No había dormido ni tres horas cuando me desperté sobresaltada por otro de mis sueños. En éste, Trevor y Ronald me ataban y me hacían cosas horribles dejando huellas por todo mi cuerpo. Sacudí la cabeza intentando desechar aquella terrorífica imagen y me fijé en Jack, que dormía plácidamente y boca abajo, a mi lado. Los músculos de su espalda formaban un dibujo simétrico a ambos lados. El color cetrino de su piel me maravillaba. Sus rasgos, relajados por el sueño, eran perfectos. Esos labios dulces y apetitosos me provocaban instantáneamente unas mariposas en el estómago que no podía calmar. Era el hombre de mis sueños, pero yo no salía en los suyos. Yo era una chica normal y corriente, bajita, delgada, con demasiado pecho para mi estatura, con un pasado tortuoso y cicatrices en el alma. Mi vida había sido demasiado complicada como para creer que este maravilloso hombre era para mí. Sin duda encajábamos, pero una cosa era la magia del sexo, el poder de la seducción y la atracción sexual, y otra, muy distinta, la vida diaria, el amor. Además, Jack era mi jefe y no debía haber relación entre los empleados de HP. Y, por si eso no fuera poco, aún quedaba hablar de mis sueños. Si Jack se enteraba saldría corriendo pensando que estaba loca. Me puse en pie sin hacer ruido. Tenía los músculos encogidos, necesitaba estirarme, respirar aire. Eran las seis de la mañana y correr una hora me haría mucho bien para poder analizar con claridad lo que estaba sucediendo. Necesitaba reponer las fuerzas necesarias para hacerle frente al Jack arrepentido de la mañana. Una hora y diez kilómetros más tarde regresaba al hotel. Ansiaba una buena ducha y fui directa a mi habitación. Él estaría dormido, y prefería meterme bajo el grifo sin molestarlo y con todas mis cosas a mano. Luego regresaría a su lado y plantaría cara a lo que el despertar trajera consigo. Justo cuando cerraba la puerta sigilosamente una mano me cogió del brazo con brusquedad. ―¿Dónde estabas? ―preguntó enfadado, agresivo. Llevaba un pantalón de pijama de tela encima de los bóxer. ―Buenos días a ti también ―dije mirando con el ceño fruncido la mano que me sujetaba duramente. Me soltó de inmediato―. Salí a correr, pensé que aún estarías dormido y vine aquí a ducharme. ¿Qué haces en mi cuarto? ¿Cómo has entrado? ―le pregunté quitándome sin pudor el sujetador deportivo y los shorts empapados de sudor. Los ojos de Jack me recorrieron con detenimiento y vi cómo se endurecía su miembro rápidamente―. Vaya, hay alguien que se alegra de verme más que tú ―dije acercándome y pasando una mano por el frontal del ligero pantalón. Jack me cogió la muñeca con fuerza y me apartó la mano, más brusco de lo normal. ―No vuelvas a hacer eso, Cristina. Me he despertado y no estabas en la cama, ni en la habitación, ni en tu habitación. Estaba a punto de bajar a recepción a denunciar tu desaparición. ―¡Qué exagerado, por favor! ―exclamé. Su mirada se endureció―. ¡Lo siento! No era mi intención asustarte, de verdad. Ahora ya sabes cómo me sentí yo hace dos años ―dije contoneándome hasta el baño. Abrí el grifo y esperé a que el agua saliera caliente. Justo cuando entraba en la enorme ducha, Jack me empujó contra la pared, estampando una de mis mejillas contra los azulejos. Estaba desnudo, empalmado y desesperado. ―No vuelvas a hacerlo ―dijo excitado y en un tono que sonó amenazador. Me mordió el cuello y supe que me dejaría marcas. Tiró de mi pelo hacia atrás para exponer mi boca mientras yo seguía con el cuerpo pegado al frío azulejo de la ducha―. Di que no lo volverás a hacer. ¡Dilo! ―Y tiró un poco más de mi pelo. ―Está bien ―respondí sin aliento, asustada. Aquella situación me traía malos recuerdos―. No lo volveré a hacer más. Entonces se aseguró de que no pudiera mover la cabeza y me devoró la boca salvajemente mientras su erección empujaba mi trasero. Cuando me soltó, me volví con fiereza y le di una bofetada que lo dejó pasmado. ―¡Y tú no vuelvas a hacer esto jamás! ¡No eres mi dueño, no tienes derecho a decirme lo que puedo o no puedo hacer! No se te ocurra nunca, ¡jamás!, volver a usar la fuerza para exigirme algo. ¡Jamás! ―Estaba enfurecida y excitada, pero era más la rabia por los recuerdos que había despertado. Trevor utilizaba aquellos momentos íntimos para hacerme mucho daño, físico y psicológico, y no iba a consentirle eso a ningún hombre, nunca más. Jack vio lágrimas en mis ojos y yo vi el arrepentimiento en los