Capítulo 20

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―Márchate a casa, ya me quedo yo. ―Ni hablar. Quiero estar aquí por si de despierta. Vete a descansar, Lina, voy a necesitarte bien despierta dentro de unas horas. ―De eso nada, Heartstone. No tengo intención de moverme de su lado. ―Creo que hay suficiente confianza como para que me llames Jack ¿no crees? Deja de llamarme por mi apellido. ―Y tú, Jack, deja de decirme lo que tengo que hacer. ―¿Podéis dejar de discutir un momento? ―pregunté casi sin fuerzas. Me había sentido feliz al escuchar a mi lado a las dos personas que más quería en el mundo, pero su constante riña me daba dolor de cabeza. En cuanto abrí la boca ambos se abalanzaron sobre mí para saber cómo me encontraba. ―¿Qué ha pasado? ―pregunte aturdida. Quise enderezarme pero un fuerte dolor me lo impidió. Jack se dio cuenta y me ayudó subiendo la cama un poco para que no tuviera que moverme. Los miré con atención. Los dos tenían grandes ojeras, caras cansadas y llevaban puestas las mismas ropas que cuando los vi por última vez. ―¿Cómo te encuentras? ―preguntó Lina besándome la frente. ―No lo sé, me siento extraña. ¿Por qué estamos aquí? ―me alarmé. Luego recordé lo que había sucedido y miré a Jack con los ojos muy abiertos―. ¿Estás herido? ¿Estás bien? ―Estoy bien, pequeña. ―Iré a avisar al médico ―dijo Lina encaminándose hacia la puerta. Antes de salir, se paró y le habló a Jack―: Tardaré un poco. Contrólate. ―¿Qué pasa? ¿Seguro que estás bien? ―pregunté en cuanto mi amiga abandonó la habitación. “¿Contrólate? ¿Qué sucede?”. ―Estoy bien. ―Hizo una pausa y pasó sus manos por el pelo. Tenía los ojos hinchados como si hubiera estado llorando, y cuando le toqué el brazo, temblaba. Bajó la cabeza y respiró profundo varias veces controlando las emociones que se le agolpaban en el pecho―. ¿Por qué no te quedaste en el despacho como te dije? ―preguntó en voz baja, visiblemente afectado. Enseguida supe de qué me hablaba. ―Quería avisarte. Mi ex marido estaba allí. Pero de repente me vi rodeada de gente que gritaba, cristales que se rompían y balas que volaban por el aire. Yo solo quería llegar hasta donde estabas tú ―me expliqué al borde de las lágrimas. Notaba como aumentaba su enfado conforme salían mis palabras. ―¡Maldita sea, Cristina, te pedí expresamente que te quedaras en el despacho! ¡No tenías que haber salido! ―gritó. Se puso en pie y caminó enfurecido por la habitación como un león enjaulado. ―¿Por qué? ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás tan enfadado? ―¡Te dispararon! Estás viva por poco ―dijo apretándose las sienes y cerrando fuertemente los ojos. Parecía a punto de ponerse a llorar. ―Ehhh, está bien. Ven aquí ―le dije haciendo un hueco en la cama con esfuerzo y dolor. Cuando estuvo echado a mi lado le acaricié la cabeza suavemente. Sus ojos seguían llenos de lágrimas no derramadas―. Estoy bien ¿vale? Ya pasó. Estamos bien, mi amor, deja de preocuparte… ―Cristina ―me interrumpió levantando la cabeza de la almohada y mirándome fijamente a los ojos―, ya no hay bebé. De repente, el dolor del sueño, ese que me aplastaba el pecho y no me dejaba respirar, me llenó por dentro como una ola en la playa, cubriendo hasta la última fibra de mi ser. Ahora todo aquello cobraba sentido. Tras el estallido inicial de llanto, gritos desgarradores y furia, me fui calmando poco a poco entrando en un estado catatónico en el que no me importaba nada de lo que sucedía a mí alrededor. Jack vio en mi cara la batalla que se libraba dentro de mi cabeza. Intentó que mis oscuros pensamientos no se anclaran en mi interior pero no tuvo éxito. Su seguridad y su protección no podían llegar al lugar donde me encontraba hundida en ese momento. El mismo vacío que sentía en mis entrañas se instaló en mis ojos y, aquel día, en aquel momento, creí haber muerto para siempre. Lidiar con mis remordimientos era algo a lo que no estaba acostumbrada. Había cometido un error, uno muy grave, y mi mundo se había hecho añicos en cuanto fui consciente. No solo había perdido a mi hija, también perdería a Jack y, poco a poco, ese pensamiento fue minando la escasa fortaleza que me quedaba, sumiéndome en la más desesperante de las tristezas y haciéndome adoptar una actitud completamente pasiva, casi vegetal. ―Me estás escuchando, lo sé ―dijo Lina una mañana, sentada a mi lado en la cama―. Y creo que no eres justa, ni contigo, ni conmigo, ni con él. No eres la única que ha perdido algo, ¿sabes? No voy a consentir que esta situación dure mucho más. Sabes que cuando me lo propongo no hay quien me frene, así que ve saliendo del lugar ese en el que te has escondido porque ya es hora de que te enfrentes a la vida con lo bueno y con lo malo. Abrí los ojos cuando se marchó y sentí unas terribles náuseas. Apoyándome en los escasos muebles de la habitación llegué hasta allí y encendí la luz. La cara de la mujer que me devolvió la mirada al otro lado del espejo me dejó sin respiración. Aquella no podía ser yo, demacrada, enfermiza, sin vida en los ojos.
Odiaba aquella situación, odiaba tener aquellos malditos sueños. Si no hubiera soñado, si me hubiera quedado dentro del despacho, ahora yo estaría bien, mi hija estaría bien, Jack y Lina estarían bien. Las compuertas que habían estado cerradas los últimos dos días se abrieron y dejaron salir todo el llanto acumulado. Desgarradores gemidos se me concentraban en la garganta pujando por hacerse escuchar. Grité, cerré los puños y pegué fuerte contra la pared. No sentí nada, solo el dolor del pecho asfixiándome. Alguien me recogió del suelo como si fuera un desperdicio y me abrazó con fuerza contra su pecho. Le agarré de la camisa y grité pegada a su hombro, retorciéndome, golpeando, ciega de desesperación, pero él no se inmutó. Sabía que era Jack, su olor era inconfundible para mí, pero eso no bastó para calmarme. Sus palabras susurradas de forma anestésica fueron obrando milagros en mi mente, relajando mis músculos tensos y doloridos. Después de un largo rato, el cansancio me dejó exhausta y dejé de moverme. La cabeza me daba vueltas, sentía los ojos hinchados y un dolor pulsante en la barriga, la garganta irritada, los labios resecos. Me acomodé en el regazo de Jack que, en algún momento, se había sentado en el sillón. Respiré su olor, busqué su calor corporal con mi cuerpo y, finalmente, me quedé dormida. *** ―Sé que estás despierta. ¿Olvidas que me encanta verte dormir y sé cuándo no lo haces? ―dijo Jack suavemente, pasando una mano por mi espalda con la presión justa. Aquel movimiento era delicioso después de haber dormido sobre su regazo durante horas―. Si tienes hambre, hay una bandeja de comida ahí encima que lleva tu nombre. ―Negué con la cabeza. Todavía no me había atrevido a mirarlo a los ojos. Me daba miedo ver odio, reproche o decepción―. Bebe agua, Cris. Ya habrá tiempo para la comida, pero no has bebido nada desde hace horas. ―Cogió una botella de agua con una cañita que había en la mesa auxiliar, a su lado, y me la puso en las manos. El descenso del líquido transparente por mi garganta, lejos de aliviar la sequedad que sentía, me hizo daño. Apreté los ojos para tragar una segunda vez, y me sentí mucho mejor. ―Saldremos de ésta, ¿de acuerdo? ―dijo cogiendo firmemente mi mano y apretándola con la suya. Un repentino sollozo escapó de mis labios. Jack me estrechó contra él y me acunó cariñosamente―. Shhhh, no llores más, por favor. ―Ya no tienes que sentirte responsable de mí ahora que no hay bebé… ―logré decir en susurros antes de sentir cómo la tristeza me cerraba la garganta. ―¡Escúchame! ―dijo firmemente. Agarró con decisión mi cabeza poniendo sus grandes manos en mis mejillas y me forzó a mirarlo―. Mírame, Cristina. ¿Responsable de ti? ¿Crees que como ya no hay bebé ya no te quiero? Has puesto mi vida patas arriba desde aquel maldito momento en que nos conocimos. No he dejado de quererte ni un solo día de mi complicada vida y no voy a dejar de hacerlo por esto. Pero necesito que vuelva la mujer valiente y decidida, cabezota y descarada. Te necesito, y no voy a dejar que te hundas ¿me has oído? ―preguntó buscando mis ojos con los suyos. Luego me abrazó con fuerza, envolviéndome con su cuerpo, arropándome con su calor. Me besó la cabeza con dulzura y suspiró. Al cabo de media hora me separé de él un poco. ―Tengo hambre ―dije tímidamente. Me levantó la cara con una mano y, sin previo aviso, me besó. Fue un beso suave, como una caricia, y dulce como el azúcar. Luego apoyó los labios en mi frente y lo sentí relajarse. ―Hola, mi vida. Bienvenida a casa ―murmuró cansado pero satisfecho. *** ―Es un lugar precioso ¿verdad? ―comenté mirando pasar las casas de nuestro nuevo vecindario. ―Tú eres preciosa, el lugar no está mal ―puntualizó apretándome una mano cariñosamente. Le sonreí y cerré los ojos―. Algún día, dentro de unos años, habrá muchos pequeños Heartstones corriendo por estas calles, y nosotros, viejos y cansados, tendremos que correr detrás de ellos para que no se metan en líos. ―¿Me lo prometes? ―pregunté enjugándome una lágrima y girando la cara para mirarlo a los ojos. ―Por supuesto que te lo prometo. No me cabe la menor duda ―respondió poniendo una gran mano en mi nuca y acercándome a él para darme un suave beso, como queriendo sellar con él la promesa que acababa de hacerme. *** Aquel 12 de junio el cielo lucía de un precioso tono azul. No había rastro de las nubes que habían estado descargando agua los días anteriores mientras me encontraba en el hospital. Daba la impresión de que mi ángel se había esforzado para limpiar de malos elementos el paisaje con motivo de mi llegada a casa. A casa, aquella preciosa mansión era nuestra casa. Nuestro hogar. Después de un detallado recorrido por la vasta extensión de la propiedad empecé a resentirme de la herida en el costado. Jack estaba tan entusiasmado con sus explicaciones que me supo fatal interrumpirlas, pero en cuanto notó que me iba apagando fue él mismo quien puso fin al tour. ―Dejemos el resto de la casa para otro día, estás cansada. Ven, vamos ―dijo abrazándome amorosamente y llevándome con él al interior a través de una cristalera escondida por algunos setos. ―Este lugar es increíble. No acabo de admirar un rincón pensando que es el más bonito que he visto y ya estamos entrando en otro más espectacular aún ―dije emocionada cuando accedimos al dormitorio principal. Me miré en el espejo y me vi triste y decaída. “Demasiadas emociones, respira un poco”, me dije insuflándome algo de ánimo. ―¿Te he dicho lo preciosa que estás hoy? ―preguntó Jack apareciendo tras de mí en el reflejo. ―¿Solo hoy? ―dije sintiéndome falsamente decepcionada. Él sonrió.
―Hoy especialmente ―respondió abrazándome con suavidad―. Esta casa hace que quiera tocarte y besarte a todas horas. El brillo de sus ojos reflejado en el espejo me pareció sobrehumano. Un acaloramiento comenzó en mi vientre y resbaló hacia abajo como cera caliente. Me ruboricé como una colegiala y Jack soltó una carcajada. Me giró en sus brazos y buscó mi boca con desesperación. Sin ningún tipo de pensamiento o vacilación, me dejé llevar cuando la pasión explotó entre nosotros. La lengua de Jack se adentró en mí y la recibí con atrevidas e insistentes caricias que extrajeron un gemido desde lo más profundo de su garganta. Mis brazos le rodearon el cuello, mientras él estrechaba fuertemente mi cintura. La presión me recordó que tenía una herida muy reciente y que los excesos podrían ser peor a la larga. Pero sus maravillosas manos no dejaban de deslizarse lentamente arriba y abajo, acercándome más a él y haciéndome olvidar cualquier dolor, físico o psicológico. Me recosté sobre su cuerpo aplastando mis pechos contra sus músculos pectorales mientras me arrastraba con él hacia la preciosa cama de la habitación y me tumbaba amorosamente sobre las sábanas. Se inclinó sobre mí con lentitud y se apoderó de la pequeña rigidez de mi pezón que se apretaba contra el sujetador y la fina tela de la camiseta que llevaba puesta ese día. Succionó levemente y me tensé, empujándome contra él, ofreciéndole más. Su respiración jadeante, junto con mis desesperados gemidos, llenaron el ambiente, y mis caderas comenzaron a moverse con un ritmo que mostró la creciente necesidad que me embargaba, haciendo que él deslizara la mano por mi torso hasta llegar a mis muslos ligeramente abiertos. Deseaba aquello, lo deseaba a él, pero en aquel momento una punzada de tristeza nubló la pasión que sentía. Jack lo notó, sintió la rigidez momentánea que se hacía más presente e interrumpió su tarea. ―¿Quieres que paremos? ―preguntó buscando mi mirada. Negué con la cabeza, pero las lágrimas ya nublaban mis ojos―. No es necesario que hagamos nada. Es más importante que primero te recuperes. Tenemos mucho tiempo por delante para estas cosas. ―Sus palabras me reconfortaron, pero la presión que sentía mi cuerpo en determinada zona y el bulto que se perfilaba debajo de sus pantalones me animaron a continuar. No dije nada, solo cogí su mano y la posé sobre uno de mis pechos, rogándole con la mirada que me acariciara como lo había estado haciendo unos minutos antes. Sus ojos se anclaron a los míos y tanteó de nuevo mi pezón con el pulgar. Cuando vio que me humedecía los labios con la lengua soltó el aire que había estado conteniendo y me besó de forma erótica y embriagadora. Perdida en el sensual fuego y buscando el orgasmo que rápidamente se formaba en mi interior, me abrí a él. Lentamente me liberó de la camiseta dejando al descubierto la herida tapada que había en el costado de mi vientre. Vi un atisbo de duda en sus ojos y temí que fuera a detenerse de nuevo, pero no lo hizo. Un gemido animal reverberó en mi garganta cuando su mano comenzó una firme y acariciante fricción, que provocó una creciente oleada de calor. Me arqueé contra él, jadeando cuando liberó mi pezón con un punzante pellizco. Una vez más colocó la boca contra mi garganta, utilizando los labios y la lengua de tal manera que me hicieron temblar. Con un movimiento que hizo que mi estómago se tensase y vibrase de necesidad, lamió el sensible hueco bajo mi oído antes de ejercer una suave succión. Mi espalda se arqueó. —Eres deliciosa y la mujer más excitante que jamás he conocido. —El enronquecido tono de su voz envió vibraciones a través de mis terminaciones nerviosas—. Voy a extender estos deliciosos muslos y hundir mi miembro profundamente en tu interior. Directamente aquí. —Jack acentuó sus palabras aumentando la presión entre mis piernas—. Hasta que grites. Su voz, el momento, mi necesidad y la suya me enardecieron con una intensidad insoportable. Con un gemido me corrí; mis caderas se cimbrearon con una serie de movimientos entre lentos y rápidos, que extrajeron cada gramo de placer, gracias al continuo toque de sus magistrales dedos. Toda la tensión que se había acumulado en mi cuerpo durante los días pasados desapareció mientras me recostaba sobre él, descendiendo lentamente del pináculo al que había escalado. Exhalé profundas y estremecidas inspiraciones que, tras unos minutos, volvieron a la normalidad. ―Por ahora es suficiente ―dijo respondiendo a mi mirada interrogante. Él seguía enormemente excitado, notaba el calor que su miembro producía a través de sus pantalones. ―¿No crees que eso debería decidirlo yo también? ―pregunté rozando el bulto de su entrepierna con mis nudillos. Lo vi contener el aire y cerrar los ojos con fuerza. ―No quiero que te sientas presionada, Cristina ―dijo sujetándome las manos y llevándoselas a los labios para besarlas―. Acabas de salir del hospital, hemos sufrido una gran pérdida, no creo que estés preparada para… ―Cállate, Jack ―le corté el discurso. Lentamente me senté a horcajadas sobre él y le acaricié el rostro―. Lo superaré, lo haré. Eres el hombre más maravilloso del mundo, y te quiero, pero déjame tomar mis propias decisiones ―le besé suavemente sacando la punta de mi lengua para lamer sus labios cerrados―. Te necesito ―volví a besarlo, presionando con un dedo sobre su boca para que se animara a chuparlo. Lo hizo, lo succionó con tal énfasis que me provocó un agudo cosquilleo en el interior, empezando a sentir de nuevo la humedad deslizándose por mi sexo―. Me haces sentir tan bien ―gemí largamente restregándome contra su erección y provocándole un primitivo gruñido que escapó de su garganta, feroz y voraz. Bajé mis manos hasta el botón de sus pantalones y se los abrí de un tirón. Luego hice lo propio con los míos, tomando la iniciativa. Cuando hice el amago de separarme de él sus manos me engancharon de la cintura y giramos en la cama hasta que se colocó a horcajadas sobre mí. Gruñí al sentir una punzada de dolor en el costado y Jack detuvo sus movimientos mirándome acusadoramente.
―No debemos ―dijo levantado el peso de su cuerpo. ―No te detengas ―dije al borde de la desesperación. ―No te encuentras bien. ―¿Y de quién es la culpa? ―pregunté levantando una ceja. ―No me refiero a eso, y lo sabes. ―Jack, lo necesito. Te juro que como no cambies esa actitud… ―¿Qué? ¿Qué harás? ―Su enfado era ya considerable. Me quedé pensando las opciones que tenía. Mi grado de excitación había disminuido pero seguía sintiendo el cosquilleo entre las piernas y él continuaba con aquella enorme erección. ―¡Me lo haré yo sola! ―exclamé empezando a bajarme los pantalones y las bragas. Aquello no se lo esperaba. Lo pude comprobar en sus ojos cuando vio que uno de mis dedos hurgaba entre mis rizos púbicos. ―Estás loca ―dijo con su sonrisa cargada de sensuales promesas. Terminó de bajar mis pantalones lentamente por las caderas, incitando con sus dedos la sensible piel de mis piernas. Le arañé la espalda con fuerza mientras me besaba con tanta sensualidad que estuve a punto de correrme solo con el roce constante de su lengua sobre la mía. Nos abrazamos mientras su miembro rozaba mi entrada. Le mordí en el cuello y luego le pasé la lengua por las marcas que mis dientes le hicieron. Y, por fin, se permitió deslizarse hacia dentro con un gruñido salvaje. Sentí algo de dolor, mentiría si dijera lo contrario, pero la sensación de plenitud cuando estuvo completamente empalado fue como estar de regreso en casa después de tanto tiempo. Nos movimos lentamente al principio, buscando con nuestras manos tocar más profundo, uniendo nuestros cuerpos en una cadenciosa melodía de gemidos y entrechocar de carnes. Nos besamos absorbiendo los gritos que producíamos, dando pequeños mordiscos incitadores, saboreando nuestro éxtasis con un continuo batir de lenguas. Y cuando los movimientos se tornaron rápidos inicié un vertiginoso ascenso, grité sin control y me agarré a sus hombros para alcanzar finalmente el orgasmo. —Cris... Se le tensó la mandíbula y se corrió violentamente, derramándose dentro de mí, exhalando todo el aire que retenían sus pulmones. Luego me cogió por la nuca y la cintura, sujetándome firmemente, empujando hacia arriba... una y otra vez... penetrándome con nuevas y enérgicas embestidas. —Oh, Dios mío, Dios mío, Jack —grité tan excitada que el simple roce de su piel contra la mía me provocaba oleadas de extremo placer. —Te amo, mi vida —susurró tiernamente, todavía dentro de mí, mientras nuestros corazones amenazaban con estallar en mil pedazos.

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