Capítulo 19

282 19 0
                                        

Cuando comenzó aquel caluroso mes de junio, en los pasillos de Heartstone Publicity solo se escuchaba hablar de la fiesta que la empresa iba a dar para celebrar la entrada del verano. Mientras los hombres recordaban sus hazañas y conquistas en fiestas pasadas, las mujeres preparaban con esmero los modelos que lucirían aquella noche, todo rodeado del mayor secretismo posible. ―¿Qué te vas a poner? ―me preguntó Gillian desde la puerta en tono confidencial. Levanté la vista y la vi esperando una respuesta. Soplé un mechón de pelo que me caía sobre los ojos y apoyé la cara sobre la mano con expresión cansada. No me sentía con ganas de acudir a un evento así. Mi aspecto era, cuanto menos, grotesco, y bastantes comentarios circulaban ya sobre la misteriosa identidad del padre. Me debería importar bien poco lo que dijeran de mí. Más de una caería fulminada si supiera que la niña que estaba gestando era la heredera del imperio Heartstone. Sin embargo, en mi estado todo me afectaba: no tenía ganas de ir, pero tampoco quería perderme la que todos calificaban como ‘La Mejor Fiesta Del Año’. Finalmente, después de hablarlo con Jack y comprobar lo interesado que estaba en tenerme allí, decidí que sí asistiría, al menos durante un rato. Pero aquello me llevó a plantearme el siguiente dilema: “¿Qué me pongo?”. Lina y yo pasamos la tarde anterior a la fiesta recorriendo tiendas con el fin de encontrar el vestido perfecto que no me hiciera parecer una carpa de circo. No era fácil embutirme en los preciosos trajes diseñados para mujeres delgadas, y aquellos creados para embarazadas eran tan extremadamente horrendos que me dieron ganas de llorar. ―Hay un tipo en la acera de enfrente que nos sigue ―dijo Lina bajando la voz y mirando un punto detrás de mí. Nos habíamos detenido a tomar un refresco antes de continuar con nuestra búsqueda. Me giré para observarlo y le resté importancia con un ademán. ―No te preocupes, será uno de los gorilas de Jack. Desde que estoy embarazada está más paranoico que antes ―. Hice un gesto al camarero para pedir la cuenta. ―Pues éste no tiene pinta de gorila como los otros. ―Olvídalo ―dije levantándome con esfuerzo―. Centrémonos, aún tenemos un vestido que comprar. *** Aquella noche volví a soñar. Recordaba vagamente gente gritando y corriendo, aunque sentí como si hubiera estado viendo una película. Una cara conocida se filtró en mi cabeza, pero al despertar no logré recordar quién era. La sensación de dolor físico era agobiante y luego reinaba el vacío. Eso era lo que más dolía, el vacío. ―Si crees que puede pasar algo en la fiesta, no vayas ―me dijo Lina mientras me hacía un recogido en el pelo―. Aunque, por otro lado, nada indica que tenga que ver con esta noche. ―No lo sé ―dije pensativa―. No puedo dejar que mis sueños condicionen mi vida pero... ¡Qué demonios! Voy a ir a esa maldita fiesta y me lo voy a pasar en grande. Cuando acabó conmigo y dejó que me mirase al espejo, me sorprendí viendo a una mujer deslumbrante. Lina aplaudió con entusiasmo y me ayudó con el vestido. Jack había dicho que mandaría un coche para llevarme a la fiesta y debía estar lista algo más temprano. ― ¡Estás espectacular! ―exclamó mi amiga cuando acabó de abrochar el elegante vestido color oro que habíamos comprado. Era muy escotado, resaltando mis hinchados pechos, y me hacía parecer muy sexy―. Tu señor H caerá a tus pies, perdidamente enamorado. El coche ya estaba en la puerta cuando llegó la hora. Un chofer uniformado me ayudó a entrar en el espacioso y elegante interior del vehículo. Me despedí de Lina por la ventanilla y le prometí contarle los detalles al día siguiente. ―Por aquí no se va a Heartstone Publicity, señor ―dije, alarmada, cuando vi que el conductor cogía un desvío que no correspondía. El sueño de la noche anterior me tenía intranquila y nerviosa, y cuando vi la dirección que tomaba el coche me puse alerta y agarré con fuerza el móvil. ―Lo sé, señora. Tengo órdenes del señor Heartstone de llevarla antes a otro lugar ―contestó sin apenas levantar la mirada de la carretera. Aquello no me relajó lo más mínimo. De inmediato mandé un mensaje a Jack: “Voy en un coche de la empresa camino a no sé dónde. ¿Es cosa tuya o debo preocuparme?”