“¿Cómo? ¿Su madre?”. Miré a la mujer y a Jack varias veces y sin disimulo. No había mucho parecido entre ellos, pero sin embargo ahora sabía a quién me recordaba aquella mujer. A Madeleine. ―Oh, cielo, no intentes encontrar parecido entre nosotros. Jackson es digno hijo de su difunto padre. Los genes de mi familia, por desgracia, murieron con mi hijo Samuel ―comentó con verdadero pesar. ―¿Dónde te has dejado a Preston, madre? ―preguntó Jack serio y con cierto malestar. ―Casi tres años sin vernos y lo único que se te ocurre preguntarme es dónde está Preston ―dijo fingidamente molesta. Luego se volvió hacia mí dándole la espalda a Jack―. ¿Te puedes creer esto? Hija mía, cría cuervos y te sacarán los ojos ―comentó teatralmente. ―¿Tres años? ―pregunté mirándolo fijamente. Jack tragó saliva y pasó sus manos por el pelo, como hacía cuando estaba nervioso. ―He tenido mis razones, desde luego ―se defendió―. Tú tampoco has hecho mucho por ponerte en contacto conmigo, madre. No sé a qué viene ahora este drama. ―Nada de dramas, querido, sabes que nunca me han gustado. Ahora que estáis aquí me gustaría que alguna noche cenaseis con nosotros en nuestra casa. Me muero de ganas de conocerte, querida ―dijo mirándome con emoción―. Si has decidido casarte con mi hijo, me gustaría saber todo sobre cómo os conocisteis, cuándo y por qué. ―No tenemos tiempo, volvemos a Nueva York dentro de dos días. ―Jack, es tu madre y llevas tres años sin verla ―le reprendí como a un niño―. Por supuesto que iremos, señora Preston, será un placer. ―Oh, querida, no me llames así. Todo el mundo me llama Alexandra o Alexa. Lo de señora Preston es demasiado formal. ¿En qué hotel os alojáis? ―Estamos en el Royal Garden ―contesté con la mirada de Jack clavada en mis ojos. Mi expresión se endureció a modo de reprimenda. ―Que buena elección. Os mandaré recado para la cena. ¿Mañana os viene bien? ―preguntó mirándonos a ambos. ―Nos viene muy bien, gracias ―dije yo amablemente. ―Pues bien, ya está todo dicho. Le daré recuerdos de tu parte a Robert en cuanto lo vea en casa. Después de aquel encuentro tan sorprendente el humor entre nosotros cambió por completo. El hombre risueño y animado con el que había llegado al restaurante se tornó malhumorado y ceñudo, y a los pocos minutos de despedirnos de Alexandra, pagamos la cuenta sin haber probado bocado y regresamos al hotel. ―Voy al bar ―anunció hoscamente con palabras que no acompañaban una invitación. *** ―¿Estás dormida? ―susurró―. ¿Cristina? ¿Me oyes? Te he traído algo de comer. Abrí los ojos y comprobé en el reloj de la mesilla que habían pasado tres horas desde que nos separáramos en el vestíbulo del hotel. ―¿Qué pasa? ―pregunté soñolienta. De pronto recordé el enfado que habíamos tenido―. ¿Estás borracho? No estoy de humor para gilipolleces, te lo advierto. ―Lo siento, cielo. He sido un idiota. Perdóname, por favor. Te he traído algo de comer ―dijo visiblemente arrepentido. No había cenado y tenía tanta hambre que mis tripas rugieron en cuanto mi mirada se posó en la bandeja de comida repleta de panecillos y pasteles. Había leche y zumo y tarrinas de mantequilla… Sin decir ni una palabra, me levanté y cogí un pastelito de crema. Tenía una pinta deliciosa y me lo llevé a la boca de forma sensual y provocativa. Si pensaba que lo iba a perdonar fácilmente, estaba muy equivocado. Con el segundo pastelito lo vi tragar saliva costosamente. El tercero lo puso en pie y se acercó. ―Ni se te ocurra acercarte. Esta noche te mereces dormir en el sofá. Has sido un capullo y no pienso consentir que me vuelvas a tratar así nunca más. ―Paró en seco su avance y me miró con ojos de cachorrillo perdido. Me dieron ganas de abrazarlo y consolarlo, pero me mantuve firme. No me iba a dejar vencer tan pronto. ―Lo siento ―dijo volviendo sobre sus pasos y sentándose en el borde de la cama―, pero no voy a dormir en el sofá. Si no quieres hablarme, me aguantaré porque me lo merezco, pero de dormir en el sofá ni hablar. Se levantó y fue al cuarto de baño. Cerró la puerta y oí el grifo de la ducha. Sonreí complacida por mi entereza. Me hubiera tirado en sus brazos para besarlo si no llega a ser por