El mes de enero había pasado rápidamente entre el trabajo y mi nueva afición por los bailes latinos. Dos noches a la semana, después de las clases de salsa, íbamos a algún bar cerca de la academia con los amigos de Lina. Una de esas noches, Lina comentó que no podría venir a cenar porque tenía una clase particular. No era nada extraño, sucedía en algunas ocasiones, así que el resto del grupo fuimos a comer unos burritos a pocas manzanas de allí. ―¡Cuánto loco anda suelto por el mundo! ―exclamó el joven ayudante de la academia sentándose tras responder a una llamada en su móvil. ―¿Qué pasa? ―preguntó una de las chicas. ―Un tío me llama y dice que las putas también arden, y va y cuelga. Vaya gilipollas ―dijo restándole importancia con un ademán despreocupado. Escuché sus palabras y mi mente se bloqueó. Todo el vello de mi cuerpo se puso de punta y una sensación aterradora comenzó a trepar hasta mi cabeza, como si me sacudiera para hacerme ver el significado real de aquella llamada sin sentido. “Las putas también arden”, recordé, “no puedo respirar, no puedo respirar”. ―¡No! ―grité inmediatamente poniéndome en pie. Di grandes bocanadas de aire llenado los pulmones al máximo. Ese mensaje, sin duda, era para mí―. ¡No, no, no, no, por favor! ―seguí gritando ante la estupefacción de mis compañeros de mesa. Rebusqué en mi bolso hasta encontrar el móvil. Sin batería. “No puedo respirar”. ―¡Que alguien llame a Lina, por favor! ―les dije mientras, con manos temblorosas, buscaba en la cartera la tarjeta del agente Ridley. ―No lo coge, Cris ―dijo el chico tímido, algo asustado―, está en una clase. El teléfono de la academia está desviado a mi móvil. ¿Qué sucede? ―¡No! Llamad a su teléfono. Déjame el móvil ―le pedí arrancándole el aparato con espantosos temblores en las manos. Llamé al agente Ridley para contarle lo que había sucedido. Intentó tranquilizarme, sin éxito, mientras corría hacia la academia de baile. Me pidió que no me quedara sola, que esperara al informe de la patrulla que había enviado, pero no me detuve. Supe qué estaba pasando antes incluso de ver las llamas. El olor a humo, el olor de mi sueño, se hacía más intenso cuanto más corría. El edificio ardía como una gran tea. Los bomberos acababan de llegar y desplegaban sus mangueras por el suelo. Dos ambulancias atendían a los vecinos del inmueble que habían inhalado humo. Había gente por todas partes pero Lina no estaba. Un coche negro derrapó y paró a escasos metros del de los bomberos. El agente Ridley salió de él y corrió directo hacia uno de los agentes de uniforme. Me acerqué desesperada a la baliza y grité su nombre. Se giró al oírme y su cara expresó un monumental cabreo. ―¿Qué coño hace usted aquí? Joder, Cristina, le dije que esperara acompañada ―gritó fuera de sí. Me cogió del brazo y me hizo pasar por debajo de la cinta. Luego llamó a dos agentes de uniforme que contemplaban el espectáculo, embobados, y les pidió que me metieran en un coche patrulla y no me dejaran salir hasta nueva orden―. Heart me va a matar, joder ―susurró a nadie en particular. ―Busca a Lina, por favor, ella está ahí dentro. Ridley, por favor ―le chillé cuando ya se marchaba. Él se volvió ligeramente y asintió con la cabeza antes de continuar. Luego todo pasó muy rápido. Una enorme cristalera en el primer piso explotó y la lluvia de cristales llegó hasta los policías que aguardaban abajo. Era la academia. Alguien gritó algo a los bomberos y empezaron a moverse rápidamente. Una parte del edificio se derrumbó con un estruendo ensordecedor. Más agentes de paisano se reunieron alrededor de un coche donde había alguien dando órdenes. Miraban al edificio expectantes, como a la espera de ver algo surgir entre las llamas. Cerré los ojos y recé. No lo hacía muy a menudo, pero en aquel momento recurrir a fuerzas divinas era lo único que se me ocurría hacer. Volvieron a sonar estallidos de cristales y abrí los ojos justo en el momento en el que un bombero salía de entre las llamas con un cuerpo en los brazos. Unos cuantos compañeros se abalanzaron sobre él con mantas, apagando algunas brasas encendidas en su hombro, pero él continuó hasta llegar a la ambulancia y dejar el cuerpo ennegrecido encima de una camilla que esperaba preparada. Los sanitarios se pusieron manos a la obra de inmediato colocándole una mascarilla, retirando algunos restos negros de algo que se había pegado a la carne. Le pusieron una vía y ataron las correas de la camilla antes de subir a la ambulancia. Yo miraba atentamente cómo atendían a aquella pobre persona cuando algo en su muñeca me llamó la atención. Un destello muy breve, un movimiento en la mano. Eran estrellas plateadas escondidas tras una capa de hollín. Eran las estrellas de la pulsera que yo le había regalado a Lina por Navidad. ―¡Lina! ¡Lina! ―grité aferrada a la pequeña rendija que quedaba abierta en la ventanilla. Intenté abrir la puerta del coche patrulla sin éxito―. ¡Es mi amiga! ¡Por favor! ¡Linaaaa! ¡Quiero ir con ella, por favor! ¡Déjenme ir con ella! El bombero se dio la vuelta y habló algo con el enfermero sin apartar los ojos del coche donde yo estaba encerrada. Luego hizo un gesto restando importancia a su hombro cuando el sanitario quiso mirárselo. Ayudó a cerrar las puertas de la ambulancia y dio una palmada en una de ellas para que se pusieran en marcha. Continué gritando y pataleando como un animal enjaulado, observando cómo se alejaba la ambulancia sin que pudiera hacer nada. El hombre que había rescatado el maltrecho cuerpo de Lina anduvo hasta el coche patrulla recibiendo miradas y palabras de aprobación por su hazaña. Cuando estuvo delante de la ventanilla, dijo algo a los policías que me custodiaban y estos se marcharon. Luego se quitó el casco y abrió la puerta del coche. Debajo de todo aquel hollín negro encontré una conocida mirada azul llena de cólera y de preocupación. ―¡Heart, por aquí te buscan! ―llamó una voz desde uno de los puestos de mando. Yo aún no sabía si estaba soñando, si era una de mis pesadillas o si, en verdad, Jack estaba allí, vestido de bombero, mirándome fijamente, con el rostro descompuesto. ―No te muevas de aquí ¿me has oído? ―dijo amenazante pero con un tinte de compasión. Luego dio media vuelta, se quitó la chaqueta y la tiró a un lado del coche de bomberos―. ¡Ridley! ―bramó dando rienda suelta a su rabia. El agente Ridley llegó corriendo desde el otro lado de la calle donde había estado hablando con más policías. Jack le gritaba abiertamente mientras el pobre chico bajaba la cabeza y murmuraba algunas palabras que no gustaron a Jack. Otro agente tuvo que intervenir cuando Jack agarró a Ridley de la camisa. Un hombre grueso, entrado en años, con evidente responsabilidad entre los policías, cogió a Jack del hombro y éste hizo una mueca de dolor. Se había quemado, yo había visto como otros bomberos le apagaban algunas llamas en ese mismo sitio, pero él había rechazado la ayuda de los enfermeros. Ahora, sin la chaqueta, se veía un trozo de su camiseta pegado a la piel y una enorme mancha rojiza y negra en el lugar en el que faltaba la tela. Después de hablar algunos minutos con aquel hombre gordo, revisar algunos papeles que le enseñaban y hacer algunas llamadas, regresó a mi lado con la misma cara de disgusto y preocupación con la que se había marchado. ―Vamos ―dijo quitándome la manta que alguien, en algún momento, me había puesto sobre los hombros. ―¿Al hospital? ―pregunté aceptando el brazo que me pasaba por la cintura. ―No, a casa ―respondió sin lugar a réplica. Intenté zafarme de él sin éxito. Yo no quería ir a casa. Debía ir al hospital y averiguar cómo estaba Lina. Le rogué y le supliqué pero se mantuvo firme en su decisión. Solo cuando sintió que me derrumbaba, que rompía en un llanto inconsolable y me sumía en la más oscura desesperación, entonces me abrazó con infinita ternura y susurró lo que yo necesitaba escuchar. *** ―¿Quién eres? ―le pregunté una vez en el coche de camino al hospital. Lo miraba una y otra vez intentando entender quién era el hombre que iba sentado al volante de aquel coche. La persona que yo conocía, el Jackson Heartstone cuya imagen vivía mi cabeza y mi corazón, no se correspondía con el tipo que en esos momentos conducía. ―Es complicado, Cristina. No es fácil de entender ―contestó sabiendo que aquel momento llegaría tarde o temprano. ―¿Qué eres? ―Miraba su ennegrecida cara fijamente, buscándolo. ―¿Sabes que es el JSOC1? ―preguntó suspirando. Lo miré con cara de no saberlo y negué lentamente―. ¿Delta Force? ―dijo levantando una ceja. Ahogué un gemido entre las manos al taparme la boca. Lo miré incrédula. Era imposible que se me hubiera pasado algo así de la vida de Jack. No podía apartar mi mirada de él, mi asustada y desconfiada mirada. ―Di algo, por favor. ¿Y qué podía decir yo ante aquella confesión? Los Delta Force eran la élite en la sombra. Parecían civiles normales y corrientes hasta que llegaba el momento de agruparse y resolver algún tipo de entuerto en algún lugar perdido en el mundo. Luchaban contra terroristas, insurgentes, efectuaban rescates de rehenes y cosas por el estilo. ―Las Fuerzas Especiales ―susurré petrificada. ―Sí, las Fuerzas Especiales. ―¿Ridley también? ―pregunté tontamente. Ya sabía que sí. ―Sí, Ridley también. No es un federal. ―Ya ―dije completamente confundida. ―Y Heartstone Publicity, ¿qué es? ¿Una tapadera? ―No, no es una tapadera, es real. Fue de mi abuelo, luego de mi padre, y ahora es mía ―respondió con orgullo. Dejé que el silencio se apoderara del interior del coche para ver si así me concentraba y era capaz de entender algo de lo que había sucedido esa noche. Pero no comprendía nada. Era imposible atar cabos sin todas las piezas. ―Explícame qué está pasando. ―Necesitaría mucho tiempo para contarte lo que sucede, y ahora no dispongo de ese tiempo. Confía en mí ¿vale? ―¡¿Qué confíe en ti?! ―exclamé alterada―. Después de esto mi nivel de confianza en ti está por debajo de cero. No me pidas comprensión, Jack. Hoy no soy nada comprensiva. ¡Debiste contármelo! ―¡No podía, Cristina! ¿Crees que para mí ha sido fácil? ¿Crees que me gusta andar escondiéndome de ti? ― voceó incómodo―. ¿No te has preguntado qué hacía yo esta noche allí? ―preguntó visiblemente agobiado sin esperar mi respuesta―. Me habían dicho que tenías clase y fui a verte, necesitaba verte. Pero allí se había desatado un infierno en pocos segundos y entré a buscarte. ¡Creía que estabas dentro, maldita sea! Pensé que… ¡Oh, Dios, no sé por qué te estoy contando esto! ―dijo desesperado. Habíamos llegado al hospital. Estábamos parados en una plaza de aparcamiento. Jack paró el coche y se aferró tan fuerte al volante que los nudillos se le pusieron blancos. ―¿Qué pensaste? Cuéntamelo. Me miró con los ojos muy abiertos. Llenos de lágrimas. Pasó las manos por el pelo y la cara repetidas veces hasta que logró despejar un poco su mente. Luego apoyó la cabeza sobre el volante, abatido. ―Había alguien que intentó dispararme. La cristalera estalló y una parte se derrumbó, y eso lo hizo huir. Iba a seguirlo cuando vi un cuerpo en el suelo. Pensé que eras tú, Cristina. ―Hizo una pausa. Cerró los ojos con fuerza, apretando los párpados, y dos lágrimas se deslizaron por aquellas ennegrecidas mejillas―. Creí que eras tú, que estabas muerta, y casi me vuelvo loco ―dijo soportando el nudo que le estrangulaba la garganta. Pasé una mano por su espalda sintiendo cómo se estremecía. Luego me acerqué a su hombro sano y lo besé, dejando que mis labios reposaran sobre la ahumada camiseta más tiempo de lo normal. Cerré los ojos y las lágrimas rodaron sin contención. ―Estoy bien, ¿de acuerdo? ―le dije acariciando su pelo, introduciendo mis dedos entre su espeso cabello y tirando suavemente de él para que me mirase a los ojos―Te quiero ―susurré de repente, sorprendiéndolo― No te soporto a veces ―Sonreí de forma fugaz― y te odio por cómo me haces sentir, pero te quiero. No dijo nada. Sentados como estábamos uno al lado del otro dentro de su coche, miró fijamente mis labios y, acto seguido, me besó profundamente hasta que comencé a jadear. *** ―Tiene feas quemaduras en algunas partes del cuerpo, pero eso no es lo peor. Le dieron una paliza, Jack, una de las buenas. Ese cabrón se ensañó con ella. Probablemente ya estaba inconsciente cuando se inició el fuego ―le decía Ridley, que ya estaba allí cuando llegamos nosotros―. Los médicos han dicho que tenía lesiones anteriores de similares características, el hueso maxilar, alguna costilla y algo más. Jack se giró y me lanzó una mirada interrogante. Negué con la cabeza para que no preguntara. “Ahora no”, pensé. ―Lo que más les preocupa es que una costilla le ha perforado el pulmón y la recuperación será lenta. Permanecerá con respiración asistida hasta que comprueben que puede hacerlo por sí misma. En fin ―concluyó Ridley―, esta chica ha pasado lo suyo. La sangre había abandonado mi cara conforme iba escuchando las lesiones de Lina. Me apoyé en la pared de la sala de espera y resbalé hasta el suelo para no caerme allí mismo. Tenía que ser valiente, se lo debía, pero todo aquello estaba minando las pocas fuerzas que me quedaban. ―¿Se recuperará? ¿Qué dicen los médicos? ―preguntó Jack leyéndome el pensamiento. ―Bueno, todos dicen lo mismo. Es pronto para saber cómo evolucionará de las lesiones. Si no despierta, es posible que deba permanecer en la UCI bastante tiempo, pero la doctora que la ha atendido es optimista al respecto. ―¿Puedo verla? ―pregunté con un hilo de voz. ―Lo siento. No dejan pasar a nadie que no sea familiar directo. Estará bien. Hay un policía haciendo guardia en su puerta por si las moscas, y los médicos nos avisarán de cualquier cambio enseguida ―dijo Ridley. ―Pero yo soy la única familia que tiene ―insistí desesperada. ―Habla con el médico, Ridley. Haz que sea posible ―ordenó Jack con firmeza. *** ―Soy una idiota, una idiota ―susurré mientras seguía sentada en el suelo de la sala de espera aguardando el regreso de Ridley―. Se lo tenía que haber contado y no lo hice. Y casi se muere otra vez por mi culpa. ―¿Qué dices? No ha sido culpa tuya. Tú no podías saber lo que sucedería… ―¡Sí podía! ¡Lo soñé! Una y otra vez, noche tras noche, durante días, lo soñé y no se lo conté ―grité enfurecida conmigo misma. ―Eso no significa nada. No ha sido culpa tuya, Cristina. No te tortures así. ―Tú no lo entiendes ―dije abatida. No quería que él supiera lo que pasaba cuando soñaba pero, por otro lado, necesitaba contárselo―. A veces sueño cosas que luego se hacen realidad. ―¿Qué cosas? ―preguntó sentándose a mi lado y cogiendo mi mano entre las suyas. ―Soñé que te ibas la noche que pasamos en Villa María. ―Eso fue solo una coincidencia. Estabas asustada y no querías quedarte sola ―intentó razonar él. ―No, Jack. Hace mucho tiempo que sucede. No es nada preciso, solo fragmentos que cobran sentido en situaciones concretas. ―En aquel punto de mi explicación, la historia había despertado su interés y me miraba con los ojos muy abiertos, no sabía si por lo fascinante de mi declaración o por la incredulidad―. Ya sé que suena como si estuviera loca. Al principio pensaba que eran coincidencias, pero luego, de repente, sucedía, y poco a poco fui siendo consciente de que aquello no era algo aislado. Durante un tiempo dejé de soñar, tenía otras cosas de las que preocuparme, pero luego volvieron los sueños y volvieron las pesadillas. ―¿Me estás diciendo que tienes un don paranormal que te permite anticiparte al futuro? ―Dicho así suena a película de ciencia ficción barata, pero sí, se puede decir que es una especie de don ―dije mirando sus ojos. Había duda en ellos―. No pretendo que lo entiendas, solo quería que lo supieras. Intenté levantarme del suelo para estirarme e ir a ver por qué Ridley tardaba tanto, pero él me lo impidió. ―Scott tardará un poco ―No puedo quedarme aquí sentada. Debo hacer algo ―dije estrujándome las manos. ―¿Qué puedo hacer para distraerte? ―preguntó llamando mi atención. Lo miré intensamente. Para mí era un hombre completamente nuevo, diferente, un extraño. ―No lo sé ―respondí apoyando la cabeza en la pared y cerrando los ojos. Estaba tan cansada…―. Cuéntame cómo entraste en los Delta Force. Jack hizo un rápido recorrido por su vida hasta llegar a la parte interesante. Mencionó a su hermano Samuel con dolor y remordimientos y, finalmente, relató cómo de duras habían sido las pruebas de acceso al cuerpo de élite. Ya estaba más relajada cuando Ridley apareció. ―Heart ―llamó desde la puerta―, puede pasar. Solo dos minutos. No pude reprimir las lágrimas desde el mismo momento en que vi el cuerpo de Lina postrado en aquella cama, rodeada de aparatos y completamente apagada. Lentamente, con miedo a despertarla, le rocé la mejilla y me senté en la butaca a su lado. Lloré y me enfadé con ella irracionalmente por ignorarme. Le conté que Jack la había salvado. Le conté esa historia, la de su otra vida, y también que yo le había hablado de los sueños y le había dicho que lo quería. Lo amaba pese a que era un extraño.

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Algo Contigo
RomanceA Cristina Sommers y a Jackson Heartstone no los une el destino aquella primera noche, sino el don sobrenatural de ella: algunos extractos de sus sueños tienden a convertirse en la más cruda realidad. El mundo de la publicidad es su bien común, sin...