Capítulo 32

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Ahogué un grito cuando el rostro de Jack dio sentido a aquella palabra que se había filtrado en mi mente sin encontrar su lugar en la historia. “Hermano”, había dicho Sael y las piernas de Jack temblaron amenazando con dejar de sostenerlo. El silencio era atronador y los segundos del reloj de pared de la sala eran el único sonido que turbaba el tenso ambiente. ―¿No le has contado a tu prometida que tienes un hermano? Se acercó andando hasta mí y se colocó detrás poniendo su mano sobre mi hombro. Empezó a masajearlo bajo la atenta mirada de Jack, que cada vez se encendía más. ―Mi nombre, querida cuñada, es Samuel Heartstone, hijo de Douglas J. Heartstone y Alexandra Curtis. Hermanastro de Jack, aunque creo que él lo ha descubierto hace poco ¿no? ―Pero tú tuviste un accidente… ―murmuré mirando fijamente a Jack, que no apartaba la vista de hombre que tenía a mi espalda. ―¡Oh, querida! Me encantaría contarte la historia pero te aburrirías y, además, ahora ya no tiene importancia. Esta es mi vida ―dijo señalando con la pistola la sala en la que nos encontrábamos―, y debo resolver algunos asuntos con mi hermano, ¿no es así? ―Todo este tiempo creyendo que habías muerto, tres años buscando culpables, motivos, cualquier cosa que dejara descansar mi alma y tú… ―Hizo una pausa y cogió aire lentamente. El brillo de sus ojos no auguraba nada bueno. Estaba al límite―. Hijo de puta. ¿A esto lo llamas tú vida? ¡Esto es una basura! ―exclamó Jack dejando salir la rabia que había acumulado. ―¡No te atrevas a juzgarme, insensato! Yo no tuve un padre que me lo dio todo para construir una vida perfecta. ―Avanzó a grandes pasos hasta colocarse cara a cara con su hermano. Estaba enfurecido―. ¡Tú te lo llevaste todo! ¡Tú! Con tus perfectos modales militares, tu disciplina, tu condescendencia. Eras el perro faldero de nuestro padre y dejaste que eso te alejara de mí. ¡Maldito seas! ¡Si soy así es por tu culpa, Jackson! ―¿Crees que lo que tengo nos lo ha dejado nuestro padre? ―preguntó apretando los puños y la mandíbula―. ¡Y una mierda! Estuve al borde de la ruina, al borde de que me expulsaran de mi grupo de operaciones. Y mientras ¿qué hacías tú? Jugar a soldaditos, meterte en líos, engañarme, robarme. Tuviste un accidente, te dimos por muerto. ¡Tus restos estaban en el coche! ―Hizo una pausa y se apretó el puente de la nariz con los dedos índice y pulgar. Estaba agotado y tan impresionado por lo que había descubierto que no era capaz de pensar con serenidad. Debía mantener la calma si quería que saliéramos de allí con vida. ―Tú no ibas a ayudarme ―dijo Sael con una pasmosa tranquilidad―. Queríais que declarara contra la gente que me había mantenido durante tanto tiempo. ¿Pensabas que me mantendría a salvo y que no me encontrarían? ¡Mírame ahora! ¡Soy el maldito Camaleón! Todo esto es mío, me lo he ganado con el sudor de mi frente. ¡Soy el puto amo! ¿Crees que me iba a conformar con tus migajas? Ya tuve suficiente con la mierda de vida que tuve que vivir junto a ti ―le espetó cruelmente. Yo sabía que Jack había tenido que cuidar de Samuel y sacarlo de más de un lío en sus años rebeldes. Douglas y Alexandra habían sido unos padres nefastos, pero Jack había sido un buen hermano. ―Tu vida de mierda fue obra tuya, no me culpes a mí. ―¡Oh, sí, claro! Claro que te culpo. Tú eras perfecto para nuestro padre. El heredero perfecto. Qué lástima que por aquel entonces no supiera que eras un maldito bastardo. Yo era el hijo legítimo de Douglas J. Heartstone. Hubiera sido su heredero... ―Pero ¿en qué época te crees que vives? ¿Hijo legítimo? ―dijo con desprecio―. Nuestro