Lina mejoraba notablemente cada día. Por las mañanas, después de mi carrera matutina, pasaba por su casa para charlar un rato con ella. Estaba acabando el mes de marzo, los colores de la primavera impregnaban cada parque y jardín. La nieve se había derretido hacía tiempo, convirtiendo aquel invierno en el menos frío desde que podía recordar. No tardarían en darle el alta definitiva. Disfrutaríamos de un verano en condiciones siempre que siguiera los consejos de los médicos, cosa harto difícil en ella. ―Si no te relajas nunca te dejarán salir a la calle ―dije ofreciéndole un poco del bollo con crema que me estaba comiendo tan a gusto. ―Y tú, si no dejas de comer esas porquerías te vas a poner como una vaca. ¿Te has visto las tetas últimamente? ―replicó haciendo amago de tocarme un pecho―. Estás diferente. Tienes un algo raro. ¿Estás bien? ―Estoy feliz ¿Tan raro es? Me siento bien, la vida es maravillosa, Jack es maravilloso, mi trabajo es… ―Maravilloso, sí ―me interrumpió con una mueca burlona, como si fuera a vomitar― Pareces un anuncio de compresas, Cristina. Lo que me recuerda que me tiene que bajar la regla ¡mierda! De repente, el último trozo de bollo con crema se me quedó parado a medio camino de la boca. ¿La regla? ¿Desde cuándo no me bajaba la regla? “Oh, Dios, oh, Dios, no, no, no, por favor”, pensé a punto de desmayarme. ―¿Qué pasa? ―preguntó Lina inmediatamente― Estás blanca como la pared. Siéntate, por favor. “La última vez que tuve el periodo fue…¡¡antes del viaje a Cuba!!”, me dije desesperada. Tiré el bollo a la papelera y salí de la habitación en dirección a la farmacia que había dos esquinas más abajo del edificio. Media hora después, en la habitación de Lina, un problema más se sumaba a mi lista. Estaba embarazada. ―¿Cómo has podido descuidarte? ―me reprendió mi amiga sin ánimo de ofender. Bastante preocupada estaba yo y ella lo sabía―. Creí que tomabas la píldora hace tiempo ―Se sentó frente a mí en una silla y me cogió las manos que me temblaban tanto que era incapaz de sacar un pañuelo de papel del bolsillo. ―Bueno, es posible que me haya saltado alguna… ―¡Cristina! ―¡¿Qué?! Entraron a robar en la habitación de mi hotel, te intentaron matar, fueron situaciones bastante extremas, Lina. ¡Me olvidé! ―dije desesperada, intentando averiguar cuándo había pasado exactamente. ―¿Y qué vas a hacer? ―No lo sé ―suspiré resignada―, ni siquiera sé de cuánto estoy. ―¿Y eso importa? Pensé detenidamente la pregunta y, lo más importante, la respuesta. Siempre había soñado con tener un bebé, y si encima era del hombre del que estaba locamente enamorada, mejor. Pero a Jack no le haría ninguna gracia. No había sitio en su vida para un bebé, “casi no hay sitio para mí”, me recordé. La cuestión era si, a pesar de desearlo y de haber estado embarazada ya en dos ocasiones, estaba preparada para asumir esa responsabilidad de por vida. Mi trabajo, el que me gustaba de verdad, era demasiado absorbente y el de Jack… ¡Uff! Las lágrimas se me agolparon en los ojos y cayeron sin remedio. ―¿Y él? ―Él no quiere una familia. Le gusta su vida tal y como está. ―Eso no lo sabes, Cris. Deberías contárselo ―me aconsejó. Pero yo no quise escucharla. Me despedí de Lina, prometiéndole que la mantendría informada sobre mi complicada situación. Volví a mi apartamento, me duché, y tras un breve asalto a las sobras que quedaban en la nevera, me fui a la oficina. El coro de rubias me dio los buenos días, Reinaldo me abordó enseguida para tratar una duda sobre una cuenta, Mellers necesitaba que le echara un vistazo a unos papeles que le recogí con la promesa de decirle algo pronto, Madeleine me pasó una pila de carpetas para revisar, y Gillian, que pasaba por allí, me dio algunos recados urgentes. Y todo eso en la misma entrada de las oficinas. Haciendo malabarismos con todo el papeleo y un té que, amablemente, me había traído Gillian mientras hablaba con Maddy, me dispuse a llegar a mi despacho. Pero al pasar por la puerta de Jack su voz me detuvo en seco. ―¡Cristina! ―grito con evidente mal humor. “Pfff, lo que me faltaba”. Asomé la