suyos. ―Lo siento. No quería hacerte daño. Perdóname. Lo siento ―repetía una y otra vez mientras intentaba abrazarme debajo del agua caliente. Estaba asustada y dolida. Estaba sorprendida por aquel arranque de superioridad y de control. Intenté rehuir sus brazos un par de veces pero al final me dejé abrazar. Cuando mi respiración se normalizó y el pulso ya no parecía a punto de estallar, me soltó y cogió la esponja. Echó un poco de gel y se dedicó a enjabonarme el cuerpo poniendo especial cuidado entre mis piernas. Luego lo enjaboné yo a él, y cuando llegué a su miembro erecto me arrodillé y lo besé en la punta. No sé por qué hice aquello. Debería haber salido de allí echando leches después de la experiencia con mi ex marido, pero por alguna insensata razón no lo hice. Jack cogió aire entre los dientes cuando sintió mis labios, cerró los ojos y se apoyó en la pared de pequeños cuadraditos azules. Lentamente fui lamiendo su largo miembro duro y caliente. Me metí su gruesa polla en la boca y succioné hasta que contuvo el aire. Luego saboreé hambrienta cada centímetro de esa tersa y suave piel surcada por gruesas venas palpitantes. Le toqué la base y dio un respingo. Le masajeé el escroto, también tenso, y él apretó los dientes conteniéndose una vez más. Mi mano acompañaba a mi lengua, presionando lo justo para verlo estremecerse de placer, para llevarlo hasta el límite de su resistencia. Quiso apartarse un par de veces pero no se lo permití. Me cogió la cabeza con las manos y comenzó a embestir con sus caderas, poco a poco, hasta que se le hizo insoportable y gritó. Jack explotó en mi boca soltando un chorro tras otro de semen caliente. Su sabor, salado y dulce a la vez. Su textura, viscosa pero agradable. Era la primera vez en mi vida que me detenía a saborear el semen de un hombre y me encantó solo por ser el suyo. Luego, cuando se quedó flácido entre mis manos, me puse en pie y lo besé para que probara su propia esencia. ―Cierra la ducha ―dijo con la voz tensa y la mirada encendida. Hice lo que me pedía y me sacó del baño sin que mis pies, mojados y goteando, tocaran el suelo. Me dejó sentada en el borde de la cama y entonces fue él quien se arrodilló delante de mí. Abrió mis rodillas con una urgencia destructora e hizo que apoyara las piernas sobre sus hombros dejando mi vulva a la altura de su boca. “¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios!”. Su lengua comenzó a recorrer los pliegues húmedos de mi sexo. Daba ligeros toques a mi clítoris para luego chuparlo y morderlo hasta hacerme desfallecer. Sopló ligeramente antes de introducir su rasposa lengua dentro de mí, arrancándome gemidos de éxtasis Estaba tocando el cielo con la punta de mis dedos y no quería descender. Estaba segura que al volver a la realidad mi vida se complicaría y dolería. *** ―¿Por qué te fuiste sin decirme nada aquella noche? ―pregunté después, mientras yacíamos abrazados y adormilados. Aquella cuestión rondaba mi cabeza desde entonces. A veces con más intensidad y otras casi ni lo recordaba, pero siempre estaba ahí y aquel era el momento perfecto para resolver mi duda. Jack se movió inquieto en la cama. ―¿Qué importancia tiene ya? ―dijo. ―Para mí, mucha. Me sentí abandonada. Me sentí mal durante mucho tiempo. ¿Qué pasó? Cuéntamelo. Me giré hacia él, tapándome con la sábana. Jack seguía mirando al techo, con una mano trazando pequeños círculos sobre mi pierna y la otra detrás de la cabeza. ―Mi hermano murió esa noche. Mi hermano pequeño ―soltó tras un largo suspiro. ―¿Qué? ― exclamé horrorizada ―. Pero ¿cómo? ¿Tu hermano? ¿Qué pasó? ¿Por qué no me lo dijiste antes de marcharte? Lo hubiera entendido, Jack. Aquella diatriba de preguntas lo puso más tenso. Retiró su mano de mi pierna y se sentó al borde de la cama, dándome la espalda. Parecía cansado, lo que sería lógico después de una noche como la que habíamos pasado. Pero su cansancio era diferente. Parecía llevar el peso del mundo en sus hombros. Pasó las manos por su pelo antes de continuar. ―Hay cosas de mí, Cristina, que es mejor que no sepas. Será mejor que me vista. Se levantó despacio, quizás esperando una reacción por mi parte, pero yo no dije nada. Lo miré moverse por el cuarto, lentamente. Cuando dejó de ir de un lado a otro sin motivo aparente se encaminó a la puerta de la suite. ―No te marches ―dije en un susurro― Por favor. Quédate, duerme conmigo. Cuando quieras contármelo aquí estaré, pero ahora, vuelve