Los primeros días que anunciaron el mes de mayo lo hicieron con un calor sofocante que se agravaba con la explosión hormonal que estaba sucediendo en mi cuerpo. Hice balance del estado de mi vida y me sorprendí viendo que, pese a las circunstancias, era feliz. Y no se podía decir que dichas circunstancias fueran muy ventajosas: alguien, que seguía suelto, me había atacado, amenazado y había intentado asesinar a mi mejor amiga; estaban investigando, uno a uno, a todos los empleados de HP y, pese a que contaba con la plena confianza del jefe, no estaba exenta de las preguntas ni de la exhaustiva búsqueda de trapos sucios en la vida de los trabajadores. Tampoco era plato de buen gusto saber que Jack estaba perdido por algún lugar donde habría algún tipo de conflicto de guerra. Y, por último, estaba mi apresurada forma de engordar, las angustias, los vómitos, los calambres en las piernas y en los riñones, las ganas desorbitadas de comer a cualquier hora, las molestias al dormir… Mi vida no era un dechado de alegrías pero yo estaba contenta. La mañana que fui a hacerme la ecografía de alta definición de las veinte semanas de embarazo, llegué al límite de mi paciencia con Madeleine. Todavía no sabía nada de Jack. Hacía casi un mes que se había marchado y no tenía noticias suyas. Sin embargo, en mi fuero interno sabía que estaba bien. Tenía la sensación de que pronto volveríamos a estar juntos y eso me daba fuerzas para enfrentarme a cualquier adversidad que me asaltara en el camino. Quedaban apenas diez minutos para la reunión que tenía programada con un cliente. Llegué acalorada, contestando a las preguntas que Gillian me hacía sobre el sexo del bebé pero sin desvelar nada. Quería que Jack fuera el primero en saber lo que me habían dicho esa misma mañana. ―¿Me puedes pasar el informe que te pedí sobre mi cliente? No encuentro el maldito informe y tengo la reunión en diez minutos. ―¿Reunión? No tienes ninguna reunión. Madeleine la canceló a primera hora. Pensé que te lo había dicho ella misma. Miré a Gillian sin decir ni media palabra. Mis ojos hablaban por sí solos mostrando la furia que bullía en mi interior. Salí del despacho apretando los puños y anduve rápidamente hasta el despacho de aquella víbora. Me salté las normas de cortesía y abrí la puerta sin llamar. Allí estaba ella, sentada sobre su majestuoso sillón negro de piel, con sus perfectas piernas cruzadas, su perfecta apariencia sonriente y sus perfectas manos sujetando el teléfono contra la oreja. ―¿Quién demonios te has creído que eres para cancelar la reunión con mi cliente? ―pregunté señalándola de forma amenazadora. ―La cuenta es de HP y la Directora de Cuentas soy yo. Si yo considero que se cancela una reunión, como si decido pasar el cliente a otro publicista, tú no tienes nada que decir ¿entendido? ―dijo con aquellos aires de suficiencia que me ponían enferma. Colgó el teléfono y se cruzó de brazos levantando una ceja. ―¡Y una mierda! No sé qué narices te pasa, pero estás siendo injusta conmigo y te aseguro que esto no quedará así. ―¿Ah, no? ¿Y qué harás? ¿Contárselo a Jack? ―gimoteó―. No te olvides que Jack te cree sospechosa de la venta de ideas a la competencia. Por mucho que lleves a su hijo dentro, no dudará en pegarte una patada en el trasero ―dijo con una media sonrisa en la cara que le hubiera borrado de un guantazo. Sorprendentemente, Jack no le había contado que sus sospechas sobre mí eran infundadas. ¿Por qué? ―¿Qué es lo que más te molesta de todo esto, Madeleine? ―pregunté sabiendo que entraba en terreno pantanoso―. Por si no te has dado cuenta, Jack me quiere y yo lo quiero a él, y ni tú ni nadie va a cambiar eso. Madeleine sonrió de forma extraña. Había algo que no me estaba contando y me puso los pelos de punta el pensar que pudiera influir en nuestra relación ahora que al fin estábamos bien. ―Estás muy segura de todo, ¿verdad? Qué pena me das, Cristina ―dijo girando lentamente en su cómodo sillón―. Por si no te has dado cuenta, Jack es un hombre de acción. Te ha dejado preñada, de acuerdo, y asumirá su responsabilidad como padre de la criatura, pero nada más. Si te ha dicho que te quiere es porque se siente presionado. Es una figura pública y el qué dirán también cuenta en los negocios que él emprende. No hay tal amor. Antes o después, acabará esta fantasía que te has montado. Sentí como mis ojos se llenaban de lágrimas