cabeza por la puerta pero no lo vi. Entré un poco más, despacio, temerosa en parte por el motivo de su cabreo, y al instante un par de fuertes manos me cogieron de un brazo y tiraron de mí hacia un lado del enorme despacho. Algunas hojas cayeron al suelo y el té se desparramó en la entrada, pero ya nada importaba salvo estar en los brazos de aquel hombre y sentir sus labios suaves y perfectos sobre los míos. ―Buenos días ―dije a escasos milímetros de su boca. ―Buenos días, preciosa ―respondió sin dejar de manosearme. Me levantó la blusa y me besó un pezón por encima del sujetador de encaje blanco. Siempre conseguía que se me olvidaran todas mis preocupaciones. Aquella mañana cuando regresé a casa después de visitar a Lina me había mirado en el espejo unas cien veces para ver si se notaba algún cambio en mi cuerpo. Los pechos y las caderas parecían más grandes, pero ni rastro de curvas en el vientre. Jack continuó su minuciosa exploración de mi cuerpo bajando por mi espalda con pequeños y suaves mordiscos. La piel se me erizó y comencé a sentir una excitación ya conocida. Resopló cuando llegó a la barrera del encaje de mis braguitas y sin demora las bajó y me las quitó hábilmente. No le gustaba encontrar impedimentos cuando se proponía alguna tarea importante. ―Te eché de menos anoche ―le dije con el aliento entrecortado al sentir uno de sus dedos tocar la suave carne de mi interior. ―Yo también, créeme, pero tengo intención de recuperar ahora mismo el tiempo perdido ―dijo metiendo un segundo dedo en mi interior e iniciando un ritmo cadencioso y exquisito que me hizo moverme para buscar más―. Estás tan mojada ya… ummmm, me vuelves loco. Se arrodilló delante de mí y continuó con su exploración mientras daba suaves besos como plumas en mi monte de Venus. Su lengua rozó con un breve toque mi clítoris y creí estallar en mil pedazos. Me apoyé en la pared cuando las piernas empezaron a flaquearme y le cogí la cabeza para que presionara con más fuerza, para que fuera más rápido, para que me diera cuanto antes la droga que necesitaba. Era increíble lo exigente que me había vuelto con el sexo y lo rápido que últimamente llegaba al orgasmo. Grité su nombre cuando alcancé el pico más alto de mi placer y no cesó en su cometido hasta que me quedé laxa y sin fuerzas para mantenerme en pie. Entonces me cogió en brazos y me llevó delante de su enorme mesa llena papeles. ―Siempre he deseado hacer esto ―dijo apoyando mis manos en la mesa, situándose detrás de mí y abriéndose el pantalón―. Haces que quiera follarte a todas horas, hasta cuando estoy en una reunión y te oigo hablar, o huelo tu perfume, se me pone dura. A veces creo que sería capaz de sacarte de esos lugares y follarte hasta caer muertos los dos. O hacerlo mientras nos miran los demás. ―Gemí una y otra vez mientras me hablaba en susurros al oído. Me encantaba cuando me decía esas cosas, me volvían loca sus palabras y me excitaban hasta el punto de correrme. Embistió fuerte y me penetró de una estocada arrancándome un placentero grito. Una mano encontró mi botón sensible y comenzó a acariciarlo haciendo círculos alrededor y dando algún toque encima. La otra mano me agarraba un pecho y jugaba del mismo modo con mi pezón endurecido. Me pellizcaba ambos puntos sensibles con el índice y el pulgar y me hacía revolverme buscando la liberación una vez más. ―Tranquila, pequeña. Dime qué es lo que quieres ―susurró relajando el ritmo de sus embestidas hasta casi quedarse quieto. Gemí frustrada y lloriqueé pidiendo más, pero él siguió quieto, sus manos suspendidas sobre mi clítoris y mi pezón, su gruesa polla a punto de salir de mí―. Dime lo que quieres o no seguiré, Cristina. ―Por favor, Jack… por favor, sigue. ―No hasta que no me digas lo que deseas ―insistió. ―¡Por favor! Te necesito dentro, Jack. ¡Ahora! Por favor, fóllame, Jack ―grité desesperada. Y así lo hizo. Con embestidas que me dejaban sin respiración me penetró una y otra vez, salvajemente, como yo necesitaba, como él quería. Sus manos se pusieron en movimiento y acariciaron, tocaron y pellizcaron mis partes más