a la cama, por favor. Me encontraba al borde de las lágrimas, pero no quería dejarme llevar por ese sentimiento de vacío que había sentido cuando lo vi agarrar el pomo de la puerta para marcharse. Dudó durante unos segundos, parado, con la cabeza baja. Me levanté despacio sin preocuparme de mi desnudez y me acerqué a su espalda. Si lo tocaba era posible que me rechazara y se marchara, pero me tenía que arriesgar. Puse mis manos sobre su ancha y musculosa espalda y le besé el canal que quedaba entre los omóplatos. Lo noté estremecerse pero no se movió. Con la luz de la mañana entrando por la habitación vi algo que no había percibido por la noche. Jack tenía varias cicatrices en la espalda. Cinco en total. Parecían antiguas y apenas se notaban, pero de cerca eran perfectamente visibles. Pasé mis dedos suavemente por encima de cada una de ellas y volvió a estremecerse. ―Esto es un error, Cristina. No debería… ―Por favor ―dije de nuevo en susurros―, nada de errores, vuelve a la cama conmigo, Jack ―Lo cogí de la mano y aunque se resistió un momento, finalmente conseguí que me siguiera. Nos tumbamos, abrazados, hasta quedarnos completamente dormidos. *** Estaba teniendo un sueño maravilloso cuando la voz de Jack se coló en mi mente. Hablaba en susurros, nervioso, y sus palabras eran serias y duras. Retazos de su conversación me llegaron claramente pese a la barrera que suponía la puerta del cuarto de baño. ―¿Jack? ―lo llamé tocando con los nudillos en la puerta― ¿Jack, estás ahí? ―Buenos días, dormilona ―dijo abriendo de golpe. Vestía con una camisa blanca y unos pantalones marrón claro. Iba descalzo y tenía el pelo mojado. Me acerqué más a él, me puse de puntillas y le di un dulce beso en los labios. Me cogió en brazos y me besó apasionadamente. No había rastro del Jack inseguro que había estado a punto de marcharse de la habitación horas antes. Dejó un húmedo rastro de besos por todo mi cuello antes de mirarme con sus intensos ojos azules. ―¿Estás bien? ―Perfectamente ―contestó. Pero había algo en su afirmación que me decía que no era del todo cierto. ―¿Con quién hablabas? ―pregunté, como al descuido, mientras me servía un poco de café y lo acompañaba con leche y un bizcocho. ―Con Madeleine ―mintió―. Han surgido unas complicaciones con una cuenta y quería saber mi opinión ―dijo restándole importancia con un ademán. No me convenció. Esquivó mi mirada interrogante y anunció que me esperaría en la recepción del hotel. Asentí y, con una sonrisa lobuna, se acercó para darme un beso. Sus fuertes manos acariciaron mi espalda y deslizó hasta mis nalgas la sábana que me cubría. Un gemido incontrolado salió de su garganta e hizo eco dentro de mi cuerpo. ―Hazme el amor, Jack ―le rogué con aquella extraña voz velada de pasión. Estaba desesperada por volver a sentirlo. Aunque, más que desesperada, era necesidad pura y dura. No se lo pensó ni un segundo. Desabrochó su pantalón, agarró mis caderas y, sin delicadeza alguna,aplastó mi cuerpo con el suyo y me dio otra intensa sesión de sexo duro contra la pared. ―Y ahora, si ya has acabado de provocarme, termina el desayuno y dúchate, bruja. Hemos quedado a la una. ―Me dio un rápido beso en los labios y salió de la habitación. Hablaba de nuevo por teléfono cuando llegué a la recepción. Me quedé detrás de él, a unos pasos. Quería saber qué estaba pasando, con quién hablaba y por qué resoplaba visiblemente enfadado. Al percibir mi movimiento relajó la expresión y suavizó la mirada. Luego me cogió la mano y la besó en la palma, haciéndome estremecer de placer. Tapó el auricular y me susurró que lo esperara en la puerta. Asentí y me encaminé hacia la entrada, pero antes de llegar oí que volvía a hablar con rabia. ―Haced lo que queráis, pero es mío y si la cagáis responderéis ante mí. ―Y sin más, colgó. Se quedó por unos instantes mirando el teléfono, ya apagado, y suspiró al guardárselo en el bolsillo interior de la chaqueta. Luego levantó la vista y sonrió al verme. Se acercó, me dio un ligero beso en los labios, me cogió de la mano y salimos a la calle donde nos esperaba el coche del señor Sánchez.

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Algo Contigo
RomansaA Cristina Sommers y a Jackson Heartstone no los une el destino aquella primera noche, sino el don sobrenatural de ella: algunos extractos de sus sueños tienden a convertirse en la más cruda realidad. El mundo de la publicidad es su bien común, sin...