida notando como algo dentro de mí daba saltos de alegría. ―No, esto quiere decir que le vamos a dar una oportunidad. Es decisión suya aprovecharla o dejarla pasar. Bien, y ahora sigamos. Evans le explicará la parte económica, como le estaba diciendo, y después Mellers le pasará los dossiers con las dos cuentas menores que se le van a encomendar. Evans, cuando quieras. Anthony Evans, Jefe de Personal de Heartstone Publicity, era un hombre bajo y regordete, con una característica nariz de boxeador que le confería aspecto de matón. Pero sus ojos claros eran entrañables y acogedores, y la posición de su cuerpo me decía que ese hombre no era alguien duro o peligroso, sino todo lo contrario. ―Veamos ―dijo abriendo una carpeta que hasta entonces había estado encima de la mesa y yo no había reparado―. Su contrato de prueba, los dos primeros meses, a contar desde el próximo 1 de diciembre, fecha en la que deberá incorporarse a su puesto, tiene las siguientes características ―carraspeó y creí ver una leve sonrisa burlona en la comisura de sus labios, como si estuviera siendo más serio de lo que en realidad era―: Dispondrá usted de un despacho en esta misma planta y de una asistente compartida, es decir, que su secretaria será la misma que la de otras tres personas. Como ya le ha dicho la señora Curtis, una persona en prácticas será su ayudante y usted será responsable de sus actos. La empresa Heartstone Publicity pone a su disposición una plaza de garaje en la planta -3. Deberá pasarnos la matrícula de su vehículo, así como el modelo y el color para que le hagan la ficha correspondiente. ―No tengo coche ―dije abrumada por la concesión. ―No importa. En caso de que, más adelante, lo tuvieras, esa plaza es tuya. Mientras tanto, si necesitas desplazarte, la empresa tiene coches disponibles que podrías usar rellenando un simple formulario. ―Bueno, siempre me he movido en metro y en autobús pese a tener carnet de conducir, así que no creo que… ―Señorita Sommers ―me interrumpió Madeleine―, cuando uno de nuestros agentes en publicidad debe ir a visitar a un cliente, no esperamos que vaya en metro o en autobús. La empresa dispone de coches sin conductor y de un servicio de vehículos con conductor que le recomiendo utilice para llegar siempre puntual a sus citas. ―Está bien, lo usaré si es necesario. Madeleine hizo una señal para que Evans continuase y ella retomó su exhaustiva exploración de la perfecta manicura de sus uñas. ―Bien, pasemos a hablar de su sueldo, señorita Sommers. Durante los dos meses que se encuentre a prueba, usted percibirá el setenta y cinco por ciento del sueldo acordado en el contrato de cualquier publicista en plantilla. Si, transcurrido el periodo de prueba sigue con nosotros, el veinticinco por ciento restantes se le hará efectivo junto con la totalidad del sueldo acordado. Su sueldo, señorita Sommers es el que se le indica en el papel que la señora Curtis acaba de dejar delante de usted. Estaba tan pendiente de lo que Evans me decía que no vi a Madeleine poner ningún papel encima de la mesa, pero ahí estaba. Me temblaban las manos cuando levanté la hoja doblada en dos y abrí el papel. ―¡¿Cuatro mil dólares?! ¡Joder!