. “Doble check pero no hay respuesta”. Mi inquietud aumentó. Diez minutos más tarde, entrábamos en una preciosa zona residencial de casas unifamiliares rodeadas de jardines en flor. Algunos niños correteaban por las aceras, otros montaban con dificultad sus bicicletas supervisados por los adultos que se paraban a hablar amistosamente. La estampa me recordó inmediatamente a Mujeres Desesperadas. El coche se detuvo delante de una enorme casa de color blanco, con su perfecto jardín. Un camino de piedras llevaba hasta un hermoso portón con aldaba dorada que estaba medio abierto. El conductor me abrió la puerta y me animó a apearme del coche con un gracioso ademán. ―El señor Heartstone la espera dentro, señora. Desconfiando, anduve lentamente hasta la opulenta entrada y llamé a Jack. ―Al fondo ―dijo su voz desde algún rincón escondido de la casa. Continué con cuidado de no pisar nada que me hiciera tropezar y vislumbré una extraña luz al final del corredor. Entré en lo que parecía ser una enorme cocina y traspasé una puerta doble de cristal biselado que daba a un fantástico jardín trasero. La extraña luz provenía de la iluminación nocturna de una asombrosa piscina. Y allí de pie, perfecto, enfundado en un esmoquin, como si de un anuncio de perfume se tratase, estaba Jack sosteniendo dos copas de champagne. ―Hola, preciosa ―Me repasó de arriba abajo con aquellos profundos y brillantes ojos azules y un escalofrío de excitación me recorrió la columna―. Estás deslumbrante ―dijo dándome un estremecedor beso en el cuello. ―Tú tampoco estás mal. Pareces un James Bond americano. ―Rió abiertamente y me pasó una de las copas. ―Es zumo de uvas, sin alcohol. ―Qué detalle, señor Heartstone. ¿Qué hacemos aquí? ―pregunté aceptando la copa de sus manos y sorbiendo lentamente un pequeño trago de aquel fresco y maravilloso zumo. Estaba sedienta. Jack miró a su alrededor y se pasó una mano por el pelo como hacía cuando estaba nervioso. ―¿Qué pasa? ―Oh, no, no pasa nada. No tienes de qué preocuparte ―dijo rápidamente. ―Pero aún no me has dicho qué hacemos aquí. ¿De quién es la casa? Sonrió con picardía y bebió de su copa sin apartar sus ojos de los míos. ―Nuestra ―dijo, haciendo que me atragantara con el zumo. ―¿Cómo que nuestra? ―pregunté con la voz ronca. ―Desde esta mañana. ―Pero ¿cómo? ―repetí más sorprendida que nunca―. ¿Tú y yo vamos a vivir aquí? ¿Juntos? ―¿Habías pensado que viviríamos separados toda nuestra vida? No sé tú, pero yo no tenía esa idea. Estoy harto de dormir solo. Me giré lentamente y admiré, bajo el resplandor azulado de los focos de la piscina, los detalles de aquel jardín tan espléndido. La barbacoa con su suelo de losas ocre, el piso de madera que rodeaba la piscina, la parte de césped con mobiliario de teca... Tenía hasta una casita para el perro. ―¿Te gusta? ―preguntó en voz baja cerca de mi oído. Se colocó detrás de mí y me abrazó tiernamente. Apoyó la cabeza en mi hombro y aspiró mi perfume de flores. ―Es preciosa, Jack, pero… es demasiado. ―Tonterías ―dijo girándome en sus brazos y mirándome fijamente a los ojos―. Voy a disfrutar amándote una y otra vez en cada rincón de este lugar ―susurró incitante mientras deslizaba un dedo por mi espalda. Cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación de necesidad que me transmitía cuando me hablaba de esa forma―. Me voy a deleitar oyendo tus gemidos y tus gritos, tus exigencias y deseos. Estoy deseando depositar un recuerdo imborrable en cada lugar de esta casa para que te sonrojes cada vez que te venga a la mente… ―Por favor, ya basta… ―musité consciente del anhelo que sentía correr por mis venas―. Llegaremos tarde a la fiesta… ―La fiesta puede esperar, yo no ―dijo, y luego me besó de forma arrebatadora, introduciendo su lengua en mi boca, ansiosa y urgentemente. ―Jack, para, por favor. ―Me aparté suavemente, a desgana―. No hay nada que desee más que quedarme aquí contigo toda la noche, pero hoy no debes llegar tarde. Él suspiró sabiendo que tenía razón. Si dábamos rienda suelta a nuestras pasiones no llegaríamos jamás a la maldita fiesta. ―¡Ahhh! ―exclamó―. Odio cuando eres tan sensata y madura. Prométeme algo ¿quieres? ―Lo que quieras. ―No bailarás con nadie hoy, salvo