Capítulo 21

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Desperté con el sol de la tarde acariciando mi rostro. Hacía calor, pero una fresca brisa entraba por la cristalera haciendo ondear la fina cortina blanca. Como era de esperar, Jack no estaba. Sin embargo, su lado de la cama seguía caliente y podía adivinar su silueta aún visible en el colchón. —Ya te has despertado —dijo saliendo del cuarto de baño. Llevaba una toalla enrollada a la cintura y varias gotas resbalaban por su torso. Era tan perfecto que las mariposas revoloteando en mi estómago amenazaron con ahogarme. —Podías haberme despertado. Me hubiera dado una ducha contigo. —Necesitas descansar un poco, ya oíste al médico —dijo recostándose en la cama. Me acerqué y posé la cabeza en su pecho.—¿Qué te parece el 14 de septiembre como fecha para nuestra boda? —preguntó como al descuido dejándome tan sorprendida por traer a colación de esa manera el tema que, durante unos minutos, no supe qué decir. Me miró con la ceja levantada esperando una respuesta—. Habrá que ir pensando en ponernos a ello ¿no? —Creí que… Bueno, pensé que no querrías… de momento… —balbuceé confundida. Después de la fiesta había dado por hecho que la propuesta de matrimonio quedaría en el aire. —¿Por qué? —preguntó incómodo. Se incorporó y me miró fijamente, escrutando mis pensamientos—. Ya te dije en el hospital que no te pedí que te casaras conmigo por tu embarazo. Lo hice porque te quiero —Se giró y sacó algo del cajón de la mesilla—. Te di esto —dijo enseñándome el anillo de compromiso. Me miré la mano y me di cuenta en ese momento que no lo llevaba puesto—. Me dijiste que sí. —Me puso el anillo suavemente y apretó mis dedos con su mano—. Cásate conmigo. La boda sería el 14 de septiembre. Faltaban tan solo tres meses y había cientos de cosas que organizar, para lo cual Jack no dudó en pedir la colaboración de Lina, pero también sugirió que incluyéramos a Madeleine en nuestros planes, lo cual no fue bien recibido desde el principio. Era evidente que mi relación con aquella mujer era más que tensa y, después de la primera reunión entre las tres, Lina le cogió manía al instante. Transcurrido el primer mes, la tensión se hizo insoportable y los problemas entre nosotros empezaron a aparecer. Llegué a casa derrotada tras un agotador día de recorrer tiendas y más tiendas. Lina y Madeleine se habían pasado la tarde discutiendo por todo, y yo, que había decidido mantenerme al margen para no entrar en conflicto con aquella víbora, me vi desbordada de emociones cuando, después de un día de mierda, comprobé que me había bajado la regla. —¡Joder, joder, joder! —murmuré una y otra vez conteniendo las ganas de gritar. Era mi primer periodo después de perder a mi hija, algo significativo para mí. Los médicos habían insistido en que me quedara embarazada cuanto antes para suplir la terrible pérdida, y, secretamente, mantenía la esperanza de que fuera muy pronto. Había puesto un gran empeño en que sucediera durante ese primer mes. Pero cuando vi aquella mancha roja, el dolor en el pecho regresó. —¿Cristina? ¿Estás aquí? —preguntó Jack entrando por la puerta del dormitorio. —En el baño —dije—. Enseguida salgo. Lo encontré sentado en el jardín disfrutando de un refrescante gyn tonic. Aún llevaba la corbata puesta pero aflojada, y la camisa semi abierta, con los tres primeros botones desabrochados. —¿Qué tal el día? —preguntó bebiendo del vaso. —Estresante, agobiante, demoledor, horrible… ¿sigo? —respondí pesarosa. Me senté en sus rodillas y le di un beso en la frente. —No deberías estresarte tanto, no es bueno para ti, ya lo sabes. —Lo sé, lo sé, pero es que Madeleine y Lina discuten constantemente… —Deberías decirle a Lina que se relaje un poco con Maddy. Estáis siendo injustas con ella. Solo pretende ayudar. Lo miré con los ojos muy abiertos, intentando asimilar sus palabras sin enfurecerme. “¿Injustas? ¿Nosotras?”