Capítulo 15

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―¡Jack! ¡Jack, despierta! ¡No me hagas esto, Jack, por favor! ―le decía histérica dándole palmaditas en la cara una y otra vez. Debía tranquilizarme, respirar y pensar con la cabeza. No iba a permitir que mi sueño se hiciera realidad. No podía perderlo. Necesitaba ayuda cuanto antes. *** ―¿Septicemia? ¿Cómo que septicemia? Hace menos de veinticuatro horas que hemos salido de aquí ¿y me estás diciendo que tiene septicemia? ¡No es posible! Ridley ya estaba allí cuando la ambulancia llegó a urgencias. Lo había llamado, alarmada, cuando vi que Jack no se despertaba y la fiebre no bajaba. ―Tranquila ¿vale? Estuvo bastante tiempo con la quemadura expuesta. Le tienen que limpiar la herida en el quirófano para eliminar los restos de tejido quemado. Hay que esperar a ver qué dice el cirujano cuando salga de quirófano ―Vio mi cara de desesperación y añadió―: Se pondrá bien. Jack es el tío más fuerte que he conocido. No va a poder con él una infección, confía en él. Los médicos hablaron con nosotros algunas horas más tarde. Podría haber sido peor, dijeron, pero se pondría bien pronto. Cuando Jack abrió los ojos ya era noche avanzada. Lo miré detenidamente mientras él asimilaba dónde estaba. ―¿Cómo te encuentras? ―pregunté dudando de mi capacidad para mantenerme sentada en el sillón y no tirarme a sus brazos y besarlo. ―¿Qué hacemos aquí? ―preguntó confundido. ―¿No recuerdas qué pasó? Te desmayaste ―le expliqué―. Una ambulancia tuvo que venir a por ti. Nos diste un buen susto, Jack. ―¿Nos? ―preguntó levantando una ceja. Me levanté despacio y me acerqué a la cama donde él ya intentaba sentarse. ―A Ridley y a mí. Tuve que llamarlo, yo… yo estaba muerta de miedo―dije avergonzada. ―Ven aquí ―Me acerqué más hasta quedar justo frente a él―. No me gusta que estés muerta de miedo por nada, Cristina ―dijo besándome lentamente con sus labios resecos. En breves segundos profundizó el beso y me acercó a él hasta que, sin darme cuenta, puse las manos en sus hombros y él aulló de dolor. ―Lo siento, Jack. ¡Oh Dios! Lo siento, de verdad ―dije apartándome de la cama unos pasos. El camisón que llevaba puesto estaba levantado por la parte de su entrepierna. Me fijé en aquel punto y sonreí disimuladamente. Pero Jack se dio cuenta y pensó que me burlaba de él. ― ¿Se puede saber que te hace tanta gracia? ―preguntó malhumorado. Amaba a aquel hombre, estuviera vestido de traje, de sport o de camisón, sano o enfermo, enfadado o risueño. ―Tú ―dije sin más―, tú me haces sonreír como una boba. Tú haces que me lata el corazón a mil por hora cuando te veo. Tú me erizas la piel cuando sonríes y haces que me vuelva loca cuando me miras. Tú, Jack. ―Vaya ―dijo sonrojándose y rascándose la nuca con una mano ―, así da gusto despertar en cualquier sitio ―añadió cogiéndome de la mano y atrayéndome hasta él con decisión. Me besó apasionadamente, mordiendo mis labios, bebiendo de mi boca, desesperado, ansioso, queriendo algo más que no iba a lograr mientras estuviera allí. Se separó unos centímetros para mirar con detenimiento mi cara. Me besó los pómulos, los ojos, la frente, el cuello por debajo de las orejas y el mentón hasta volver a las comisuras de mi boca. ― Me alegro de que hayas sido lo primero que he visto al despertar. Eres preciosa. Inició otra tanda de húmedos besos por mi cara y mi pecho. Sus manos ya luchaban por meterse debajo de mi ropa y poder tocar mi piel, que ardía por sus caricias, pero las retiró bruscamente cuando las bisagras de la puerta de la habitación chirriaron y entró la enfermera. Traía un carrito con un montón de apósitos, ampollas, pinzas, tijeras y otros artilugios que no supe identificar. Vi como había quedado la quemadura después de pasar por el quirófano para limpiarla en profundidad. Por el ceño fruncido y la tensión de su mandíbula debía de doler bastante, pero no soltó ni un solo gruñido cuando le curaron aquella masacre. Pareció aliviado al sentir el frío y viscoso líquido que vertió la enfermera ayudándose de una jeringuilla. A continuación extendió una crema de color blanco por toda la superficie de la herida y la tapó con gasas estériles y tiras de esparadrapo. A la mañana siguiente pasaría el médico y volverían a curar la herida. Para cuando la enfermera salió de la habitación empujando el carrito de curas, Jack estaba agotado, su prominente erección había desaparecido y sus ojos se cerraron buscando descanso. *** ―Buenos días, señor Heartstone ¿Cómo se encuentra esta mañana? ―preguntó un jovencísimo doctor mientras abría la carpeta donde estaba el historial de Jack. No esperó respuesta, Jack todavía estaba asimilando que aquel chico de aspecto jovial era el médico que le había atendido―. Nos dio usted un buen susto ayer, señor. Si no es por su esposa y su compañero, no sabría bien decirle dónde estaría usted ahora ―añadió cerrando la carpeta y mirando por primera vez a Jack que tenía el entrecejo fruncido―. Veamos esa herida. ―Se acercó a él y, cuidadosamente, retiró las tiras adhesivas que sujetaban el apósito. Jack dio un respingo de dolor cuando el joven médico despegó una de las gasas que se le había quedado adherida en carne viva. El doctor ojeó el área con mirada experta y luego indicó a una enfermera, que aguardaba en la puerta sin decir nada, que tapara la herida de nuevo usando el mismo procedimiento. Una vez acabado el trabajo, la jovencita salió de la habitación y el médico se sentó a los pies de la cama de Jack. ― Verá, la situación es la siguiente: su quemadura se infectó más de lo que cabía esperar y las curas que le realizaron no fueron suficientes. La infección pasó a la sangre y eso le produjo una leve septicemia que estamos controlando con la medicación que le hemos administrado. Pero debemos continuar observando su evolución. Si dentro de tres o cuatro días está ya estable, y la herida no supura ni presenta un aspecto extraño, podrá usted marcharse a casa siguiendo unas directrices que le daré para las curas ¿de acuerdo? ―Ni hablar ―dijo Jack de repente con la mirada fija en la cara del doctor, el cual ya se ponía en pie para marcharse. Me vi tentada de acercarme a él y pegarle un tirón de orejas, pero me contuve. La mirada de Jack no admitía réplicas ni comentarios al respecto y debía ser el médico quien se hiciera cargo de la situación. ―Señor Heartstone ―dijo con un tono serio que me dejó sorprendida. Ya no parecía un chaval―, ha estado usted a punto de sufrir una irreparable infección en la sangre. No creo que quiera saber cuál hubiera sido la consecuencia final de todo esto si no llegamos a cogerle a tiempo. Tres o cuatro días aquí no van a acabar con usted, pero una nueva infección fuera del hospital probablemente sí. Así que, señor, a no ser que desee usted firmar el alta voluntaria y marcharse bajo su responsabilidad, le sugiero que se ponga cómodo y disfrute de las ventajas de nuestro hospital universitario. Usted decide. Ya es mayorcito para saber lo que le conviene y lo que no ―Se dirigió con paso firme a la puerta y antes de salir añadió―: Hágale saber a nuestras enfermeras cuál es su decisión cuando la haya tomado. Le sugiero que hable con su esposa antes de tomarse la libertad de escoger. Buenos días. ―Inclinó la cabeza en mi dirección para despedirse y salió. Yo continué callada unos segundos con la mirada fija en algún punto del suelo, esperando la reacción de Jack, pero no dijo nada. Se limitó a recostarse en la cama y cerrar los ojos. Después de tres días más de quejas, gruñidos, malas contestaciones y miradas furiosas, abandonamos el hospital y volvimos al apartamento de Manhattan. Estaba enfadada con Jack, había aguantado su mal humor porque no tenía a nadie más que se pudiera ocupar de sus recados, de sus órdenes y de entretenerlo, pero yo estaba deseando volver a mi vida rutinaria, al despacho, a mis cuentas de publicidad, a mis momentos de concentración, a mis ideas creativas. Sin embargo, Jack no quiso ni oír hablar del tema cuando se lo expliqué. ―¿Al despacho? Ni lo sueñes ―dijo apretando los dientes cuando se pasó la camiseta por los hombros para meterse en la ducha―. Te recuerdo que hay alguien que te ha estado amenazando y no voy a consentir que te metas en más líos. Eres una inconsciente. La situación es lo bastante grave como para que te escondas y no salgas de aquí hasta que esté todo solucionado. Pero no, tú, señorita “necesito trabajar”, solo piensas en ti y en tus necesidades. No te puedo proteger estando así ¿es que no te das cuenta? No lo voy a permitir, Cristina, no estoy dispuesto a… ―¿A qué, Jack? No estás dispuesto ¿a qué? ―exploté dejando salir toda la rabia que había ido acumulando los últimos días―. Te comportas como un niño malcriado y caprichoso, gruñendo a cada instante, poniéndomelo difícil cuando intento hacer las cosas bien. He estado tres días soportando tu cara agria, tus modales de capullo y tu insoportable humor para que me lo agradezcas ¿cómo? ¿Así? Tú no puedes protegerme siempre. No puedo vivir aquí, en tu casa, mientras tú quieras. Necesito mi vida, Jack, necesito volver a trabajar, ver a otra gente, salir de los hospitales He pasado más tiempo en hospitales desde que tengo algo contigo que en toda mi vida. ¡Estoy harta de hospitales! ¡Estoy harta de ti! ―le grité fuera de mí. ―¡Bien, pues lárgate, Cristina! ¿A qué esperas? ¡Lárgate! Tú y tu valentía podéis salir por esa puerta ya mismo. ¡¡Fuera!! ―Se metió en el cuarto de baño y cerró con un portazo que me hizo castañear los dientes. Cuando salí del apartamento le demostré con creces que yo también sabía jugar duro. Esa misma noche, Ridley vino a verme a mi casa. Me informó que habían puesto vigilancia en los alrededores y dos agentes me acompañarían siempre y aunque yo no los viera. Para mi seguridad, debía pasarle una relación de las cosas que solía hacer, como salir a correr, ir a la compra, ir al trabajo, etc. El trabajo ya no sería un problema, cegada por la ira había decidido presentar mi renuncia, y así se lo dije, pero él negó con la cabeza y me dijo claramente que me estaba equivocando. *** Iba pensando en la mejor forma de comunicar mi renuncia cuando las rubias de recepción me dieron la bienvenida a coro y un montón de recados de los días pasados. En la puerta de mi despacho, Gillian me recibió con una sonrisa y más recados pendientes. Le pedí que pasara un minuto pero ella negó con la cabeza misteriosamente y se fue detrás de su mesa a contestar al teléfono que, casualmente, sonaba en ese momento. Dejé mis cosas en el armario como de costumbre y me apoyé en él para respirar hondo e intentar que las náuseas no me hicieran salir corriendo en cualquier momento. ―¿Qué te sucede? ―preguntó la voz de Jack, que estaba sentado en mi sillón observándome a cierta distancia. Di la vuelta tan rápidamente que me tuve que sujetar a la estantería de libros para no perder el equilibrio. Allí estaba él, con una pierna cruzada sobre la otra, con su traje negro, su corbata azul y sus ojos mirándome acusadoramente. Levantó una ceja cuando vio que no contestaba. ―¿No me has oído? ―insistió insolente. ―¿Qué coño haces tú aquí? ―dije poniéndome a su altura. ―Yo pregunté primero. Contesta. ―Que te den, Jack ―dije y suspiré. No quería comenzar una guerra con él. Solo quería recoger algunas cosas y salir de allí cuanto antes―. No quiero hablar contigo. Solo he venido a recoger unas cosas y me marcho de tu empresa. Tuve que hacer un esfuerzo para no ponerme a llorar delante de él. Su rostro, pétreo e indescifrable, se transformó. Cerró los ojos como si estuviera realmente cansado, se levantó haciendo un gran esfuerzo y salió del despacho sin decir ni una sola palabra más. Unos minutos más tarde entró Madeleine cargada de carpetas. ―Esto es todo lo que tenemos sobre el gigante de las maletas. Gracias, Cristina. Ha sido todo un detalle que quieras ocuparte… ―Espera ¿qué es esto? ―pregunté sin entender qué sucedía. ―Jackson me ha dicho hace dos minutos que te pasara la cuenta a ti porque tenías tiempo. Cogí el montón de carpetas de las manos de Madeleine y me encaminé furiosa al despacho de Jack. La puerta estaba medio abierta y él hablaba por teléfono en voz baja pero perfectamente audible.
―Últimamente te acercas mucho y no me gusta nada. Limítate a hacer tu trabajo, Scott. Cristina no es una mujer que nos convenga, ni a ti ni a mí. Ahí tenía la prueba que necesitaba: él no me quería y no se podía decir más claro. Un nuevo e inoportuno ataque de náuseas me subió por la garganta. Salí corriendo y vomité justo cuando levantaba la tapa del váter, en el preciso momento en que Madeleine salía del cubículo contiguo. Volví al despacho derrotada. Mi estómago, últimamente, no soportaba la presión. Me dolía la cabeza y la barriga y tenía tantas ganas de llorar que no podía frenar las lágrimas. Cerré la puerta y me senté en el pequeño sofá de cuero. Cubrí la cabeza entre mis manos, deseando ser un avestruz que esconde la suya bajo tierra para así olvidarme de los problemas con ese simple gesto. ―¿Te encuentras bien? ―preguntó Jack desde la puerta. No lo había oído entrar y me asusté. El corazón se me aceleró al ver su cara de preocupación. ―No se pueden tener secretos en esta empresa ¿verdad? ―dije molesta. ―Oí ruido en el pasillo, me asomé y te vi salir corriendo. Me imaginé que no te encontrabas bien. ¿Qué te pasa? ―Nada. Vete. ―Cristina, dime qué te pasa. ―¿Por qué no dejas de darme ordenes como si fuera uno de tus malditos soldados? ―le grité levantándome envalentonada. ―¡Contéstame! ―insistió apretando los dientes. ―¡No me da la gana! ¡Vete a la mierda, Jack! ―No sabía por qué estaba más cabreada, si por las palabras que le acababa de oír decir al teléfono o por no ser capaz de largarme de allí sin mirar atrás―. Estoy cansada de que te comportes como un auténtico capullo y estoy cansada de toda esta montaña rusa que es tu vida. ¿Crees que soy tu puta? ¿Que puedes controlarme cómo y cuándo quieras? ¡Te odio! ¡Lárgate! ―Estaba fuera de mis casillas. Jack se acercó lentamente y cuando estuvo suficientemente cerca me agarró por las muñecas y me espetó con furia: ―No olvide, señorita Sommers, que aún trabaja para mí. No le voy a consentir… ―¿Pero es que no has oído lo que te he dicho antes? ―le pregunté soltando una carcajada incrédula. Forcejeé para soltarme pero fue en vano―. Yo ya no trabajo aquí, me largo. Puedes meterte tu querida empresa y tu juego de patriotas por el mismísimo… No me dejó acabar la frase. Antes de que pudiera continuar me besó con ira. Me resistí violentamente, tornando el beso más duro, haciéndonos daño en la boca con los dientes, sintiendo su sangre y la mía en la lengua, pero él continuó sujetándome hasta que mi cuerpo, traidor, deseoso de sus caricias, se rindió y dejó de forcejear. Me pegó más a su cuerpo y pude notar lo excitado que ya se encontraba. Me acarició la espalda posesivamente y todas mis terminaciones nerviosas se pusieron alerta. ―No he podido dormir en toda la noche pensando en si estarías bien. Odio discutir contigo, Cristina. Me odio a mí mismo cuando quiero protegerte y no sé cómo hacerlo ―dijo separando su boca y pegando su frente a la mía. Cerró los ojos y suspiró. ―Tú no quieres estar conmigo. No te veas obligado a decir cosas que no sientes, no importa. No hace falta que digas nada más ―dije al borde de las lágrimas. ―Shhhh, calla. ―Me puso un dedo en los labios con suavidad exquisita―. Nunca nadie me ha obligado a decir algo que no desee decir, Cristina. Tú haces que me sienta vulnerable, haces que me vea como un ser inútil con un punto débil. Tú eres mi punto débil. ¿No te has dado cuenta de lo importante que eres para mí? Estoy loco por ti, Cristina Sommers ―dijo mirándome a los ojos fijamente. Supe al instante que decía la verdad, pero no lo podía creer después de la conversación que había escuchado. ―Acabas de decirle a Scott Ridley que no te convengo en absoluto. ¿Crees que eso se me va a olvidar con palabras bonitas? ―pregunté volviendo a la realidad. Intenté soltarme pero él no lo permitió. Se quedó mirándome a los ojos fijamente. ―A Scott le gustas y eso no me gusta a mí. Si se acerca a ti más de lo estrictamente profesional me lo cargaré de un plumazo, ¿entendido? ¿Qué quieres que le diga a un tío que me está preguntando si tiene el campo libre con mi mujer? Quise sonreír al escuchar aquello, pero no podía hacerlo teniendo en cuenta cuál era la situación. ―Yo no soy tu mujer, Jack. Tú no quieres una mujer como yo. Tu vida es demasiado complicada para tener una responsabilidad de más ―dije mirando al suelo, haciéndome daño a mí misma por mi bien y por el suyo. ―Cierto, yo no quiero una mujer como tú ―dijo poniendo un dedo bajo mi mentón y alzándome la cara hasta que nuestros ojos volvieron a coincidir―. Yo te quiero a ti, única y exclusivamente. Deja que yo me preocupe de las complicaciones de mi vida. Las responsabilidades a las que me comprometo, las respeto y las cumplo. Tú no eres una responsabilidad, Cristina, tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Acepté sus palabras aun conociendo cómo era su vida. Sabía que un día desaparecería y no podría ni siquiera preguntarle a dónde iba. Sabía que el contacto con él en ese tiempo sería nulo, que en caso de sucederle algo nadie me diría nada. Así era su vida, nada que ver con el ejecutivo de publicidad que yo creía que era, pero aun así, lo amaba más que a mí misma. ―Bien, aclarado este punto del orden del día, señorita Sommers, lo siguiente es esa estupidez que se dice por ahí sobre su dimisión. No voy a permitir que se marche tan fácilmente ¿me ha oído? ―Lo miré extasiada. No me cansaría nunca de ver sus ojos y de oler su aroma. El tiempo se podría detener en ese momento que yo ya tenía suficiente estando en sus brazos. Asentí de nuevo en señal de haber entendido lo que me estaba diciendo pero solo deseaba que callara y me besara. Me había dicho que le importaba, que estaba loco por mí. No era una declaración de amor en toda regla pero me servía. Debió de ver mi mirada brillante deseando su contacto porque volvió a pasar sus manos por mi espalda subiéndolas después por los costados hasta posarlas a los lados de mis pechos.
Mis pezones se morían por ser rozados y acariciados y sus dedos hicieron realidad mi deseo. Lentamente sus pulgares me rozaron los dos picos rosados y duros por encima de la camisa y un leve gemido escapó de mis labios entreabiertos. Era delicioso sentir aquella sensación de excitación y deseo. Su boca se acercó a la mía y con la lengua me acarició el labio inferior y luego el superior. Me moría por estar desnuda con él, por sentirme llena de él. Pero después de un perfecto beso incitador que prometía el cielo, retrocedió un poco y me pasó las manos por las mejillas. ―Señorita Sommers ―susurró contra mi boca incapaz de apartarse―, dado que su renuncia no ha sido aceptada, le sugiero que deje usted de entretener al jefe con sus contoneos y su dulce boca ―Me besó metiendo la lengua hasta lo más profundo, haciéndome gemir de nuevo, pero luego continuó con su fingida reprimenda―, y se ponga a trabajar cuanto antes ―Volvió a besarme hasta que, sin aliento, se apartó y se pasó las manos por el pelo con la mirada cargada de promesas. Antes de salir del despacho se volvió y preguntó―: ¿Quieres comida tailandesa para cenar o prefieres algo diferente? Podemos cenar en mi terraza si te parece. ―Hace un poco de frío ¿no? ―pregunté poniéndome bien la ropa. ―Tengo un remedio para eso que no te dejará insatisfecha ―respondió con media sonrisa sexy que me hizo desear encerrarlo en mi despacho para siempre.

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