el hambre que tenía y lo buenos que estaban los emparedados que estaba probando en esos momentos. Bebí zumo de naranja y devoré la comida de la bandeja como si fuera mi última cena. ―¡¡Cristina!! ―exclamó tras la puerta del cuarto de baño, que de repente se abrió chocando contra la pared. Jack salió corriendo hacia mí con algo apretado en la mano. No me dio tiempo a reaccionar. Me cogió en brazos y me besó con tal intensidad que cuando se separó de mí me temblaban las piernas. Lo miré confundida, alzando una ceja. ―Esto estaba en el baño ―dijo mostrándome el test de embarazo que había olvidado guardar antes de ir a cenar―. A no ser que sea de la camarera de piso, creo que significa algo bueno ¿no? Lo miré seriamente al principio, pero no pude retener la sonrisa en mis labios por mucho tiempo. ―Iba a decírtelo esta noche en la cena ―comenté intentando parecer enfada aún. ―Soy un estúpido, un tonto estúpido. Lo siento, mi amor, lo siento tanto ―Se arrodilló delante de mí y apoyó la cabeza en mi vientre dando besos más arriba del ombligo―. Soy tu tonto y estúpido papá ―murmuró con la boca pegada a mi camisón.
Aquel gesto me emocionó tanto que no pude contener las lágrimas. Le acaricié el pelo con suavidad y me puse de rodillas para besarle en los labios. ―Te quiero, princesa. Lo abracé emocionada y lloré sobre su hombro hasta que me ayudó a ponerme de pie. Luego nos metimos en la cama y nos abrazamos amorosamente. ―¿De cuánto estás? ―preguntó un poco cohibido. ―De pocas semanas, creo que de cuatro o cinco ―respondí. ―¿Y cómo lo has sabido? ―Demasiados vómitos, cócteles de hormonas que me estaban volviendo loca y pechos un poco más hinchados de lo normal ―Jack me los tocó con suavidad y un sinfín de sensaciones placenteras se despertaron y bulleron anhelantes entre mis piernas. ―Yo los encuentro perfectos, preciosos y tentadores ―comentó masajeándolos con ambas manos, estimulando mis pezones con los pulgares. ―Para, Jack. Si empiezas así no querré que pares y mañana por la mañana estaré peor de la infección. Por favor. Detuvo sus movimientos y con un suave beso sobre mis pechos los dejó estar. Luego, colocó sus manos alrededor de mi cintura y me abrazó con devoción. La madre de Jack y su marido, el magnate de la seguridad privada, Sir Robert Preston, vivían en el exclusivo barrio de Kensington, en una lujosa y enorme mansión victoriana de color caramelo. Un mayordomo, al más puro estilo inglés, nos recibió en la puerta y se hizo cargo de nuestros paraguas porque, pese a estar en el mes de agosto, Londres continuaba siendo una ciudad lluviosa y algo gris. Esperamos la llegada de los anfitriones al vestíbulo cogidos de la mano, sin la menor intención de soltarnos. Ambos estábamos un tanto nerviosos, yo por estar en casa de mi futura suegra, de la que no conocía su existencia hasta la noche anterior; él, supuse, por encontrarse en el hogar de una madre de la que no sabía nada desde hacía tres largos años. ―Es un palacio ―dije en susurros admirando los suelos, los cuadros y las figuras que conformaban la decoración. ―Demasiado ostentoso para mi gusto ―dijo Jack fijando su vista en la escalera que daba acceso a un piso superior. Se impacientaba. ―Tú siempre has sido un clásico, Jackson ―dijo una voz masculina a nuestras espaldas. Nos giramos de inmediato y me encontré, cara a cara, con un hombre de la estatura de Jack, de unos sesenta años, pulcramente peinado y elegantemente vestido con un pantalón de tweed marrón y una americana de paño azul marino. Un fino bigotito, a lo Clark Gable, le adornaba el labio superior, mejorando su imagen. Tenía la piel arrugada en las zonas de mayor expresión y su tono moreno era, sin duda, producto de los rayos UVA. ―En la sencillez está el gusto ―contestó Jack, extendiendo la mano al hombre que nos observaba con ojo crítico―. ¿Qué tal estás, Preston? ―No tan bien como tú, hijo. Pero, ¿dónde han quedado tus modales, muchacho? ―preguntó fijando sus ojos marrones en los míos―. Tienes aquí a la mujer más bonita que he visto en mucho tiempo y ni siquiera te dignas a presentármela. Querida señorita Sommers, permítame que me presente yo mismo. Soy Robert Preston, esposo de Alexa y padrastro de este despojo humano con el que, si no me equivoco, se va usted a casar ―Me cogió la mano y con una reverencia algo pasada de moda, me besó los dedos. ―Encantada de conocerle, señor ―dije nerviosa pero divertida―. Tiene usted una casa impresionante. ―Gracias, querida. Pero no me llames señor. Puedes llamarme Robert, o Preston, como tú quieras. ―¿Y dónde está la joya de la casa? ―preguntó Jack refiriéndose a su madre. Le miré con ojos de advertencia y Preston soltó una carcajada. Luego me cogió amablemente del brazo y, encabezando la marcha, andamos hasta un salón donde había dispuesta una mesa para cuatro personas, con el mayor lujo de detalles. ―Tu madre está terminando de arreglarse. Ha tenido una partida de golf esta tarde y se ha retrasado un poco ―nos explicó mientras servía dos copas de champagne y nos entregaba una a cada uno. No la rechacé, sin embargo tampoco bebí. Aguanté la copa en la mano hasta que, unos minutos más tarde, apareció Alexandra envuelta en un aura de sofisticación y perfume. ―¡Querida! ―exclamó con las manos extendidas hacia mí al entrar en el salón―. Estás preciosa con ese conjunto. Me sonrojé un poco y miré a Jack, que asentía con la cabeza, dándole la razón a su madre. El conjunto que yo llevaba lo había escogido él en París. Era un sencillo atuendo de dos piezas, falda negra de cintura alta y blusa blanca entallada, de mangas de fina gasa y cuerpo de raso. Era sencillamente elegante. Alexandra me abrazó con cariño y me dio un beso en la mejilla, como en el restaurante. Luego fue hasta Jack y le dio otro beso tocándole delicadamente el brazo. Preston recibió a Alexandra con los brazos abiertos y ella se acomodó a su lado con un brillo especial en los ojos. ―Cuando queráis podemos sentarnos y servirán la cena ―dijo la madre de Jack indicando la mesa preparada a nuestro lado. ―Y dime, Jackson, ¿qué tal va HP por Nueva York? ―preguntó Preston decidido a romper el hielo. ―Bien, bien, estamos progresando a pasos agigantados. Hemos hecho algunas incorporaciones nuevas al equipo que están atrayendo a los clientes como moscas a la miel ―dijo mirándome fijamente y sonriendo con orgullo. ―¿Alguien conocido? ―preguntó Alexandra tras limpiarse finamente la boca con la servilleta de hilo. ―Pues verás, ahora mismo tenemos con nosotros a la persona más capaz y más creativa que he conocido en mucho tiempo, y, curiosamente, se encuentra sentada en esta misma mesa ―dijo alargando la mano para coger la mía entre los platos. ―Fabuloso. De modo que, no solo le has robado el corazón de piedra a este joven engreído, sino que, además, eres capaz de crear esas fantásticas campañas que hace HP para sus clientes, ¿no? ―me aduló Preston haciendo que me sonrojara de nuevo―. A propósito, Jackson, vi lo de García en el canal internacional. Deberían haber pillado a ese hijo de puta mucho antes ―añadió con la mirada ensombrecida. ―¡Robert! No voy a permitir ese lenguaje en la mesa, por favor ―exclamó su mujer ofendida. Él hizo un gesto de disculpas y ella sonrió alegremente. ―Pues sí, al menos ya está entre rejas. Nos ha estado dando algunos problemas por mediación de sus socios, pero creo que lo tenemos controlado. La conversación fue fluida y amena durante toda la cena. Alexandra no soportaba que en la mesa se hablara ni de política ni de violencia, por lo que la mayor parte del tiempo estuvimos conversando sobre publicidad, seguridad y moda. Jack se relajó un poco después de la primera media hora, y cuando la cena finalizó daba la impresión que nunca se hubiera alejado de su madre. Pero la calma no duró mucho. ―Y dime, querido, ¿cómo le va a la buena de Maddy? ―La expresión de Jack se tornó dura y tensa. Apretó las manos en dos puños y cogió aire lentamente. ―Alexa, habíamos quedado que no hablaríamos de eso ―la reprendió Preston. ―Pero es lógico. También me intereso por mi querida hermana. ¿Tú tienes hermanos, Cristina? ―No, soy hija única ―contesté. ―Yo hubiera querido ser hija única, me habría evitado muchos problemas en la vida ―dijo suspirando teatralmente. ―¡Mamá! Creo que no es momento para esta charla. ―Claro que no, nunca es el momento. ―Está bien, cielo. Vamos a pasar al salón para el café. La actitud de Alexandra cambió tras aquel momento tenso en la cena. A partir de ahí se empezó a mostrar más ausente, y menos alegre y participativa. Jack y Preston hablaron sobre la nueva sucursal de HP en Londres, cosa que el anfitrión aplaudió, pues él podría hacer uso de los servicios de la empresa en la suya propia. Alexandra y yo conversamos sobre la boda, los preparativos, mi vestido de novia y del sinfín de detalles que envuelven a este tipo de celebraciones. ―Será una boda preciosa, querida. Estoy segura de que lo pasareis en grande ―dijo. Los hombres se unieron a nuestra conversación justo cuando el mayordomo entraba en la estancia y dejaba una bandeja encima de la mesa del café. ―Preston y yo estuvimos hablando anoche y creemos justo que os hagamos un regalo. Como imaginamos que, dada la proximidad de la fecha, ya lo tendréis todo más o menos visto, queremos regalaros algo que recordéis con cariño. ―Alexandra cogió una de las dos cajas que había en la bandeja y la puso en mis manos―. Lo que hay dentro perteneció a mi madre, y a su madre antes que a ella. Es lo que podemos llamar una joya familiar que ha resistido estoica a los malos tiempos, siempre a salvo en las manos femeninas de una de nosotras. Tiene un significado muy valioso para las mujeres de mi familia y espero que ahora, contigo, lo siga teniendo. Esperamos que te guste, cariño. Con manos temblorosas, quité la cinta negra de terciopelo que aseguraba la apertura y levanté la tapa lentamente. Al instante, miles de destellos salieron disparados en todas direcciones. Un millón de diamantes engarzados en una magnifica gargantilla tomaron la luz de las lámparas del salón y la convirtieron en lanzas luminosas que atravesaban mis ojos. Cogí la fina gargantilla en mis manos y la observé de cerca. Miré a Jack, cuya expresión había quedado congelada cuando su madre habló de la herencia familiar que ahora me pertenecía. Luego me acerqué a Alexandra y a Preston y los abracé con cariño a ambos. ―Es un gran detalle por tu parte, madre. Pensaba que ese collar lo habían robado después de tu última mudanza ―dijo Jack admirando con fingida dureza la joya en mis manos. ―Algún día aprenderás, Jackson, que las cosas no siempre son lo que parecen. No siempre lo bueno es bueno, ni lo malo es tan malo. ―Muchísimas gracias, Alexandra. Es una gargantilla preciosa y te prometo que la cuidaré como si hubiera sido de mi propia familia. Seguidamente, Preston cogió la caja que quedaba en la bandeja y se la dio a Jack. ―Déjame adivinar, Preston… ¿una gargantilla, herencia de tu familia? ―preguntó Jack bromeando. Aquel gesto hizo que desapareciera, en parte, la tensión que había en el ambiente. ―Oh, no, mi familia no guardaba tales tesoros. En este caso, tendrás que conformarte con algo completamente nuevo. ¿Quién sabe? Igual se convierte en la joya que tú pasarás a tus hijos y estos a los suyos, ¿no te parece? Jack abrió la caja y un imponente reloj de oro macizo con incrustaciones de diamantes en la esfera apareció ante nuestros ojos. Era una elegante pieza de un valor incalculable. ―Lleva una inscripción en la parte de detrás ―dijo Alexandra. ―”No dejes pasar el tiempo para olvidar, aprovéchalo para crear los recuerdos que no olvidarás nunca. R&A” ―leyó Jack en voz baja. Cuando levantó la cabeza había un brillo especial en sus ojos, uno que no había visto jamás―. Muchas gracias. Es un buen consejo. ―Son unos regalos maravillosos ―dije emocionada, cogiendo a Jack de la mano para sentirme un poco más cerca de él. Hubiera pagado por saber qué pasaba por su mente en esos momentos. Miré con amor aquellos preciosos ojos azules y vi un gesto interrogante en su mirada. Sabía qué me estaba preguntando. Esa misma noche habíamos estado discutiendo en el coche sobre la posibilidad de invitar a su madre y a Preston a la boda. Yo insistía en hacerlo, pero él no lo tenía tan claro. Después de haber compartido con ellos la cena, parecía estar más de acuerdo con mi opinión. Asentí solo una vez con la cabeza y luego esperé a que él hiciera los honores, formalizando así la debida invitación.
―¡Esto se merece un brindis! ―exclamó alegre Preston, haciendo entrar con sus palabras al mayordomo con otra bandeja. Sirvieron cuatro copas pero yo no cogí la mía. Alexandra, que para aquellas cosas tenía un sexto sentido, bebió un sorbo de su champagne y me miró fijamente alzando una ceja como solía hacer Madeleine. ―¿Querida? ¿Hay algo que queráis contarnos?―dijo sonriendo, y haciendo que me sonrojase hasta la raíz del cabello. Agarré con fuerza el brazo de Jack y me pegué a él con una sonrisa en los labios. ―Bueno... ―dudé. Él asintió― Quizás aún es un poco pronto pero, si todo va bien, dentro de ocho meses seremos padres. Una explosión de sincera felicidad invadió el salón. Alexandra me abrazó con lágrimas en los ojos mientras Preston daba a Jack palmadas de felicitación en la espalda. Fue muy emocionante ver como aquella mujer abrazaba a su hijo con intensidad, pese a que la postura de él era envarada y de una rigidez extrema. Si no fuera porque la expresión de sus ojos era cálida y brillante, habría pensado que Jackson Heartstone no tenía un corazón de piedra, sino de hielo. Era ya tarde cuando regresamos al hotel. Alexandra y Preston habían insistido en que volviéramos a comer al día siguiente antes de marcharnos y, aunque a Jack no le hizo mucha gracia, yo acepté su invitación por los dos. Por la tarde tendríamos que hacer las maletas pues habíamos decidido adelantar nuestro vuelo de regreso a Nueva York, que salía a la mañana siguiente temprano. Cuando ya estábamos metidos en la cama, abrazados, le pregunté por la relación entre su madre y su tía. ―Es bastante complicado. Mi madre es la mayor de las dos. Ella se casó muy joven con mi padre mientras mi tía se quedaba a cuidar a mi abuela enferma y mi abuelo borracho. Mi madre se desentendió de ellos para vivir una vida de lujos, pero no tuvo suficiente y durante algún tiempo mantuvo una relación con otro hombre. ―¿Preston? ―pregunté intrigada. Jack asintió. ―En ese tiempo, mis abuelos fallecieron y Madeleine fue amparada por mi padre en la empresa. Hay una parte de la historia que desconozco porque cada versión dice una cosa distinta, pero, el resumen es que cuando mi madre quedó embarazada de mí, mi tía y ella se vinieron a Europa donde yo nací. Luego vino Samuel y, después de muchos años de distanciamiento con mi padre, decidió abandonarlo, aunque no formalmente. Mi madre se desentendió de nosotros para estar con su amante y, cuando mi padre murió, ella se marchó y Madeleine se quedó. Luego Samuel murió y desde su funeral que no la había vuelto a ver hasta ayer. ―¡Caray! Vaya historia ―dije alucinada. Le di un beso en el pecho y le abracé más fuerte―. No parece una mala mujer. Independientemente de los errores que cometiera en el pasado, te quiere, y seguro que a Samuel también lo quería. Sé que puede resultar duro perdonar algunas cosas en la vida, pero tú, esta noche, has dado un paso muy importante, y, por si te sirve de algo, yo me siento muy orgullosa de ti, mi amor. ―Esa frase, la que han grabado en el reloj... Yo le dije a Alexandra en una ocasión que no perdería el tiempo pensando en ella, que lo emplearía en crear recuerdos que me hicieran olvidar todo el daño que me había hecho. Le dije que ella nunca volvería a estar en mi memoria. Pero, ya ves que me equivoqué. En ese momento me vino a la cabeza una preciosa frase del poeta francés Jean de la Fontaine: “a menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo”.

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Algo Contigo
RomansaA Cristina Sommers y a Jackson Heartstone no los une el destino aquella primera noche, sino el don sobrenatural de ella: algunos extractos de sus sueños tienden a convertirse en la más cruda realidad. El mundo de la publicidad es su bien común, sin...