Cuando me sentí a salvo tras los muros de mi casa, probé a encender el teléfono móvil. Al instante, uno, dos, tres, cuatro pitidos anunciaron mensajes de texto dejados durante el tiempo que no estuvo conectado. Mensaje 1: “¿Dónde estás? Vendrás esta noche ¿no?” ―¡No! ―respondí al borde de las lágrimas. Fui hasta la cocina, me serví un vaso de agua y puse algunos cubitos en un paño para aplicarlos después en la frente. Mensaje 2: “Necesito hablar contigo. ¿Puedes hacer el favor de coger el maldito teléfono?” ―¡No! ―repetí adivinando el modo furioso con que habría escrito el mensaje. Mensaje 3: “Cristina estoy perdiendo la paciencia. ¿Dónde estás? Scott tampoco sabe nada de ti. Si no quieres hablar conmigo llámalo a él, al menos” ―No quiero hablar contigo, ni con Scott, ni con nadie ahora mismo ―le chillé al teléfono como si él estuviera al otro lado escuchando. Mensaje 4: “Por favor, dime que estás bien. Solo dime si estás bien. Lo demás puede esperar”. ―Estoy bien ―dije dejándome caer en el sofá derrotada por la situación que acababa de vivir y el cansancio. Sin darme cuenta puse mis manos encima de mi vientre y tracé círculos sobre él cariñosamente. ¿Estaría bien el bebé? El golpe que me había dado aquel hijo de puta en el costado podría haber hecho que me salieran las tripas por la boca. Me acurruqué en el sofá. Tenía sueño a todas horas, pero aquella noche más. En cuanto mi cabeza tocó la almohada me quedé irremediablemente dormida. Unos golpes y unas voces en la escalera me despertaron. Me incorporé y estiré los doloridos músculos de mis brazos y mi espalda. El dolor del costado ya era casi inexistente pero el chichón se había hinchado pese al hielo. Oí más voces e identifiqué la inconfundible voz de la señora Malcom. Preocupada, me asomé por la mirilla y observé la escena detenidamente: Jack, Scott y dos de mis gorilas estaban alrededor de la frágil anciana. Ella les señalaba acusadoramente con un dedo y se miraba el antiguo reloj de muñeca del que no se separaba nunca. La escena era de lo más cómica, las caras de aquellos cuatro hombretones eran un poema. ―¿Qué pasa? ―pregunté mirando a Jack a través de una escasa rendija. ―¿Puedo pasar? ―preguntó suavemente ignorando la regañina de la señora Malcom. Scott y los demás se retiraron en silencio. ―No. No creo que sea una buena idea. ―Necesito hablar contigo. Tengo que… marcharme por un tiempo ―insistió buscando mis ojos con los suyos. ―¿Dónde vas? ―pregunté sabiendo que no podía decírmelo. Suspiré agotada y abrí la puerta. Existía la posibilidad de que no volviera y, por muy enfadada que estuviera, la idea de no volverlo a ver me destrozaba por dentro. Como era de esperar, la reacción de Jack cuando vio el chichón fue furibunda. Entró en el apartamento como un ciclón y preguntó una y otra vez qué había pasado, gritando, dando vueltas por el salón mientras yo lo miraba moverse como una pantera enjaulada. ―Me caí ―mentí. Bajé los ojos y me inventé una historia sobre la falta de luz de la puerta de abajo y un tropezón. Como el moretón de la cintura no era visible, resultó un accidente menor bastante creíble. Cuando insistió en que me viera un médico, le empujé hacia la puerta para que me dejara tranquila. ―He tenido un día de mierda y lo último que necesito es pasar la noche en una sala de urgencias por un rasguño en la frente. Estoy bien, ya te lo he dicho. Se quedó mirándome fijamente, como si pudiera ver lo que había dentro de mi cabeza. No aparté mis ojos de los suyos, tan azules y profundos, tan intimidantes. Con evidente irritación me explicó que no había habido vigilancia aquella noche, que me había buscado y llamado después de la reunión, que le habían comunicado sus nuevas órdenes esa misma