ante aquellas crueles palabras. Tuve que reconocer que hasta yo había pensado eso en alguna ocasión. Pero las ganas de llorar fueron reemplazadas por una rabia irracional cuando vi su mirada de superioridad y triunfo. ―No me gustas, Cristina. Me parecías una persona con poca personalidad cuando entraste a trabajar aquí, pero hacías bien tu trabajo. Ahora que sé por qué estás en esta empresa, no pretendas que me comporte contigo como si fueras mi sobrina del alma. Pienso acabar contigo, estés embarazada o no. Apreté los puños y me acerqué a su mesa. Compuse una expresión furibunda y, con un golpe, apoyé las manos sobre la fría y pulida madera. ―Eres una zorra ―exclamé―. ¿Qué es lo que te mueve a hacer esto? ¿Envidia? Pues que te jodan, Madeleine. Si eres una amargada que no ha pegado un polvo en su vida, no es culpa mía. ―Oh, Cristina, ese lenguaje soez no te pega nada. ¿O es que acaso esa es tu verdadera cara? A Jack le gustará saber qué clase de mujer barriobajera eres ―dijo como si nada fuera con ella, mirándose la perfecta manicura de sus perfectas manos. ―Y a ti no te pega esa imagen de puta remilgada, ¿sabes? Estoy segura de que llegaste a esta empresa follándote a algún alto ejecutivo. ¿Quizás al padre de Jack? ―”¡¡Bingo!!”, pensé cuando le cambió la expresión. Se puso de pie tan rápido que no me dio tiempo a esquivar la bofetada que me llegó. Descargó su ira contra mi cara tan fuerte, que si no llego a estar apoyada en la mesa me hubiera tirado al suelo. ―¡Sal de aquí ahora mismo, maldita hija de puta! ¡Estás despedida! ¡Fuera! ―gritó señalando la puerta con una temblorosa mano. ―¿Qué demonios está pasando aquí? ―dijo la poderosa voz de Jack desde la misma puerta del despacho de Madeleine. Me giré rápidamente tapando la mejilla con mi mano. Sentía la señal de sus cinco dedos latiendo en la cara. ―¡Jack! ―exclamó Madeleine alegremente mientras salía de detrás de la mesa para darle la bienvenida. Yo seguía inmóvil, mirando la escena. Los ojos de Jack no se habían apartado de los míos. Su expresión era pétrea, la rigidez de su cuerpo era evidente. Cuando Madeleine llegó a la puerta quiso abrazarlo, pero él la sujetó por un brazo de forma brusca. ―He preguntado qué está pasando aquí, Madeleine, y espero una respuesta ―dijo con una voz capaz de hacer temblar al soldado más intratable. ―No ha pasado nada ―dijo con fingida tranquilidad―. Cristina y yo hablábamos de una cuenta y nos hemos excedido un poco ¿no es cierto? ―me preguntó la muy bruja con una sonrisa cómplice. Jack volvió la mirada a mis ojos y pude ver cierto brillo de ternura en su expresión, pero solo duró unos segundos, luego volvió a transformase en una máscara de piedra. ―¿Cristina? ―preguntó esperando una explicación. ―No ha pasado nada, puedes estar tranquilo ―dije hirviendo por dentro. No me pareció buena idea contarle la verdad. Aunque por su mirada, supe que no se lo había creído―. Si me disculpáis, tengo que continuar con mi trabajo ―me excusé en voz baja poniéndome en marcha. Al pasar por su lado me cogió de la mano y me hizo ponerme frente a él. ―¿Estás bien? ―preguntó algo preocupado. Bajó sus ojos hasta mi barriga y lo vi tentado de poner su mano sobre ella. ―Estoy bien ―contesté brevemente sintiendo que las lágrimas corrían raudas hacia mis ojos. Me apresuré por el pasillo para que nadie me viera desmoronarme. Gillian me preguntó algo que ni siquiera escuché con claridad. Crucé la puerta, la cerré, y me apoyé en ella Luego me dejé caer hasta el suelo y rompí en llanto. ―Cristina, déjame entrar ―ordenó la potente voz de Jack haciendo presión contra la puerta. Me levanté dolorida. No sabía cuánto tiempo llevaba allí sentada, llorando. ―¿Te encuentras bien? ―preguntó acercándose hasta tenerme delante. Me tapé la cara con las manos y un fuerte sollozo escapó de mis labios. Él me envolvió con sus brazos, creando un lugar donde sabía que nadie me podría hacer daño nunca. ―Shhhh, no llores, pequeña ―dijo en voz baja, consolándome, y pasándome la mano por el pelo y por la espalda. Pero yo no tenía consuelo. Mi mente y mi cuerpo habían resistido con estoicismo todas esas semanas sin verlo, pero ya no había motivos para no dar rienda suelta a mis sentimientos y continué llorando durante largo rato mientras escuchaba aquellas palabras dulces y calmantes. Cuando estuve un poco más tranquila, Jack me separó unos centímetros de su cuerpo y me alzó la cara para que lo mirase. ―No sabes las ganas que tenía de verte y besarte ―Acercó cariñosamente su boca y depositó un suave y sensual beso en mis labios, hinchados y calientes por el mismo llanto―. Pero esperaba verte feliz, esperaba que te alegraras de mi vuelta, y lo que me he encontrado cuando he llegado me ha dejado sin palabras. ―Apoyé la frente en su pecho y comencé a llorar de nuevo―. No llores, por favor. Voy a pensar que no te alegras de verme ―dijo con tal fingido aire de tristeza que me hizo sonreír entre lágrimas―. Eso es, ahí está mi chica. ¿Me has echado de menos? ―Asentí varias veces―. ¿Cuánto? ―Ni te lo imaginas ―respondí entre hipidos. Me pasé la lengua por los labios, resecos, y Jack contuvo el aliento―. ¿Cuándo has vuelto? ―Hace unas horas ―respondió con sus ojos fijos en mi boca―. Fui a tu apartamento pero ya te habías ido. Aproveché para ducharme y me vine a la oficina. ―Y cuando llegaste te encontraste con nuestra escena… ―dije bajando la mirada, pero él no lo permitió. Pasó su dedo pulgar por mis labios en un sensual gesto que me hizo estremecer. ―Me muero de ganas de hacerte el amor, Cristina ―dijo con un brillo en los ojos que ya conocía―. Me muero por saborear cada centímetro de esta suave piel ―continuó deslizando un dedo por mi clavícula y bajando por el escote de mi blusa. Mi corazón comenzó a bombear más rápido, un devastador hormigueo se inició entre mis piernas y un anhelo desenfrenado me recorrió el cuerpo de la cabeza a los pies. Deseé que cumpliera sus palabras, que me desnudara, y que esas manos fuertes y ásperas me hicieran delirar. Me acerqué más a él pudiendo sentir su gran erección. Bajé mi mano hasta la cremallera de su pantalón y rocé con mis dedos el bulto de su entrepierna. ―No hagas eso ―dijo silbando el aire entre los dientes―, no sé si podré contenerme mucho después de tanto tiempo, y no quiero parecer un quinceañero en su primera vez. Si he esperado estas semanas, puedo esperar unas horas más. ―Pero yo no puedo esperar ―dije sensualmente, incitándole. Me miró sediento de sexo, resopló y echó un vistazo alrededor, como si se diera cuenta en ese momento de donde estábamos. Estaba calibrando la situación, las opciones, las posibilidades. ―Ven aquí ―dijo llevándome con él hasta el cómodo sofá frente a la cristalera. Me sentó delicadamente y luego fue a cerrar la puerta y a echar los estores de láminas que nos darían algo de intimidad. Cuando se giró de nuevo, pese a la distancia que nos separaba, pude ver el brillo de sus ojos y la promesa de momentos inimaginables―. Me vas a volver loco ―Se arrodilló delante de mí―. No hay cerradura en tu puerta, así que, si entra alguien y nos pilla… ―dijo mientras deslizaba sus manos por mis piernas, por debajo de la falda, hasta llegar a las tiras laterales del tanga. ―Correremos ese riesgo, señor Heartstone ―susurré sintiendo ya los espasmos en los músculos de mi vagina. ―Ummm, ¿es correcto que las mujeres embarazadas lleven tanga, señorita Sommers? ―¿Por qué no, señor Heartstone? ―pregunté al tiempo que deslizaba la pequeña prenda íntima por mis piernas, lanzándola al otro lado del despacho. Por un momento se quedó pensativo mirando hacia algún punto en el suelo. Me invadió una baldía sensación de pena que pronto quedó olvidada cuando sus manos comenzaron a masajear mis muslos y mis pantorrillas. Jugaba con mi piel, acercándose cada vez más al punto entre mis piernas, poniéndome a cien con cada caricia de sus callosos dedos. ―Jack, por favor, no puedo más ―dije desesperada por sentirlo. ―Voy a darte lo que quieres, pero con calma. Llevo semanas imaginando tu cara cuando disfrutas de mis atenciones. He visto en mi mente miles de veces como tu lengua lame ese labio. He escuchado como gime tu boca una y otra vez en mi cabeza. Y ahora que te tengo aquí voy a afianzar esos recuerdos, pero con calma, para que duren toda mi vida. ―No, con calma no, te necesito ya. Por favor… ―supliqué desesperada. ―Créeme, mi amor, no te arrepentirás ―dijo justo cuando uno de sus dedos tocaba mis labios vaginales con una caricia que me hizo dar un respingo. Mis caderas se adelantaron buscando otro toque más profundo, pero Jack retiró el dedo para seguir con su tortura. Lloriqueé retorciéndome, pero no encontré alivio. Jack era un jugador maravilloso en el sexo, pero cruel cuando se lo proponía. ―Ten piedad de una mujer embarazada, por