―exclamé perpleja. La respiración se me quedó contenida en la garganta. Miré a las tres personas que me acompañaban y no supe descifrar sus expresiones. Desde luego, ellos tampoco supieron leer la mía y se hicieron una idea equivocada. ―¿Tiene usted alguna queja al respecto, Cristina? ―preguntó Madeleine arqueando una ceja insolente, y llamándome por mi nombre por primera vez―. Si tiene usted algo que decir le sugiero que controle su vocabulario. ―Lo siento, de verdad, discúlpenme. Me ha cogido por sorpresa. Esto es…es… ―¿Un asco? ―intervino Mellers. ―¿Insuficiente? ―dijo Evans. ―¡Basta! ―intervino Madeleine enojada. ―¡No! Es maravilloso. Disculpen si no he sabido expresarme con claridad pero, créanme, es más de lo que me imaginaba ganar, de verdad ―”¡Wow! ¡Cuatro mil dólares!”, pensé aun desconcertada. ―Recuerde que durante los dos primeros meses sus ingresos serán del setenta y cinco por ciento ―dijo la señora Curtis más relajada. Y encomió a Evans a continuar. ―Señorita Sommers, en esta empresa la satisfacción de nuestros clientes es fundamental para nosotros. Un cliente contento y satisfecho con un buen trabajo, es un cliente generoso y agradecido, por lo que cuando una cuenta de publicidad se cierra positivamente, se genera una prima adicional para la empresa y una parte importante de ese dinero va a parar al agente o agentes que la hayan llevado de la mano. Esto quiere decir, señorita, que cuando usted cierre una cuenta, siempre que haya sido satisfactoria, recibirá, además de su sueldo, un plus de agradecimiento del cliente. Las cuantías varían en función de lo grande o pequeño que sea el cliente, pero suelen ser bastante sustanciosas. Ya lo comprobará. ¿Tiene alguna pregunta sobre las prestaciones y el tema económico que quiera comentar conmigo antes de que me marche? ―preguntó Evans una vez finalizada su exposición. Me había quedado tan alucinada que no me salían las palabras. Negué con la cabeza ofreciéndole una leve sonrisa de agradecimiento―. De todas formas, puede usted contactar conmigo cuando lo necesite en el despacho del fondo de este mismo pasillo. Estaré encantado de ayudarla en lo que le haga falta ¿de acuerdo? ―Muchas gracias, señor Evans, lo tendré en cuenta. ―Llámame Tony, aquí nadie me llama señor Evans ―dijo mirando a Madeleine y sonriendo como si compartieran una broma. Luego me guiñó graciosamente un ojo y se marchó de la sala. ―El señor Mellers te contará ahora cuáles van a ser las dos cuentas de las que te vas a encargar estos dos primeros meses ―me dijo ella formalmente―. Cuando quieras, Drew. Drew Melleres era el Director Comercial más joven que había visto nunca. Pese a que no aparentaba más de treinta años, su presencia era seria y austera, y se escondía tras unas gafas de pasta bastante feas. Su aspecto delgado y enclenque le hacía parecer un hombre enfermizo, pero solo a primera vista. Sin duda, su juventud y su aspecto no eran más que una fachada. ―Hola Cristina. En primer lugar, puedes llamarme Drew si lo deseas, no hace falta que andemos con formalismos. Yo, si tú me lo permites, me dirigiré a ti siempre como Cristina, ¿te parece? ―Perfecto, me parece genial ―contesté entusiasmada. ―De acuerdo, pues vamos a ver que tenemos para ti. ―Abrió un maletín y sacó dos carpetas de diferentes colores, una roja y otra azul―. Después de haber visto tus reseñas de cuentas, no creo que vayas a tener ningún problema con lo que te vamos a encomendar. Son dos clientes que están buscando una campaña de Navidad potente y llamativa, que realce un producto en concreto. Estas dos empresas llevan un tiempo trabajando con nosotros pero son de los que se duermen en los laureles. Cuando todo el mundo ya tiene su campaña de Navidad prevista, ellos aún están buscando el producto estrella. Por eso, pese a ser dos campañas fáciles, la importancia y la dificultad de ellas estriba en lo cerca que están las fiestas de Navidad. Deberás, no solo diseñar la campaña, sino también hacerte cargo de su difusión, ya sabes, prensa, radio, televisión, vallas publicitarias, etc. ―Asentí sin miedo al poco tiempo que tenía. No era la primera vez que había trabajado contrarreloj y siempre se me había dado bien permanecer bajo presión. Habían pasado dos años desde que dejé mi anterior