conmigo. No sé si podré soportar que otro hombre se acerque a ti esta noche. ―No bailaré con nadie que no sea mi jefe ―dije acercándome a sus labios y rozando mi boca con la suya en una suave y breve caricia íntima. ―Es usted una empleada ejemplar, señorita Sommers. *** La planta 13 del edificio en Lexington con la 52 brillaba con luz propia aquella noche. La decoración era exquisita, la música suave y el ambiente muy festivo. Había gente por todas partes que hablaba y reía abiertamente. Camareros vestidos de impoluto blanco se deslizaban graciosamente entre los invitados con grandes bandejas de copas de champagne, vino y otros refrescos. Las puertas de la terraza estaban abiertas de par en par convirtiéndose en el enclave principal de la fiesta. Sillones blancos de textura suave invitaban a la gente a sentarse y disfrutar de las maravillosas vistas de la isla de Manhattan que ofrecía el lugar. Alcancé un refresco de una de las bandejas que pasaban por mi lado y me quedé mirando a la gente. Cualquiera de ellos podría ser, perfectamente, un rico empresario, un cliente potencial, o un acaudalado promotor. Las mujeres eran otro cantar. Existía una evidente y silenciosa competición entre ellas por ver quién llevaba el mejor vestido. Se repasaban sin disimulo, de arriba abajo, y reían con las miradas provocativas de los hombres. También criticaban a las que, desacertadamente, habían elegido modelos poco agraciados. Vi acercarse a Madeleine, con sus perfectas formas enfundadas en un vestido de sirena negro, y un ramalazo de ira me traspasó inmediatamente. Sin embargo, le sonreí cuando me preguntó por el paradero de Jack, detalle que la hizo enfurecer y resoplar vulgarmente.
Unos cantarines golpecitos contra una copa de cristal llamaron la atención de todos los invitados. Mis ojos siguieron la mirada de Madeleine para descubrir a Jack, unos metros más allá, encima de la tarima de la música y con un micrófono en la mano. ―Amigos y compañeros de Heartstone Publicity, me siento feliz esta noche por teneros aquí de nuevo en esta fabulosa fiesta, y en un ambiente más distendido e informal que de costumbre. ―Sonaron aplausos que él pronto aplacó―. Quiero dar la bienvenida especialmente a nuestros clientes y promotores, pues ellos hacen que HP sea la empresa de publicidad mejor valorada de Nueva York y de la Costa Este. ―La gente aplaudió de nuevo y sonaron algunos silbidos de satisfacción―. Ha sido un año muy importante para HP, hemos superado con creces nuestras expectativas y seguimos creciendo, como empresa y como personas, gracias a todos vosotros. Pero, si hay un motivo para montar esta preciosa fiesta, año tras año, es porque me siento orgulloso del equipo que tengo, porque sois los mejores y eso se ve en vuestro trabajo diario. Insisto en lo que siempre digo: compañeros y compañeras, sin vuestro trabajo, estos fabulosos clientes estarían en la competencia, por lo que cuidadlos, mimadlos y, esta noche en concreto, dadles mucho de beber para que suelten todo su dinero en la subasta benéfica que tendrá lugar más tarde ―bromeó. Todos rieron abiertamente y aplaudieron con efusividad. Jack bebió un trago de su copa y me buscó con la mirada brillante. Guiñó un ojo cuando me encontró y prosiguió: ―Pero hoy, señoras y señores, tengo un motivo más para sentirme feliz. Tras mucho tiempo negándome a mí mismo a que algo así me fuera a suceder, ha sucedido: fue toda una sorpresa darme cuenta de que estaba incompleto hasta que ella llegó a mi vida ―Sonaron risas y suspiros al descubrirse de qué estaba hablando―. Sí, es así, y no me avergüenza admitir delante de todos que me he enamorado perdidamente de una mujer. Pese al bullicio que se generó entre la gente, pude escuchar el resoplido de Madeleine. Jack bajó de la tarima y anduvo lentamente hasta quedar a medio metro de mí. Su cara estaba seria pero sus ojos sonreían con placer. ―Es la mujer más maravillosa del mundo, decidida, atenta, sensible, cariñosa. Y lo más asombroso de todo es que me quiere pese a saber quién soy y cómo soy. Es la persona que necesito para que mi vida, mi caótica vida, esté completa. ―Me cogió de la mano y me llevó con él de vuelta hasta la tarima bajo la atenta mirada y las bocas abiertas de los allí