Capítulo 28

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―No es su hijo, es mío. ―¿Es eso cierto? ―Lo es. Por la mañana cuando desperté Jack hablaba por teléfono con el ceño fruncido. No era nada nuevo, así que me serví algo de desayuno y me senté en el sofá de la sala escuchando sus palabras sin disimulo alguno. ―Pensaba que eso lo teníais controlado. Os dije que quería vigilancia en su apartamento y en casa ―decía en tono hosco. Hablaban de mí. ―¿Qué pasa? ―pregunté abriendo mucho los ojos al escuchar sus palabras. ―Espera un momento, Scott. ―Se volvió, me besó en los labios y luego en la frente―. No pasa nada, desayuna tranquila, cariño ―mintió descaradamente. Levanté una ceja interrogante y me crucé de brazos. Jack bufó con desesperación y pasó sus manos por el pelo―. Alguien ha entrado en tu apartamento y lo ha dejado algo revuelto. Creemos que puede ser tu ex marido, pero no lo sabemos con exactitud. ―Pero, ¿no había vuelto a la cárcel? ―. Empezaba a sentirme asfixiada. ―Sí, pero han cambiado algunas cosas ―se excusó. No entendía qué tipo de cosas podían hacer que quedara libre un delincuente como él. Jack me pasó la mano por la cara pero eso no consiguió eliminar la sensación de peligro que sentía a mí alrededor. ―Todo va a salir bien, no te preocupes. ―¡No! No me digas eso ―Le cogí el teléfono de las manos dejándolo con la boca abierta―. ¿Scott? Jack te llamará luego ―le grité, y colgué. Luego cogí aire y me volví amenazante hacia Jack―. Ahora mismo te vas a sentar en ese sillón y vas a empezar a largar qué coño está pasando. ¡Desde el principio! ―grité furiosa. Jack suspiró derrotado y se sentó obediente en el sillón que le había indicado. ―Será mejor que te sientes tú también―sugirió cansado. Esperó a que estuviera cómoda y tragó saliva antes de comenzar―. Hace unos tres años empezamos a ir tras un traficante que se mueve por América Central y Sudamérica. Lo llamamos “el Camaleón” porque desconocemos quién es y cómo es. Está rodeado de gente muy influyente que le suministra el dinero necesario para llevar a cabo sus negocios. En los últimos once meses hemos interceptado suficiente información sobre él como para condenarlo de por vida, una información que ha venido, en parte, proporcionada por uno de sus peones, tu ex marido. El FBI le ofreció un trato que él utilizó para continuar con sus trapicheos e intentar conseguir algo que nuestro hombre había perdido: Un listado de potenciales inversores, empresas y gente poderosa interesada en sacar tajada de los negocios sucios que este tipo lleva a cabo. En el listado también había cuentas bancarias e información privilegiada de cada uno de ellos. Ese listado era algo que nosotros buscábamos y que tú encontraste de casualidad. ―¡¿Yo?! ―Fue una jodida coincidencia que Trevor Collins fuera tu ex marido. Investigamos tu posible relación con el cártel pero estabas limpia. Cuando hicieron el trato con él y lo sacaron de la cárcel, confesó que su socio estaba nervioso porque uno de nuestros publicistas se había llevado la información que queríamos. Cuando descubrió que eras tú pensó que lo tendría más fácil, pero le salió mal. ―¿Por eso vino a la fiesta? ¿Estaba buscando algo allí? ―Sí, algo que no había conseguido encontrar en el hotel de La Habana, ni en tu apartamento, ni en casa de tu amiga Lina… ―Oh, Dios mío… ―murmuré asustada. Luego levanté la cabeza al darme cuenta de que había algo que no cuadraba en aquella historia―. ¡Espera! Trevor estaba en la cárcel cuando fuimos a Cuba. ¿Cómo pudo ser él? ―pregunté confundida. ―Trevor sí, pero ya te he dicho que tenía un socio fuera. ―¿Quién? ―pregunté asustada. Jack dudó. ―El socio de Trevor es otra de las manos negras del Camaleón, pero, al contrario que tu ex marido, éste tío tiene pasta y es influyente, por lo que al FBI le fue más difícil encontrar un motivo para pillarlo. Tú tuviste la mala suerte de topar con él y, bueno, no creo que lo hayas olvidado. ¿Recuerdas a Ronald García? ―¡¿Qué?! ―exclamé levantándome de la silla rápidamente―. ¿Ese hijo de puta violador era el socio de mi ex marido? No me lo puedo creer. Esto tiene que ser una broma ―dije dando vueltas en círculos por la habitación. ―Cuando todo eso pasó, el FBI estaba a nada de pillarlo. Pero luego vino el problema contigo, una novata recién incorporada que tiraba por tierra todos los planes montando un escándalo. Fue una suerte que te fiaras de mí y decidieras hacerme caso cuando te dije que mis abogados se ocuparían de él. ―Pero, no lo entiendo. Yo no tengo nada de ese malnacido ―dije comenzando a sentir un ligero dolor de cabeza. ―Lo tenías, pero no lo sabías. Encontramos los papeles que buscábamos entre las hojas del expediente de BMD Tecnología. En algún momento de tu reunión con Ronald mezclaste los papeles y te llevaste los suyos. ―Oh, Dios mío ―susurré llevándome las manos a la boca. ―Ahora tenemos la lista pero ellos no lo saben. Siguen creyendo que… que la tienes tú y por eso aún envían gente para buscarla. ―Tragó saliva visiblemente afectado por lo que sus palabras significaban. Si cualquiera podía venir a buscar aquellos papeles yo no estaría a salvo nunca. ―¿Y ellos no pueden deciros quién es el Camaleón? Ahora que los tenéis pillados podríais… no sé… ¿torturarlos hasta que canten? ―pregunté recurriendo a la malvada lógica que me venía a la cabeza cuando pensaba en aquellos dos personajes.
―No es tan fácil. Primero, nosotros no torturamos a la gente, Cristina ―dijo tomando en serio mis palabras. Puse los ojos en blanco. “¡Ya lo séeee!”―. Y segundo, Trevor no ha visto nunca al tipo que buscamos. Muy poca gente lo ha visto o sabe quién es, por eso lo llamamos así. Se adapta a los sitios pasando desapercibido, por eso es tan poderoso, podría ser cualquiera. En cuanto a Ronald, se niega a cooperar ―me explicó un poco más tranquilo al ver que ya no estaba tan nerviosa. ―Y con la lista ¿qué vais a hacer? Se supone que son traficantes también ¿no? ―Algunos sí, otros simplemente no saben dónde van a invertir su dinero. Pero, de momento no podemos actuar sobre ellos porque si no, sabrían que la tenemos y el hombre que buscamos desaparecería. ―Entonces ¿solo podéis sentaros a esperar? ¿No se puede hacer nada más? ―Tu ex marido está funcionando de señuelo sin saberlo. Piensa que está libre por el falso trato que ha hecho con el FBI, pero está vigilado y estamos a la espera de que el tipo se ponga en contacto con él. A Ronald, en la cárcel, también lo tenemos vigilado. Está en una celda de aislamiento mientras dure la operación. Pero estas cosas pueden tardar mucho tiempo ―dijo acercándose a mí. ―Tengo tantas dudas y preguntas que no sé por dónde empezar, Jack. ―Pues empieza por el principio, eso siempre funciona Apresurados por el cambio de vuelo que Jack había tenido que hacer debido a los acontecimientos que se habían dado en el caso, fuimos a comer a casa de Alexandra y Preston después de dejar las maletas hechas. Jack volvía a mostrarse frio y desconfiado con su madre, como si hubiera borrado de su mente la experiencia de la noche anterior cuando por fin la abrazó y la besó como debía. Sus contestaciones utilizando monosílabos o sonidos secos, y su falta de tacto a la hora de señalar cosas con las no estaba de acuerdo, hirieron los sentimientos de Alexandra una y otra vez. Estaba preocupado, sí, pero aquello no era excusa para comportarse como un auténtico capullo. ―Actúas como un niñato enfadado con tu madre, otra vez. Y, además, ofendes a Preston ―le espeté disgustada cuando nuestros anfitriones se ausentaron―. Haz el favor de dejar de comportarte como un gilipollas ¿quieres? No hagas que me enfade, Jackson Heartstone. Unos minutos más tarde nos reuníamos con ellos en el jardín de la casa. Estaban sentados en una bonita mesa de forja. Parecían dos personas susurrándose cosas al oído cariñosamente, pero cuando nos acercamos vimos que Alexandra estaba llorando y Preston la consolaba cogiéndola de la mano y hablándole en voz baja. ―Ya estamos aquí ―dije alegremente intentando disimular. Una rabia ciega contra Jack me llenó el pecho cuando vi la cara de tristeza y dolor de su madre. Le apreté la mano con fuerza y le di un pellizco en el brazo como si así pudiera hacerle pagar el malestar de aquella mujer. Jack me miró sorprendido por mis acciones y se pasó la mano por el lugar donde yo le había pellizcado. Lo miré furiosa y luego me dirigí a Preston con amabilidad. ―Preston, creo que hay algo en el piso superior que querías mostrarme ¿verdad? ―pregunté intencionadamente. Robert captó mi indirecta muy rápido y se puso en pie de inmediato. ―Por supuesto, querida. Vamos, te enseñaré las fotos que te dije ayer ―dijo apresurado, cogiéndome del brazo y dejando a Jack y a Alexandra sin opción de seguirnos. Conversamos durante un rato de cosas banales. Fingimos que no pasaba nada y hablamos sobre el bebé, el trabajo, la boda y de un montón de cosas más de las que no nos apetecía hablar. ―No entiendo qué le ha pasado hoy. Ayer estaba dispuesto a mantener con su madre una relación cordial y, de repente… ―dije mirando por la ventana hacia el jardín donde veía a Jack con el rostro pétreo mientras Alexandra le explicaba algo― A Madeleine, sin embargo, la protege tanto que me dan ganas de gritarle. Son tan diferentes… ―¿No te llevas bien con Madeleine? ―preguntó Preston sorprendido. Resoplé. ―Al principio era una buena jefa, pero no teníamos contacto personal. Nadie sabía de nuestra relación hasta que Jack se lo dijo y entonces ella cambió. Y no lo entiendo. Ella es su tía, ¿qué pretende? ―No es una mala persona, pero tiene secretos que la hacen ruin y desgraciada… ―Preston se detuvo y miró por la ventana con una sonrisa―. Ven, mira ―dijo señalando abajo. Jack tenía a su madre abrazada y le pasaba la mano por el pelo mientras ella lloraba desconsoladamente en sus brazos. Tenía los ojos cerrados y su respiración era profunda. Preston sugirió que regresáramos al jardín ahora que parecía que las aguas habían vuelto a su cauce. Pero cuando salí al exterior me di cuenta de que continuaban hablando. ―¿Me perdonarás algún día, hijo? ¿Crees que algún día seré digna de tu confianza? ―preguntó la mujer con la voz y el corazón desgarrados. Jack apartó a su madre unos centímetros para poder mirarla a la cara y la besó en la frente. ―Tenías que habérmelo contado antes. Las cosas entre nosotros habrían sido de otra forma. Eres mi madre ¿no? ―Las cosas habrían sido diferentes ―dijo ella con tristeza. ―Sí, habrían sido diferentes, pero eso no las habría hecho mejores. ―¿Y ahora? ¿Le dirás que lo sabes? ―preguntó Alexandra volviendo a llorar. ―No lo sé. Primero tengo que asimilarlo. Luego decidiré qué hacer ―contestó Jack en tono severo―. Después de tantos años y de lo que he hecho por ella, debería haberme contado la verdad hace mucho tiempo. Es difícil pensar en perdonarla cuando ha tenido la mayor parte de la culpa ―añadió dolido. ―Debes ser igual de comprensivo con ella como lo has sido hoy conmigo, Jackson. Por favor. Cuando estés preparado para hablar con ella, recuerda eso. Jack volvió a abrazar a su madre y una lágrima se escapó de mis ojos al ver tan tierno momento. Preston apareció con una caja de pañuelos y me pasó uno antes de regresar junto a los demás. Después de una comida un tanto extraña, en la que Alexandra se había convertido en una mujer humilde y avergonzada, y Jack había pasado a ser un hombre pensativo y algo triste, nos despedimos de ellos con la promesa de hablar más a menudo y el deseo de vernos pronto, antes de la boda, en Nueva York. Fue especialmente emotivo el abrazo que madre e hijo se dieron, y yo, en plena revolución hormonal, no pude evitar soltar algunas lagrimitas. *** Una vez en el avión, instalados en nuestros cómodos asientos de business class, cogidos de la mano, y a punto de caer rendidos, recordé algo que había olvidado por completo. ―¿Qué ibas a decirme la noche del restaurante? ―Me miró frunciendo el ceño, y luego hizo un gesto de indiferencia con la mano. ―Nada importante. Olvídalo ―respondió. “¡Oh, oh! Alerta, Cristina” ―Dímelo, Jack. Aquella noche estabas impaciente por contármelo ―insistí. ―Ahora ya no tiene importancia. Las cosas han cambiado y… ―Cuéntamelo ―volví a decir impertinente. ―Iba a poner a Madeleine al frente de la nueva sucursal de HP en Londres. Eso dejaba la Dirección de Cuentas en Nueva York vacante. Necesito una persona responsable y de confianza para llevar ese puesto y había pensado en… ti. ―¡Oh! ¡Sí! ¡Me encantaría! ―exclamé entusiasmada de verdad. Comencé a batir palmas llamando la atención de los pasajeros de nuestro alrededor. ―¡Un momento! Ya te he dicho que las cosas han cambiado. No quiero que te estreses, ni que asumas trabajo extra que te impida descansar… ―¡No! ―grité indignada borrando de un plumazo la sonrisa de mi rostro― ¡No, no y no! No me cuentes milongas sobre que no puedo asumir el cargo por mi estado porque me niego a aceptarlo. Sabes que soy capaz, embarazada y con los ojos cerrados. Es injusto que pienses eso y que tomes las decisiones basándote en esa absurda idea. ¡No soy una desvalida! ―Lo sé, Cristina. Pero ahora debo valorar lo que es mejor para ti y para la empresa. Lo pensaré cuando llegue a casa ―dijo intentando apartar con cariño un mechón de pelo de mi frente. Le di un manotazo y me giré en el asiento dándole la espalda. *** Habíamos vuelto hacía menos de un día y ya me veía envuelta en trámites y elecciones que hacer sin ninguna ilusión. Debía contarle a Lina lo de mi nuevo embarazo, pero no encontraba el momento entre tanto parloteo sobre la fiesta de compromiso, la boda y demás cuestiones que faltaban por resolver. Todavía estaba bajo los efectos del jet lag pero eso a Lina no parecía importarle; daba vueltas de un lado a otro de la habitación sin reparar en que seguía metida en la cama, con el pijama puesto y algo ojerosa. ―¿Qué te pasa? ¿Estás bien? ―dijo acercándose y sentándose a mi lado en la cama―. Pareces tan triste… ―Nos hemos peleado. ¡Es un gilipollas injusto y cabezota! ―exploté dando un puñetazo sobre la almohada. Lina rio abiertamente ante mi estallido emocional. ―¿Qué ha pasado? Cuéntamelo, anda. Debí haberme dado cuenta antes. Esta mañana, cuando hablé con Jack no me dijo nada, pero tampoco era la alegría de la huerta. Venga, desembucha. ―Va a mandar a Madeleine a Londres para que se haga cargo de la nueva HP en Europa, y me iba a poner a mí en la Dirección de Cuentas de Nueva York. ―¡Eso es fantástico! ―exclamó dando saltos en la cama. Seguro que se alegraba más de perder de vista a Madeleine que de mi hipotético ascenso. ―¡No! No es fantástico, Lina. Ahora ya no quiere que yo tenga trabajo extra, ni que me estrese, ni que asuma ese tipo de responsabilidad. ―¿Ah, no? ¿Y por qué? ―preguntó recuperando la compostura a mi lado. ―Porque estoy embarazada ―le confesé. Sabía que la noticia la llenaría de felicidad, pero cuando la vi saltar como una loca encima de la cama casi me muero de la risa. Olvidé lo enfadada que estaba con Jack para centrarme en la vitalidad y la alegría que emanaba de Lina. Me abrazó, me besó y se hizo la ofendida durante unos segundos por no habérselo dicho antes. Luego continuó con su particular danza, revolviendo las sábanas con sus pequeños pies de bailarina. ―¡Caramba con el señor H! Vaya puntería. Es maravilloso. ¡Maravilloso! ―No es tan maravilloso ―murmuré refiriéndome a él―. Estoy tan enfadada con él que ni siquiera tengo ganas de verle… ―Pues vas a tener que hacerlo, quieras o no ―dijo la atronadora voz de Jack desde la puerta de la habitación. Llevaba traje negro y camisa blanca con los tres primeros botones desabrochados. Se había aflojado la corbata y la llevaba torcida. Su pelo revuelto y las ojeras marcadas le daban un aspecto desaliñado, muy impropio del siempre perfecto señor Heartstone. Con un gesto seco de su cabeza y una mirada que echaba rayos despachó a Lina, que salió de la habitación en silencio pero con una media sonrisa en los labios. Me recosté de nuevo en mi lado de la cama y le di la espalda intencionadamente. Oí como cerraba la puerta del dormitorio, se desvestía y bajaba las persianas dejando la habitación en penumbra. ¿En qué estaba pensando? Eran las once de la mañana. ―Vamos a dormir ―dijo pasándome una mano por la cintura y apoyando su gran mano sobre mi vientre. Me dio un beso en la cabeza cuando se pegó por detrás a mí, acercándome a su fuerte cuerpo. Me abrazó con solidez y ternura y suspiró relajado cuando mi cuerpo perdió la tensión que lo mantenía alerta. A los pocos minutos, mis preocupaciones y el enfado que me había hecho perder el sueño desaparecieron, y los dos, encajados a la perfección, pudimos tener nuestro merecido descanso.

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