puesto, pero no había perdido la destreza. Tony me tendió las dos carpetas, pero cuando fui a cogerlas Madeleine se me adelantó. ―Antes de nada, Cristina, debes firmar el contrato y el documento de confidencialidad. Como si hubiera estado preparado, en ese mismo instante apareció una chica con una bandeja plateada donde había un montón de papeles perfectamente dispuestos en varios montones. Madeleine le cogió la bandeja y la puso delante de mí muy solemnemente. ―¿Necesitas unos minutos para leer el contrato? ―me preguntó. ―Sí, por favor. ―Cogí uno de los montones y lo ojeé meticulosamente. Mi madre me había enseñado a ser lista y no dejarme tomar el pelo. Siempre leía lo que firmaba. Al cabo de unos minutos, el teléfono de Tony sonó y tuvo que abandonar la reunión. Cuando acabé, dejé el contrato en la bandeja, justo donde se encontraba anteriormente, y esperé las indicaciones de Madeleine. ―Bien, debes firmar las tres copias del contrato. Luego iremos a mi despacho y firmarás el documento de confidencialidad. Normalmente es con el Director General, el señor Heartstone, con quien deberías firmarlo. A él le gusta recordar al nuevo personal cuales son las consecuencias de un desliz creativo, pero está de viaje y me ha dejado encomendada esta tarea. Me imaginé al susodicho como un hombre mayor, de pelo cano, casi blanco, algo entrado en carnes y fumador de habanos traídos de Cuba. Testarudo, quizá un poco déspota, y férreo como una roca. Pero lo vestí con una apariencia entrañable, con su papada y sus bolsas caídas bajo los ojos. Un directivo chapado a la antigua. Me vi sentada en su imponente despacho cubierto de paneles de roble macizo y obras de arte en las paredes. Seguro que su mesa era más grande que mi cuarto de baño y los sillones más cómodos que mi cama. Detrás de su enorme silla de despacho habría un cuadro de él mismo con su perro de caza, y se encendería un puro mientras me hablaba sobre los riesgos de traicionar a su amada empresa, las cuentas legendarias con las que habían ganado premios, o las batallas publicitarias que se habían librado en aquellos despachos. ―Pareces pensativa. ¿Estás reconsiderando la firma del contrato? ―preguntó Madeleine sacándome de mi ensoñación. ―No, no, disculpe, señora Curtis ―. Y cogí la pluma que me tendía. Estampé las tres mejores firmas que había hecho en mi vida y de repente me sentí una triunfadora. Iba a trabajar en una de las mejores empresas de publicidad del mundo. Desde allí salían los fantásticos anuncios de conocidas e importantes marcas de refrescos, ropa deportiva o coches, que mucha gente admiraba, y yo iba a formar parte de todo aquello. ―Bienvenida al equipo, Cristina. Espero que tu estancia en Heartstone Publicity sea productiva. ―Muchas gracias, señora Curtis. No dude que lo será ―respondí devolviéndole la pluma y entrelazando los dedos de mis manos para que no se notase el temblor que delataba mi nerviosismo. ―Y, por cierto, puedes llamarme Madeleine o Maddy, si lo prefieres. No me gusta que me llamen señora Curtis, me hace sentir excesivamente mayor ―comentó como al descuido mientras se alejaba en dirección a la puerta―. Coge las carpetas que te ha dejado Tony y sígueme. Te enseñaré cuál es tu despacho y luego iremos al mío a firmar el documento de confidencialidad. Mi despacho resultó ser una estancia amplia con dos mesas, una más grande para mí y otra de menor tamaño para mi ayudante, al que aún no conocía. Tenía unas vistas fabulosas a un bonito parque, donde ya me imaginé almorzando a media mañana y tomando el sol en mis ratos libres. Los muebles parecían nuevos, como si nadie se hubiera sentado nunca allí, y todo estaba bien dispuesto y ordenado en archivadores, bandejas o dispensadores. Olía