presentes―. He pasado mis treinta y cinco años pensando que el amor era perder el tiempo, que yo no estaba hecho para amar y respetar a una mujer durante toda mi vida. Pero eso cambió en el mismo momento en que te conocí, Cristina Sommers. Por ello, como creo que aún estoy a tiempo de hacerlo ―Se sacó algo del bolsillo interno de su perfecta chaqueta negra y se arrodilló delante de mí sin soltarme la mano― Cristina, ¿me harías el gran honor de ser mi esposa? Abrió la pequeña cajita de terciopelo azul y un enorme diamante resplandeció haciendo la competencia a los miles de cristales y espejos de la decoración. ―Sí, sabes que sí ―dije sonriendo entre lágrimas y abrazándole. Después de escuchar aplausos, exclamaciones y más silbidos de alegría, Jack me separó un poco de él y me puso el anillo en el dedo. Encajaba a la perfección. Luego nos besamos apasionadamente ajenos a las decenas de personas que nos vitoreaban. ―Por cierto ―dijo Jack cortando inesperadamente el beso―, por si a alguien le cabía alguna duda sobre el estado de Cristina, esperamos una niña para finales de septiembre ―anunció feliz y lleno de euforia. Me miró de nuevo y acercó su boca a la mía―. Estaba harto de tener que esconderme y quiero que la gente sepa que eres mía. Te quiero, preciosa ―dijo antes de retomar su apasionado y devastador beso. Anduvimos toda la noche de un lado a otro, saludando a la gente y recibiendo felicitaciones. Mientras algunas de las chicas de la empresa me rodeaban para admirar el anillo de compromiso, Jack se rodeó de hombres a los que no había visto jamás. A excepción de uno. Estaba un poco más apartado de los demás y enseguida me llamó la atención. Era algo enclenque y sujetaba una copa llena de la que no había bebido ni un sorbo en el tiempo en que lo estuve mirando. Parecía preocupado, esperando algo o a alguien. Consultaba su reloj de pulsera y luego sus ojos se desviaban hacia los ascensores. Repitió aquellas dos acciones tres o cuatro veces en diez minutos. De pronto, como si hubiera sentido mi mirada, se giró y nuestros ojos coincidieron por unos segundos. “Es el hombre de la terraza del que Lina sospechaba”, me dije reconociéndolo claramente. “¿También ha puesto Jack aquí seguridad?”. Cuando volví a mirar en aquella dirección el hombre había desaparecido. Seguidamente Jack se personó delante de mí y olvidé el tema por completo. Fui fiel a mi palabra y con el único hombre con quien compartí la pista de baile fue con mi futuro marido hasta que, después de varias horas de pie, el dolor de piernas se hizo insoportable. Me tiré de cualquier forma en el cómodo sofá del despacho de Jack, me desabroché las sandalias y se las lancé a él, que ya se acercaba prometiendo descomunales placeres con la mirada. ―Ven y masajéame los pies, los tengo destrozados por tu culpa. ―¿Por mi culpa? No he sido yo quien te ha puesto estos andamios. Esto no debe ser seguro ―refunfuñó mientras se acomodaba en el sillón. ―Y hablando de seguridad, ¿no crees que es pasarse un poco poner gorilas esta noche en la fiesta? ―¿Gorilas? ―preguntó levantando una ceja. ―Sí, no te hagas el tonto, Jack. El hombre que nos sigue a todas partes está esta noche en la fiesta. ―¿Qué hombre? Cristina la seguridad de calle se retiró hace semanas. No hay “gorilas” siguiéndote ―dijo poniéndose en pie de inmediato y andando hasta la mesa de su despacho. Se había puesto la máscara del Jack Delta―. Dime quien es, ven. Me asusté. Si aquel tipo no estaba allí por Jack, ¿quién era y qué quería? Jack introdujo una contraseña en su ordenador y de pronto en la pantalla aparecieron diferentes imágenes de la fiesta, que en aquellos instantes estaba en pleno apogeo. Eran las cámaras de seguridad de la empresa. Miramos durante largo rato pero no logré ver al hombre. Cuando ya estábamos por desistir de la búsqueda, lo vi. ―¡Ahí! El de la americana cruzada. ―No te muevas de aquí ¿me oyes? ―Se desabrochó la chaqueta, sacó una llave del bolsillo interior y la introdujo en una de las cerraduras de su mesa―. No quiero que salgas de este despacho hasta que yo no haya vuelto ¿entendido? ―dijo sacando de un cajón una pistola negra. ―Quédate conmigo, por favor, no te vayas ―rogué nerviosa y al borde del llanto―. He soñado con esto, Jack, lo