Capítulo 33

217 14 0
                                    

Tras un tedioso día de espera sin noticias de Jack, subí a mi cuarto y me senté en la cama a llorar como una niña. Todos insistían en que debía comer y reír, pues ya había pasado lo malo, pero yo solo podría estar mejor en brazos del hombre al que amaba con todo mi ser. Necesitaba que me abrazara, que me transmitiera su fuerza. Llevábamos tanto tiempo sin tocarnos que echaba de menos su olor y su sabor. Un infierno había caído sobre nosotros desde la última vez que habíamos estado juntos amándonos, y mi cuerpo, exigente, anhelaba recibir sus atenciones a cada momento del día. Deseaba sus caricias, tiernas y sensibles, sus besos exigentes y posesivos, su cuerpo dominante sometiendo al mío y llevándolo al extremo más placentero que jamás había sentido. Cuando quise darme cuenta había dejado de llorar y estaba tan excitada, que el simple roce de mi ropa interior me producía sensaciones devastadoras. Entré en el cuarto de baño y llené la bañera de agua caliente y humeante. Vertí algunas sales de baño relajantes y en un instante todo se llenó con el embriagador aroma del sándalo y la canela. Me desvestí y me sumergí sintiendo que, poco a poco, el agua caliente obraba su magia, relajando cada uno de los tensos músculos y articulaciones de mi cuerpo. Cerré los ojos complacida y me dejé llevar por el sueño. “Aquellas grandes manos presionaron mis hombros con la fuerza justa para hacerme suspirar de placer. Estaba tensa y dolorida, pero él sabía tocar los puntos exactos para relajarme. ―Oh, Dios, qué bien ―murmuré disfrutando de su tacto maestro en mi cuello. Mientras una mano continuaba ejerciendo su hipnótico movimiento, la otra se aventuró hacia abajo por mi pecho hasta encontrar lo que andaba buscando. Asomando sobre el agua, como puntas de iceberg, estaban mis dos pezones erectos y necesitados de las caricias de aquellos rudos dedos. Me humedecí los labios, anticipándome al maravilloso roce, y gemí cuando sentí el suave toque de la yema de su dedo índice. Un estallido de placer recorrió mi cuerpo y me incitó a arquear la espalda para sentir más fuerte su calor. Él rió divertido y jugueteó con el duro botón, tentándolo una y otra vez hasta hacerlo endurecer todavía más. Pellizcó levemente, haciéndolo rodar entre sus dedos y enviando miles de millones de señales eléctricas a todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo. Me arqueé de nuevo, más exigente. La mano que masajeaba mi cuello cesó el movimiento y siguió el camino de la otra llegando hasta el olvidado pezón de mi otro pecho. La tortura comenzó de nuevo y otra oleada de placenteras sensaciones viajó de los pies a la cabeza, dejándome laxa y floja pero deseosa de más, de mucho más. ―Por favor… ―rogué removiéndome en el agua de la bañera y derramándola por los costados. El cálido aliento de su boca me rozaba la oreja y su lengua, juguetona, lamía el lóbulo excitando mis sentidos hasta hacerme enloquecer. ―Dime qué quieres que haga ahora ―me susurró sensualmente como solía hacer cuando hacíamos el amor salvajemente. ―Bésame ―le pedí, ávida de saborear su lengua en mi boca. ―No, aún no. Primero dime qué quieres que te haga. Sé lo que deseas pero quiero que me lo pidas. ―Tócame. Entre las piernas ―dije sofocada. Lo escuché gemir al recibir mi petición y de inmediato una de sus manos se encaminó por mi vientre hasta mi pubis, bajo el agua, que ya comenzaba a estar más templada que caliente. Su mano alcanzó la maraña de rizos mojados entre las piernas y, sin necesidad de pedirlo, su dedo buscó mi hinchado clítoris deseoso de ser frotado y acariciado. Alcé las caderas un poco más, provocando una nueva oleada de agua y las risas de mi amante, que no dudó en buscar a tientas el tapón y tirar de él para dejar salir el resto del agua. ―Necesito verte, quiero ver como retuerces las caderas cuando te lleve al cielo ―dijo con la voz enronquecida por el deseo. Luego introdujo dos dedos en mi coño embistiendo bruscamente y haciéndome gritar, pero antes de que pudiera empezar con mis caderas un ritmo placentero que me aliviara la quemazón que sentía por dentro, susurró algo que no entendí, su mano se detuvo y salió de mi cuerpo ―¡No! ―exclamé frustrada abriendo los ojos.” Me sorprendí al ver la bañera vacía. Había estado soñando dentro del agua, pero esa última parte era cierta: el tapón ya no estaba y no quedaba agua. Suspiré con pesar. Tendría que irme a la cama, excitada y sola. Me incorporé en la bañera, preparada para salir, cuando escuché un ruido en la habitación. Rápidamente y con todo el silencio que me fue posible, me refugié en el albornoz y me escondí detrás de la puerta que se encontraba entreabierta. No tenía nada con lo que defenderme, por lo que mi única posibilidad era esperar a ver quién era y escapar cuando fuera el momento oportuno. “Como si yo supiera cuál es el momento oportuno”, me dije temblando, aterrada. Escuché pisadas que se acercaban al baño y contuve el aire en mis pulmones. La puerta se abrió un poco más y un hombre con una toalla envuelta en la cintura entró. ―¿Cristina? ―susurró aquella voz que había estado oyendo en mi sueño erótico hacía solo unos minutos. No podía ser cierto. ―¡Jack! ―grité saliendo de detrás de la puerta. Me tiré en sus brazos antes de que él pudiera reaccionar. Sentí como el peso de mi cuerpo lo desequilibraba y sus pies resbalaban en el agua que había desparramada por el piso. Sus brazos me rodearon antes de caer al suelo y amortiguar la caída. ―¡Joder! ―exclamó al dar con el culo en la dura superficie y exhalar todo el aire de sus pulmones cuando el peso de mi cuerpo lo aplastó irremediablemente―. ¡Mierda! ¡Cristina! ¿Estás bien? Me eché a reír entre lágrimas. Casi nos rompemos la cabeza en el suelo del cuarto de baño, pero a mí ya nada me importaba. Jack había regresado, me había dado un susto de muerte, pero estaba en casa y eso era lo más importante para mí. Comenzó a reír él también y cuanto más intentaba moverme, más resbalaba y más reíamos los dos. ―Vamos, apóyate en mí y ponte de pie ―logró decir por fin. Cuando se incorporó, la toalla se deslizó a un lado y su grueso miembro quedó a la vista. Mis ojos se quedaron fijos en los suyos; ya no reíamos ninguno de los dos. Otro sentimiento mucho más primitivo y necesario recorrió nuestras venas encendiendo una pasión para nada dormida. ― Te deseo ―dijo con la voz enronquecida. Se puso en pie y se acercó despacio a mí―. Ahora ―ordenó duramente, abriendo mi albornoz tras aquella palabra. Me arrinconó contra los azulejos de la pared y el frío en la espalda me produjo un placer indescriptible. Levantó mis manos por encima de la cabeza y las mantuvo ahí mientras mordía mi hombro, mi mandíbula, mis labios y mi lengua, que lo buscaba salvaje. Tocó mi cuerpo desnudo con violencia, pellizcando mis pechos, arañando mis costillas, masajeando duramente mis nalgas. Enrosqué mis piernas alrededor de su cintura y me penetró con fuerza en una única embestida. Eché la cabeza hacia atrás y gemí con los ojos cerrados, saboreando aquel maravilloso momento, sintiendo su grandeza dentro de mí, pulsante y desesperada. ―Mírame, Cristina. Mírame, mírame ―musitó empezando a moverse lentamente, dentro y fuera, con una cadenciosa calma que me estaba poniendo de los nervios. ―Así no, más rápido, por favor ―susurré en su oído, mordiéndole el lóbulo de la oreja con fuerza. Necesitaba aquel desahogo que solo él me podía proporcionar―. Más rápido, Jack, más duro. Lo necesito, por favor. No hizo falta que se lo repitiera dos veces. Sus embestidas delicadas se convirtieron en movimientos bruscos y acelerados. Grité una y otra vez mientras me follaba como un animal en celo. Arañé su espalda, pegándolo a mí para que entrara más adentro. Agarró mis muslos clavando sus dedos y me abrió más las piernas, apoyando todo mi peso contra la pared. Le mordí el hombro con fiereza, dejándome llevar por el frenesí que sentía. Mis uñas rasgaron la piel de su espalda como si fuera una salvaje. Sus caderas empezaron a girar a un lado y a otro, ensanchándome más y más. Y cuando alcancé el orgasmo mi cuerpo se sacudió como si me hubiera poseído un demonio. Oleadas de placer fueron llegando al mismísimo centro de mi ser, haciéndome estremecer, arrancándome chillidos y lágrimas. Nos devoramos la boca mientras íbamos hacia la cama andando cuidadosamente para no resbalar. Me arrinconaba en cada esquina de la