a nuevo y a madera joven. Algunos cuadros abstractos decoraban las paredes, pero en su mayoría éstas estaban cubiertas de ventanas o de armarios. El despacho se encontraba situado al final de un pasillo, en un espacio dispuesto en círculo donde había tres puertas más. Justo en el centro, en una especie de tarima elevada, rodeada de armarios bajos, faxes, teléfonos y ordenadores, se encontraba Gillian, una cincuentona de pelo corto ensortijado y grandes ojos azules que hacía las funciones de asistente de todos publicistas. ―Gillian siempre está al teléfono ―dijo Madeleine saludándola con un gesto de su mano. La mujer me miró y sonrió afable―. Luego la conocerás. Continuamos el recorrido por un pasillo hasta su despacho. ¡Eso era otro cantar! Su impecable estilo estaba impreso en cada rincón de la estancia. Tenía un precioso sofá blanco de piel en un rincón sobre una mullida alfombra negra y brillante. Todo estaba combinado en esos dos colores, blanco y negro, y bien iluminado por un vertiginoso ventanal que iba del techo al suelo. Las vistas de Central Park eran, cuanto menos, espectaculares. ―Veamos, Cristina. Siéntate ―dijo, más como una orden que como una sugerencia. Tomé asiento en la silla que ella me indicaba, delante de su mesa. Abrió uno de los cajones y extrajo otro montón de papeles que revisó antes de tendérmelos para que los leyera detenidamente. Era el documento de confidencialidad del que tanto hablaban y que me dejaría en la ruina en caso de incumplirlo. No tenía intención de hacerlo pero la curiosidad me llevó a preguntar. ―¿Qué pasaría si lo incumplo? Madeleine me fulminó con la mirada. Luego relajó el gesto al comprender que era mi curiosidad la que hablaba. ―Desde la cláusula 4.b a la 42.c se establece qué se considera violación de la confidencialidad. Las últimas siete hojas hablan de las represalias que conlleva la violación del documento. Estoy segura de que no te interesa leerte las veintitantas hojas así que te haré un breve resumen: Si hablas con alguien que no sea de esta empresa sobre alguna de tus ideas, en marcha o por desarrollar, no solo dejarás la empresa de forma inmediata, sino que en algunos casos tiene efecto retroactivo. Es decir, que deberás devolver lo que te hayas embolsado hasta la fecha. Además, en otros supuestos hasta puedes ir a la cárcel. ―La garganta se me había quedado seca y tragué saliva. Estaba claro que allí se tomaban muy en serio su trabajo―. Es muy importante que comprendas que esto no es más que una medida de seguridad. Ya ha habido, en la historia de esta empresa, algunas personas que han intentado robar las ideas del señor Heartstone y eso no le ha gustado nada. De ahí que se blinde a cada uno de los empleados de manera que cuando se trabaja para HP, solo se trabaja para HP. Lo tenía claro. Cogí firmemente el bolígrafo que había al lado y firmé el documento. ―Vamos a echarle un vistazo a las dos cuentas de las que te vas a encargar, ¿te parece? Todo iba un poco rápido. Aún no había asimilado que el trabajo era mío y ya estaba repasando las que iban a ser mis dos primeras cuentas. “¿Esto me está pasando a mí?”. *** La carpeta de color azul contenía información sobre una conocida marca de Ron Cubano. No había producto estrella, únicamente necesitaban la campaña de Navidad, “sin necesidad de ser navideña”, rezaba una nota en el anverso de la carpeta. La carpeta roja, por el contrario, sí tenía un producto nuevo que había que lanzar en una semana para que entrara a competir en el mercado por Navidad. Eran unas bonitas tablets de diez pulgadas y tecnología punta, a precio más asequible que las que ya existían en las tiendas. Si en una semana no estaba el producto disponible, las pérdidas serían muy