sensibles. Y cuando ya creía que no era posible subir más, mi cuerpo alcanzó un punto inimaginable. Grité y sacudí la cabeza una y otra vez, estremecida por las oleadas de placer que el orgasmo me estaba produciendo y sentí el momento en el que Jack se corría dentro de mí, dejando su semilla, inconsciente de que ya llevaba a su hijo dentro. Un terrible sentimiento de culpa me asoló en aquel momento en que recordé que estaba embarazada y me estaba planteando la opción de deshacerme del problema, sin decirle nada, sin darle la opción de decidir juntos sobre nuestro futuro. Él notó que me sucedía algo, pero lo interpretó como una consecuencia de la sesión de sexo que acabábamos de tener en su despacho. Lentamente salió de mí y me abrazó con cariño. Me giró como a una muñeca en sus brazos y me besó con dulzura, con una delicadeza que me produjo ganas de llorar, ganas de contarle lo que realmente le estaba pasando a mi cuerpo. Pero antes de que no hubiera vuelta atrás, me retiré y me bajé la falda. ―Tengo que ponerme a trabajar ―dije sin mirarle a la cara. Sus ojos me estaban repasando de arriba abajo. No soportaría su mirada ardiente o interrogante. ―¿Estás bien? ―preguntó dándose cuenta de que había algo extraño. ―Sí, estoy bien, solo es que estos encuentros así no me parecen una buena idea. La gente empezará a hablar y si ya sospechaban algo, esto se lo confirmará y no quiero que digan que… ―Eh, ¿por eso estás así? ―preguntó acercándose y poniéndose a mi altura para poder mirarme directamente a los ojos―. Cariño, me importa bien poco lo que la gente de mi empresa diga de mí. Y a ti te debería suceder lo mismo ―dijo con suficiencia―. Aquí mando yo, ¿me oyes? Y si yo quiero que vengas todas las mañanas para ver qué tipo de bragas te has puesto, vienes y punto. Ese comentario tan desacertado se ganó una mirada furiosa por mi parte. ―Eres un cerdo ―le espeté soltándome de su agarre. ―Y tú estás más guapa cuando te enfadas que cuando estás triste. Sonrió sexy y se me iluminó la cara. A veces decía esas cosas para provocarme y que me olvidara de mis preocupaciones pero, pese a que lo consiguió una vez más, la preocupación que tenía en mente no se iba a marchar con palabras soeces y sexo desenfrenado. ―Ven a dormir esta noche a mi casa ―dijo antes de que llegara a la puerta del despacho, cargada de nuevo con los papeles que traía. Cuando me vio dudar, añadió―: Por favor. Necesito estar contigo esta noche. Di que sí. Después de nuestras últimas peleas y desavenencias habíamos acordado que cada uno viviría y dormiría en su casa. Jack creía que estaba en peligro, que debía protegerme, pues aún no habían dado con el tipo que quemó la academia de Lina. Ella había hecho una descripción bastante buena del agresor hasta donde recordaba, pero no había sido suficiente y seguían buscando pistas de un hombre que parecía haber desaparecido de la faz de la tierra. A pesar de eso, Jack decía que se sentía mejor si podía controlarme, pero yo no estaba dispuesta a someterme a su continuo acecho y su incansable manía de no dejarme hacer nada de lo que hacía de forma habitual. Después de varias broncas por el mismo tema, y gracias a una sugerencia formal de sus superiores para que mantuviera las distancias conmigo, Jack cedió a mis insistencias y consintió que viviera en mi apartamento. Además, hasta que se solucionara el entuerto en el que estaba metida, era aconsejable que no nos viéramos, salvo en el trabajo. Este punto del acuerdo tampoco fue del agrado de Jack, pero era una exigencia del alto mando que no podía ignorar. Él era un soldado de las Fuerzas Especiales y los vínculos de larga duración con civiles, sin compromisos de por medio, no estaban bien vistos, según me había explicado Scott. Nuestra relación era algo extraño que no tenía ni pies ni cabeza, que no apuntaba a llegar a ningún sitio, pero no podía dejar de verlo. Cuando estaba con Jack mi vida era más fácil, más divertida, más profunda y más excitante. “Y más preocupante”. ―Está bien, iré. Regresé a mi despacho dolorida. Me senté y busqué en mi cartera la tarjeta de la clínica ginecológica a la que había acudido cuando tuve mi primer embarazo. La ginecóloga, una mujer de mediana edad muy agradable, en una de mis primeras visitas después del primer aborto, detectó tejido cicatrizado y me preguntó qué había sucedido. Por aquella época yo era una persona nula, con miedo a todo, así que no le conté la terrible relación que mantenía con mi marido. Pero cuando regresé por el segundo embarazo y posterior aborto, la situación se hizo insostenible y le relaté el infierno que estaba viviendo. Se enfureció conmigo por no tomar cartas en el asunto, por permitir las vejaciones y los maltratos de ese animal, por haber estado aguantando tanto tiempo sin hacer nada. Poco tiempo después sucedió el atropello de Lina y la entrada en prisión de Trevor y volví para contarle que todo había terminado. Se alegró inmensamente y, dada mi juventud, deseó volver a verme con mejores noticias. Pues bien, su deseo se iba a cumplir. *** Después de volver de almorzar, Madeleine me comunicó que Jack había convocado una reunión urgente para las cinco de la tarde. ―¿Quién asistirá? ―pregunté temiéndome otra sesión de sexo desenfrenado que mi cuerpo no podría resistir. Aún seguía dolorida en algunas zonas y tenía el estómago revuelto. ―Mellers, los del gabinete de marketing, algunos del equipo de publicidad, los abogados, tú, yo y él. Al parecer hay un cliente que no está muy satisfecho con algo y ha puesto una demanda a la empresa. ―¿Cómo? ¿Qué cliente? ―exclamé levantándome de la silla a una velocidad tan vertiginosa que me mareé ligeramente. ―No lo sé. No ha querido decirme nada. Empecé a sospechar lo que había podido ocurrir. El mes anterior había tenido que hacer algunos cambios en una cuenta a petición del cliente. No eran cambios acostumbrados en la empresa porque implicaban el uso de publicidad sexista, lo cual estaba muy controlado por la Comisión de Comercio del Senado. Pero Mellers aprobó la campaña, Madeleine también dio su visto bueno y los demás seguimos adelante. A las cinco en punto entré en la sala de juntas donde se respiraba un ambiente tenso y misterioso. Miradas de desconfianza, cuchicheos entre el personal de marketing, mal rollo en general. Jack no había llegado y Madeleine tampoco. Me senté cerca de la puerta. Mi estómago volvía a hacer de las suyas y la pasta que me había tomado a mediodía danzaba dentro de mí, deseando hacer una bonita aparición. Cuando Jack entró, seguido de una cabizbaja e irreconocible Madeleine, el silencio que se impuso en la sala fue solemne. Y es que, a primera vista, la presencia del Director de Heartstone Publicity daba miedo. Pese a ser el hombre más guapo que jamás había visto, su ancha espalda, su altura y sus azules ojos amenazadores podían hacer temblar al más valiente. No tomó asiento en la mesa, ni me miró cuando recorrió a cada uno de los presentes como pasando lista por si faltaba alguien. Él sabía perfectamente que yo estaba allí, pero se negó a mirarme y eso no me produjo una buena sensación. ―Veamos ―dijo con su potente voz y con una tranquilidad fingida que todos conocíamos―, tenemos dos cuestiones que tratar de vital importancia para la empresa. La primera de ellas tiene que ver con la Comisión de Comercio del Senado que se encarga del seguimiento de aquellos expedientes que incurren en sexismo, xenofobia o racismo en la publicidad ―Cerré los ojos y tragué saliva. Me lo temía―. Su cuenta de publicidad, señorita Sommers ―dijo sin mirarme―, está siendo investigada por dicha comisión. Me consta que usted hizo una consulta a nuestro gabinete jurídico para realizar determinados cambios que fueron aprobados por el Director Comercial y la Directora de Cuentas, pero aun así, la comisión la está investigando y probablemente anulen la campaña, lo que nos traerá problemas con el cliente. Puesto que fue el cliente quien solicitó dichos cambios y lo hizo por escrito, estamos cubiertos. Pero no se admitirán más cambios de esta índole que no pasen antes por el comisionado que se encarga de estos temas. Si son profesionales, y espero que lo sean pues por ese motivo trabajan para mí, espero que conozcan al detalle todos y cada uno de los pasos que deben dar a la hora de tratar este tipo de asuntos con los clientes. Ha sido un fallo de este equipo que, de un modo u otro, saldrá caro a HP y no estoy dispuesto a consentirlo más. ¿Ha quedado claro? ―Asentí y en ese momento mi mirada se encontró con la suya. “Oh, Dios, ¿qué le pasa? Está furioso”, pensé frunciendo el ceño. El tema era grave pero no era para tanto. Teníamos problemas de ese estilo cada día y no pasaba nada. Haríamos frente a la multa si llegaba el momento y punto. “Hay algo más”, me dije convencida de que no era de mi embarazo de lo que íbamos a hablar, por suerte. ―Si has terminado, Jack, tengo que hacer… ―No he acabado ―sentenció rotundo fulminando con la mirada a Mellers, que ya se levantaba de la silla―. Siéntate, Drew. Aún hay algo más. Se metió las manos en los bolsillos del pantalón y dio un par de pasos delante de la mesa, como si estuviera pensando cómo comenzar. Su cara no mostraba ninguna emoción, era de piedra, lo que me produjo un escalofrío por la espalda. Se aclaró la garganta un par de veces pero no empezó. Madeleine cerró los ojos y se cogió las manos entrecruzando los dedos. Estaba nerviosa. ¿Qué pasaba? ―El segundo tema a tratar en esta reunión es un poco más grave que el anterior. Es la primera vez que sucede un hecho así en esta empresa desde que mi abuelo la fundó. Y voy a llegar al fondo de la cuestión antes o después, así que agradecería la sinceridad del culpable del problema, porque si tengo que ir tras él, o ella, que lo haré, las consecuencias serán mucho peores. ―¿Podemos saber de qué se trata? ―preguntó Mellers, el único valiente con intenciones de hablar en aquella sala.
―Por supuesto que sí, Drew. Hace tres días nuestros amigos de Faradai Byte, nuestra competencia más directa ―dijo mirándome a mí, pues yo era la única que desconocía la rivalidad entre las dos empresas―, lanzaron al mercado un producto con una muy aceptable campaña de ventas y comunicación. Casualmente, esa campaña era la que se había diseñado desde HP para ese cliente en concreto, pero su Jefe de Marketing anuló la reunión antes incluso de conocer nuestra idea. ―Todos nos quedamos callados mirando a Jack con los ojos bien abiertos, pero aún había más sorpresas―. En la misma línea, hace dos días, Faradai Byte utilizó la idea que HP le había vendido a una conocida marca de refrescos para ilustrar la campaña de otra bebida diferente pero de similares características. Mismo argumento, mismo desarrollo, mismos diseños. Pero lo peor de todo es que ayer se lanzó en prensa y televisión la nueva campaña de Samsonite y adivinad cómo empiezan y acaban sus spots televisivos. Adivinad cómo es la imagen que aparece en los anuncios de prensa. Se me descolgó la mandíbula igual que al resto. Ese mismo fin de semana se pondría en marcha la campaña publicitaria de Roncato, y si Samsonite se nos había adelantado con nuestra idea el desastre sería terrible. ―¿Os hacéis una idea de hasta dónde llega mi cabreo? Roncato ha decido demandar a HP, nos habían pagado mucho dinero por esa campaña, todo estaba preparado para su lanzamiento y con lo sucedido todo se ha ido a la mierda. ¿Alguien puede explicarme cómo ha pasado esto? ¿Cómo es posible que en tres días nos hayan robado tres putas ideas? ―gritó. Uno de los chicos del gabinete de marketing le dijo algo a su compañero, sentado a su lado, y sonrieron. Jack se dirigió enfurecido hacia ellos y agarró a ambos de los cuellos de las camisetas poniéndolos en pie como si fueran monigotes colgando de cuerdas invisibles. ―¿Os parece gracioso perder millones de dólares en tres días? ―les gritó en la cara. Nadie se movió, nadie pensó que aquello podría ser un abuso de poder―. No estoy dispuesto a tolerar ni una sola tontería más ―dijo mirándonos a todos y soltando enfurecido a los dos chicos. Respiró hondo y recompuso su expresión transformándola de nuevo en una máscara de piedra―. Veamos, ¿quién estaba a cargo de esas cuentas? Aunque realizó la pregunta fulminándonos con la mirada a todos, fue Madeleine quien abrió una carpeta y respondió. ―La campaña de XML la llevaba Stephan Maxwell, la de Dr. Pepper, Noa Voucher, y Roncato era de Cristina Sommers ―explicó Maddy tendiendo a Jack los expedientes de las diferentes cuentas. ―Bien, ¿algo que explicar? ―nos preguntó. Los tres publicistas nos miramos pero ninguno abrió la boca. Curiosamente yo había estado metida en las tres campañas. En algún momento esos expedientes habían pasado por mis manos, por lo que conocía lo que se iba a hacer en todo momento. ―El expediente de Dr. Pepper desapareció durante un día y medio cuando estábamos en la fase de creatividad. Los de producción dijeron que Cristina lo tenía, pero ella no sabía nada. Luego resultó que sí lo tenía ella pero lo había olvidado ―dijo Noa Voucher con su vocecita repelente. No me gustó nada la mirada de culpabilidad que me echó cuando acabó su intervención. La mosquita muerta se había quitado el marrón de encima de una forma completamente inocente. ―Fue la época del incendio en la academia de baile de mi amiga Lina, tenía cientos de papeles para revisar pero falté algunos días. Alguien me pidió que le echara un vistazo a la campaña porque parecía que faltaba algo, pero lo olvidé, y cuando me preguntaron no sabía dónde estaba. Ni siquiera llegué a ver el expediente hasta que, cuando regresé, lo vi encima de la mesa. La idea no me pareció mal y se lo devolví a Noa tal cual lo había visto ―Jack me miraba como si no me conociera más que al resto de los presentes en la sala. La única que parecía respirar de alivio tras mi explicación era Madeleine. ―Con XML pasó algo parecido ―dijo Stephan Maxwell, un chico bastante bueno en lo que hacía pero con un afán competitivo que le llevaba a estar enemistado con muchos de los compañeros de la empresa. Lo miré asombrada por su comentario. Él vino a mí pidiendo ayuda porque yo había tenido más experiencia en el campo de la electrónica y sus ideas estaban un poco pasadas de moda―. Me dijo que me ayudaría con la idea y no volví a saber nada del expediente hasta dos semanas después, cuando se lo pedí porque llegaba tarde en los plazos con el cliente. Luego fue cuando se canceló la cuenta porque se iban con Faradai Byte. ―¡Tú me pediste ayuda a mí porque estabas bloqueado! ―exclamé en un tono un poco más alto de lo normal. Me estaba poniendo a la defensiva y eso no era bueno para mi imagen. Respiré intentando aplacar las náuseas que me vinieron de repente―. Tú viniste a mí y me pediste que te ayudara. Te dije que lo intentaría pero que andaba metida en muchas cosas y tendría que sacar tiempo. ¡No daba más de mí! Cuando pude revisé tu idea y le di otra perspectiva. Te dije que estaba bien y que solo le hacía falta un toque innovador. Yo no sabía que se iban a ir a la competencia sin haber escuchado tu propuesta. ―Me dolía terriblemente la cabeza y el estómago cada vez estaba más revuelto, pero me mantuve firme y todo lo serena que podía dadas las circunstancias. ―¿Y qué me dices de Roncato? ―preguntó Jack con la mirada fija en mí. ―He estado trabajando en la idea de Roncato día y noche ―”tú lo sabes mejor que nadie”, pensé, pero no podía decir aquello allí sin hacer pública nuestra relación―. Ese expediente no ha tocado otras manos que las mías en el tiempo que llevo con él. Usted, señor Heartstone, le pidió a Madeleine que me lo diera a mí y yo he sido fiel al cliente y a HP dando lo mejor que tenía para ellos y para usted ―dije con doble intención―. No he hablado con nadie de la cuenta de Roncato salvo con personal de Heartstone Publicity, por lo tanto, no entiendo cómo es posible que mi idea haya podido llegar a manos de otra empresa. ―Y tú, que has tenido contacto con las tres cuentas implicadas, no has sido ¿verdad? ―insinuó maliciosamente.
Contuve el aliento al escuchar las palabras de Jack. ¿De verdad había dado a entender que yo podía haber vendido las ideas? “Tranquilízate, Cristina. No será beneficioso para ti si te levantas y le arrancas la cabeza a este gilipollas”, dijo mi yo interior tratando de serenarme. Él no se pondría de mi parte tan rápidamente, debía ser imparcial, pero el simple hecho de que sugiriera tal cosa era motivo más que suficiente para que me enfadara de verdad. ―La duda ofende, señor. Si de verdad cree que ha sido cosa mía, no lucharé contra usted. Haga lo que crea conveniente. Yo tengo la conciencia bien limpia sabiendo que he dado todo de mí el tiempo que he estado en esta empresa. No sería ésta la primera vez que se pone en duda mi palabra y creo que no lo merezco. ―Me puse en pie con intenciones de salir de allí antes de vomitar en los lustrosos zapatos de Drew Mellers. ―¡Siéntese, Sommers! ―gritó Jack. Me quedé tan estupefacta con su alarido que no fui capaz de moverme. Me senté lentamente sin apartar la mirada de las chispas que despedían sus ojos azules y esperé al golpe de gracia, pero éste no llegó. Jack le dijo algo a Madeleine y luego se volvió hacia los presentes. ―Se va a abrir una investigación sobre lo ocurrido con las tres cuentas. Les sugiero a todos que faciliten el trabajo de los investigadores o más de uno acabará este verano lavando coches en las esquinas de Queens. Pueden marcharse. Todos salieron de allí silenciosamente. Jack hablaba con Madeleine y Mellers y ni se percató de cuando me marché, o eso pensé yo. Eran las siete y media de la tarde cuando salí del edificio. La cabeza me iba a estallar y el estómago me rugía de hambre al mismo tiempo que se revolvía de angustia. Pero a pesar de saber que el mejor sitio para curarme de aquellas molestias era en la bañera de mi casa, con agua caliente hasta el cuello, no tenía ganas de ir. Además, le había prometido a Jack que dormiría en su apartamento, pero después de lo ocurrido aquella tarde era mejor que no nos viéramos en unos días. Necesitaba hablar con alguien de lo sucedido, alguien que me dijera que Jackson Heartstone se había comportado como un capullo, así que casi sin quererlo, me vi delante del bloque de apartamentos de Lina. ―Qué sorpresa. ¿A qué se debe tan grata visita a estas horas? La miré con ojos de corderito y las lágrimas vinieron a mí al instante. Le conté todo lo que había pasado ese día sin detenerme mucho en el encuentro en su despacho. Vomité violentamente en el baño y continué con la narración mucho más tranquila. Pero cuando llegué a la parte de la reunión me puse furiosa y deseé tener delante a aquel malnacido para darle un puñetazo en su preciosa cara. Como invocado por alguna fuerza extraña de la naturaleza, mi móvil comenzó a sonar. En la pantalla aparecía claramente su nombre y cuando lo vi estrellé el aparato contra el colchón de la cama de Lina. ―Habla con él, Cris. A lo mejor solo estaba haciendo un papel delante de la gente. No puede tratarte de forma diferente a como lo haría con cualquier otro de la empresa que estuviera mezclado así en tres marrones de ese tipo. ―¡No quiero hablar con él! ¡Le odio! ―grité tapándome la cara con la almohada. ―Eso no es cierto, y lo sabes. Cristina piensa que estás muy susceptible por las hormonas y toda esa parafernalia del embarazo. No eres objetiva con él ―dijo Lina intentando calmarme. ―Es que no sabes cómo me he sentido delante de la gente de la empresa. Me ha tratado como a una ladrona, me ha puesto en evidencia ayudado por los dos idiotas que yo creía compañeros míos. Vaya ilusa, tonta y ciega que soy ―El móvil volvió a sonar de nuevo pero no me hizo falta saber quién era. No respondí, directamente lo apagué. ―Harás que se preocupe. ―Que le den. ―Cristina… ―Si quiere saber dónde estoy solo tiene que contactar con uno de sus gorilas y ellos se lo dirán. Me siguen a todas partes. Pero aquella vez no había gorilas cuando salí del apartamento de Lina. Miré a derecha e izquierda de la calle pero nada. Era ya tarde y últimamente no estaba acostumbrada a andar sola aunque mi casa estuviera cerca. ―No seas tonta, Cristina ―me dije intentando restarle importancia al tembleque de mis piernas y a la sensación de ser observada desde algún punto de la inmensa avenida. La sirena de una ambulancia comenzó a sonar de forma inesperada justo cuando doblaba la esquina y me encaminaba hacia mi apartamento. Respiré hondo para reponerme del sobresalto y continué la marcha. No iba a pasar nada, seguro que los de seguridad me estaban observando aunque yo no los pudiera ver. A dos manzanas de mi edificio comencé a escuchar pasos detrás de mí que se acercaban cada vez más. No quería mirar, estaba aterrada, y era incapaz de pararme y demostrarme a mí misma que aquella sensación era solo el eco de mis miedos y de los acontecimientos pasados. Aceleré más y más hasta que fui consciente de que estaba corriendo. En cuanto visualicé mi portería sentí tal alivio que creí desfallecer. Apresurada y con manos temblorosas saqué las llaves del bolso y tanteé en la oscuridad la cerradura de la puerta. ―Tengo que decirle a alguien que ponga una puñetera bombilla en esta entrada ―susurré tras varios intentos fallidos de acertar con la llave. De repente, una mano me tapó la boca con violencia y algo se apoyó en mi cuerpo, estampándome contra el cristal del portal y sacando todo el aire de mis pulmones de forma brusca. Eran dos. Grandes, fuertes. Mientras uno me sujetaba, el otro tiró de mi bolso y desparramó su contenido en el suelo. Tras examinar rápidamente mis pertenencias, resopló y le hizo algún tipo de seña al que me tenía contra la puerta. ―¿Dónde está tu portafolios? ―preguntó el tipo con voz rasposa, algo forzada, y un aliento que dejaría fuera de combate a un toro. Presionó más mi cuerpo contra el cristal y clavó algo en mi costado, algo punzante ―. ¡Habla! ―susurró furioso en un intento por mantener la calma y no alzar la voz. El terror impedía que mis palabras salieran de mi boca. No sabía de qué portafolios hablaban, pero lo que estaba claro era que esos dos no eran simples ladrones. Mi cartera con 150 dólares seguía intacta en la acera. Ni la habían mirado. El tipo que me había quitado el bolso se acercó a mí y tomó el lugar del que me sujetaba. Me separó de la puerta agarrándome por el pelo. ―¿Dónde está esa maletita que siempre llevas contigo? ―preguntó acercando su cara a la mía. Su enorme puño cerrado dibujó un arco antes de ir a parar al costado de mi cintura. Dejé salir el aire junto a un gemido y mi cuerpo cedió al dolor. Si no fuera porque seguían manteniéndome contra la puerta, habría caído de rodillas, doblada en dos. ―No sé de qué me habláis ―dije con un hilo de voz. Los faros de un coche iluminaron la calle. Los dos tipos susurraron algo que no alcancé a escuchar y se esfumaron del mismo modo que habían llegado. Mi cuerpo quedó libre de sujeciones y se desplomó de inmediato. Un dolor punzante palpitaba en mi frente y en mi cintura, el aire no me llegaba a los pulmones, mis manos no dejaban de temblar y era incapaz de pensar con claridad. ―¡Eh! ¡Oiga! ¿Se encuentra bien? ―gritó la voz de un hombre desde la acera de enfrente. Lo miré deshecha en llanto y asentí. Me llevé la mano a la frente y palpé con cuidado el pequeño chichón que me estaba saliendo. ―Gracias ―susurré. ―No hay por qué darlas, señora. ¿Qué le ha pasado? ―Había dos hombres. No sé qué querían. Yo… yo no sé qué querían ―me repetí empezando a llorar de nuevo. ―¿Quiere que la lleve a algún sitio? ¿Al hospital, tal vez? ―No, gracias. Yo… vivo aquí mismo. ―¿Quiere que avise a la policía o a alguien en particular? Su teléfono parece que se ha estropeado con el golpe ―dijo ofreciéndomelo amablemente. Hice una mueca al cogerlo y ponerme en pie y me llevé la mano al costado. Me dolía mucho. Pensé en Jack y en lo enfadada que me había sentido aquella tarde tras sus acusaciones indirectas. Pero en aquel momento solo lo necesitaba a él. ―Gracias por su ayuda. Llamaré desde casa ―dije sin fuerzas cogiendo de sus manos el bolso con mis cosas―. Estaré bien en cuanto me tome un analgésico y duerma un rato. Muchas gracias.
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Algo Contigo
RomanceA Cristina Sommers y a Jackson Heartstone no los une el destino aquella primera noche, sino el don sobrenatural de ella: algunos extractos de sus sueños tienden a convertirse en la más cruda realidad. El mundo de la publicidad es su bien común, sin...