Dios… Otro toque, más intenso, más certero. Su dedo recogió parte de mi humedad y se deslizó dentro de mí suavemente. No era suficiente, y él lo sabía. Movió el dedo dentro y fuera, trazando círculos, obligando a las paredes de mi estrecho canal a dilatarse para recibir la invasión de un segundo dedo. ―Oh, Dios… ―gemí inconsciente. El placer era tal, que le agarré la mano para que no cesara y le clavé las uñas sin piedad. Me estaba llevando al séptimo cielo. Cuando estaba a punto de alcanzar el éxtasis tan deseado, Jack retiró los dedos y se los llevó a la boca. Me volvía loca cuando hacía eso, pero aquella vez lo hubiera matado por dejarme a medias. Bufé con desesperación mientras observaba como se relamía los dedos. Cerré los ojos ante aquella erótica imagen. ―Jack…necesito… ―Lo sé, pequeña, y lo tendrás, pero no he acabado ahí abajo ―dijo sonriente con la mirada encendida de pasión. Se acercó de nuevo al punto palpitante entre mis piernas y sopló suavemente sobre mis rizos mojados. Contuve el aliento cuando noté la suave y fría brisa, y gemí cuando su lengua acarició mi hinchado clítoris, dando vueltas alrededor de él. ―Jack, estoy a punto de correrme… ―Aguanta un poco. Jugó un poco más conmigo, tocándome lugares erógenos que no sabía que existiesen, hasta que succionó el pequeño botón y lo mordisqueó. Creí que moriría allí mismo. Las olas de éxtasis comenzaron a llegar provocando un demoledor tsunami que me recorrió el cuerpo dejándome exhausta. Grité su nombre y mil cosas incoherentes más. Le cogí con fuerza del pelo y lo obligué a terminar lo que había empezado, temiendo que me fuera a dejar de nuevo a medias. Pero esta vez Jack no se detuvo y chupó, lamió, succionó y mordisqueó a placer. Introdujo su rasposa lengua dentro de mí a la vez que los espasmos contraían el canal de mi vagina, alargando el orgasmo y llevándome a lo más alto. Mis jugos inundaron su boca y al escuchar cómo me saboreaba sentí una segunda marea de placer desenfrenado que me hizo poner los ojos en blanco y casi perder el sentido. ―¿Mejor ahora? ―preguntó sentándose a mi lado con la respiración entrecortada. Lo miré soñolienta y sonreí complacida, pero luego negué con la cabeza al ver su prominente bulto palpitante en la entrepierna. Acerqué mi mano a su pene y lo noté brincar hacia delante deseando la liberación. No esperé a tener el consentimiento de su dueño para dejarlo salir. Erecto, caliente y pulsante, salió disparado para caer en mis manos. Era tan suave que parecía que se rompería con la presión, pero yo sabía que no, que lo que necesitaba aquella inmensa erección era una presión muy concreta. ―No aguantaré mucho ―dijo Jack con los dientes apretados. ―No importa, yo no seré tan cruel ―le respondí acomodándome para tenerlo a mi merced. Después de un par de caricias a lo largo de su mástil, introduje su pene en mi boca y lamí con ganas. Oí su respiración contenida. Le acaricié los tensos testículos suavemente mientras succionaba su glande y extraía las primeras gotitas de su esencia. Gimió y se revolvió en el sofá, pero controló la situación y el momento alargando un poco más el estallido final que tanto deseaba experimentar. Se incorporó un poco y bajó su mano por mi espalda, masajeándola, hasta llegar al bajo de mi falda. La subió y sus manos calientes pasearon por mi culo, pellizcándolo y dando alguna palmada que me puso a cien en un momento. Masajeé de nuevo sus apretados testículos y succioné con fuerza sabiendo por sus temblores que aquello sería su perdición. Jack jadeó fuertemente y se agarró con tal fuerza a la tapicería del sofá en cuanto le sobrevino el violento orgasmo, que creí que traspasaría el cuero con sus dedos. Nos besamos fieramente mientras la tempestad pasaba y seguimos besándonos lentamente cuando la serenidad se apoderó por fin de nuestras terminaciones nerviosas. Me acarició el cuerpo sudoroso hasta posar su mano sobre mi vientre. ―No sabes cuánto te he echado de menos ―dijo cariñosamente. ―Nosotras también. Sería una niña y él sería el mejor padre del mundo para ella.

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Algo Contigo
RomanceA Cristina Sommers y a Jackson Heartstone no los une el destino aquella primera noche, sino el don sobrenatural de ella: algunos extractos de sus sueños tienden a convertirse en la más cruda realidad. El mundo de la publicidad es su bien común, sin...