. —Creo que te estás equivocando. ¡No tiene ni idea de preparar una boda y me va a volver loca! —grité. —Quizás no tenga ni idea de preparar una boda, pero sus ideas son originales y se cotizan muy alto en publicidad. Deberías escucharla un poco más y dejarte de amiguismos infantiles. —¿Perdona? —exclamé, levantándome de su regazo y colocándome frente a él con los puños cerrados apoyados en las caderas—. ¿Amiguismos infantiles? ¡Ja! Sus ideas cotizarán muy caras, pero no sirven ni para limpiarse el culo. —¡Ahhh, Cristina! No soporto cuando usas ese lenguaje. ¿No se puede hablar contigo de Madeleine sin que te sientas atacada? —preguntó levantándose enfadado. Se dirigió a la cocina y lo seguí echando humo. —Yo no me siento atacada por esa tipeja ¿me oyes? —¡Te oye todo el vecindario! —exclamó furioso—. Y te recuerdo, por si te interesa, que esa ‘tipeja’, como la has llamado, es mi tía, y es importante para mí que le guardes un respeto. —Era la primera vez que veía a Jack de esa manera, tan protector con su tía, cuando nunca le había importado mucho—. Está claro que has tenido un mal día. Yo también, así que no quiero discutir contigo de tonterías de niñitas. Estaré en el estudio. —Vete a la mierda, Jack. Es lo mejor que puedo decirte en mi lenguaje vulgar sin ofenderte gravemente de muerte. Aquella fue la primera noche que dormimos separados desde que salí del hospital. A la mañana siguiente, después de haber pasado una noche infernal, me convencí a mí misma de que solo había sido una riña sin importancia. Yo estaba muy susceptible y él, con toda seguridad, había pagado su mal día conmigo. Pero no había ni rastro de Jack en la casa y un tremendo nudo se me instaló en la boca del estómago. Marqué su número de teléfono y esperé mordiéndome las uñas. Al tercer tono, descolgó, pero me quedé callada cuando preguntó quién era. “¿Ni siquiera sabe quién soy? Soy tu futura mujer, pedazo de gilipollas”. —¿Sí? ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —insistió. —Jack, cielo, cuelga y ven aquí, no hemos terminado —escuché de fondo. Era una sensual voz femenina que no conocía y que desató a la celosa que llevaba dentro. Colgué y luego estampé el teléfono contra la pared de la cocina. —¡Cabrón, desgraciado, hijo de puta! —grité, negándome a creer que después de nuestra primera pelea ya me la estuviera pegando con otra. ‘Otra’ que lo llamaba ‘cielo’. Utilicé el teléfono fijo para llamar a un taxi. Tiré al suelo el portafotos que había en la mesita, rompiendo el cristal que cubría una imagen nuestra abrazados en la piscina. Luego, dejándome llevar por unos irracionales celos metí varias prendas de ropa en una mochila y me fui de aquella casa dando un fuerte portazo. Las llaves quedaron dentro, olvidadas, y mi corazón tan roto como mi móvil o el cristal de la fotografía. *** Lina me hizo pasar a la sala de descanso de la academia en cuanto me vio aparecer deshecha en lágrimas e hipando como una niña. —Anoche nos peleamos —solté sin esperar sus preguntas. —¡Ay, joder! Vaya susto me has dado, pensé que era algo grave. ¿Qué pasó? —¡Es grave! —exclamé—. Le dije que estaba harta de Madeleine y no sabes cómo se puso. Le dije que sus ideas no servían ni para limpiarse el culo… —Lina soltó una carcajada y asintió dándome la razón, pero cuando vio que yo no me reía se calló de golpe. —Perdona, continua. ¿Qué te dijo él? —Que no me soportaba cuando hablaba así y que siempre me sentía atacada cuando se hablaba de esa odiosa mujer. ¡Atacada, me dijo! La defendió y me llamó niñita y yo lo mandé a la mierda. No durmió conmigo y esta mañana ya no estaba cuando me desperté —dije con la voz estrangulada. —Se le pasará. Dale un poco de tiempo. Es un hombre, no puedes pretender que entienda las cosas a la primera —comentó seria pero con una mirada divertida. —¡Es un cabrón! Lo he llamado y estaba con otra ¡Con otra! ¿Te lo puedes creer? ¡Se supone que nos vamos a casar! —¿Una clienta? —preguntó Lina con cara de estar