tarde y que había esperado que fuera a su casa. ―Ni una llamada, ni un mensaje, ni una puta contestación ―continuó diciendo, gritando como un energúmeno. Luego respiró hondo y se relajó. Justo en ese instante su teléfono comenzaba a vibrar―. Tengo que marcharme ―soltó en voz baja pasando sus manos por el pelo alborotado. ―¿Cuánto tiempo? ―Negó con la cabeza y suspiró agotado―. Ten cuidado, por favor. *** La visita a la ginecóloga fue como cabía esperar. Lo que no me esperaba era estar tan avanzada en mi estado. ―¡¿Tres meses?! ¿Tanto? ―le pregunté alarmada. ―¿Te sorprende? ―Bueno, un poco, la verdad ―dije algo abatida y nerviosa. Ella lo notó. ―¿Estás siendo maltratada de nuevo, Cristina? ―preguntó a bocajarro. El chichón en mi frente todavía era visible y la doctora lo interpretó a su manera. ―No, no es eso. Esto fue un accidente sin importancia ―dije intentando sonar convincente. ―Entonces ¿qué sucede? Te conozco desde hace tiempo, Cristina. Te he visto llorar por la pérdida en tus dos primeros embarazos y no entiendo el porqué de esa duda que veo en tus ojos ―dijo suavemente. ―Mi vida es complicada en estos momentos. El padre no es de los que forman una familia. Ni siquiera vivimos juntos y no sé cómo acabará esto... Y tengo miedo, mucho miedo. *** Llegué a la oficina, me encerré en mi despacho sin hablar con nadie y, sentada en el sillón de mi mesa, giré a un lado y a otro observando los panfletos de Planificación Familiar y ayuda a madres solteras que me había dado la doctora. Tenía tantas dudas y estaba tan aterrada que era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la reacción de él. A Jack no le sentaría nada bien la llegada de un hijo en nuestra actual situación pero asumiría su responsabilidad. Estaba segura de ello. “Debe asumirla porque si no lo hace será lo último que sepa de él”, me dije cerrando los ojos para no ponerme a llorar. ―Necesito usar tu ordenador, ¿tienes un minuto? ―preguntó Madeleine asomando la cabeza por la puerta. Le hice un gesto para que pasara mientras acababa con la llamada que estaba haciendo a un cliente. Estaba más tranquila y relajada. Centrarme en otras cosas me había ayudado a dejar de pensar en el futuro. Me levanté de la silla llevándome el teléfono inalámbrico al sofá de piel. Maddy se sentó en mi lugar y comenzó a teclear. Ni siquiera me di cuenta de que cogía el panfleto que me había proporcionado la ginecóloga. Terminó de hacer sus gestiones y se marchó antes de que yo finalizara la conversación con el cliente. No sabía que aquella visita iba a cambiar el curso de mi vida una vez más. *** Entré en el apartamento cargada de bolsas. Después de pasar el día enfrascada en mi trabajo, veía las cosas desde otra perspectiva. Era una mujer sana, capaz, y contaba con el apoyo de mi amiga Lina que no dudaría en echarme una mano en cualquier momento. Tendría este hijo porque era lo que había deseado siempre. Lo tendría pese a la opinión de Jack. Aproveché el momento de dicha para ir al supermercado y llenar la despensa de comida sana: ensaladas, yogures, carne, verdura variada, zumos, pasta y algún capricho de chocolate. Hasta que no empecé a meter cosas en el carrito de la compra no me di cuenta de lo vacía que había estado siempre mi nevera. Llegué a la cocina haciendo malabarismos con las bolsas, el bolso y las llaves. Podría haber dejado algo en el suelo pero me reté, tontamente, a llegar a la cocina sin soltar nada. Riendo triunfal, lo dejé todo en la encimera y fui a cerrar la puerta. Cuando me giré para volver a la cocina casi muero de un infarto. Me quedé paralizada en medio del salón con un grito sostenido en mi garganta. Jack estaba sentado en el sofá, vestido con una camiseta verde de manga corta, pantalones de camuflaje y unas botas de caña alta. Tenía las piernas flexionadas y los codos apoyados sobre las rodillas. Sus dedos entrecruzados sujetaban su mentón. Y sus ojos despedían chispas. Coloqué las manos en el corazón lentamente intentando controlar el desbocado latido, pensando que si me movía rápido aquella imagen desaparecería. Pero él seguía allí, mirándome con furia, conteniendo las ganas de ponerse a dar gritos. Le temblaba la mandíbula, la vena del cuello estaba a punto de estallarle y tenía un pequeño tic en la sien. ―¿Cómo has entrado? ―dije superada la impresión inicial. El latido de mi corazón amenazaba con ahogarme pero me serené con un suspiro y continué mi camino a la cocina. ―Tengo mis medios ―contestó tenso. Se levantó sigilosamente y me siguió al acecho. ―Podrías haberme avisado de que habías vuelto. Ha sido rápido esta vez. ―No he vuelto. Teóricamente no estoy aquí ―dijo apoyándose en el marco de la puerta. Estaba demasiado cerca y volvió a sobresaltarme. ―¿Y entonces…? ―Basta ya, por favor ―siseó apretando los dientes. Me di la vuelta y lo encaré arqueando las cejas―. ¡Basta ya! Explícame por qué estoy aquí, hazlo tú para ver si suena mejor. ¡Explícamelo! ―No me grites ―dije suavemente continuando con mi labor de guardar botes en los armarios. En mi fuero interno se estaba desatando una batalla de sentimientos que no sabía si lograría controlar. ―¡Te grito si me da la gana! No puedo tener ningún respeto contigo cuando tú no me respetas a mí. ¿Creías que no me iba a enterar? ―preguntó acercándose amenazadoramente. ―¿Enterarte de qué, Jack? ―pregunté sin hacer caso a su proximidad. Notaba su calor en mi espalda. ―¿De qué? ¿Cómo puedes preguntarme de qué? Eres increíble. ¡Deja de hacer cosas y mírame! ―gritó girándome bruscamente. ―¡Déjame en paz! ―exclamé soltándome ―. No me grites y apártate de mí ―le espeté nerviosa e inmóvil. Se sorprendió al ver mi reacción y notar la tensión de mi cuerpo, e inmediatamente dio un paso atrás y resopló. ―¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? ―preguntó en voz baja pasándose las manos repetidas veces por el pelo. ―No es asunto tuyo ―contesté en el mismo tono. ―¿Cómo puedes decir eso? ―preguntó indignado. Luego su expresión cambió. Abrió mucho los ojos y añadió―: ¿No es mío? Lo miré fijamente y vi la tormenta que se desataba en su interior. ¿Cómo podía ponerlo en duda? Yo no había estado con nadie más que con él, y lo sabía perfectamente. Respiré varias veces, intentando serenarme para no montar una escena. ―No sé cómo puedes pensar eso. ―¿Por qué no iba a pensarlo? ―me espetó con rabia. Mi mano voló hacía su cara y se estrelló con fuerza contra su mejilla en un movimiento que le pilló por sorpresa. No iba permitir que nadie, ni siquiera el hombre al que amaba, insinuara ese tipo de cosas. ―No vuelvas a hacer comentarios de ese tipo delante de mí, nunca. ¡Vete de mi casa! ―grité perdiendo los nervios. Fui a mi habitación a cambiarme de zapatos. Necesitaba distancia para pensar, pero Jack me siguió por el pasillo gritando. ―¡No voy a marcharme hasta que me aclares lo que he venido a saber! ―decía fuera de sí―. ¡Si no es de otro entonces es asunto mío y merezco una explicación! ¡¿Por qué no me lo dijiste?! ¿Cómo coño puedes decir que no es asunto mío, si es mi hijo también? ¿Cómo has podido deshacerte de mi hijo sin consultarme antes, Cristina? ¿Cómo? Fue bajando el tono de voz hasta quedar completamente en silencio. Apoyó la frente contra el marco de la puerta mientras yo lo miraba, con los ojos como platos, sentada desde la cama. Respiraba agitado intentando controlarse. ―¿Por qué piensas que me he deshecho de él? ¿Quién te ha metido esa idea en la cabeza? ―le pregunté calmadamente intentando, sin ningún éxito, controlar las lágrimas. Jack no se movió pero vi como cerraba los ojos y cogía aire para soltarlo lentamente. ¿Alivio o frustración? No lo sabía. Regresé al salón y me senté en el sofá. Puse mis manos encima del vientre, cerré los ojos y esperé a que se reuniera conmigo. De pronto, todas las emociones que había estado evitando, todo el agotamiento psíquico del día y todo el peso de la responsabilidad que había aceptado se apoderaron de mí y los sollozos me sacudieron el cuerpo. No quería abrir los ojos, me negaba a abrirlos y ver la cara de espanto de Jack, o de recelo, o de reproche, o de terror. Estaba muerta de miedo. Sentí el peso de su cuerpo cuando se sentó en el sofá. Me cogió despacio con manos temblorosas y me abrazó suavemente mientras yo seguía con mi llanto desgarrador. Me sujetó contra él y pude oler su característico aroma. Me encantaba su olor, pero en aquella ocasión no era suficiente para calmarme. Empezó a pasarme las manos por la espalda, suaves pero firmes. Susurraba palabras de aliento en mi pelo. Me besaba la cabeza repetidas veces y me estrechaba con fuerza. Estuvimos callados durante un buen rato hasta que los espasmos de mi cuerpo se redujeron a leves estremecimientos, y luego a hipidos silenciosos. ―Lo pensé, pensé en hacerlo. Pero la sola idea… ―sollocé inconsolable. Él no dijo nada, seguía callado. Alcé un poco la vista para poder verle la cara y me sorprendió ver que tenía la mirada perdida y los ojos llenos de lágrimas. Le abracé fuerte por la cintura y lloré de nuevo. Me quedé dormida abrazada a él. No sé cuánto tiempo llevaba en esa posición cuando abrí los ojos y vi que me miraba. La dureza de su rostro había desaparecido y en su lugar había una expresión que no había visto nunca. ¿Ternura? ¿Amor? ―¿Qué hora es? ―pregunté desorientada, entumecida y algo dolorida. ―Las seis ―dijo de inmediato―. ¿Estás bien? ¿Te duele? ―preguntó señalando mi vientre cuando vio que me ponía las manos encima. ―Oh, no, no me duele ―respondí algo avergonzada. ―¿Puedo? ―dijo acercando su mano a las mías. Lo miré a los ojos y vi devoción en ellos, mezclada con miedo. Le cogí la mano y la puse entre las mías, directamente en contacto con la piel de mi vientre. ―No vas a notar nada, aún es muy pronto. ―¿Cuánto tiempo…? ―Doce semanas más o menos. Tres meses. ―Tres meses ―repitió embelesado―. ¿Para cuándo se supone que nacerá? ―Mediados de septiembre, creo. ―¿Y tú cómo estás? ―preguntó acariciando la barriga. Ese movimiento me produjo escalofríos. ―Asustada. Muerta de miedo ―susurré. ―Ven ―dijo de repente atrayéndome hacia sus brazos de nuevo. Me besó, acariciando mis labios con los suyos con la suavidad de una pluma. Fue un beso lento, lleno de promesas, dulce y agradable, pero no había intención de encender pasiones, algo harto difícil entre dos personas que hacían saltar chispas con solo mirarse. Cuando noté que mi cuerpo reaccionaba a su contacto me aparté lentamente dando por finalizado el beso. ―Tenemos que hablar ―dije intentando recuperar el ritmo normal de mi pulso. Jack pasó las manos por su pelo y asintió cansado―. Es importante que dejemos las cosas claras antes de que alguno de los dos se haga daño. ―Ninguno se hará daño, eso te lo aseguro ―dijo poniéndose en pie y alejándose un par de pasos. ―Me refiero a daño aquí ―le expliqué tocándome el corazón. Él me miró pero no dijo nada―. Esto es una responsabilidad muy grande que he decidido asumir por mi cuenta. Te conozco, Jack. Tú no quieres una familia, no quieres tener hijos, pero yo sí, siempre he querido ser madre. Las otras veces no fue bien… ―¿Las otras veces? ―preguntó sorprendido. Su cara de preocupación se transformó en asombro y luego frunció el ceño. ―Da igual, es una historia muy larga... ―No da igual, Cristina. ¿Crees que puedes decir eso y no contarme qué pasó? Quiero saberlo. No estaba preparada para hablar de aquella historia. Nunca lo estaría pues, en lo más profundo de mí ser, continuaba doliendo. Cerré los ojos intentando recordar cómo empezaba la versión edulcorada que tantas veces le había contado a Jack en mi mente, pero no recordaba las palabras. ―Me casé con veintitrés años ―Jack abrió los ojos como platos pero no dijo nada―. Estaba enamorada, o eso creía. Tenía sueños preciosos en los que veía a una familia feliz con un montón de niños que correteaban por nuestra casa, pero no eran sueños de los que se cumplían. El primer año y medio fue bien, pero después las cosas se complicaron. Mi marido tenía tendencias violentas, por decirlo suavemente. Empezó a pegarme, a maltratarme, a abusar de mí sexualmente ―Cerré los ojos buscando fuerzas para no ponerme a llorar. Jack se había puesto su máscara de piedra y su expresión era indescifrable―. Me quedé embarazada al poco de comenzar las palizas, pero dos semanas después de enterarme, en una de nuestras peleas, me dio una patada en el estómago y tuve un aborto. Él no lo sabía y no le importó mucho cuando se lo dijeron en la clínica. Ocho meses después volví a quedarme embarazada y, después de la primera experiencia, estaba dispuesta a ocultárselo, a no acercarme a él. Intenté esquivarlo todo cuanto pude, pero no fue posible. ―Respiré hondo un par de veces―. Una noche, mientras me duchaba, me acorraló en el cuarto de baño y abusó de mí todo lo que quiso. Mi propio marido me violó y me pegó hasta que estuve tendida inconsciente en el suelo de la ducha. Perdí a mi bebé por su culpa cuando estaba de dos meses, ―dije llorando. Pero después de unas cuantas lágrimas me recuperé y seguí hasta el final―. Esa segunda vez ni se enteró de que había estado embarazada. La doctora que me atendió la primera vez, lo hizo también la segunda, y en esta ocasión le tuve que contar todo lo que no había podido decirle la vez anterior. Me recomendó que lo denunciara, que huyera de esa casa, que me fuera con algún familiar, con algún amigo. Pero mi madre estaba enferma y Lina andaba ocupada con su recién estrenada academia de baile. No tenía a nadie y volví a mi infierno. »Un día Lina se presentó en la puerta de nuestra casa y amenazó a Trevor con ir a la policía. Me molió a palos por haber permitido que mi amiga se enterara de su comportamiento, pero ella cumplió su promesa y lo arrestaron. Al día siguiente estaba en la calle, y esa misma noche Lina aparecía medio muerta en la cuneta de una carretera ―Jack contuvo la respiración claramente afectado. Intentó decir algo, pero se contuvo para que yo terminara mi historia―. En cuanto me enteré de que la habían atropellado no dudé ni un segundo de quién era el culpable. Como pude, porque apenas me podía mover, recogí mis cosas y me largué de aquella casa para siempre. Fui al hospital en el que estaba Lina y me ingresaron a mí también con un par de costillas rotas y contusiones graves por todo el cuerpo. A ella por poco no la salvan. Se demostró que había sido él y lo acusaron de intento de asesinato con agravante. También encontraron que trapicheaba con drogas y estaba metido en cosas sucias, así que la condena fue mayor. Él se fue a la cárcel y Lina y yo empezamos una nueva vida. Mi madre vino a vivir conmigo, pero al poco tiempo tuve que ingresarla en una residencia. Luego me quedé sola y entonces te conocí a ti. El resto de la historia ya la conoces. ―¿Cómo se llama tu exmarido? ―preguntó con un tenebroso tono de voz que me dio miedo. ―¿Por qué? ―Quiero saberlo. Dime su nombre ―me ordenó. ― Collins, Trevor Collins ―murmuré temerosa de lo que Jack pudiera hacer. Levanté la vista para verle la cara y lo vi cerrar los ojos y resoplar con pesar. ―¿Por qué no me lo habías contado antes? ―preguntó dolido después de un largo silencio. ―No es algo que le vaya contando a la gente en cafeterías ¿sabes? Tú y yo no hemos mantenido una relación el suficiente tiempo como para hacerte confesiones de este tipo. Ahora las circunstancias son diferentes y… ―No me he acostado con nadie desde aquella noche del bar, hace más de dos años. Con nadie, salvo contigo ―me interrumpió. La confesión me dejó con la boca abierta y el corazón empezó a martillearme tan fuerte contra el pecho que pensé que se me saldría. ―No quería estar con nadie que no fueras tú porque desde el primer momento que te vi sentada en la barra de aquel bar, mirando sin disimulo a la gente, me pareciste la mujer más impresionante que había visto jamás. Supe que quería algo contigo en ese mismo instante, aunque me resistí a ello. Hasta mi hermano me animó a ir tras de ti al ver cómo te miraba cuando te ibas. Olvidé mis responsabilidades con él porque si te perdía de vista nunca lograría saber quién eras. Volví a aquel bar muchas noches en esos dos años, pero nunca más apareciste. Intenté averiguar tu nombre completo, dónde vivías o a qué te dedicabas, pero no había rastro de ti. El día que apareciste en HP… ―resopló―, en el mismo instante en el que te reconocí supe que nunca te dejaría marchar. ―Mis lágrimas bañaron mis mejillas y cayeron sin contención en mis manos―. No ha sido fácil tenerte tan cerca todo el día y no poder tocarte. Cada vez que me llegan órdenes para partir se me viene el mundo encima. ¿Y si cuando vuelva tú estás con otro? ¿Y si te pasa algo? No puedo soportar que te pase algo. ―Le temblaban las manos. Aquel hombre, con toda su fortaleza y su capacidad para esquivar balas estaba abriendo su corazón y dejándolo expuesto para que yo hiciera con él lo que me viniera en gana―. Después de la reunión, cuando te marchaste, pensé que irías a mi apartamento. Sabía que estabas enfadada, pero creí que vendrías al menos a gritarme ―Sonrió tímidamente―, que podría verte antes de irme. Me enviaron las órdenes justo antes de entrar en la sala de juntas. Pero tú no estabas en mi casa, ni contestabas a mis llamadas, ni mis hombres te habían visto desde que saliste de HP, así que me imaginé lo peor. Quería decirte que no tenías de qué preocuparte en el trabajo, que sabía que tú no tenías nada que ver con lo que estaba pasando. Necesitaba verte, besarte, hacerte el amor, decirte que… que te quiero, pero no tuve oportunidad ―Bajó la mirada a sus manos. Sus dedos jugaban nerviosos con un trozo de papel que había sacado de un bolsillo―. Y luego Madeleine me llamó para decirme lo que había averiguado. Que estabas embarazada y que había encontrado esto encima de tu mesa ―dijo enseñándome el papel de Planificación Familiar donde, entre otras funciones, te informaban sobre la interrupción voluntaria del embarazo―. Me volví loco, Cristina, iba de camino a algún lugar en medio de la nada y me volví loco pensando en ti deshaciéndote de nuestro hijo. ―¿Cómo sabía Madeleine dónde estabas? ―pregunté por primera vez desde que había empezado a hablar. ―Madeleine forma parte de mi... familia. Es mi tía, la hermana de mi madre. Yo… yo le había pedido que te vigilara, que no te dejara hacer nada raro. Debía mantenerte ocupada con la investigación de los expedientes. No me lo podía creer, así que llamé a tu amiga Lina y ella, sin decir nada, me dio a entender que… ―Bufó afectado, enfadado al recordar lo que había sentido―. Dios mío, Cristina, estaba dispuesto a acabar contigo con mis propias manos. ¡Es mi hijo, maldita sea! ¡Quiero una familia contigo, quiero una vida contigo! Llegados a ese punto de su discurso las lágrimas ya no me dejaban ver nada. Llevaba tanto tiempo deseando oír lo que estaba diciendo que no me lo podía creer.Me levanté del sillón y me tiré en sus brazos sin cuidado. Él me sujetó contra su cuerpo y nos besamos tan desesperadamente que a los pocos segundos jadeábamos, hambrientos el uno del otro. Le quité la camiseta por la cabeza, fijándome por primera vez en las placas de identificación que llevaba colgadas del cuello. Mis manos volaron por su torso mientras las suyas me tocaban con delicadeza y adoración, sin prisas. ―Te quiero, Cristina Sommers ―dijo cogiéndome la cabeza con ambas manos para que mis besos no silenciaran sus palabras―. Cásate conmigo. Asentí varias veces llorando de felicidad. Volvimos a besarnos y a acariciarnos con devoción, amándonos por primera vez con el corazón de ambos abierto por completo. Hicimos el amor con lentitud, explorando todos y cada uno de los rincones de nuestros cuerpos. Él iba con cuidado, poniendo especial énfasis en mis hinchados pechos, pasando lentamente la mano por mi vientre hasta posarla en mi monte de Venus y acariciar mi clítoris con un dedo maestro que hurgó entre unos húmedos rizos púbicos. Quería más. Necesitaba más. Su lengua lamía cadenciosamente mis labios. No me dejaba besarlo, estaba cerca de enloquecer por succionarle ese labio inferior tan suculento con mi boca. Jack me cogió en brazos y me llevó al dormitorio. Con cuidado, me depositó sobre el colchón y se desabrochó el pantalón con la mirada fija en mis ojos. Se acercó a mi cara pero no me besó. Me estremecí cuando sus labios encontraron el punto débil de mi cuello. Su lengua se arrastraba a lo largo del contorno de la oreja hasta que pudo usarla para guiar mi lóbulo en su boca. Mordió ligeramente y un estremecimiento de placer recorrió mi interior. Ya jadeaba cuando sentí la punta de su hinchado miembro pujando por entrar en mí. Abrí mis piernas y lo envolví al mismo tiempo que él se adentraba lentamente en mi prieta vagina, contenta de acogerlo en toda su plenitud. Se movió rítmicamente, ni muy despacio ni tan rápido como otras veces. Nuestros cuerpos entrechocaban, emitiendo sonidos excitantes que se mezclaban con nuestros gemidos. Mientras empezaba a sentir la llegada del éxtasis, las manos de Jack se deslizaron por mis pechos. Me dolían los pezones, se estaban haciendo grandes y la aureolas eran de un color más oscuro, nada que ver con el color sonrosado que tenían anteriormente. Hizo círculos alrededor de ellos, excitándolos, hasta que se pusieron duros como pequeñas piedras. Su lengua rozó brevemente uno de los picos y un ramalazo de placer me hizo arquear la espalda, buscando más. Jack rió sensualmente cuando vio mi reacción y repitió el proceso con el otro pezón. Los castigó con su lengua hasta que rogué por la liberación. Era tan vertiginoso el placer que sentía que empecé a llorar, acercándome más y más al momento en el que estallara en pedazos. Su manera de amarme aquella noche era especial. Miró con profundidad mis ojos mientras entraba y salía de mí, una y otra vez, con exquisita lentitud. Nuestras miradas eran una cadena que nos ataba más allá de lo físico, más allá de cualquier destino. Era imposible apartar la vista de aquellos espejos azules. Sus manos exploraban cada centímetro de mi piel con suavidad, arrancándome gemidos y suspiros que lo excitaban más todavía. Su boca besó, lamió, succionó y mordió a placer, acelerando mi ascenso a la cumbre. Su dedo pulgar recorrió mis labios entreabiertos y presionó para introducirse dentro de mi boca. Mi lengua lo lamió con ansia y eso le arrancó unos jadeos que