importantes para el cliente. Por lo tanto, vista la urgencia de una frente a la relativa importancia de la otra, me decliné por empezar con la cuenta de BMD Tecnología, lo que contó con la aprobación de Madeleine. “Tablets, tabletas, tabletas de chocolate, que se comen, que se derriten… ¡no! ¡Ahhhhhh! ¡Necesito una idea!”, decía mi cabeza después de horas y horas dándole vueltas al producto. Tenía la reunión inicial en unas horas y necesitaba la inspiración para poder plantear un boceto de la campaña al cliente. Algo cogido con hilos, pero que le llamara la atención. Sabía que iba por buen camino con los dulces porque era para Navidad, pero debía ser más sustancial que una tableta de chocolate que se derrite. Era mi segundo día de trabajo y todavía no me habían asignado un ayudante, pero allí la gente era bastante amable por lo que podía respirar relativamente tranquila. Por fin conocí al famoso Reinaldo, que se ofreció a ayudarme en lo que hiciera falta. Cuando le pregunté por la nota que me había dejado y por su significado únicamente se rio y me dijo que ya lo comprobaría por mí misma. La puerta de mi despacho se abrió sin previo aviso y Madeleine asomó la cabeza. ―Los de BMD Tecnología se han adelantado, están en la sala de juntas esperando. ¿Tienes algo? “¡Oh, Dios mío! Mi primera cuenta y estoy en blanco por completo” ―Tengo algo ―mentí― pero no está muy desarrollado. Dame unos minutos y enseguida voy. ―Dos minutos ―sentenció ella cerrando la puerta y dejando en el despacho un halo de su magnífico perfume. “En blanco como la nieve, fondo blanco, cielo gris, nieva, la claridad ciega los ojos. La imagen se aleja y… “ ―¡Lo tengo! ―exclamé levantándome del sillón de un salto. Era solo una idea, pero mi instinto me decía que les gustaría porque era clara, simple, pero contundente. Corrí en dirección a la sala de juntas y tropecé con un hombre que salía del servicio de caballeros. Me manoseó un poco más de la cuenta al agarrarme para que no cayera al suelo y se disculpó, pero yo no tenía tiempo para pararme así que continué a paso ligero por el pasillo hasta la puerta de cristal de la sala donde me esperaban tres hombres y Madeleine, que sonreía tensa. ―Señorita Sommers ―Volvíamos a las formalidades delante de los clientes―, estos son los señores García, Ty y Bolder, directivos de la empresa BMD Tecnología ―. Los tres hombres asintieron firmemente en señal de saludo― Falta el hijo del señor García que… ¡ah! ¡Aquí está! ―dijo Maddy mirando hacia la puerta. El hombre con el que había chocado entró mirándome con unos ojos que no me gustaron nada. Un escalofrío me recorrió por la espalda y sentí una especie de desagrado por aquel tipo―. Ronald, esta es Cristina Sommers, la publicista que va a hacerse cargo de vuestra cuenta. ―Maravillosa elección, Madeleine. Señorita Sommers, encantado de saludarla de nuevo ―. Vino hacia mí y me dio la mano. La tenía húmeda, flácida, y su tacto me resultó repugnante. La sostuvo mucho más de lo necesario y cuando lo miré a los ojos vi un brillo lujurioso tan desagradable que no dudé en retirar la mano de entre las suyas sin ninguna cortesía. ―Encantada, señor García. ¿Empezamos? ―pregunté mirando a Maddy que levantó una ceja. ―Por supuesto. Toma asiento, Ronald, seguro que la señorita Sommers nos impresiona con sus ideas. Respiré hondo un par de veces mientras me dirigía hacia la pizarra de papel. Me gustaba usarla cuando aún no tenía mis imágenes definidas y, dado que acaba de encontrar la idea perfecta para el producto, no había podido esbozar nada en absoluto en dos minutos. Cuando acabé la exposición de mi idea, que fui reforzando sobre la marcha con cosas que iban viniendo a mi mente, me giré para ver las caras de los