buscando el motivo más razonable para el comportamiento de Jack. —¡Y una mierda una clienta! Una clienta no llama ‘cielo’ al Director de una empresa, ni le dice “aún no hemos acabado”, en tono sensual —imité la voz de aquella mujer—. No sabes lo estúpida que me he sentido —sollocé llevándome las manos a la cara. —Cristina, por favor. Sé razonable. Seguro que te llama en cuanto pueda. —Ahora ya da igual, mi móvil se ha roto —dije avergonzada. —¿Qué ha pasado? No lo habrás… —Estampado, contra la pared, sí… ¿Qué? —le pregunté enfadada cuando me miró con aquella cara suya de madre a punto de soltar una regañina—. Estaba furiosa y era lo único que tenía en la mano. También he roto el cristal de un marco con una foto nuestra. —Oh, por favor, ¿qué voy a hacer contigo? —se preguntó abrazándome, sabiendo exactamente lo desconfiada que era para el amor. —¿Puedo quedarme en tu casa esta noche? —pregunté con la mirada baja. —Claro que puedes. Pero deberías plantearte volver a tu preciosa casa y esperar a ese capullo para pedirle explicaciones. Sabes que yo siempre estaré de tu lado, pero todo el mundo debe tener la oportunidad de contar su versión. —No puedo volver a la casa. Las llaves se han quedado dentro. *** Los calambres provocados por el periodo me tuvieron echada en el sofá del apartamento de Lina el resto del día. Jack no había dado señales de vida, pero claro, tampoco es que yo estuviera localizable. Cuando a las nueve de la noche entró Lina por la puerta, hablaba por teléfono con tal enfado que me senté alarmada por si había sucedido algo grave. —¡No me grites! Si no te tranquilizas te cuelgo, ¿me oyes? —decía mientras se quedaba parada en medio del salón y me miraba fijamente. Su interlocutor dijo algo y ella bufó poniendo los ojos en blanco—. Sí, está aquí. Y sí, lo ha estado todo el día. ¿Contento? —¿Jack? —pregunté en voz baja señalando con el dedo el teléfono. Una chispa de esperanza se encendió entre los retazos de corazón que me ocupaban el pecho. —Toma —dijo Lina poniendo el móvil en mis manos bruscamente—. Habla con él. No sé cómo os soportáis. —Luego se metió en el cuarto de baño y oí como ponía en marcha el grifo de la ducha. Me puse el teléfono en la oreja y aguanté la respiración.
—¿Qué quieres? —¿Qué quiero? Pero ¿es que te has vuelto loca? Me has dado un susto de muerte. Te he llamado cien veces durante el día, llego a casa y tu móvil está hecho pedazos en el suelo, hay cristales rotos, tus llaves están encima de la mesa y tú no estás por ningún lado. ¿Qué coño quieres que piense, Cristina? ¿En qué cojones estabas pensando? Ahora mismo salgo para allá y… —¡No! No quiero que vengas —dije envalentonándome después de su tono de voz. No había arrepentimiento en sus palabras, sino reproche. —Cristina, no me toques las… —Adiós, Jack —y colgué el teléfono. “No use ese lenguaje soez conmigo, señor Heartstone”. Vendría. Estaba en la naturaleza de Jack hacer ese tipo de cosas. Pero cuando a media noche aún no había dado señales de vida, comencé a arrepentirme de no estar en casa. Ya entrada la madrugada, el timbre del apartamento sonó provocando un escándalo en el silencio de la noche. —¡Oh, Dios mío! ¡Jack! —exclamó Lina horrorizada cuando acudió a abrir la puerta. Se apartó para dejar entrar a un maltrecho Jack, con señales evidentes de haber recibido una paliza. Me llevé las manos a la boca y reprimí un grito de horror. Había sangre en su labio y su nariz. Uno de sus ojos comenzaba a ponerse negro y casi no podía abrirlo. Su camisa estaba desgarrada y manchada de sangre y barro. Y olía fuertemente a alcohol. Tambaleante, avanzó un par de pasos hasta el sofá cama y se dejó caer a plomo. Lina trajo un poco de desinfectante para curarle las heridas y, entre las dos, le quitamos la ropa y lo metimos bajo las sábanas. Él ni se inmutó, estaba tan borracho que se durmió en cuanto puso su cabeza en la almohada. —No sé lo que le dolerá más cuando se despierte, la cabeza