se unieron a los míos. Me acercaba al clímax más impresionante que había experimentado nunca. Lo agarré del pelo, desesperada por sentirlo más y más dentro, más y más rápido, y nuestras bocas se unieron de nuevo con un apetito voraz. Nuestros cuerpos pasaron de hipnóticos y sensuales movimientos o una frenética danza que convirtió el aire a nuestro alrededor en un huracán de placeres. Lo envolví con mis piernas, atrayéndolo más dentro de mí, y grité su nombre una y otra vez mientras él me devoraba la boca, como si absorber mis gritos saciara su inagotable sed. Tras un par de embestidas más ambos alcanzamos juntos el mejor orgasmo que habíamos tenido nunca. No sé cuánto tiempo estuvimos jadeando, gimiendo y estremeciéndonos sobre la cresta de la ola, pero no dejamos de tocarnos y acariciarnos como si fuera la última vez para nosotros. Cuando nuestros pulsos se tranquilizaron me di cuenta, con asombro, de que no estaba saciada. A pesar de estar dolorida y de sentir irritación en mis pechos, continuaba anhelante, no había tenido suficiente. Lo detuve cuando salió de mi interior dejándome vacía. ―Jack, necesito más, por favor ―susurré dándole un sugerente beso en el cuello. ―¿Revolución hormonal? ―preguntó riéndose abiertamente. No esperó a que le contestara siquiera. Su miembro ya estaba erecto cuando se puso encima de mí y se deslizó con delicadeza―. Dios, nena, me encanta estar dentro de ti. ―Aprovecha ahora porque en unos meses estaré gorda y enorme… ―Y preciosa. Estarás preciosa ―dijo haciéndome callar como mejor sabía. Me desperté al escuchar un ruido en la habitación que me sobresaltó. Busqué a Jack a mi lado pero la cama estaba vacía y las sábanas frías. Cerré los ojos y contuve las ganas de llorar. No me creía que se hubiera ido sin decirme nada, otra vez. Miré el reloj digital de la mesilla. Marcaba las 23:24. Otro ruido procedente del cuarto de baño me puso tensa. Luego la puerta se abrió y apareció él, cual adonis, con el pelo mojado, envuelto en una toalla y otra colgando en su cuello. Gotas de agua se acumulaban en sus hombros y caían por su torso perfecto formando riachuelos. Me relajé ante tan magnifica visión y sonreí al ver el bulto que tenía en el frontal de la toalla. ―Deberías estar dormida ―dijo secándose un poco el pelo. ―Prefiero mirarte ―contesté contoneándome sobre las arrugadas sábanas. Abrí las piernas desnudas quedando expuesta a su mirada. Jack dejó escapar el aire y se acercó a la cama con el gesto de alguien que tiene una mala noticia que dar. ―Tengo que marcharme. Se supone que estoy en algo importante, en otro lugar. No me puedo quedar ―dijo mirándome a los ojos y viendo mi dolor reflejado. ―¿Cuánto tiempo? ―No lo sé y… ―Sí, ya sé, no puedes decirme nada ―Cerré los ojos conteniendo sin éxito las lágrimas. ―Ehhh, no llores, por favor. Volveré ¿de acuerdo? Tú, pequeña, ahora debes cuidarte y pensar en tu bienestar y el de nuestro bebé ―dijo consolándome y poniendo una mano en mi vientre―. Esto que hay aquí, con todo lo pequeño que es, es lo más grande que he hecho nunca, y no me lo voy a perder por nada del mundo. En cuanto regrese hablaremos. Hasta entonces, nada de lágrimas. ―Más te vale volver pronto ―dije acariciándole la cara con amor―, no voy a soportar estar mucho tiempo sin ti. Sonreí entre lágrimas y pasé mi mano ligeramente por encima de la toalla. Noté el movimiento de su miembro y me relamí. ―Viciosa ―bufó quitándose la toalla.

ESTÁS LEYENDO
Algo Contigo
RomanceA Cristina Sommers y a Jackson Heartstone no los une el destino aquella primera noche, sino el don sobrenatural de ella: algunos extractos de sus sueños tienden a convertirse en la más cruda realidad. El mundo de la publicidad es su bien común, sin...