padre no habría confiado en ti ni aunque te hubiera parido él. ―Touché, hermano. Eso es cierto ―rió―. Ese viejo cabrón no habría dado un céntimo por mí, por eso no me importó cuando Madeleine se lo cargó. ―¡¿Qué?! ―exclamé poniéndome la mano en la boca, horrorizada. ―Oh, sí. La buena de la tía Maddy, menuda es. ¿No lo sabías? ―me preguntó mirándome con una amabilidad fingida que me puso los pelos de punta―. ¿Esto tampoco se lo has contado? ―le preguntó a Jack negando con la cabeza con falso pesar. Lo miré horrorizada. “Madeleine mató a su padre. Lo mató. ¡Oh, Dios mío!”, pensé recordando la historia de violaciones que nos había contado en la fiesta de compromiso. Madeleine quería acabar con todo aquello que había construido el hombre que destrozó su vida, incluso con él si era necesario. Y lo logró. ―Déjala que se vaya. Ella no pinta nada aquí ―dijo Jack de repente. ―No lo entiendes, ¿verdad? ―Samuel cerró los ojos y suspiró teatralmente. Luego se acercó con paso acelerado hasta la silla donde yo estaba sentada, me agarró de un brazo con fuerza y me arrastró hasta ponerme delante de Jack. ―¡Tú has sido el que la ha metido en esto y ahora ella debe morir! ¡Es tu culpa, hermano! ―escupió―. Y pagarás viendo cómo cae antes que tú. ―¡No! ―grité revolviéndome. Cerré el puño clavando mis uñas en la palma de la mano y lo estampé contra su mandíbula. No supe bien si el crujido que escuché fueron mis nudillos al contacto con los huesos de su rostro, o su mentón desencajándose por el fuerte golpe. Grité de dolor cuando Reinaldo me cogió del pelo y me cruzó la cara con una sonora bofetada que me dejó desorientada. Jack reaccionó levantando las manos para agarrar a Reinaldo, pero la pistola de Sael se clavó en su frente al instante. ―¡Llévate a esta zorra de aquí! ―ordenó Samuel moviendo la mandíbula con dolor mientras miraba fijamente los azules y enfurecidos ojos de Jack. ―Te quiero ―musité entre lágrimas antes de que me llevaran a rastras. Él no contestó. Fijó sus encolerizados ojos en Reinaldo y estaba segura de que se habría tirado a su cuello si no fuera por el cañón que le presionaba la frente.
―Si le vuelves a poner una mano encima a mi mujer, te juro que no vivirás ni un solo día más para contarlo. *** Encima de la cama de la habitación había una bolsa de deporte negra que no había estado ahí anteriormente. Una nota apareció en el momento en que descorrí la cremallera y miré dentro. “Protégete en el cuarto de baño. ¡Ya!”. Un chaleco anti balas y una máscara anti gas fueron las dos únicas prendas que encontré en el interior. Corrí al aseo asustada y allí me puse el chaleco. Luego me metí en la bañera y me hice un ovillo. No sabía quién me había dejado aquello ni por qué, pero no esperé a averiguarlo. La nota era muy clara y transmitía una urgencia que no fui capaz de cuestionar. “Ya es ya, Cristina”. De pronto, un ruido ensordecedor procedente de la habitación hizo temblar los cimientos de la casa. El humo se colaba por las ranuras de la puerta y me coloqué la máscara de inmediato. No podía escuchar nada desde la posición en la que estaba, pero sentía pisadas y movimientos al otro lado de la pared. Después de una eternidad esperando, temblando y sollozando como una niña perdida, salí de la bañera y eché un vistazo a la habitación. Había quedado reducida a escombros. Un gran agujero se abría donde antes había estado la ventana y parecía que hubiera pasado por allí una manada de elefantes africanos. Salí al pasillo y miré a un lado y a otro. No se oía nada y eso me ponía más nerviosa. “Si al menos pudiera encontrar a Jack”, pensé. Anduve por el largo corredor, sorteando trozos de escayola desprendida de