―Estás preciosa cuando duermes ―dijo cuando comencé a despertar. No tenía ni idea de qué hora era pero me sentía muy bien después de haber dormido tranquilamente a su lado. ―No es cierto ―dije con voz ronca, desperezándome. ―Sí, lo es. Eres preciosa cuando duermes pero cuando despiertas lo eres más. ―No me adules, por favor. Aún estoy enfadada contigo. ―También estás preciosa cuando te enfadas ―Lo miré crispada y él soltó una carcajada―. Vale, vale, tranquila. No se me ha olvidado la conversación que tuvimos ayer. Te dije que lo pensaría cuando llegásemos a casa. ―Espera, déjame que adivine... Mujer. Embarazada. Poco tiempo en la empresa. Se tira al jefe… La respuesta sigue siendo… ¿un no? ―Cielo, a veces puedes resultar de lo más insolente, ¿sabes? ―dijo retirándome el pelo de la cara con la mano abierta―. Por suerte para ti, he dormido muy bien y me siento extremadamente generoso, así que te comunico que, a partir del mes de noviembre, usted, futura señora Heartstone, será la nueva Directora de Cuentas de Heartstone Publicity Nueva York. Me quedé mirándolo fijamente sin saber qué hacer, ni qué decir. Me había pillado por sorpresa y después de haberle dicho todo lo que pensaba de sus decisiones me sentía avergonzada. ―¿Me has llamado insolente? ―le pregunté con la ceja levantada, fingiendo un enfado que ya no sentía en absoluto. Aquello lo descolocó. ―¡Por Dios, Cristina! Espero que sean tus hormonas las que hablan porque te juro que no te entiendo ―dijo desesperado pasándose las manos por el pelo. Cuando hizo amago de levantarse salté sobre él y lo abracé con fuerza. ―¡Gracias, gracias, gracias! Estoy muy feliz ―Sonreí de oreja a oreja. Tenía los ojos empañados y me moría por besarlo por toda la cara, pero primero pasé un dedo por su ceño fruncido y le alisé la frente con dulzura―. Eres la mejor persona que he conocido, además de guapo, generoso y… ―…un gilipollas injusto y cabezota ¿no? ―Pero no lo decía en serio, Jack. Estaba enfadada contigo y ahora ya no. Me besó profundamente y me tumbó de espaldas sobre la cama. ―¿Sellamos el acuerdo entonces? ―preguntó subiendo lentamente mi camisón. ―Por supuesto, señor Heartstone. *** La visita a la ginecóloga de aquella tarde iba a ser la primera en la vida de Jack. No solo se mostraba nervioso y algo torpe, también podía percibir el agobio que le producía aquella situación mientras esperábamos a que nos llamaran. ―Quizás hasta puedas oír el latido de su corazón ―le dije, sabiendo que aumentaría su nerviosismo con mis palabras. Me regocijé y solté una carcajada cuando su mirada me dijo lo impactado que estaba. Una vez dentro de la consulta, Jack se mostró más silencioso todavía y miraba a la doctora Perkins con una especie de admiración y miedo. Mientras ella y yo hablábamos y cumplimentábamos la ficha con los nuevos datos del embarazo, él no dejó de observarlo todo a su alrededor. ―Y usted, señor Heartstone, ¿qué me cuenta? ¿Cómo se siente? Jack miró a la doctora y luego me miró a mí como si no hubiera entendido la pregunta. Le apreté la mano y le sonreí infundiéndole confianza y valor, porque era evidente que estaba intimidado. ―¿Se encuentra bien, señor Heartstone? ¿Quiere que llame a una enfermera para que le traiga alguna cosa? ¿Agua, quizás? ―se preocupó Corelia Perkins. ―Oh, no, no se preocupe, se me pasará enseguida ―Carraspeó varias veces intentando tragar saliva hasta que lo consiguió. El color que había abandonado su rostro por unos momentos regresó poco a poco―. Me preguntaba cómo me siento… Uff, ¿usted qué cree? Estoy habituado a vivir situaciones de alto riesgo y le aseguro que esto da más miedo que todo lo que he pasado en mi vida. La doctora sonrió satisfecha con la respuesta de Jack. Luego