Capítulo 26

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―¡Cristina, despierta! Nos hemos dormido, nena. No podemos perder el avión a Londres, tengo una reunión esta tarde a la que no puedo faltar. Me desperté de golpe, sentándome en la cama, desorientada, intentando comprender las palabras de Jack, que daba vueltas por la habitación recogiendo ropa y metiendo cosas en las maletas. ―Bueno, tranquilo. ¿Cuánto tiempo tenemos? ―El avión sale dentro de dos horas y media ―contestó reanudando de nuevo su frenética actividad. ―¡Mierda! ―Me puse de pie de un salto, mareándome ligeramente en el intento. Jack me sujetó por los hombros y me dio un beso rápido en la nariz. ―¿Te encuentras bien? Estás pálida ―preguntó con verdadera preocupación. Y la verdad era que tenía nauseas, lo que me recordó la ínfima posibilidad de volver a estar en estado. Tendría que hacer algo en cuanto llegáramos a Londres. En el poco tiempo que duró el trayecto en avión desde París a Heathrow, Jack estuvo preparando su reunión. De vez en cuando separaba la vista de la pantalla de su portátil y me decía alguna cosa, o me miraba fijamente si decir nada. ―¿De qué va esta reunión tan importante? ―pregunté en una de esas miradas suyas sin palabras. ―Si te lo cuento, tendrás que ser una tumba hasta que yo te diga que ya se puede hablar de ello ¿de acuerdo? ―Asentí intrigada. Jack cerró un poco la pantalla del ordenador y se recostó suspirando plácidamente, como si hubiera estado soportando el peso del mundo sobre sus hombros hasta ese instante. ―Hace algún tiempo que estoy en negociaciones con una empresa de Londres para absorberla y establecer una sucursal de HP en Europa. Sería la primera, y es importante, ya que tenemos muchos clientes en esta parte del mundo. Pero lo que al principio fue fácil y ya estaba casi cerrado, se complicó cuando Faradai Byte entró en la puja. ―Pero ¿cómo se han enterado? ―pregunté sorprendida. ―No es tan extraño, cielo. Recuerda que en la empresa tenemos un topo que está vendiendo algunas de nuestras ideas. ―Entonces, ¿vas a cerrar el acuerdo de fusión? ―pregunté interesada. Era un gran logro para la empresa. ―Exacto, pequeña ―dijo dándome un suave toquecito en la nariz con su dedo índice―. Y luego, usted y yo, señorita Sommers, iremos a celebrarlo como se merece a un caro restaurante, los dos solos, sin teléfonos, sin interrupciones. Sin hablar de trabajo, solo de ti y de mí ¿de acuerdo? Ya es hora de que me cuentes qué estáis planeando Lina y tú para nuestra boda. ―Oh, estoy segura de que te va a encantar. *** Llegamos a Londres más cansados de lo que creíamos. A pesar de mis ganas de conocer la ciudad, tan nueva para mí como las otras dos anteriores, prevalecía el sentimiento de añoranza por volver a nuestra casa. Los hoteles de lujo, los servicios de habitaciones, los caros restaurantes y el desorbitado gasto que todo ello implicaba, estaba muy bien para unos días, pero, teniendo en cuenta que me encontraba realmente agotada y que las posibilidades de estar embarazada iban en aumento, mi deseo por recorrer Londres menguó considerablemente una vez allí. En cuanto estuve segura de que Jack se había marchado a su reunión bajé a la farmacia del hotel. Compré un test de embarazo y regresé a la habitación con tal temblor en las manos que tardé varios minutos en romper el plástico que cubría la caja. Me concentré en no ponerme nerviosa y seguí los pasos que marcaba el prospecto. Luego esperé, esperé, y esperé un poco más. Transcurrido el tiempo marcado, miré el palito y, allí estaba. “Bonito color”, bromeé para mí, feliz pese a todo. Solicité los servicios del médico del hotel para que me tratara la infección de orina que persistía. Me recetó una serie de medicamentos y me prohibió algunas cosas, como las relaciones sexuales con penetración de cualquier tipo. “Es una sacrificio que bien vale la pena”, pensé con una tonta sonrisa en los labios. Estaba deseando contárselo a Jack. *** ―¿Ha ido bien? ―pregunté expectante cuando me llamó al finalizar su reunión. ―Ha ido genial, princesa ―respondió. No podía verlo pero sabía que llevaría puesta su mejor sonrisa y aún estaría algo nervioso. Seguro que se estaba pasando las manos por el pelo―. Estoy deseando estar ahí para celebrarlo contigo, mi amor. ―Si te parece, nos vemos en el bar del hotel ¿quieres? ―Bien. Dame media hora y paso a recogerte. Ponte algo sexy, cielo. Con un precioso vestido de coctel de Chanel, color marfil, y unos adecuados complementos en negro y oro, me presenté en el bar del hotel a la hora acordada. Me senté a esperar en la barra y pedí un zumo de naranja que me sirvieron de inmediato. Jack llegó cinco minutos después. No saludó, ni dijo nada. Se acercó con la mirada brillante y media sonrisa en los labios, me cogió por la cintura con uno de sus brazos y me besó apasionadamente durante tanto tiempo que los demás parroquianos del bar comenzaron a carraspear incómodos. ―Vayamos a la habitación antes de ir a cenar ―dijo de forma sugerente. Solté una risilla tímida al darme cuenta de que había gente escuchando y escondí mi sofoco en su hombro. ―No podemos. Será mejor que vayamos a cenar. Tengo hambre ―dije recatada y sonrojada de pies a cabeza. ―Vengo todo el camino pensando en tu cuerpo acostado en la cama, expuesto solo para mí. No sabes cómo me he puesto cuando te he visto aquí sentada, con las piernas cruzadas y la copa en los labios. Eres la mujer más sexy del mundo y me vas a volver loco ―dijo susurrándome al oído. ―No puedo tener relaciones por unos días ―solté un poco avergonzada. No era fácil frenar el bombeo de un corazón de piedra cuando latía tan fuerte como el suyo―. La infección de orina ha vuelto y he ido al médico esta tarde… ―¿Cómo? ¿Por qué no me has avisado? ¿Qué te ha dicho el médico? Joder, Cristina, cuando te he llamado por teléfono me lo tenías que haber dicho. Hubiera venido volando. ¿Estás bien? ¿Quieres que nos quedemos en la habitación? Puedo pedir que nos suban algo de cenar si no te encuentras bien. No es necesario que salgamos… ―Shhh, calla ―dije poniéndole un dedo en los labios para que dejara de hablar―. Estoy bien. Esta noche tenemos mucho que celebrar, así que, caballero, por favor, ¿sería tan amable de llevarme a comer algo decente en esta ciudad? Me muero de hambre ―Sonreí, y con un dedo le alisé su entrecejo arrugado por la preocupación. Luego me ayudó a bajar despacio del taburete donde estaba sentada y, cogidos de la mano, salimos del hotel. En la puerta del restaurante había una larga cola de gente bien vestida que esperaba mesa, pero nosotros entramos directamente. El maître del restaurante, conocido de Jack, se acercó a saludarlo y nos acompañó hasta nuestra reserva. ―Tengo que ir al servicio. Pídeme un refresco mientras, por favor ―. Le di un beso en los labios antes de marcharme y creí oírlo gemir desesperado. Le guiñé un ojo. Una señora mayor, con aspecto de cuidarse muy bien y de haber pasado un par de veces por el quirófano, entró al mismo tiempo que yo en los servicios. Me sonrió amablemente cuando la dejé pasar primero y me recordó a alguien conocido que no supe identificar. Cuando me lavaba las manos en el tocador, la señora se puso en el lavabo de mi derecha y me sonrió en el espejo. ―Querida, llevas un vestido divino. Es precioso. Es un Chanel, ¿verdad? ―dedujo con verdadera admiración. ―Oh, sí, pero es de hace dos temporadas ―contesté humildemente. ―No importa, querida. Ese vestido hace que el hombre con el que has entrado te coma con los ojos ―se atrevió a decir―. Dime, ¿quién es? ¿Tu marido, quizás? ―Mi prometido. Nos casamos en septiembre ―confesé tontamente. ―Oh, qué alegría. ¡Enhorabuena, querida! ―dijo, y me dio un afectuoso abrazo que me dejó envuelta en una nube de caro perfume. Luego, como si hubiera dicho algo ofensivo, la mujer salió volando del cuarto de baño. Regresé a la mesa pensando cual sería el mejor momento para decirle a Jack que estaba embarazada, que íbamos a ser padres y que no quería quedarme más en Londres. Él hablaba por teléfono cuando me senté, pero antes de que pudiera decirle algo sobre las llamadas y lo que habíamos acordado, colgó y me dedicó una amplia sonrisa. ―Tengo que contarte una cosa ―dije dando un pequeño trago a mi refresco sin apartar la mirada de sus azules ojos. ―Yo también ―dijo él sonriente. ―Vale. Tú primero ―le concedí de inmediato―. ¡Pero espera, no empieces! Me he encontrado a una mujer muy extraña en el baño y ahora mismo viene hacia aquí sonriente ―Jack hizo amago de volverse pero lo detuve antes―. ¡No mires! Pero no me hizo caso y de pronto, su rostro adquirió un aire macilento, su cuerpo se quedó rígido, sus manos se apretaron en dos puños y maldijo en voz baja ante mi mirada estupefacta. La mujer se acercó a nuestra mesa con una sonrisa estática en los labios. ―Vaya, querida. No he podido evitar acercarme a felicitar a tu futuro marido ―dijo mirando a Jack de una forma un tanto especial―. Os he visto entrar y no he podido dejar de pensar “que pareja tan formidable hacen esos dos jóvenes” ―continuó diciendo en tono extraño, siempre mirando a Jack. Él ni siquiera la miraba―. Debe ser precioso que el hijo de una se case con una maravillosa mujer. Es un acontecimiento único en la vida. ―Sí, debe de ser fabuloso ―dije intentando comprender qué estaba sucediendo allí. Jack levantó la cabeza y me miró con una mezcla de rabia y culpa. Soltó parte del aire que había estado conteniendo y me cogió la mano ante mi interrogante mirada. ―Claro que sí. Que agradable eres, querida. Eres la nuera que cualquier madre querría para su retoño… ―¡Ya basta! ―exclamó Jack conteniendo su furia y los dientes apretados. Luego pareció relajarse un poco y terminó de soltar el aire de sus pulmones―. Cristina, te presento a Alexandra Marie Preston Curtis, mi madre.

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