clientes. Era algo que siempre hacía en mi anterior trabajo para saber si, a primera vista, la idea había sido convincente. Los tres hombres más mayores asentían serios, como si estuvieran digiriendo el sentido de la campaña. El hijo del señor García, Ronald, estaba escribiendo en su móvil último modelo de pantalla extra grande, y ni siquiera había levantado la vista hacia la pizarra en toda mi exposición. Esperé en silencio. Las siguientes palabras marcarían el éxito o el fracaso de mi idea. ―Madeleine, ―dijo uno de los ancianos, no recordaba ya quién era quién―, tengo que reconocer que en HP siempre habéis tenido gente muy creativa, pero esto es…, esto es sensacional. ―Dios mío, Dios mío…―. Señorita Sommers, su idea nos parece, además de clara, por supuesto, brillante, llamativa, de una finura exquisita, y estamos seguros de que será la sensación de las Navidades. ―Solo me permití sonreír levemente pese a tener ganas de saltar, correr y abrazar a aquel hombre tan cumplidor. ― ¿Ronald? ¿Algo que añadir? ―preguntó el señor García a su hijo, que seguía mirando el móvil. Él levantó la cabeza y me miró con aquella mirada obscena y desagradable. Me repasó de arriba abajo con sus ojos entrecerrados y suspiró. Me estremecí de nuevo. ―Bien, está bien, puede funcionar ―dijo vagamente―. Esperemos a ver la idea desarrollada. Señorita Sommers, en tres días la quiero ver en mi despacho con toda la artillería preparada para asaltar el mercado, o toda esa blancura y lucidez no servirán de nada, ¿está claro? ―Sí, señor. Tres días ―repetí pensando que iba a pasarme las próximas setenta y dos horas sin dormir. ―Encantadora y creativa. Buen fichaje, Madeleine. Trasmítele mi felicitación a Heartstone y dile que lo llamaré para arreglar cuentas. Aún me debe una partida de paddle que no pienso olvidar ―dijo otro de los hombres, el más joven de los tres ancianos. ―Lo haré, señor Ty, sin duda querrá conocer los halagos hacia nuestra nueva adquisición en HP, y le diré a su asistente que concierte una cita de paddle para la semana que viene si le parece bien ―dijo Maddy. El señor Ty asintió satisfecho. ―Bien, tenemos prisa ―dijo el señor Bolder mirando su reloj que debía costar más que mi sueldo de tres meses―. Madeleine me alegro mucho de haberte visto de nuevo. Estaremos en contacto. Se acercó a ella y estrechó su mano con firmeza. Luego se acercó a mi e hizo lo mismo, pero cuando me soltó me dio unas palmaditas en el brazo, como si ya nos conociéramos. Los señores Ty y García hicieron los mismo, sin palmaditas, y cuando llegó el turno de Ronald, sus manos frías y sudorosas cogieron las mías y se las llevó a la boca para dar un beso en cada una de ellas. Luego se acercó a mi oído. ―Tres días, señorita Sommers. Nos vemos en tres días en mi terreno ―susurró. La piel se me erizó y mi reacción fue apartarme rápidamente y acercarme a Maddy, que lo miró con repugnancia. Luego todos salieron de la sala de juntas y ambas nos quedamos en silencio observando cómo se cerraba la puerta de cristal. ―Lo has hecho bien, me has sorprendido ―dijo sin desviar la vista de la puerta. ―Gracias ―contesté en un susurro.
―Lleva cuidado con Ronald ¿de acuerdo? No me gustaría que tuvieras problemas. Aunque parezca que no pinta nada, su padre no da un paso sin su aprobación. ―Llevaré cuidado, descuida. ―Bien, tienes tres días para exprimir esa idea y dejarlos pasmados. Ponte a trabajar.
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Algo Contigo
RomanceA Cristina Sommers y a Jackson Heartstone no los une el destino aquella primera noche, sino el don sobrenatural de ella: algunos extractos de sus sueños tienden a convertirse en la más cruda realidad. El mundo de la publicidad es su bien común, sin...