se puso en pie y ojeó algunos papeles. ―Según tú, estás de una falta. Si te parece vamos a hacerte una exploración y lo vemos, ¿quieres? ―Asentí y cogí a Jack de la mano para que me acompañara. El gesto de horror que hizo me provocó una carcajada. ¿Dónde creía que iba? ¿Al paredón? ―Póngase aquí, señor ―le indicó la enfermera, colocándolo detrás de mí cuando me acosté en la camilla. Corelia entró en la sala poniéndose unos guantes de látex y nos sonrió con confianza. ―Vamos a ver que tenemos aquí. Al principio reservó la imagen de la pantalla para ella misma. Apuntaba cosas concentrada en el monitor. Miré a Jack y le apreté la mano. Seguía nervioso pero ya no parecía a punto de desmayarse. Él también miraba a la doctora a la espera de sus palabras. Tras varios minutos de silencio, Corelia arrugó el ceño y negó con la cabeza. Jack me cogió la mano con fuerza y yo contuve el aliento. ―¿Todo va bien? ―preguntó incapaz de estar callado por más tiempo. ―Un momento, enseguida os digo ―respondió sin apenas levantar la vista. Transcurrieron unos desesperantes minutos más hasta que hizo un amago de sonrisa y giró la pantalla hacia nosotros.
―Vamos a ver, pareja. Tengo dos noticias que daros. Una buena y otra que puede ser buena o regular, según lo veáis vosotros. ―Empecemos por la buena ―dije sin poder esperar más. Jack asintió conforme. ―Bien, la buena noticia es que vuestro bebé está en perfectas condiciones, según lo que he podido ver. La placenta está bien desarrollada para el tiempo del feto. Estás de casi seis semanas y el transcurso del embarazo es normal. ―¿Y la otra noticia? ―pregunté esperando algo realmente malo. ―La otra noticia es que vuestro bebé se encuentra bien…, también ―dijo con la mirada brillante y un asomo de sonrisa en los labios. ―Eso ya lo ha dicho. El bebé está bien ―soltó Jack. ―No, señor Heartstone. Su otro bebé ―Giró la pantalla un poco más y amplió un fragmento de la imagen borrosa ―. ¿Ven esos dos puntos que se mueven ahí? ―señaló con el boli. Efectivamente, había dos diminutos puntos que parpadeaban todo el rato a un ritmo un tanto rápido―. Pues esos dos puntos son los corazones de sus retoños. *** ―¡No sé qué ponerme para la fiesta de mañana! ―exclamé esa misma noche, desesperada. ―No me imagino la cara de mi madre y de Preston cuando se enteren ―dijo él mirando la imagen de la ecografía que no había dejado de observar desde que habíamos salido de la consulta. ―Cuando se enteren ¿de qué? ¿De qué no tengo vestido? ―pregunté algo confundida. ―Cuando les cuente que son dos. ―¡Jack! ¡No me estás escuchando! ―grité. Me senté a su lado y le arrebaté la ecografía. Ahora mismo no serían más grandes que una lenteja. Pero aun así, eran los dos puntos más preciosos del mundo. ―Estarás preciosa con lo que te pongas. Aunque a mí me gustas más sin ropa ―dijo bajando un tirante de mi camiseta y dejando al descubierto un pezón rosado―. Pronto tendré que pelearme por uno de estos ―dijo rozándolo levemente con su dedo índice. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. ―Hazte a la idea de que cuando nazcan los bebés ésta será su comida cada día y no dejaré que te acerques a ellos ni en broma. ―Le ofrecí un pecho para que lo succionara. Ya me sentía húmeda entre las piernas. ―Disfrutaré viendo como ellos comen de la fuente que a mí me da tanto placer. Me encantan tus pechos, son tan apetecibles ―dijo mordiendo la punta de uno, poniéndolo duro como una roca al instante. Dejé escapar un largo gemido cuando me pellizcó el duro pico mientras jugaba con su lengua en el otro. Mordió, chupó, lamió y succionó con fuerza hasta que le rogué algo más. Recorrió mis brazos con sus manos hasta que nuestros dedos se enredaron en un nudo imposible y levanté las caderas en evidente insinuación de lo que deseaba con urgencia. Pero él se tomó su tiempo dejando ligeros besos sobre la tierna piel de mis pechos y fue subiendo mis manos hasta que las retuvo encima de mi cabeza. Aquella posición hacía que arqueara mucho más la espalda, ofreciéndole mis pezones. ―Ven conmigo ―murmuró en mi oído mientras lamía el contorno, provocándome un escalofrío. Me cogió en brazos sin dejar de besar mi cuello. ―¿Dónde vamos? ―pregunté velada por la pasión. ―Me apetece una buena ducha y algo especial ―me susurró sensualmente. “Algo especial suena muy bien”, pensé excitada y un gemido salió de mi boca haciéndolo sonreír. Ni siquiera nos quitamos la ropa. Abrió el grifo de la ducha y cuando el agua salía más caliente, nos metimos de lleno debajo, jugueteando, hasta que nos deshicimos de las prendas mojadas. ―Esta parte de tu cuerpo es desconocida para mí, y me gustaría… ―susurró introduciendo la punta de un dedo por el oscuro agujero entre mis glúteos. Me tensé de inmediato―. Solo si tú lo deseas... Lo miré a los ojos y supe que podía confiar en él. Asentí y enredé mis manos alrededor de su cuello y mis piernas se adhirieron a su cintura. Unos segundos después el dedo de Jack trazaba lentos círculos en mi interior reportándome un placer extraordinario. Gemí cuando profundizó más. ―Iremos poco a poco. Lentamente, ¿de acuerdo? Sacó el dedo de mi interior y cogió una pequeña botella que había junto al champú. Vertió una generosa cantidad del espeso fluido en su mano y se las frotó sin apartar su intensa mirada de mis ojos. ―¿Qué es eso? ―pregunté curiosa. ―Algo que te hará enloquecer, cariño. Confía en mí. ―Me puso de cara a la pared, con las manos apoyadas en el banco de piedra de la ducha y las piernas separadas, dejando mi culo expuesto. Comenzó pasando sus manos por mi espalda con caricias lentas pero consistentes. Abarcaba mis costados sin llegar a tocar mis pechos, que colgaban hacia el suelo siguiendo los principios de la gravedad. Masajeó mis glúteos con sus pulgares, llegando hasta la unión de estos, impregnando el oscuro canal con la sustancia viscosa que había sacado de la botella. Su mano, abierta por completo, frotó mi vulva, haciéndome gemir por la necesidad. Luego, lentamente, puso su glande en la entrada de mi ano y presionó abriéndose camino poco a poco. ―Tranquila, tienes que relajarte un poco más ―dijo frotando con sus dedos mi clítoris. Ejerció más presión y sentí un ramalazo de dolor que se confundía con el placer. Sus dedos seguían torturando mi vulva y mi hinchado botón mientras penetraba perezosamente. Hacía pequeñas paradas en su trayecto para que las paredes del oscuro pasadizo se acostumbraran a su grosor y cuando notaba la laxitud de los músculos que lo rodeaban, continuaba su camino hasta que estuvo completamente dentro. ―Eso es, ya está, pequeña. Ahora empieza lo bueno, te lo aseguro. Me enderezó la espalda un poco y movió sus caderas en un pequeño círculo. “Oh, Dios mío”, pensé al sentir el primer espasmo de mi cuerpo. Jack salió un poco y volvió a entrar de nuevo con más facilidad. Repitió la operación varias veces hasta que comencé a sentir un calor interno que no era normal. ―¿Qué es… eso? ―pregunté alarmada. ―¿El calor? ¿Lo sientes? Es el lubricante. Relájate. Cuando se frota tiene un efecto devastador ―dijo conteniendo el aliento cuando salió y volvió a entrar con languidez. ―Ohhh, por favor… ―gemí extasiada. Su mano seguía acariciando mi sexo lentamente mientras su verga entraba y salía de mí. Llegó un momento en el que necesité más. Su ritmo lento me dejaba insatisfecha con cada embestida y, por voluntad propia, mi cuerpo comenzó a chocar contra su miembro cada vez que se adentraba en una nueva penetración. ―Te gusta ¿verdad? ―preguntó sobre mi oído. Aprovechó para dame un mordisco en el hombro y embestir más fuerte. Él también lo necesitaba―. Dime si te gusta, Cristina. ―Oh, Dios, claro que me gusta. Pero necesito… ―supliqué en busca de un desencadenante final. Me acercaba vertiginosamente al final del túnel cuando dos de sus dedos me penetraron por delante ejerciendo una deliciosa presión dentro. ―Me inflamas por dentro cuando te siento tan desinhibida. No puedo dejar de pensar en cómo darte placer para poder admirar tu dulce rostro ruborizado, tus labios entreabiertos dejando asomar esa deliciosa lengua perversa. Adoro tus ojos cuando están velados por el éxtasis y me muero por escuchar tu sensual voz pidiendo más. ¿Quieres más, Cristina? Dímelo ―susurraba mientras daba ligeros mordiscos en mi espalda y los hombros. Sus palabras me enardecieron. Las escuchaba como a lo lejos mientras toda la sangre de mi cuerpo se concentraba en un mismo punto empujada por el significado de sus eróticos murmullos. ―Dame más, por favor, más… ―boqueé en el momento en que mis piernas empezaron a flaquear y el orgasmo me arrollaba como un tren sin frenos. Grité su nombre cuando sentí que me partiría en dos. Aquella posición, el contacto con su mano, su miembro entrando y saliendo, sus gemidos y jadeos acompañando a mis gritos… Todo aquello me sobrepasó y me corrí violentamente arrastrándolo a él también. Se tensó y derramó su simiente caliente en mi interior profiriendo un brutal rugido de satisfacción. Después de unos largos minutos apoyados en la pared de la ducha intentando recuperar el ritmo normal de nuestras respiraciones, Jack me cogió en brazos y me llevo a la cama con un cuidado embriagador. Luego volvió al baño y regresó a mi lado con la botella de lubricante. Lo miré con una ceja levantada mientras me ponía boca abajo en la cama, acariciando la sensible piel de mi cintura. Luego se untó la mano entera con lubricante y, muy delicadamente, masajeó la unión entre mis nalgas, mi espalda, el cuello, los brazos y mis muñecas. Ronroneé cuando hizo lo mismo en el interior de mis muslos, encendiendo mi necesidad. Al pasar sus dedos delicadamente por mi vagina, ahogué un grito contra la almohada y me moví buscando de nuevo la liberación. ―No habrá más por hoy, señorita Sommers ―dijo insistiendo hasta que un pequeño eco del gran orgasmo que había sentido me recorrió de pies a cabeza―. Ya está bien, viciosa. ―¡Pues deja de torturarme! A la mañana siguiente, cuando desperté, no había nadie en la casa. Sabía que él tenía que pasar por la oficina antes de tomarse el resto del día libre, pues aquella noche se celebraba nuestra fiesta de compromiso y quería estar descansado. Vi la ecografía en su mesilla de noche y sonreí como una boba al recordar con qué devoción había mirado el papel el día anterior. ―Será un gran padre si es que está algún día en casa ―dije levantándome feliz para ir a desayunar. Pero no había dado ni dos pasos cuando reparé en la caja plateada de enormes dimensiones que había sobre la mesa de la habitación. Me acerqué insegura y leí la nota que reposaba encima: “Me muero por tener algo contigo”, decía la característica letra de Jack, en color rojo. Abrí la caja sin perder tiempo y, entre capas y capas de papel de seda negro, apareció el precioso vestido que tanto había admirado en el escaparate de Dior, en París.
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Algo Contigo
RomanceA Cristina Sommers y a Jackson Heartstone no los une el destino aquella primera noche, sino el don sobrenatural de ella: algunos extractos de sus sueños tienden a convertirse en la más cruda realidad. El mundo de la publicidad es su bien común, sin...