Capítulo 4

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Llamé a Lina cuando entraba por la puerta de mi casa. No había parado de llorar desde que salí de HP y necesitaba hablar con alguien que supiera cómo me sentía realmente. Lina estaba en clase de baile. Le había dejado un recado urgente a uno de sus alumnos y no tardó ni media hora en presentarse en mi casa. Aún llevaba su ropa de trabajo y venía sudada y sin aliento. “La historia se repite” había sido mi mensaje. Cuando le abrí la puerta y me vio la cara, se volvió loca. ―¿Qué ha pasado? ¿Ha sido él? ―preguntó cerrando la puerta. ―No, no, tranquila. Por lo que yo sé, ese aún está entre rejas. ―Lina suspiró aliviada pero pronto volvió a ponerse en guardia. ―Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Tú te has visto? Estás… como antes. ―Cálmate, Lina, por favor. ―¡Que me calme, dice! ―gritó fuera de sí― ¿Cómo quieres que me calme? ¡Mírate! ¡”La historia se repite”, me han dicho! Y casi me vuelvo loca. Esas cuatro palabras son nuestra clave. Y luego vengo y te encuentro como en tus peores tiempos. Estoy… estoy… Cuando vi que estaba a punto de ponerse a llorar, comprendí el miedo que debía haber sentido cuando le dieron mi mensaje. Efectivamente, esas palabras eran una clave de alarma para cuando estuviéramos en peligro. Las dos habíamos vivido una traumática historia, yo por culpa de mi ex marido y ella por mi culpa. Y cuando las aguas volvieron a su cauce decidimos crear esa clave. “La historia se repite”. ―Ha sido un cliente. ―Respiré hondo y rememoré la escena en el despacho como me había enseñado la psicóloga. Luego le conté a Lina lo que había pasado mientras ella me escuchaba silenciosa. Cuando llegué a la parte de Jack abrió mucho los ojos sorprendida por mis palabras. ―¿El del sueño en el bar? ¿Aquel tío buenorro de hace, cuánto…, dos años? ―El mismo, solo que ahora va con traje de Armani y es mi jefe… Bueno, era mi jefe, ya no lo es porque me han despedido, así que… ―¡Pero no te pueden despedir! Tú misma lo has dicho: al final él ha sabido que decías la verdad, ¿no? Sí, lo sabía, pero yo me fui de allí y no me detuvo, no me pidió que me quedara. Ya no sabía si quería trabajar en esa empresa siendo él quien era. Desde que estuve con Jack en aquel hotel no había vuelto a estar con ningún otro hombre. Tampoco había vuelto a soñar. Había salido con Lina varias veces, pero no tenía intención de conocer a nadie más. Estar cerca de Jack de nuevo me producía una ansiedad incomprensible. Algo dentro de mí pedía a gritos sus caricias, sentir sus manos, sus ojos y su aliento cerca de mi cuerpo. Pero yo no era la chica desarmada de entonces, había aprendido una lección de los hombres como mi ex marido, y otra más de los hombres como Jack. Estar cerca de Jack no iba a contribuir a mi bienestar mental. Lina se marchó dos horas después. Tenía una clase que no podía cancelar. Se aseguró de que no me faltaba de nada antes de salir por la puerta: analgésicos, hielo, pañuelos de papel, algo de comer, y agua, mucha agua. Ella misma me acomodó en el sofá y me dio el mando de la tele como si fuera el cetro del rey. Luego me dio unos cuantos besos y un abrazo y se marchó pesarosa de no poder quedarse a hacerme compañía. El murmullo de un programa de televisión junto al cansancio acumulado en mi cuerpo, obró su magia y poco a poco fui cerrando los ojos hasta quedarme completamente dormida. Pero mi mente no descansaba en situaciones de estrés y los malos sueños vinieron a mi encuentro. “Dormía cuando algo me despertó, algo suave y húmedo que se deslizaba por mi cuerpo, como una serpiente. Se sentía tan extrañamente bien que comencé a gemir cuando llegó al valle entre mis piernas. Abrí los ojos y miré. ¡Jack! Jack me daba lo que necesitaba con su lengua, me hacía el amor con su boca. Cerré los ojos y se detuvo. ¡Nooo! Frustrada, busqué, pero no había nadie. Sentí unas manos en el pelo y me relajé. Jack jugaba conmigo. Sabía lo que necesitaba. Pronto las caricias cambiaron a toscas, buscando hacerme daño. Y su voz… ¿Trevor? Lloré y supliqué que me dejara en paz pero continuó manoseándome, apretando, mordiendo. ¡Ya basta! No podía respirar. Apretaba mi cuello más y más. Un rostro diferente, su mirada lasciva. Ya no tenía fuerzas para luchar contra él, Ronald haría conmigo lo que quisiera. Grité, y continué gritando…” ―¡Cristina! ¡Joder! ¡Abre los ojos, maldita sea! ―dijo una voz crispada. Abrí los ojos y me encontré de vuelta en el sofá de mi apartamento. La tele seguía en marcha, ya era de noche y alguien había encendido la luz de la lámpara de pie. De pronto, una cara se materializó delante de mí y creí que seguía soñando. Cerré las manos y comencé a dar puñetazos a diestro y siniestro, gritando. ―¡Ya está! Era una pesadilla, solo una pesadilla ―decía la voz de hombre mientras me abrazaba. El calor de aquel cuerpo empezó a extenderse por mis agarrotados músculos, la presión de aquellos brazos me reconfortó como si fuera un baño caliente, y su olor… era maravilloso, era… ¡Era Jack! ―¿Qué haces aquí? ―pregunté inmediatamente separándome de él. Luego miré a mí alrededor para ver si había alguien más. ―¿Cómo coño has entrado en mi apartamento? ¿Y cómo sabes dónde vivo? ―Tranquilízate, Cristina, por favor. Venía a traerte la orquídea ―. Señaló con la mano la bonita flor en su nueva maceta de cristal. Al parecer no había sufrido muchos daños. Los ojos se me llenaron de lágrimas― La puerta de abajo estaba abierta y cuando llegué aquí, oí gritos que salían de tu apartamento. Tu vecina también los oyó y salió a ver qué pasaba. Me dijo que tenía una llave para emergencias. Yo abrí y ella fue a llamar a la Policía. ―¿A la Policía? ¿Por qué? ―. Me levanté de un salto y fui hacia la puerta. Mi cuerpo no tomó bien ese movimiento tan rápido y me fallaron las piernas, pero no me caí. Jack me cogió de inmediato por la cintura―. ¿Señora Malcom? ¿Enrieta? ―llamé a mi vecina que asomó su pequeña cabecita por el marco de la puerta ―. No hace falta que llame a la Policía. Solo estaba teniendo una pesadilla. Ya sabe. ―¿Otra pesadilla? Querida, deberías ir al médico para que te dé algo, cada vez son más… ―Dejó de hablar de repente y abrió los ojos como platos. Se enderezó y vino hacia mí con un dedo acusador en alto. Apartó a Jack de un empujón y me cogió la cara por la barbilla para ver mejor mi mejilla amoratada―. ¿Has vuelto con él? No se te habrá ocurrido hacerlo, ¿verdad? Eres una jovencita muy fuerte y dura y no necesitas a ese mamarracho para nada ¿me oyes? ―De hecho, la oía toda la escalera. Si no la paraba, iba a tener que explicar muchas cosas que no tenía ganas que Jack supiera. ―No he vuelto con nadie, señora Malcom. No se preocupe. Esto ha sido solo un accidente ―dije llevando del brazo a Enrieta hasta la puerta de su casa. No se quedó muy satisfecha con mi penosa explicación, pero al menos conseguí que cerrara la puerta sin hacer más comentarios. Antes de volverme hacia Jack respiré hondo y enderecé la espalda. ―Veo que no es la primera vez que te pasa esto ―dijo siguiéndome dentro del apartamento y cerrando la puerta. ―Y yo veo que mi orquídea ha quedado muy bien. Gracias. Ahora ya puede marcharse, señor Heartstone ―dije recuperando las formalidades. Necesitaba mantener una distancia con él o acabaría muy mal. ―¿Quién te pegaba antes? ―preguntó algo enfurecido. ―Eso no le importa. Ya no hace nada usted aquí. Márchese. ―Tu campaña de marketing y comunicación para las Tablets BMD se estrenará finalmente en televisión, radio y prensa la semana que viene ―comentó como al descuido mientras miraba una fotografía de mi madre―. Madeleine dice que has hecho un excelente trabajo y están más que satisfechos con el resultado. ―Me importa bien poco la campaña, BMD o sus socios. Por si no se ha dado cuenta hoy no he tenido un buen día y me gustaría que se marchara. ―He hablado con García. No está muy contento con las acciones de su hijo y ha entendido perfectamente que le demande por acoso a una empleada de HP. Ha sido expulsado de la empresa por unanimidad de los socios. Pensé que querrías saberlo. ―No me importa. ―Cristina…―Cuando decía mi nombre de esa forma un pedazo más de los muros que había construido en torno a él, caía sin contención. “Jackson Heartstone no es bueno para tu salud, ni para tu moralidad, ni para tu vida”. ―¡No! Márchese. Fue un error entrar en su empresa a trabajar y ahora el error se ha solucionado. No me debe usted nada. ¡Lárguese! Me miró con unos ojos indescriptibles. Si le había ofendido con mis palabras no lo demostró. Se acercó a mí quedándose a pocos centímetros. Su rostro estaba serio e imperturbable. ―Lo que te ha pasado no es nada que vaya a olvidar tan fácilmente ―dijo con una voz como salida de ultratumba. Su mirada fija me intimidó tanto que me hizo bajar la cabeza―. Tienes diez días. Dentro de diez días te quiero ver sentada en tu despacho ocupándote de la cuenta del ron cubano como si fuera lo único que hay en tu vida ¿me oyes? No quiero escuchar nada más. Tú trabajas para mí y yo protejo lo que es mío. Diez días ¿ha quedado claro? ―. Me miró buscando una reacción, desafiándome con esos ojos azules que podían ver en lo más profundo de mi alma. Le vi levantar la mano lentamente con intención de acariciarme, y cuando estaba a medio camino se paró, cerró el puño con fuerza y lo retiró. No me había tocado, pero sentí un vacío enorme al imaginarme esa caricia. Luego dio media vuelta y se marchó.

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