enorme habitación, tocándome, acariciándome sensualmente, tentándome con sus dedos. Me acostó de espaldas en la cama. Sus fosas nasales se abrieron y cerraron percibiendo el aroma de mi feminidad y del sexo, sus ojos azules brillaron más que nunca, poseídos por aquel primitivo sentimiento que nos dominaba cuando estábamos juntos. ―Eres una diosa ―dijo acariciándose lentamente su miembro bajo mi atenta mirada. Me excitaba tanto verlo masturbarse que empecé a notar como los inicios de otro maravilloso orgasmo se encendían en lo más profundo de mi cuerpo. Bajé mi mano hasta mi vulva y la acaricié lentamente, jugando con mi clítoris, recogiendo los vestigios de nuestro anterior encuentro con los dedos. Mis jugos se derramaban ya por mis muslos y Jack no dudó en recogerlos con su mano para llevárselos a la boca. Dios mío, aquello era tan sexual, tan excitante, que no pude evitar dejarme ir en cuestión de segundos. Pero él continuó con su mirada fija en mi mano, dándose placer y relamiendo sus labios. ―Cógeme en tus manos ―escuché que decía cuando salía de mi clímax. Me incorporé hasta quedar sentada en la cama con los pies colgando, delante de él. Le rocé con un dedo su verga dura y caliente. Él asintió y me cogió la mano, inspirando fuertemente cuando sintió el tacto de mi palma templada. Moví la mano lentamente adelante y atrás, empujando la piel tensa de su falo hasta dejar al descubierto la cabeza brillante y sonrosada perlada de semen. Me relamí mirando aquella gota de su simiente y antes de lanzarme a lamerla lo miré a la cara. Tenía la cabeza echada hacia atrás, los ojos fuertemente apretados y la boca entreabierta, exhalando el aire que retenía en los pulmones. Gemía y murmuraba cosas que no alcanzaba a escuchar con claridad. Con mi otra mano le acaricié los testículos y presioné levemente el perineo justo antes de meterme la punta de su polla en la boca y succionar con fuerza. Gritó y embistió contra mi garganta en un impulso por encontrar más placer del que yo estaba dispuesta a darle en un principio. Quería ir despacio, jugar con él, saborear su desesperación y acabar bebiendo de su semilla. Pero con su primera embestida recordé que él no se había corrido cuando me había follado en el baño; solo me había procurado un primer encuentro devastador, sin permitirse dejarse ir, por lo que fui piadosa con él y le di lo que andaba buscando lo más rápido que pude. Ya habría tiempo para jugar. Por más que su orgasmo fue devastador, la rigidez de su pene seguía siendo evidente. Su miembro erecto me apuntaba insaciable deseando algo más. ―Te necesito. Ábrete para mí. Hice lo que me pidió sintiendo la excitación palpitando en mi sexo. Con la espalda sobre el colchón, los pies al borde de la cama y las rodillas totalmente flexionadas, me abrí a él. Estaba deseando sentir su glorioso grosor ensanchando las paredes de mi vagina. Pero antes de eso, Jack se dedicó a tentarme un rato. ―Me encanta cuando estás tan dispuesta como ahora ―dijo pasando un dedo suavemente desde el culo hasta el clítoris, donde hizo cadenciosos círculos que me enviaron miles de punzadas por todo el cuerpo. Masajeó con la palma de su mano la abertura de mi vulva y gemí fuertemente alzando las caderas, buscando más―. Me encanta que te vuelvas loca cuando te toco. Cuando comencé a boquear en busca del aire necesario para afrontar el intenso orgasmo que ya llegaba, su grueso miembro me llenó de golpe, provocando que las oleadas de éxtasis fueran aún mayores. Se inclinó sobre mí capturando un pezón entre sus dientes y mordiéndolo ligeramente, sabiendo que con cada embestida nuestros cuerpos se acercaban y se alejaban un poco, y aquel excitante dolor acrecentaría mi placer y el suyo. Era una tortura deliciosa que parecía no tener fin, pues detrás de una cima llegaba otra más y más intensa, haciéndome perder el sentido de la realidad. Cuando por fin se dejó caer a un lado de la cama, ambos resollábamos sudorosos. Me cubrió con la sábana y nos acurrucamos el uno contra el otro, descansando mi cabeza contra el hueco de su hombro. ―¿Cuándo has vuelto? ―pregunté soñolienta. ―Hace unas horas. Subí y te encontré dormida en la bañera. No pude resistir la tentación de tocarte y pensé que estabas despierta cuando empezaste a gemir. ―Solo soñaba ―dije exhausta. Bostecé y me cobijé más contra él. ―Te he echado tanto de menos ―murmuró con desesperación―. Creí que jamás podría volver decirte cuánto te amo. ―Shhhh, ahora ya ha pasado ―dije intentando sonar convincente. Había pasado tanto miedo, que controlarlo no estaba siendo fácil. Pero en aquellos momentos a Jack le hacía falta mi fortaleza y no podía venirme abajo. A la mañana siguiente cuando desperté, Jack salía desnudo del cuarto de baño. Su sola visión provocó un instantáneo humedecimiento entre mis piernas y un estremecimiento de excitación me barrió la espalda. Era el hombre más impresionante que había visto jamás. ―¿Ves algo que te guste? ―preguntó percatándose de mi lasciva mirada sobre sus atributos. Sacó unos bóxer de su bolsa y se los puso lentamente, contemplando mi sonrisa. ―Vuelve a la cama. Estoy harta de despertarme sola. Además, tenemos que hablar. ―Su mirada divertida se tornó seria de repente. Había muchas cosas que todavía debían ser explicadas. Yo quería saberlas todas. Y él lo sabía―. ¿Cómo acabó todo? Quiero saberlo. Jack pasó las manos por su pelo y suspiró derrotado. Revivir la historia no era lo que tenía pensado para aquella mañana, pero sabía que mi curiosidad era más fuerte que mi deseo en esos momentos y no aguantaría sin conocer algunas respuestas. ―Lo pillamos cuando intentaba escapar en un helicóptero. No fue agradable. ―¿Y Reinaldo? ―Scott lo encontró cuando regresaba de dejarte en el jeep. ―Omitía los detalles a propósito. No me contaría con pelos y señales todo cuanto ocurrió y, la verdad, tampoco quería saberlo. ―Quiero saber lo de Madeleine ―dije imperante, sabiendo que era un tema delicado. Hablábamos del asesinato de su padre a manos de su… ¿madre? Qué duro se me hacía pensar aquello. “Ella es su madre”. ―Ya me lo imaginaba ―dijo pasando su mano por mi mejilla cariñosamente―. Volví a la comisaría después de que te marcharas. Sabía que había cosas que no me había contado, pero no esperé que aquello fuera a salir de su boca. Envenenó a mi padre durante meses. Disolvía veneno en la licorera hasta que él consumió lo suficiente una noche como para matarlo. Noa la pilló una noche y desde entonces la estaba chantajeando. En realidad, se chantajeaban mutuamente porque Madeleine sabía que Noa tenía las contraseñas de Baster y conocía cuál era su cometido. Ambas tenían un objetivo común: acabar con HP y conmigo. ―¡No, Jack! No creo que ella quisiera acabar contigo ¡Eres su hijo! Ella quería acabar con tu padre por lo que le hizo, pero… ―Da igual, Cristina. Ahora ya da igual, créeme. Para mí, mi madre ha sido siempre y será Alexandra ―dijo dolido intentando convencerse a sí mismo. ―Siento todo esto, cariño. Si pudiera, soñaría con el pasado para hacerlo cambiar como pasa a veces con el futuro ―dije abrazándolo. Él rió por lo bajo y me sentí mucho mejor―. Sí, ya sé que es una tontería lo que acabo de decir, pero es cierto. Ojalá pudiéramos borrar de un plumazo lo que ha pasado estos últimos meses. ―Todo no. Yo no borraría por nada del mundo el haberte encontrado de nuevo ―dijo mirándome a los ojos con tal intensidad que me dieron ganas de echarme a llorar. Luego me besó dulcemente y me abrazó con ternura, inspirando el aroma de mi pelo, sujetándome firmemente como si fuera a desaparecer. Después de unos minutos de silencio, me instó a que preguntara más cosas que tuviera necesidad de saber. ―¿Quién dejó la bolsa de deporte en mi habitación? ―¿Qué bolsa? ―Alguien dejó una bolsa de loneta negra en mi habitación con un chaleco y una máscara anti gas. Había una nota que decía que me protegiera en el baño de inmediato. Lo hice enseguida y entonces estalló el dormitorio. Cuando volví a salir había un agujero en la pared ―le expliqué ante su sorprendida mirada. ―Debieron ser los de la DEA. Mientras nosotros barríamos la casa, ellos recogieron todas las pruebas que necesitaban en el sótano, donde tenían un arsenal de armas y un pequeño laboratorio de drogas. ―¡Joder! ¿La DEA? ¿Y cómo sabía la DEA que yo estaba en esa habitación y que estaba en peligro? ―pregunté desconcertada por el giro de la historia. ―No lo sé, pero pronto tendré oportunidad de averiguarlo. En cuanto regresemos a casa. ―¿Y me lo contarás luego? ―Sabía que solo podría hacerlo si no violaba ninguna ley, cosa harto difícil tratándose de aquel tema. Asumí que no tendría respuestas pronto. ―Hay una cosa que igual sí te interesa saber. Es en referencia a tu ex marido. ―Me miró esperando alguna reacción que no llegó. Levanté las cejas a la espera de la información―. Samuel tenía un listado de gente con la que ya no pretendía contar. El último nombre de ese listado era el de Trevor. Estaba tachado, como los del resto, todos muertos. ―¡Oh! No sé cómo sentirme ante esto… ―dije mirando al vacío, reviviendo algunos momentos de nuestra vida en común. ―No quiere decir que esté muerto, pero creemos que es posible. También hemos encontrado en el despacho pruebas que sugieren que el incendio de la academia de Lina estuvo orquestado por él. Buscaban los papeles, tenerlos o destruirlos. ―¡Hijos de puta! ―grité furiosa pensando en lo que podría haber sucedido de no haber llegado Jack a tiempo. Me llevé la almohada a la cara para gritar de frustración. ―Pagarán por todo, te lo aseguro ―dijo acercándose más a mí. Me puso en pie y me abrazó tan cálidamente, que sentí las lágrimas escociéndome los ojos. Luego nos besamos sin prisa, jugando con nuestras lenguas, saboreándonos lentamente, avivando una llama que no dejaría de arder nunca.
―Yo te protegeré siempre, mi vida. Siempre. *** Salimos a dar un paseo por el centro de La Habana para desintoxicarnos del ambiente enrarecido que había en la casa. Y mentiría si dijera que disfruté de él. El teléfono de Jack no dejó de sonar. Eran llamadas cortas, sin apenas conversación, que poco a poco fueron levantando un muro de piedra alrededor del bello rostro de mi futuro marido. Su actitud no invitaba a preguntar y, conociéndolo como lo conocía, mis preguntas caerían en saco roto y le encerrarían más en sí mismo. En casa no había nadie cuando regresamos. Nos mantuvimos en silencio durante el día y, al llegar la noche, Jack continuaba ausente y taciturno. ―¿Qué sucede? ―pregunté desesperada por saber. Se quedó mirándome un rato, probablemente calibrando la magnitud de mi interés, la gravedad del problema y la capacidad de respuesta que tenía sabiendo que, cada vez más, podía mentirme menos. ―¿Por qué lo preguntas? ―dijo restándole importancia. Se sentó en la cama para atarse los zapatos y eludió mi mirada fija en la suya. ―No creo que tenga que explicártelo. Estás enfadado, estoy segura de que algo no va bien y ni siquiera te has acercado a mí a pesar de estar solos en la casa. Si eso no es síntoma de que te pasa algo… ―Voy a dejar el grupo de operaciones ―dijo en voz baja. Me miraba con los ojos brillantes, a la espera de que sus palabras entraran por mis oídos y se asentaran en el lóbulo del cerebro que debía procesarlas. Cuando la información me llegó, me quedé en silencio, con la respiración trabajosa. No sabía si había escuchado bien. ―¿Qué? ―Voy a dejar el grupo de operaciones ―repitió en el mismo tono calmado, pero esta vez apartó la mirada―. Mi solicitud para dejar el grupo ha sido aprobada por el mando superior. ―Pero ¿tú quieres dejar el grupo? ―pregunté asombrada. ―¡No! ¡Claro que no! ―respondió pasándose las manos por el pelo, nervioso, abatido, triste. ―Entonces ¿por qué lo haces? Yo no te lo he pedido. Nunca he insinuado que debieras hacerlo. Jamás te pediría algo así. ―Lo sé. Pero ya no puedo irme sin saber si volveré. Ahora hay cosas más importantes en mi vida que la seguridad de mi país. Podrían acusarme de anti patriotismo, pero es lo que siento. No estoy dispuesto a arriesgar mi vida y la de mi familia. Me duele tener que dejar todo lo que he sido, pero es peor el dolor cuando pienso en lo que ha sucedido estos días y lo que podría haber pasado. Te quiero, y quiero ser un buen padre para nuestros hijos ―dijo acercándose hasta quedar delante de mí. Puso sus manos en mi vientre y lo acarició con cariño―. Ahora sois lo más importante. ―La voz se le quebró y vi lágrimas asomando en sus ojos. El pecho se me llenó de orgullo y amor por aquel hombre. Jamás amaría a nadie como lo amaba a él. ―Todo saldrá bien.

Algo ContigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora