Capítulo 35

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La noche antes de la boda, agobiados por los preparativos que tenían lugar en la casa, Jack me llevó al hotel donde se celebraría el banquete y pidió una habitación. Lejos de lo que yo había pensado en un principio que haríamos allí, me dormí escuchando sus conversaciones de teléfono, que no había parado de sonar desde que pusiéramos un pie en la suite. Ni siquiera escuché cuando se metía en la cama. Sin embargo, a la mañana siguiente, lo primero que vi cuando desperté fueron aquellos maravillosos ojos azul oscuro que me miraban repletos de felicidad, y una inmensa emoción me llenó el pecho al darme cuenta de lo enamorada que estaba y de la suerte que tenía. ―¿Aún aquí? ―pregunté a propósito. ―Siempre estaré aquí. No hay cosa que me guste más que ver como abres los ojos por las mañanas. Estás preciosa ―dijo subiendo su mano por mi muslo desnudo. No recordaba qué había sido del pijama que llevaba puesto. ―Me alegra escuchar eso ―dije complacida y excitada. El rugido de mis tripas rompió la magia del momento. Jack, entretenido como estaba ya debajo de las sábanas, paró en seco y asomó la cabeza con cara de niño triste. ―¿Desayunamos mejor? ―Asentí con una gran sonrisa en los labios y le di un enorme beso antes de apartarlo y salir risueña de la cama. Cogí el albornoz del suelo y me senté delante del teléfono con la carta del servicio de habitaciones. ―¿Qué te apetece desayunar? ―le pregunté recorriendo con el dedo todos y cada uno de los nombres de platos que había escritos en el trozo de cartón perfectamente doblado. ―A ti ―dijo mirándome desde la cama. ―De eso no hay en la carta, de momento. ¿Alguna cosa más? Gruñó insatisfecho y se levantó. ―No sé. Seguro que lo que pidas está bien. Encargué un poco de todo mientras Jack se enjabonaba la cara para afeitarse, como hacía cada mañana. Entré en el cuarto de baño para contemplarlo. Me excitaba ver cómo se pasaba la cuchilla de afeitar por la garganta. ―Ponte algo y deja de provocarme, bruja ―dijo mirando mis pechos a través del espejo. ―No tengo ropa para ponerme ―dije insinuante, frotando mi cuerpo contra el suyo. ―Tranquila. La caballería llegará en una hora con todo lo necesario. ―Se giró con el mentón aún manchado de espuma de afeitar y me besó apasionadamente hasta que ambos jadeamos excitados―. En cuanto llegue mi madre, me sacará de aquí a patadas. Ya sabes las tonterías que dicen de los novios y las novias el día de la boda ―comentó pasando sus grandes manos por mi cintura desnuda. ―¿Que no deben practicar sexo hasta la noche de bodas? ―pregunté acercando mi cuerpo al calor del suyo, envuelto tan solo con una toalla en la cintura. Jack rió de buena gana por mi ocurrencia pero negó con la cabeza. ―Eso también, pero me refería a lo de que el novio no puede ver a la novia con el vestido hasta el momento de casarse. Da mala suerte ―dijo besándome suavemente el cuello y acariciándome las nalgas. Cuando sus manos pasaron sobre mi vientre, las piernas se me abrieron de forma automática y empecé a desear que nada nos interrumpiera. ―Después de la mala suerte que hemos tenido, un poco más no importa, ¿no crees? ―pregunté dándole acceso a mi cuello para que lo besara. Ronroneé cuando lo hizo―. Te deseo ―le susurré, pero un repetido repiqueteo en la puerta de la suite rompió el febril ambiente que se había creado en el cuarto de baño. ―¡Ahhhhhh, joder! ―exclamó desesperado, y me abrazó con fuerza. Solté una carcajada―. Te prometo que esta noche no habrá interrupción alguna que impida que tú y yo… El sonido de la ―Esta noche ―susurré en su oído―. Prometido. *** Desde que era pequeña siempre había soñado con un vestido de novia como el de una princesa de cuento. Recordaba a la Cenicienta con su precioso vestido azul, subiendo en la calabaza convertida en carroza y luciendo maravillosa. Las niñas olvidaban aquellos sueños infantiles cuando se hacían mayores y se emocionaban con las imágenes que los espejos les devolvían el día de su boda. Sin embargo, yo no lo había olvidado, y la primera vez que me vi vestida de novia no me reconocí, no era lo que esperaba ver. Aquel nuevo día, no sabía qué encontraría reflejado cuando finalmente pudiera mirarme en el espejo, pero no me importó. Era feliz, era tremendamente feliz, y princesa o no, atesoraría mi imagen en el espejo el resto de mi vida. La sorpresa llegó cuando mis ojos recorrieron a la mujer que se postraba ante mí, vestida de radiante novia. Era yo, era la cara que veía cuando cerraba los ojos y pensaba en aquella princesa de cuento, la princesa de mis sueños con la que soñaba noche tras noche a tan temprana edad. “Yo soy la mujer de mis sueños”. ―Toda mi infancia creyendo que solo eran los sueños de una niña, y hoy se hace realidad el mayor de ellos, el que llenaba mis noches y deseaba durante día ―me dije en voz alta, ignorando las personas que rondaban a mí alrededor. ―Bueno, no me equivoco si te digo que éste es el que más me gusta de todos los que se han cumplido. Si soñaste este momento cuando eras una niña, creo que ya iba siendo hora de que se hiciera realidad ¿no? ―dijo Lina colocándose a mi lado en el espejo. Asentí todavía sorprendida por aquella revelación. ―¿Estás lista? ―me preguntó suavemente. ―He estado lista desde que lo conocí. *** ―No hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo… ―canturreó Jack en mi oído mientras bailábamos una canción más en medio del resto de invitados―. Muero por quitarte ese vestido que llevas puesto y contemplarte desnuda… ―¿No te ha gustado mi vestido? ―pregunté con fingida indignación. ―Me gusta más lo que hay debajo de tanta tela ―susurró apretando mi cintura entre sus manos y acercando su boca a la mía―. Si por mí fuera, te desnudaría aquí mismo y… ―¡Ya basta, Jackson! Esos comentarios a tu reciente esposa no son muy caballerosos ―lo reprendió Alexandra que había escuchado por casualidad las palabras de su hijo. Jack puso los ojos en blanco y giró conmigo entre sus brazos para alejarse de la mirada de reproche de su madre y de las carcajadas de Preston. Era feliz, realmente feliz. El hombre de mis sueños me tenía agarrada de la cintura mientras con sus dedos hacía círculos en la palma de mi mano. La música nos envolvía en un manto de dicha que se reflejaba en nuestras miradas, en nuestros susurros y en el latir de nuestros corazones. Me sentía flotando entre sus brazos, segura y satisfecha, complacida al ver que después de una vida de sufrimientos había llegado el momento de mi recompensa. Y mi recompensa era él. ―Te amo ―le susurré al oído pegando mi cuerpo sinuosamente al suyo―. Y no hay cosa que desee más ahora mismo que estar a solas contigo. Salgamos de aquí. Jack sonrió abiertamente y me besó con tal pasión y excitación, que la gente se apartó a nuestro alrededor y comenzó a aplaudir y a silbar. Sonaron algunas bromas picantes que nos hicieron reír sin despegar nuestras bocas, sin apartar nuestros ojos. Pero el momento de felicidad se vio truncado por una voz que nos dejó paralizados y faltos de aliento. ―¡Heartstone! ―gritó el hombre que nos apuntaba con una pistola desde un extremo del salón. La gente comenzó a gritar y a dispersarse hasta que solo quedamos nosotros en el centro de la pista de baile. Jack se puso delante de mí, protegiendo mi cuerpo con el suyo y miró fijamente a Trevor, que se acercó lentamente hasta quedar a pocos metros. ―Tienes mucho valor viniendo aquí ―dijo Jack en un tono tan frío que se me helaron las manos.
La sangre no circulaba por mis venas, paralizada, esperando su siguiente paso. ―¡Me has jodido la vida, maldito hijo de puta! Y ahora voy a joderte yo la tuya ―gritó levantando la pistola con una mano temblorosa. Sudaba copiosamente y sus ojos se veían crispados por el odio y la desesperación. ―Baja el arma, Collins. Así no vas a lograr nada ―dijo Jack tranquilo, controlando la situación. ―¡Y una mierda, Heartstone! Acabaste con mi fuente de ingresos y ahora yo acabaré contigo. Ya no tengo nada que perder y mucho que ganar si por fin veo tu cara, y la de esa zorra, agonizando. ―Puedo ofrecerte dinero, si es lo que quieres. Podrás largarte del país, empezar una nueva vida… ―¡Cállate! Todo son mentiras. Un hombre de honor como tú, condecorado, fiel a los Estados Unidos… ¿crees que no sé que me detendrán en cuanto salga de aquí? Claro que lo sé ―dijo pasando una mano por su pelo húmedo de traspiración―. No he venido a por dinero, he venido a saldar una cuenta. ―Levantó la pistola un poco más y apuntó a Jack―. Despídete de tu maridito, cariño. Todo sucedió tan rápido que cuando quise darme cuenta estaba echada en el suelo. Un ruido ensordecedor me impedía escuchar lo que pasaba a mí alrededor y tardé varios segundos en asimilar que el ruido eran mis gritos de terror. Hubo un disparo. Luego otro más. Dos en total. Abrí los ojos, que había mantenido fuertemente apretados, y lo vi caer como a cámara lenta. El impacto le dio en el hombro, el segundo en el mismísimo corazón. Ya no fui capaz de soportar tan grotesco espectáculo, aquello sobrepasaba mis fuerzas y cuando cerré los ojos de nuevo, dejé de escuchar y de sentir. *** ―Ya vuelve en sí ―escuché que decía la voz de Scott. Abrí los ojos lentamente y pestañeé varias veces para aclarar la vista. Lina me miraba con lágrimas en los ojos mientras se llevaba mi mano a los labios. Scott la sujetaba por los hombros. A su lado estaban Alexandra y María, que sonreían con cierto grado de angustia. De pronto recordé lo que había pasado y me incorporé en el sofá donde permanecía acostada. ¿Dónde estaba? ¿Y dónde estaba Jack? La puerta de aquel despacho se abrió en ese momento y mi recién estrenado marido entró como un torbellino pidiendo al resto que salieran de allí sin ninguna delicadeza. Se había quitado la chaqueta y llevaba la corbata aflojada, las mangas de la camisa subidas y su pelo parecía salido de un lavado automático. Y estaba tan sexy… Se arrodilló a mi lado y me abrazó desesperado. Durante largos minutos sus manos recorrieron mi espalda, palmo a palmo, hasta llegar a mi cuello y subir a mi cabeza, tocándome con ímpetu para asegurarse de que todo estaba bien en mí. Sonreí cuando sus ojos preguntaron lo que sus palabras no podían decir por la emoción y le respondí silenciosamente que me encontraba a la perfección ahora que sabía que él también estaba bien. Vi lágrimas en sus ojos, que rodaron sin contención por sus mejillas, y no pude evitar besar sus labios, calientes y sensuales, para que borrara aquella imagen de angustia que estaba apretando el nudo de mi garganta. ―Ejem… ¿Heart? ―llamó una voz desde la puerta. Miré vagamente al intruso que interrumpía el beso más enternecedor de cuantos nos habíamos dado en nuestra vida y, aterrada por segunda vez aquella noche, me encogí en el sofá, llevándome las piernas al pecho, temblando como una hoja. Jack me abrazó y me susurró que estuviera tranquila, que no pasaba nada, pero yo no podía apartar mis despavoridos ojos del hombre que se apoyaba relajado en el marco de la puerta. ―Cielo, déjame que te presente a John R. Evans, agente de la Administración para el Control de Drogas. ―La R es de Reinaldo ―dijo éste un tanto incómodo. Me miró esperando mi reacción. ―¿La DEA? ―pregunté estupefacta, incorporándome. Mi mirada osciló entre ambos hombres. ―Agente encubierto ―dijo Jack con cierto tono cómico―. No lo supe hasta esta mañana. Noté como un estremecedor sentimiento de rabia y violencia me bullía en las venas, calentando mi sangre hasta hacerla hervir. ―Serás... ¡Cabrón! ¡Malnacido! ¡Desgraciado, hijo de puta! ―estallé recordando el trato que me había dado durante mi secuestro. Intenté levantarme batallando con las capas de tela del vestido y apartando las manos de Jack, que pretendía tranquilizarme. Quería estampar mi puño en aquel insolente rostro que me miraba con una sonrisa en los labios―. ¡Me pegaste!
