Su apartamento en Manhattan no me sorprendió. Era un precioso y amplio loft de techos altos decorados con vigas de madera oscura y grandes ventanales que debían ofrecer mucha luminosidad durante el día. Las vistas eran espectaculares, pues se podía ver toda la isla desde aquel punto. Los escasos muebles tenían aspecto de ser realmente caros, pero cómodos y funcionales. La decoración era sencilla, nada ostentosa, y la chimenea, encastrada en la pared, era un detalle que le daba al lujoso apartamento una calidez entrañable. No habíamos dicho nada durante el trayecto en coche. Yo continuaba impresionada por el estado tan desastroso en el que se encontraba Lina; él tenía sus propios problemas, conmigo, con su trabajo, con el tipo que intentaba hacerme daño. Me dolía la cabeza y estaba angustiada, pero sabía que mi dolor no era comparable al que sentía Jack en el hombro. Había rechazado los calmantes que le habían intentado dar en el hospital porque era un cabezota, y ahora estaba pagando las consecuencias. Cerró con pasmosa lentitud la puerta de su apartamento y en cuanto escuché el clic de la cerradura me eché a llorar. Estaba muy asustada y darle vueltas en silencio a la situación que estaba viviendo no me había ayudado en absoluto. Sus manos masajearon la rigidez de mis hombros y su cuerpo me abrazó por la espalda, reconfortándome. ―No sé qué hubiera hecho si te llega a pasar algo. ―Tiene gracia que digas eso. ¿Y yo, Jack? ¿Cómo crees que me hubiera quedado yo si te llega a pasar algo a ti? ―le dije enfurecida, apartando las lágrimas a manotazos. Las palabras se me cortaban, pero en ese momento decidí que tenía que decirlo todo o no habría otra ocasión. Me giré para verle la cara y me deshice de su abrazo muy a mi pesar, pues no podía pensar con claridad cuando él me tocaba. ―Tú, señor Delta Force ―Le di un par de toques en el pecho con un dedo. Estaba enfurecida―, ¿cómo crees que me hubiera sentido si un día me dicen que ya no vas a volver más? Has estado jugando conmigo, tomándome y dejándome a tu antojo, sabiendo que tu vida pende de un hilo a cada momento. No es justo para mí. ―No, no ha sido justo, lo reconozco ―admitió―. No soy la persona que tú crees, Cristina. No puedo darte lo que quieres. ―No puedes estar conmigo pero tampoco sin mí ¿no es eso? ―No. No puedo estar sin ti pese a ir en contra de mis principios ―confesó. ―Pues tus principios son los que mandan, y no quiero ser la culpable de romper tus normas. Si me dices donde puedo acostarme, me iré a dormir. Estoy cansada y me duele la cabeza. ―“Y el corazón”, pensé a punto de empezar a llorar de nuevo. ―Cristina, ven aquí ―me ordenó con su dura voz. Yo no me moví. Continuaba de pie, en medio del salón, mirando sus feroces ojos cansados y algo tristes. Negué con la cabeza. Si me acercaba y él me tocaba caerían mis defensas como si fueran de papel. Era más fuerte cuando me mantenía alejada. ―Ven aquí, por favor ―repitió, más amablemente, dejándose caer en uno de los taburetes de piel negra y estructura de acero de la barra de la cocina. Seguí sin moverme. Mi cabeza decía que permaneciera quieta, mi corazón me empujaba hacia él como el polo opuesto de un imán, mis pies estaban anclados al suelo a la espera de un consenso entre ambas partes. Al final, el corazón ganó la batalla y me acerqué despacio, con lágrimas cayendo por mi cara. Me paré delante de él, entre sus largas piernas abiertas, impaciente por saber cuál sería su siguiente paso. ―Ven aquí ―repitió de nuevo cogiéndome de improvisto y abrazándome tan fuerte que me costaba respirar. Lloré mojándole la gasa que cubría su herida en el hombro. Mi cuerpo temblaba mientras la mano de Jack me acariciaba la espalda. Su otra mano me cogió de la nuca y me separó para mirarme a la cara. ―Tú no has roto ninguna de mis normas, las he roto yo porque he querido, ¿de acuerdo? ―dijo afectado por mis lágrimas. No contesté―. ¿De acuerdo? ―insistió con más contundencia. Me sacudió ligeramente para que dijera algo. Lo miré sorprendida dejando de llorar por un instante. Luego asentí suavemente y me envolvió de nuevo en un fuerte abrazo. Pude darme una reparadora ducha que se llevó los restos de hollín y humo de mi cuerpo, pero no el dolor y la preocupación por lo que estaba sucediendo en mi vida, a mí alrededor y entre nosotros. ―¿Necesitas algo más? ―preguntó al ver mi mirada perdida. ―No. Solo necesito dormir ―respondí esquivando sus ojos. Se acercó y besó dulcemente mis labios posando una mano en mi nuca y presionando para profundizar. Fue un beso perfecto, precioso, delicado y sensual que me hizo desear, más que nunca, su compañía en la cama. Pero así como empezó, finalizó. Se apartó lentamente y acarició mi mejilla, mirándome con ternura. Acomodé la cara en su mano y busqué la palma con mis labios para besársela. Lo deseaba tanto… Todo lo que necesitaba en ese momento era que me amara. Pero, muy a pesar de la tormenta que se desató en sus ojos tras aquel simple gesto, se apartó. ―Tengo que solucionar algunas cosas y llamar a un par de personas ―dijo pasándose las manos por el pelo―. Mis superiores querrán saber qué ha ocurrido esta noche. ―Ah, claro, tus superiores ―murmuré―. Se me hace raro no verte como el jefe ―comenté soñolienta. ―Tú nunca me has visto como el jefe, Cristina ―dijo con una seductora sonrisa―. Duérmete, anda. Te hace falta. Pero el sueño reparador que necesitaba no llegó.
Sonaron sirenas a mi alrededor, ensordecedoras sirenas que llegaban y se marchaban trayendo y llevando el dolor y la desesperación que podía sentir en mi piel. La imagen borrosa de un hombre se coló en mi campo de visión pero por mucho que intentara fijar la mirada en él, las lágrimas me nublaban los ojos. Alguien había provocado todo aquello y yo era la culpable por no haber avisado de lo que estaba pasando, de lo que pasaría. Jack moriría. Ardía, se tambaleaba y yo no podía con él. Se moriría y no podría hacer nada porque no se lo había contado a nadie. ―¡Jack! ¡Despierta, Jack! Me senté en la cama de repente justo cuando la puerta doble de cristal de la habitación se abría con fuerza y chocaba contra la pared. Jack, con la cara desencajada de terror, subió de un salto a la cama y me acogió entre sus brazos, acunándome, abrazándome, diciéndome palabras tranquilizantes para que dejara de gritar. ―¡Te perdía, Dios mío! ¡Te perdía! ―chillaba una y otra vez, sin darme cuenta de que ya estaba despierta. ―No, Cristina, mírame, estoy aquí. Maldita sea ¡mírame! ―Me sacudió fuertemente por los brazos un par de veces para que reaccionara, logrando que fijara la atención en él. Luego, sin pensar, me besó firmemente con un hambre voraz y se apartó. Mis ojos le dieron el permiso que necesitaba para continuar y cuando nuestras bocas volvieron a juntarse, el resto del mundo, pesadilla incluida, quedó relegado a un segundo plano. Sus movimientos eran posesivos y ambiciosos. Nuestras lenguas jugaron a enredarse y saborearse robándonos el aliento. Sus manos recorrieron mi cuerpo con urgencia, como queriendo memorizar cada una de mis curvas olvidadas después de tanto tiempo sin tocarnos. Rodamos por la cama un par de veces hasta que quedó encima de mí, a horcajadas. Le quité la camiseta con cuidado de no dañarle el hombro, deseando deslizar mis dedos entre el fino vello que comenzaba en sus pectorales y se perdía bajo la línea del pantalón. Olía a humo y a sudor, aún tenía restos del incendio en la cara y el pelo, pero no me importaba lo más mínimo. La camiseta que él me había prestado siguió el mismo camino que la suya. Siseó cuando vio como mis pezones se endurecían al entrar en contacto con el aire y no pudo evitar una leve sonrisa de triunfo. Jugueteó unos segundos con ellos, rozándolos con sus pulgares, acumulando así más tensión entre mis piernas. Gemí con los labios entreabiertos y los ojos cerrados, sintiendo las embestidas que su miembro daba contra el pantalón. Jack capturó un pezón entre los dientes y lo mordió mientras pellizcaba el otro con el pulgar y el índice. Millones de punzadas de placer recorrieron mi cuerpo hasta mi sexo, húmedo ya de deseo. ―Por favor, Jack… ―gemí excitada hasta lo indecible. Le abrí el pantalón con manos temblorosas y su gruesa y palpitante verga me dio la bienvenida cayendo directamente sobre mis dedos. Estaba caliente, dura como una roca y deseosa de ser chupada y acariciada. Capturé con un dedo una gotita de semen que asomaba ya por la punta y me la llevé a la boca. ―Me vuelve loco que hagas eso ―dijo pellizcando más fuerte mis doloridos pezones―. Esta noche eres toda mía. Solté una risilla y me removí inquieta cuando me hizo cosquillas en los costados. Luego se deslizó más abajo y arrastró los pantalones cortos lentamente, haciéndome estremecer, desatando la urgencia que había estado conteniendo. Sus grandes manos abrieron mis muslos exponiéndome a sus preciosos ojos embravecidos. Me sentí deseada y excitada, y gemí y me retorcí antes de que él me hubiera tocado. ―Shhh, tranquila. Voy a hacer que se acaben por esta noche todas esas pesadillas que te inquietan. Voy a darte algo con lo que soñar el resto de tu vida ―susurró. Se acercó relamiéndose y sopló entre mis rizos púbicos antes de besar los pliegues de mi sexo. Su lengua lamió delicadamente mis labios vaginales y grité desesperada sintiendo un abismo de placer arremolinarse entorno a mis sentidos. Sus dedos me abrieron un poco más para tener un mejor acceso y, excitada al máximo, me penetró con la lengua, provocándome en el acto un orgasmo devastador que no pude contener Su dedo índice encontró mi clítoris y lo presionó con la fuerza apropiada mientras los músculos de mi vagina se contraían contra su lengua invasora, provocando una segunda ola de placer tan increíble que creí estar tocando las estrellas. Bebió de mí hasta que los espasmos dejaron paso a la languidez. ―No me cansaré nunca de oírte gritar mi nombre cuando te corres. Es un regalo para mis oídos ―dijo colocándose encima de mí y penetrándome con su duro miembro de una sola estocada. Al instante mis terminaciones nerviosas se pusieron de nuevo en funcionamiento y un nuevo momento de éxtasis se desencadenó. Cogió mis muñecas y con una sola de sus manos me las sujetó por encima de la cabeza. Luego inició una danza de movimientos y embestidas, lentas primero, fuertes a continuación, y de nuevo lentas, que me llevaron al borde del precipicio. Alcé las caderas y lo rodeé con mis piernas para sentirle más dentro de mí. Entraba y salía con el sonido de nuestros cuerpos entrechocando y de nuestros gemidos, como una banda sonora propia, llegando más adentro cada vez. La mano que tenía libre acarició el punto donde su cuerpo se unía al mío. Sentir sus dedos alrededor de su miembro rozando mi clítoris, mientras mis fluidos lubricaban y hacían más intensa la fricción, fue lo más erótico que había experimentado hasta el momento. Sus dientes se clavaron en el costado de mi pecho y aquello me hizo estallar de nuevo, mi cuerpo se tensó y un nuevo éxtasis me recorrió abrasándome a su paso. Estaba sudada y tan excitada que supe que jamás lograría saciar mi hambre de él. Una embestida más, dos, tres, y el cuerpo de Jack se quedó rígido. Gritó entre dientes mientras chorros calientes de su semen me bañaban por dentro. Su dedo dio un par de vueltas más alrededor de mi clítoris, y cuando ya creía que había acabado todo, pellizcó maliciosamente sobre él y volví a subir al cielo en busca de aire para mis pulmones.
Nos quedamos los dos en silencio, jadeantes, disfrutando de aquellos momentos, cuando aún sentíamos las corrientes más débiles circulando por nuestros cuerpos. Me soltó las manos algo doloridas y se apoyó en los codos para liberarme de su peso. Me besó deliciosamente, recreándose en cada rincón de mi boca, saboreando la dulzura de mi lengua, mordisqueando suavemente mis labios. Se separaba de mí unos pocos centímetros para mirarme a los ojos con una expresión incrédula, como si no fuera posible estar allí conmigo. Me apartaba el pelo húmedo de la cara y volvía a besarme apasionadamente. Y así, con la boca de Jack bebiendo mis besos, con su pene todavía dentro de mí, logré dormir profundamente hasta la mañana siguiente. No me sorprendí cuando desperté y no lo encontré a mi lado. El recuerdo de la noche anterior me hizo sonreír como una boba y anhelé tenerlo allí para empezar el día del mismo modo. Pero Jack siempre desaparecía cuando menos te lo esperabas y ahora sí sabía por qué. Un ruido de sillas llegó desde la terraza. Me envolví en el nórdico, sin nada debajo, y salí a la fría mañana que, aunque despejada y con el cielo azul, mantenía una temperatura por debajo de los diez grados. Jack estaba sentado en una tumbona con una taza humeante calentándole las manos. Llevaba unos pantalones largos de deporte, zapatillas y una gruesa sudadera de los New York Knicks. Tenía el pelo mojado y su olor a crema de afeitar, junto con el de un buen café, me llegó de inmediato. Lo observé mirar el paisaje y me conmovió la tristeza que vi en sus ojos. Dio un sorbo a la taza y, sin desviar la mirada, sonrió. ―¿Vas a quedarte ahí toda la mañana? ―preguntó girando la cabeza para lanzarme una de sus miradas sexys que tan loca me volvían. ―Es usted muy guapo, señor Heartstone, pero acabará congelado ―dije acercándome todo lo sensual que se podía ser yendo ataviada con un edredón de plumas del tamaño de Wisconsin. Se hizo a un lado en la hamaca y me senté pegada a él. Me ofreció su café y bebí gustosa el líquido caliente. Hacía frío allí fuera pero el cuerpo de Jack estaba ardiendo. Me pasó un fuerte brazo por los hombros y me acercó más a él. De pronto, recordé mi sueño de la noche anterior y cerré los ojos. ―Anoche soñé que te perdía ―susurré un tanto avergonzada―. Oía ambulancias. Tú te tambaleabas y yo no podía sujetarte. Y lo peor es que te perdía por no contarle a nadie que había soñado eso ―le expliqué calmadamente, respirando su aroma. ―Bueno, ahora ya me lo has contado. No te preocupes. Sigo aquí ¿no? ―dijo abrazándome más. Después de unos minutos en silencio le pregunté por su hermano Samuel. Jack se puso tenso al principio pero, tras un suspiro, se relajó. Cuando ya pensaba que no saldría ni una sola palabra de su boca, empezó a hablar. ―Mi hermano tenía doce años menos que yo. Desde bien pequeño fue la oveja negra de la familia, siempre metido en líos, siempre mintiendo para conseguir lo que quería. Mi madre nunca ejerció de madre, mi padre estaba muy ocupado levantando una empresa que se hundía por las deudas de mi abuelo y yo pasé mucho tiempo en casa de los Sánchez, en La Habana. Luego crecí, estudié y me alisté, y a Samuel no le quedó otra opción que quedarse solo con nuestro ocupado padre. Imagínate el caso que le hicieron después de que me fuera. Aquello dio alas a un chaval cuya imaginación ya era, de por sí, un peligro. »Las pocas veces que podía llamar a casa de día y lo encontraba allí, todo eran quejas y problemas: el trabajo que mi padre le había dado en la empresa no era digno del hijo del director, en la casa no tenía intimidad, todo el mundo quería controlarlo, no ganaba suficiente dinero y un montón de gilipolleces por estilo. Al parecer, no entendía que tenía quince años y que no podía hacer la vida que le diese la gana. Yo intentaba razonar con él, pero estando tan lejos de casa no podía hacer mucho más por él. Hasta que, una noche, mi padre llamó desesperado diciendo que hacía tres días que Samuel había desaparecido. ¡Tres días! ―exclamó aún enfadado después de tanto tiempo―. Tuve que pedir un permiso especial para ausentarme y cuando llegué Samuel apareció borracho, pasado de drogas y lleno de magulladuras. Mi padre casi acaba con él de una paliza, pero a él no le importó y aquellas escapadas se siguieron repitiendo una y otra vez ―Se quedó callado, como si estuviera rememorando aquellos tiempos con dolor. Estaba sudando y se le notaba cansado, pero cuando iba a sugerirle dejarlo para otro momento, continuó―: A los dieciocho años, por alguna estúpida razón, decidió seguir mis pasos y se alistó en las Fuerzas Armadas. Sabía que no duraría más que unas pocas semanas, pero me equivoqué y se fue enderezando. O eso creí. Uno de mis superiores de los Boinas Verdes me comentó que su nombre había aparecido en unos informes; que en las escuchas de una operación que estaban desarrollando contra terroristas en Centro América, pronunciaban su nombre repetidas veces. Intenté por todos los medios hablar con él pero cuando no estaba de maniobras, estaba de permiso y no me contestaba a las llamadas. Cuando logré localizarlo me aseguró que formaba parte de una operación encubierta y que mis jefes estaban metiendo la pata. ¡Todo putas mentiras! Lo pillaron, y si no llega a ser por la mano de algunos amigos, le hubieran hecho un consejo de guerra. Hicieron un trato con él: se libraría de la cárcel y lo licenciarían con deshonor, claro está, pero debía dar los nombres y las localizaciones de lo que estaban buscando mis jefes. Aceptó y entonces alguien se fue de la lengua y la gente para la que hacía trabajitos empezó a buscarlo. »La noche que te conocí había quedado con él en aquel bar. Llevaba días escondiéndose y huyendo de los que querían matarlo y estaba cansado ya. Le habían ofrecido protección del Gobierno, un refugio hasta que llegara el juicio y pudiera declarar, pero era un completo imbécil, y prefería esconderse por sus medios. Cuando vio que lo estaban acechando demasiado, me pidió ayuda. Esa noche se había tomado unas copas y algo más. Lo reconoció. Le dije que viniera conmigo a casa, que estaría a salvo pero dijo que solo necesitaba dinero y que tenía intención de huir a Europa hasta que lo avisaran para declarar. No aceptó mis consejos, me insultó y me dijo que dejara de comportarme como mi padre, que me avisaría cuando estuviera hospedado en algún sitio para que pudiéramos dar con él llegado el momento. ¡Dios, incluso me animó a irme contigo cuando te marchaste! ―dijo resignado―. Lo vi tan seguro y con las cosas tan controladas que le creí una vez más ¡Estaba borracho y colocado, y le creí! Lo dejé solo ―susurró con la culpabilidad aún reflejada en sus palabras. Hubo un largo silencio y luego suspiró―. Lo que pasó después ya lo sabes ―Me dio un distraído beso en la cabeza―. Por la mañana,temprano, mientras dormías, recibí un mensaje de texto de mi superior informándome de que se había encontrado el coche de mi hermano calcinado en un barranco. Él estaba dentro. ¿Te imaginas cómo me sentí? Lo había dejado solo en aquel estado y me había ido con una chica a la que acababa de conocer en un bar. Había cambiado la complicada vida de mi hermano por un polvo de una noche ―Sus palabras me dolieron, pero entendí por qué las decía― Me sentí tan culpable que no fui capaz de despertarte, porque hacerlo hubiera supuesto dar unas explicaciones que aún no sabía si podía dar. ―No fue tu culpa ―dije pronunciando las primeras palabras desde que había empezado la historia. ―Fui un irresponsable y Samuel murió. Sí, fue mi culpa. Si lo hubiera obligado a venir conmigo ahora estaría bien ―dijo muy afectado. ―No lo sabes, Jack. Tú mismo has dicho en varias ocasiones que mentía y que se metía en muchos líos. No puedes saber si hubiera acabado de forma diferente. ―Era mi hermano pequeño, Cristina, era mi responsabilidad. ―¿Qué sucedió exactamente? ―pregunté intentado que olvidara el sentimiento de culpa. ―¿La versión oficial o la mía? ―preguntó. Me encogí de hombros―. La versión oficial dice que se despeñó por el barranco al quedarse dormido y perdió el sentido tras el impacto. El coche estaba empotrado en una enorme roca que rompió el motor y el depósito de gasolina. Alguna chispa saltó y se incendió antes de que él recuperara el conocimiento. Quedó tan calcinado que ni las pruebas de ADN pudieron confirmar si era él. Pero llevaba las placas del ejército al cuello y el anillo que yo le regalé cuando entró en la Academia. Era él. ―Se sacudió el recuerdo de encima con un escalofrío y prosiguió con más contundencia―. Pero mi versión es algo diferente. Yo creo que lo sacaron de la carretera, había gente que estaba intentando silenciarlo para que no declarara en el juicio. El caso de Samuel se cerró de inmediato pero la investigación en la que estaba metido todavía sigue abierta. Espero poder saber la verdad algún día. ―Estoy segura de ello ―le dije incorporándome un poco para darle un beso en la mejilla. Estaba ardiendo y le brillaban los ojos. Le puse una mano en la frente y quemaba. ―Jack, cielo, tienes fiebre, deberíamos entrar y llamar al médico ―le sugerí alarmada. Él me miró y asintió. Se levantó lentamente apoyando su peso en mi hombro, pero no era suficiente. Jack era un hombre muy grande y yo fui incapaz de aguantar todo su peso. ―No me encuentro muy bien ―dijo tambaleándose. Luego perdió el conocimiento.

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Algo Contigo
RomanceA Cristina Sommers y a Jackson Heartstone no los une el destino aquella primera noche, sino el don sobrenatural de ella: algunos extractos de sus sueños tienden a convertirse en la más cruda realidad. El mundo de la publicidad es su bien común, sin...