por la resaca o el cuerpo por la paliza —comentó Lina dejando a mi lado una enorme camiseta de manga corta para Jack. —Se lo merece. ¿A qué cabeza hueca se le ocurre emborracharse así? Lo miré fijamente, allí dormido, hecho un asco, y mi corazón se saltó un latido. Amaba tanto a ese hombre que me veía capaz de perdonarle cualquier cosa. Pero de inmediato ese pensamiento me puso la carne de gallina, pues ya creí amar a otro en su día y desde entonces me prometí no consentir nunca más a nadie un dominio tan intenso de mis emociones. Debía encontrar la armonía entre los pensamientos de mi cabeza y los sentimientos de mi corazón. Pero eso sería otro día. —Ahora, descansemos, señor Corazón de Piedra. *** ―Cristina, despierta ―dijo la voz de Jack sacándome de una terrible pesadilla. ―¿Cris? ―llamó Lina apareciendo por el pasillo. Miré a ambos desorientada y comprendí que era yo la que los había despertado. ―Lo siento―me disculpé frotándome los ojos e intentando recordar de qué se trataba esta vez. —¿Estás bien? —preguntó Jack preocupado. Cerró los ojos con fuerza cuando Lina encendió la luz del salón. ―Sí, estoy bien. Solo fue un mal sueño ―dije mirándolos un tanto avergonzada. Después de un trago de agua fría y unas cuantas respiraciones, me despedí de Lina con un ademán y apagué la luz. Sin embargo, volver a conciliar el sueño fue una tarea harto difícil. ―¿No duermes? ―preguntó Jack al cabo de unos minutos. ―Tengo calambres ―respondí. Y me removí incómoda. ―¿Qué te pasa? ―se alarmó. ―Nada, tengo la regla y me encuentro mal. Duérmete. Pasó su brazo por encima de mí y me acercó a su cuerpo acoplándose a mis formas. El calor que desprendía su pecho me relajó y ablandó mi enfado hasta hacerlo desaparecer. Posó su mano sobre mi vientre y las lágrimas se me escaparon. Aquella era una caricia tan íntima que me rozó el alma. Los calambres cesaron a los pocos minutos. ―No más peleas ¿vale? ―murmuró. —Eso debería decírtelo yo a ti. No te has visto la cara aún. ¿Qué ha pasado? —Me pasé un poco en el bar y me invitaron a salir de una forma un tanto peculiar. Los otros quedaron peor, te lo aseguro. —Fanfarrón. —Bruja. No soporto dormir lejos de ti ni pasar el día sabiendo que estás triste y enfadada. ―¿Quién era la mujer con la que estabas esta mañana? ―pregunté a bocajarro. Si no lo hacía en aquel momento ya no tendría oportunidad de expresarle por qué había estado tan disgustada con él. ―¿Qué mujer? ―preguntó levantando la cabeza para mirarme en la oscuridad. ―La mujer que habló cuando te llamé esta mañana. ¿Dónde estabas? ―¿Me llamaste esta mañana? No he recibido ninguna llamada tuya, Cristina. He estado reunido toda la mañana ―dijo sinceramente. Luego se quedó pensativo y bufó con pesar―. Esta mañana desvié las llamadas al teléfono del despacho porque estaba sin batería y no funciona el identificador. Lo siento. ―Eso no contesta a mi pregunta ―le dije después de un largo minuto en silencio―. ¿Quién era la mujer con la que estabas? ―Era una de las abogadas de Faradai Byte, la nieta del dueño. Pero ¿qué importa eso? Jaimmie no tiene nada que ver con… ―¿Jaimmie? Qué familiaridad para tratarse de una de las abogadas de la competencia. Y lo que es peor, que ella te llame ‘cielo’ en una reunión de abogados no habla muy bien de la seriedad de la reunión ¿no crees? ―le espeté enfureciéndome por momentos. Traté de quitármelo de encima pero no me dejó moverme. ―Ella no significa nada ¿me oyes? Nos conocemos desde hace muchos años. Somos amigos. Ella tiene esa forma de hablar, Cris, pero no significa nada. ―Ya ―dije poco convencida consiguiendo apartar su mano de mi cadera. ―¿De verdad hace falta que te demuestre lo poco que significa esa mujer para mí? ―preguntó poniéndome de espaldas contra el colchón, buscando mi mirada, desesperado―. Te amo, Cristina. No sé cómo demostrarte de una vez por todas que eres la única mujer en mi vida.

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