―Lo siento, de verdad ―dijo retrocediendo un par de pasos―. No podía decir nada, no podía poner en peligro todo por lo que había trabajado durante tanto tiempo. Entiéndelo ―se explicó―. Por cierto ―añadió moviéndose la mandíbula de un lado a otro, dolorido―, tu marido ya se ha encargado de recordarme que me pasé de la raya. Mis disculpas, Cristina. Miré a Jack y lo vi sonreír de medio lado, orgulloso de su hazaña. Su mirada era cómica. Sin duda, se reía de él. ―Te dije que no es una gatita mansa, Evans. Tiene garras ―se carcajeó. ―¡Y tú! ¡Has tenido todo el día para decírmelo! ―grité a Jack, dándole un manotazo en el pecho para que borrara esa estúpida sonrisa de la cara―. ¿También sabías lo de Trevor? ―Ayer me dijeron que lo habían localizado y lo estaban siguiendo, pero algo falló. Y esta mañana, cuando he llamado para ver si se sabía algo más, me han contado su historia ―dijo haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Reinaldo―. Hemos tenido una larga charla y ha insistido en que supieras cuál era su relación en el caso. No quería que fuera aquí, pero ahora me alegro. Si no llega a ser por su puntería, quizás no estaríamos tan felices. Miré al hombre que continuaba de pie en la puerta y asentí en agradecimiento. Él había disparado las dos balas que habían acabado con Trevor. De pronto, un recuerdo vino a mi mente. ―Tú dejaste la bolsa y la nota en el cuarto de la casa, ¿verdad? No contestó. Sonrió avergonzado y me guiñó un ojo. Luego levantó la mano a modo de despedida y salió de la habitación, y de nuestras vidas. *** Eran las dos de la madrugada cuando el último policía se marchó del salón. Esperamos hasta que todo estuvo resuelto y, antes de marcharnos, Jack pidió que nos pusieran nuestra canción. Bailamos “Algo Contigo” en la penumbra de un sala vacía, solos, sin más luz que la que despedían nuestros ojos cuando se miraban con deseo. Giré en sus brazos y suspiré en cuanto noté sus labios en el hueco del cuello. Un suave y húmedo beso tras otro aflojó mis piernas, y estos hicieron que me recostara en él y echara la cabeza hacia atrás. ―Vámonos a casa ―dijo pasando las manos por mi cintura hasta el vientre―. Esta noche no quiero que pienses en otra cosa que no sea el placer que voy a darte. No dejamos de besarnos durante el tiempo que estuvimos en el coche, camino a nuestro hogar. Jack gruñó frustrado un par de veces cuando, con sus manos, intentó acceder de manera ansiosa al vértice entre mis piernas. Las capas de tela se lo impedían una y otra vez, convirtiendo sus movimientos en desesperados intentos de asaltar mi cuerpo a toda costa. Una vez en casa, eliminar las barreras que separaban nuestras pieles no fue ningún problema. El vestido cayó a mis pies formando un charco de seda marfil y dejando al descubierto el sensual conjunto de lencería blanco que me había puesto para la ocasión. ―¿Piensas quedarte ahí toda la noche? ―le pregunté mirándolo por encima del hombro cuando me dirigía hacía el jacuzzi del jardín moviendo las caderas provocativamente. Tenía la mandíbula desencajada. ―Si llego a saber qué escondías debajo de ese vestido, hace horas que estaríamos disfrutando el uno del otro. Viéndote así, mi cabeza no deja de imaginar lo que desea hacer con tu cuerpo esta noche. ―Lo sé ―dije sensualmente, contoneándome―. ¿No crees que ha valido la pena esperar? Este es tu regalo de cumpleaños, mi amor. Espero que te guste. ―Mi cumpleaños ―dijo mirándome fijamente. Sonrió de una forma tan sensual que no pude evitar jadear―. Me encantan los regalos de cumpleaños. Cuando sus manos entraron en contacto con mi piel, ya no hubo nada ocupando nuestras mentes que no fuera sentirnos el uno al otro, como habíamos deseado hacer desde la noche anterior. Sus dedos recorrieron cada centímetro de mi cuerpo, provocando que mi vello corporal se elevase electrificado con el ir y venir de sus deliciosas caricias. Jack era un maestro en las artes de la seducción y el erotismo, y su profunda mirada azul, tan intensa y devastadora, anunciaba que aquella noche el maestro iba a llegar a la cúspide de sus enseñanzas con la alumna. Mi espalda topó con la pared de la terraza y el frío del ladrillo fue el contraste perfecto al calor que despedía mi cuerpo cuando lo veía acercarse con aquel paso felino. La camisa desabrochada, los pantalones caídos justo sobre el lugar donde una fina línea de vello negro desaparecía.
Se sacó el cinturón y lo pasó suavemente por mi mejilla. Leí sus intenciones en sus ojos, en su media sonrisa enloquecedora, y me estremecí de placer, mojando el fino encaje blanco de mis bragas. Levantó mis brazos por encima de la cabeza y cernió el cinturón alrededor de mis muñecas. Húmedos besos estratégicamente dados en el nacimiento de mis hinchados pechos, en el interior de los brazos y en la sensible piel de mis muñecas, me elevaron al grado más alto de excitación, provocando gemidos de necesidad que emití contra mi voluntad. ―Si no lo soportas, dímelo enseguida ―dijo misteriosamente levantando más mis brazos y enganchando el cinturón en un hierro saliente de la pared. Sorprendida, miré hacia arriba y probé la resistencia del soporte. Cuando volví a fijar mis ojos en los suyos, el brillo que despedían me hizo olvidar mis dudas. Primero fueron mis pechos los que quedaron expuestos a la brisa del mes de septiembre. Mis pezones, tiesos y necesitados, apuntaron hacia él reclamando sus caricias más intensas. Jack masajeó ambos montículos y pellizcó los picos rosados tornándolos más turgentes y sensibles. Su boca descendió hambrienta y se lanzó a chupar con fruición cada uno de ellos, enviando fuertes punzadas de placer al centro de mi feminidad. Mi sexo se contrajo repetidas veces y se lubricó tan intensamente, que el suave desliz de mis fluidos me estaba volviendo loca. ―No podré aguantar, Jack. No puedo más… Su mano se deslizó por mi costado arrastrando la cremallera del corsé de encaje que me había puesto para él. A los pocos segundos me encontré vestida únicamente con las medias de novia y los zapatos de tacón de ocho centímetros. Cuando se arrodilló delante de mí, pensé que iba a retirar el resto de prendas, pero sus intenciones eran otras. Agarró mis nalgas con intensidad y me acercó a su boca donde me recibió su lengua juguetona. Estallé en un fuerte orgasmo en cuanto me rozó el clítoris con el primer lengüetazo. Me mordí el labio inferior para no gritar pero fue imposible. Mis jadeos se mezclaban con los sonidos que mi vulva emitía cuando él succionaba los jugos de mi éxtasis. Un fuerte rubor me cubrió el cuerpo y la tensión me hizo arquear la espalda e impulsar mis caderas hacia la fuente de mi placer. ―Eres deliciosa ―susurró contra la piel de mi abdomen cuando inició la subida. Se detuvo escasos segundos en el ombligo y dio varios besos alrededor de él. Luego pasó de largo por mis pechos y se abalanzó contra mi boca sujetándome la cabeza con ambas manos. Introdujo su lengua, dejándome saborearla, probándome a mí misma, degustando mis propios fluidos mezclados con el dulce sabor del vino que había bebido durante la cena. Me removí incómoda queriendo soltar mis manos para poder tocarlo, desnudarlo, acariciar su cuerpo para darle el mismo placer que él me proporcionaba a mí. ―Suéltame ―murmuré sobre su boca, restregando mis pezones contra los suyos. Cuando desenganchó el fino cinturón de cuero y mis manos quedaron libres, me cogió en brazos y lentamente me llevó hasta la cama, donde me dejó anhelando su contacto de nuevo. Me retorcí excitada cuando se deshizo de la camisa y de los pantalones. Su miembro, duro y caliente, cabeceó desesperado provocando que Jack cerrara los ojos y apretara los dientes. Me incorporé y acerqué mi boca a su glande rosado. Mi lengua se adelantó a mis movimientos y lamió con intensidad toda su longitud. Jack contuvo el aire, estaba tan excitado, que sus manos comenzaron a abrirse y cerrarse, en busca de algo que apretar para contener el estallido que estaba por llegarle. Le hice una felación poniendo todos los medios para que se dejara ir en mi boca, pero no lo consintió. Cuando se vio al borde del estallido final, se apartó de mí, me colocó boca abajo en la cama y alzando mis caderas me penetró lentamente dejando escapar el aire con un sonido sibilante. Llegar a la culminación juntos fue la experiencia más placentera que había experimentado jamás. Sus manos dando placer en cada una de mis partes más erógenas mientras su miembro bombeaba sobre mí en aquella posición tan erótica, provocaron que tras un primer orgasmo, llegara otro, y otro más, que nos sacudió el cuerpo hasta sentir cómo el oxígeno se acababa en nuestros pulmones y nuestros cerebros comenzaban a sentirse ebrios de sexo. Cuando los primeros rayos del sol despuntaron e iluminaron la habitación, todavía continuábamos despiertos, acariciándonos ya sin fuerzas después de una noche de emociones, locuras, juegos, y deseos hechos realidad. Las exigencias de Jack iban más allá de lo que alguna vez pude imaginar, y descubrir que había tantas formas de alcanzar el éxtasis junto a él fue algo que me sorprendió placenteramente. ―Hay una cosa de aquella primera noche, en el bar… ―dije recordando un tonto detalle del momento en que nos conocimos― ¿Cómo supiste que era mi bebida favorita? ―Jack salió de su letargo y frunció el entrecejo, confundido―. La noche que nos conocimos. En el bar. La camarera me puso una caipiriña delante porque tú se lo habías dicho.
Se quedó pensativo unos instantes y luego sonrió. ―No lo recuerdo ―dijo riendo y recostándose de nuevo en una posición relajada y cómoda. ―¡Jack! Sí lo recuerdas. Dime, ¿cómo lo supiste? ―insistí poniéndome a horcajadas sobre él, que continuaba riendo. Después de unos segundos giró, dejándome de espaldas en la cama. Volvía a estar duro como una roca. ―No olvide, señora Heartstone, que mi principal misión desde aquella noche ha sido cumplir sus deseos y hacer sus sueños realidad ―murmuró sensualmente―. Cómo lo haga, es algo que no le puedo contar. Ya sabe, secreto profesional. Olvídelo ―sentenció. Cuando fui a protestar, unió sus labios lentamente a los míos y no tuvo problemas para hacerme callar.

                                         FIN.

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