las molduras de los techos. Quería llegar hasta las escaleras, pero cuando ya divisaba la barandilla y estaba a punto de echar a correr, un sonido cercano a mi oreja me frenó en seco. ―Ni se te ocurra moverte, y mucho menos gritar, zorra ―me amenazó Noa a mi espalda. Me apuntaba con el cañón de una pistola directamente en la cabeza. Anduvimos largo rato por la casa buscando a Sael, pero donde antes se había movido un ejército de hombres, ahora ya no quedaba nadie. Noa, cada vez más frustrada, apretaba su pistola contra mi espalda, descargando su rabia y su desesperación con golpes secos que me dejarían señales durante mucho tiempo. En el preciso momento en que entrábamos en la sala de estar, un grupo de hombres armados hasta los dientes entraron en tromba y nos rodearon. ―¡Quietos o la mato! ―gritó Noa con la voz temblorosa. Por su reacción era evidente que no pertenecían al pequeño ejército de Sael. ―¡Suéltala! ―ordenó la voz de un hombre al que reconocí de inmediato. ―¡Jack! ―exclamé cuando se quitó el casco y dejó a la vista su magullada cara. ―Noa, tú y yo sabemos que esto es el final. No vas a salir con vida a no ser que la sueltes y tires el arma. Sael y Reinaldo van a caer y tú también… ―¡Y una mierda, Heartstone! ¿Crees que soy estúpida? Sael no caerá tan fácilmente, y yo no pienso rendirme sin pelear. Tu preciosa Cristina se viene conmigo, y si dais un solo paso le meteré un tiro en su preciosa cabecita ¿me has entendido? Dicho esto Noa comenzó a andar llevándome a mí por delante como si fuera su escudo. Pretendía salir del círculo formado por los hombres de Jack y cruzar la habitación hasta la otra punta. Miré a Jack al pasar cerca de él. Ya se había puesto el casco y se encontraba en posición de alerta. Desvió sus ojos al hombre de su derecha y pude ver la mirada de Scott tras la visera del casco. Eddie y Marc también estaban en el grupo de ocho hombres que controlaban la situación y vigilaban el perímetro por si aparecían los soldados de Sael. Absurdamente, me alegré de tenerlos a los cuatro allí aunque no me fuera a servir de mucho. ―¿Eddie? ―preguntó Jack de pronto sin apartar la vista de la pistola de Noa. ―Listo, jefe. ―Noa, esta es tu última oportunidad. Baja el arma y suelta a Cristina ―dijo Jack con tono de ultimátum. ―¡Ella morirá! ¡Os lo juro que morirá! ―gritó histérica al verse acorralada. Jack hizo un gesto con la cabeza, casi imperceptible por el casco pero lo suficientemente claro para sus hombres. Solo tuve tiempo de escuchar el sonido de un disparo y luego sentí el peso de Noa cayendo sobre mi cuerpo a plomo. Comencé a gritar al ver la sangre que me cubría las manos y me dejé caer al suelo incapaz de sostenerme en pie por más tiempo. ―Estás bien, respira. Respira tranquila, Cristina ―dijo Jack a escasos centímetros de mi cara―. Has sido muy valiente y todo esto va a pasar pronto. Solo te pido un poco más de fuerza, mi amor, solo un poco más ¿de acuerdo? ―¡Tenemos compañía! ―gritó el hombre que controlaba la puerta principal de la sala. ―¡Scott, sácala de aquí! ―gritó Jack poniéndose de pie de un salto y colocándose de nuevo el casco―. ¡Ya, Scott! Salíamos por una de las puertas del salón cuando comenzaron los disparos dentro. Ridley me llevaba pegada a él, cogida de la mano mientras con la otra sujetaba su arma. Recorrimos un número incontable de pasillos hasta llegar a una puerta trasera que daba a la zona menos cuidada de la enorme casa. Parecía un patio trasero lleno de trastos, electrodomésticos viejos y basura maloliente. Me detuve para recuperar el aliento que la carrera me había robado pero Scott no me lo permitió. ―Ahora no, Cris, te lo ruego. Un esfuerzo más.
Pasamos por un hueco en una alambrada que nos metió de lleno en una selva de rastrojos y ramas que me arañaron la cara y el cuello. Dejamos la casa atrás rápidamente y salimos, después de unos metros, a un camino donde esperaba un jeep. El conductor del vehículo le hizo una señal, Scott asintió brevemente y, sin mediar palabra, abrió la puerta, me metió dentro de un empujón y cerró. Antes de que pudiera agradecerle lo que hacía por mí, desapareció y el coche derrapó ruedas y salió disparado. *** ―Hola, pequeña. ¿Cómo te encuentras? ―preguntó una dulce y cálida voz. Me incorporé rápidamente y busqué con la mirada alrededor.“¿Dónde estoy?”, pensé de inmediato incapaz de reconocer la figura que estaba sentada a mi lado. Aquel olor a limpio, la suavidad de las sábanas, esos ojos que me miraban con una mezcla de compasión, tristeza y alegría, el tacto de su mano en la mía como si fuera la de una madre preocupada por su hija. Todo aquello me superó y mis emociones, que eran un caos desde hacía mucho tiempo, se desbordaron. No sé cuánto tiempo estuve llorando abrazada a María Sánchez como si fuera mi paño de lágrimas. Solo cuando me sentí cansada hasta para seguir llorando, me separé de sus brazos y pude ver su sonrisa. ―¿Mejor? ―preguntó, pasándome su suave mano por el pelo húmedo de la frente. Asentí avergonzada y bajé la mirada. ―¿Y Jack? ―Un gran miedo reapareció en mi interior retorciéndome las entrañas. ―No lo sabemos aún. Pero volverá, no debes preocuparte por él, cariño. ―Sus palabras no eliminaron aquel terror interno que me atenazaba―. ¿Qué te parece si te dejo algo de ropa y bajamos a comer algo? Son casi las nueve de la noche, llevas durmiendo todo el día, y debes de estar hambrienta. Ataviada con las ropas de mi anfitriona, un poco grandes y cortas, me senté en la mesa de la cocina a comer un buen plato de patatas fritas y huevos. Cuando acabé, pese a que me moría por volver a la cama a dormir, formulé algunas preguntas que necesitaban respuesta. ―¿Por qué me han traído aquí? ―¿Dónde te iban a llevar, si no? Ésta es tu casa, hija. No hay lugar más seguro que éste. Llegaste dormida y tan cansada que ni siquiera cuando te desvestí y te curé los rasguños del cuello te inmutaste ―respondió. ―Pero, ¿cómo sabían ustedes que…? ―Cielo, Jesús perteneció hace muchos años al servicio secreto cubano y, aunque él piensa que no lo sé, todavía hace algunas cosas para ellos. Si le pasa algo alguna vez, yo misma lo remataré por engañarme ―dijo haciéndome sonreír―. Así está mejor, mi niña. Estás guapísima cuando sonríes. No entiendo como ese tonto de Jackson no se dio cuenta antes de lo perfecta que eras para él. Los hombres son tan simples… ―¿Dónde está el señor Sánchez ahora? Quizás él sepa algo más de Jack. ―No te preocupes, querida. Jesús regresará pronto. Lleva días tratando de averiguar algo más de esa alimaña del Camaleón. ―Entonces… ¿ustedes no saben quién es…? ―Sí, lo sé. Jesús no me ha querido contar nada, pero a veces grita demasiado y hace algunos meses escuché algo que aún no puedo creer aunque sea él mismo el que lo diga. ―María cerró los ojos y suspiró cansada. Una lágrima solitaria se le escapó y enseguida la limpió con un elegante gesto―. Para mí, Samuel murió en aquel accidente de coche hace casi tres años. Si ese hombre que te ha hecho daño fuese nuestro pequeño, tendría que arrepentirme de cada una de las lágrimas que derramé por él, porque no soy capaz de llorar por ningún asesino. Por lo tanto, querida, entiende que prefiera no creer en la verdadera identidad de ese Camaleón. ―Lo entiendo. Y lo siento. *** Me desperté gradualmente asimilando poco a poco dónde me encontraba. El olor de tostadas y café recién hecho hizo rugir mis tripas y sonreí. “Los bebés tienen hambre”, pensé satisfecha. Pero luego recordé la pesadilla que había tenido por la noche y me eché a llorar. En ella, Jack no regresaba nunca a mi lado. Nadie volvió a saber nada de él y aunque mis esfuerzos por encontrarlo no cesaban, cada vez era más difícil encontrar la siguiente pista. Negándome a que mis sueños siguieran controlando mi destino, me vestí y bajé a la cocina en busca de María. ―Buenos días ―dije cautelosa cuando entré en la cocina, desierta―. ¿Hola? ¿María? Salí de allí y recorrí un ancho pasillo perfectamente iluminado por la luz de los ventanales que daban al jardín de la casa. En una mesa de forja del exterior, sentada junto a su marido, estaba María. Al parecer, Jesús Sánchez había vuelto. Me acerqué prudentemente para no interrumpir ninguna conversación entre el matrimonio, pero cuando estuve a pocos metros me di cuenta de que María estaba llorando desconsoladamente. Mi mundo se empezó a resquebrajar pensando que la tristeza de aquella mujer se debía a la pérdida del hombre al que yo tanto esperaba. La sangre me abandonó el rostro y me llevé las manos a la boca, incapaz de hacerlas dejar de temblar. ―¿Qué… qué sucede? ―balbuceé con un hilo de voz. ―¡Cristina! Ven, acércate y siéntate con nosotros ―dijo el señor Sánchez sorprendido. Se levantó y llegó hasta donde yo seguía plantada, incapaz de dar un paso sin desmayarme―. No te preocupes, pequeña. María está un poco sentimental hoy, no se lo tengas en cuenta. Ven, querida, por favor. ―Me cogió del codo con suavidad y me instó a dar un primer paso y luego otro. ―Pero, ¿qué pasa? ¿Es Jack? ―pregunté asustada. ―Oh, no, pequeña, no es eso. Tranquila. ¿Has desayunado? ―preguntó María queriendo cambiar de tema. Se limpió las lágrimas con un pañuelito que llevaba en la mano y compuso una sonrisa afectuosa―. Te dejé una bandeja preparada en la cocina. Pensaba subírtela en un rato. No sabía que estabas ya despierta. Jesús, ―dijo girándose hacia su marido, que se encontraba a su espalda con las
manos en sus hombros―, ¿puedes ir tú a traer la bandeja del desayuno de esta niña? Si no le damos de comer, esos bebés morirán de hambre. El señor Sánchez sonrió ante la mención de los bebés y salió disparado hacia la cocina. ―¿Por qué lloras? ¿Ha sucedido algo? Por favor, si le ha pasado algo a Jack quiero saberlo. No soportaría que me ocultaseis algo así. ¿Qué ha pasado? ―insistí al borde de las lágrimas. ―No te preocupes, querida. Jack estará aquí mañana por la noche, como muy tarde. Todo ha terminado, pero antes debía informar a sus superiores de lo que ha pasado. Jesús te lo contará todo mejor que yo. El señor Sánchez apareció en ese momento con la bandeja de comida. Tenía tanta hambre, que no me pareció excesivo comerme todo lo que había preparado María mientras Sánchez, como si de un cuento se tratase, me relataba cómo había acabado la historia de Sael. ―Entonces, ¿no ha muerto? ¿Sigue vivo? ―pregunté al saber que había sobrevivido al asalto. ―Sí, está vivo. En la cárcel, pero vivo. ―¿Y los demás? ¿Y Reinaldo? ―Bueno, según Jack, solo ha habido que lamentar una baja: una mujer. No sé quién es ese Reinaldo, pero sin duda sigue vivo. Seguramente estará detenido como todos los demás ―me explicó Jesús dejándome mucho más tranquila. ―¿Y qué va a pasar ahora con Samuel? ―pregunté. La expresión de aquel hombre se tornó sombría y en sus ojos apareció la tristeza en el estado más puro. María estaba completamente afligida. ―Lo juzgarán. De un modo o de otro, le espera una buena temporada a la sombra ―Se quedó pensativo unos minutos como haciendo balance de sus palabras y lo que significaban. Aquel matrimonio había querido a Jack y a Samuel como si fueran sus propios hijos y lamentaban lo que había sucedido con el más pequeño de los Heartstone, tanto o más que cuando asistieron a su funeral. Samuel los había engañado a todos, había estado robando a Jack, había intentado matar a Lina, me había secuestrado y se había propuesto acabar con su hermano mayor. Todo eso sumado al contrabando de armas y al tráfico de drogas, delitos por los que ya se le buscaba desde hacía mucho tiempo. Sánchez no quiso responder cuando le pregunté cuántos años estaría en la cárcel, pero su mirada me dijo que Samuel no volvería a ver la luz del sol siendo un hombre libre. Pese a todo, me apené.

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