soñé anoche y no recuerdo bien qué sucedía, pero sé que no es nada bueno. No quiero que vayas, por favor. No quiero quedarme aquí sola. Vámonos a casa, Jack, por favor. ―No me va a pasar nada. Quiero que te quedes aquí y que te tumbes en el sofá. Descansa un poco ¿de acuerdo? Yo vuelvo enseguida ―. Me besó dulcemente y luego se marchó. Antes de que cerrara la puerta alcancé a verle sacar el teléfono y hablar con alguien. Corrí desesperada a su mesa para ver por las cámaras lo que no iba a poder ver en directo. Jack andaba decidido hacia el punto donde habíamos visto a aquel hombre, pero el tipo ya no estaba allí. Yo podía verlo en otro lugar, cerca de la escalera de emergencia, pero no tenía forma de avisarlo. De repente las puertas de los ascensores se abrieron y el tipo sonrió de una forma que me heló la sangre. Dos hombres aparecieron con pistolas en la mano, y detrás de ellos entró la última persona que jamás hubiera esperado volver a ver: Mi ex marido, Trevor Collins. “¡¡Sal de aquí, sal de aquí ya!!”, me repetí una y otra vez mentalmente. Quise avisar a Jack, pero cuando llegué a la puerta del despacho ya era tarde. Una estridente ráfaga de disparos se escuchó al instante provocando un ensordecedor griterío y un estruendo de cristales. La gente corría de un lado a otro, histérica, buscando una salida o un lugar donde esconderse. Alguien pasó por mi lado y me empujó sin miramientos estampándome contra la pared. La barriga fue lo primero que recibió el impacto, pero después de un instante de pánico comprobé que me encontraba bien. Más disparos. ¿Dónde estaba Jack? Un movimiento en el pasillo me llamó la atención. Agazapado detrás de uno de los maceteros de la recepción pude ver a Scott que, pistola en mano, no perdía detalle de la situación. Apuntaba con su arma pero nunca llegaba a disparar. ¿Cómo había llegado Scott tan rápido a HP? Entonces oí la voz de Jack por el walkie que el fornido rubio llevaba en la cintura. ―La planta está vacía, chaval. Toquemos un rock and roll para esta gente. ―Oído cocina ―respondió Scott. Hizo un par de señas y de pronto vi aparecer a otros dos hombres que no conocía de nada. Se movían con una ligereza y un silencio imposible para lo grandes que eran. Las balas empezaron a silbar a mí alrededor antes de darme cuenta de que me encontraba casi metida entre los buenos y los malos. ―¡Échate al suelo, ahora, échate al suelo, por Dios! ―me gritó Scott fuera de sí. Me senté y escondí la cabeza entre las piernas. Recé todo lo que sabía, rogué a Dios que acabara con aquella pesadilla. No podía creer lo que estaba sucediendo. ―¡Jack, tenemos un problema y de los grandes! ―oí que decía Scott a voz en grito. ―¿Cómo de grande? ―preguntó Jack desde algún punto de la terraza. ―No te va a gustar, compañero ―dijo para sí mismo. Levanté la cabeza y miré hacia donde estaba agachado Scott. Me estaba mirando fijamente, conteniendo el aliento. Exhaló el aire bruscamente, enfadado, pero en su cara había alivio. Creyó que estaba herida. ―Scott ¿cómo de grande? ―volvió a preguntar Jack, impaciente. ―Del tamaño de Texas, tío ―respondió. ―¿Tiene solución? ―gritó de nuevo. ―Afirmativo. Sonaron más disparos y escuché a Jack maldecir. Scott me indicó por señas que me acostara boca abajo en el suelo, pero la barriga me impedía hacerlo. Me puse en posición fetal y protegí la tripa con mis brazos. Vi moverse a los dos hombres que acompañaban a Scott y de repente comenzó el caos. Las balas venían de todas partes, los cristales se rompían, Scott y sus hombres corrían de un lado a otro protegiéndose con cualquier cosa que les impidiera ser alcanzados por algún proyectil. Los momentos de calma eran cada vez más cortos. Escuchaba pisadas seguidas de más disparos. Noté un dolor sordo en el costado que pasó rápidamente. Mi nivel de adrenalina era tan alto, que no me percaté de lo que acababa de suceder. Después del último estallido de disparos, escuché a Jack más cerca de mí. ―¡Despejado! ―exclamó ―¿Scott, Eddie, Marc? ―¡Aquí! ―respondió el primero―. Tenemos a dos. El tercero está herido y no se puede mover. Uno de ellos ha volado. ―Bien ―dijo― ¿Y el problema del tamaño de Texas? ―Pasillo dos, jefe.

Algo ContigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora