Capítulo 5

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DANIEL LEÓN

Malcriada. Malcriada total. Me exaspera. La chiquilla es muy bonita. Linda en verdad. Ahora que está despierta puedo verla mejor. Su piel es bastante blanca, así que la sangre le enrojece las mejillas. Son abultadas, le realzan la forma de corazón que tiene su rostro. Ha puesto su boca en forma de pato, ya que tiene los labios rellenos y redondos, me hace gracia su gesto, aunque lo disimulo. Sus ojos azules ahora mismo me miran fijo. Un segundo antes había jurado encontrar odio en ellos, pero han pasado a demostrar contrariedad. Me confieso disfrutando de este redescubrimiento mutuo. La presencia de Diego entre los dos me recuerda a lo que vine, lo agradezco porque recupero la compostura. Me concentro en los medicamentos para disipar la idea que me está dando vueltas y vueltas en la cabeza: Que la revolcada que le daría en mi cama no tendría perdón de ningún dios.

—No practico la medicina —comento de modo formal—. Eso sería imposible para mí; pero por asuntos propios tengo experiencia en este tipo de situaciones. Diego es un servidor leal que en todo tiempo ha obrado más allá de lo que dicta el deber, y además, en lo personal, más que un amigo es un hermano. Si en mis manos está el poder ayudarle, lo haré siempre. Ahora, déjame inyectarte esto.

Obedeciéndome, se recuesta tranquila en la almohada. Probablemente más consciente del riesgo que corre. Diego se aparta para darme espacio, pero no sale de la habitación. Paso mi mano con suavidad por sobre sus venas marcadas para sentir qué tan hinchadas están. Lo que reprimo ahora es la tentación de clavar mi uña en una de ellas para dejar fluir la sangre... Por todos los vampiros... Qué hermoso contraste ha de ser el de su sangre de rojo intenso contra la palidez de su piel. Contengo la respiración. Mi corazón podría delatarme. Damara es incapaz de sentirlo, pero Diego escuchará mis latidos si estos se precipitan.

Sigo en lo mío.

Me encuentro con una vena más henchida. «Qué ganas de llevarla a mi boca».

Pensamiento equivocado.

Aunque mi imagen no lo represente gracias a la juventud casi perpetua de la que gozamos los vampiros, llevo a cuestas más décadas de las que pueden contarse con las manos. Esto me ha permitido vivir muchas vidas distintas, he pasado por buenas y malas épocas y cada una me ha moldeado en el tipo de hombre que soy hoy. Mi vida sexual nada tiene que ver con mi vida amorosa. Bajo ninguna circunstancia podría decir que estoy enamorado de alguna de mis flores. Si tuviera que acusarme o reprocharme a mí mismo de amar a una mujer, sería, muy probablemente, por mi exesposa Akie Zarina. Me casé siendo máximo general del ejército vampírico. Compartimos juntos por varios años, ella llegó a ser una figura muy especial para mi hija Ellie, a quien yo había concebido con otra mucho antes. Me gustaba la mezcla de personalidades que podía ver en ella, ruda y sensual al mismo tiempo, como una fiera que se sabe dueña de su poderío. Rebelde. Con una dulzura secreta en lo más profundo de su ser.

Siempre fue difícil para mí decidir qué era lo que adoraba más en Akie. El lado sensible y auténtico que mostraba a los demás. El fuego que sabía encender en su cuerpo para quemar el mío. O los juegos de lujuria y excesos que se habían convertido en nuestro pasatiempo favorito para combinar en una sola las dos obsesiones más poderosas de un vampiro: sexo y sangre.

Nunca nadie hubiera imaginado la clase de diosa en que se convertía cuando se disponía a disfrutar de su sexualidad. Siempre abierta, siempre explorando de mi mano. Muy complaciente. Sumisa o dominante cuando tenía que serlo. Cuando yo sentía demasiada sed por alguien en particular, lejos de sentir celos, ella se involucraba para participar activamente. Si la presa era mujer, la seducíamos para hacerla nuestra en un trío donde finalmente tomábamos no solo sus orgasmos sino también su último aliento.

Hace mucho que todo eso se fue. No diré que extraño esa clase de juegos porque no sería cierto... Pero a ella... Aunque nunca lo admita audiblemente, la sigo pensando. El paradero de Akie Zarina es un misterio. En vísperas de mi ascensión al poder ella desapareció sin dejar huella. No había un motivo aparente. Nuestro matrimonio no podía haber estado mejor, y mi coronación le hubiera dado el rango más alto que una hembra podría llegar a tener entre los vampiros. Durante mucho tiempo moví cielo y tierra para encontrarla, pero el fracaso en mi búsqueda me obligó a parar cuando el desespero estuvo a punto de destruirme. Ahora, una imagen me encandila la mente: Akie besando a Damara con deseo.

«Concéntrate, maldita sea» me digo.

Pero es tarde. La ilusión ha cobrado vida propia. Puedo incluso sentir en el aire el olor mezclado de las dos hembras en celo: la chiquilla y mi exmujer.

Las manos de Akie acarician el cuello de Damara antes de arañarla con sensualidad para probar su vino. Akie me mira. Me sonríe con sus labios ensangrentados. La Damara excitada de mi fantasía tiene algo en común con la chica que tengo frente a mí en la realidad: la respiración agitada. Gemidos leves que no favorecen en nada a la batalla mental que estoy perdiendo. Akie me da un beso, y cuando su lengua lame la mía me comparte de la sangre que ha probado. Vuelve a sonreírme. Se acuclilla para bajarme la cremallera y chuparme mientras yo arrastro el cuello de Damara hacia mí. Un quejido fuerte y real que rompe mi burbuja me hace mirar a la malcriada a la cara, abre sus ojos y la boca, claramente asustada. Le cuesta respirar, mas no pierde el conocimiento.

«Mierda» pienso para mis adentros «Se me fue la mano y la maté».

Me asusto también, pero no lo demuestro. Aparto la jeringa, le reviso las pupilas y la presión.

—¿¡Qué pasa!? —Diego se alborota. Lógico.

La misma pregunta me la hago yo, ¿le habré dado doble dosis por estar fantaseando? Moviéndome con la agilidad propia del ser antinatural que soy, le pongo dos almohadas bajo sus pies para levantárselos. La piel de Damara se hace fría. Está sudando. Le pongo dos de mis dedos en las muñecas para llevar cuenta de su pulso.

—¡Daniel! —insiste Diego.

Y es por su pulso que me doy cuenta. El problema no fue lo que le inyecté, sino que la chiquilla ha empezado a convertirse.

—No hay dudas, es la neoemia —les advierto.

Y ni yo mismo puedo reaccionar ante los hechos. La neoemia es el proceso de conversión, llamado así como una palabra compuesta donde neo y emia se traducen en nueva sangre. Su nombre se lo dio el científico estudioso de la condición vampírica.

—¿¡Qué?! —Mis palabras no consuelan a mi amigo. Tampoco a mí. Yo sigo inmóvil.

Esto es malo. Es precipitado y muy malo. Damara está demasiado débil. No podrá lograrlo.

—¿Qué... significa? —pregunta ella.

Está aterrada. Lo veo en sus ojos. Tengo la responsabilidad de darle aliento, no importa qué. Retomando mi temple, me acuclillo a su lado para hablarle e intentar darle la confianza que necesita.

—Significa que tuviste contacto con sangre contaminada —le explico—. Supongo que ya sabes que una vez que comienza no se puede detener...

Le miro la herida. No será fácil, pero...

—No importa. —Decido—. Podemos sustentarla.

—¿Sangre contaminada de quién? —inquiere Diego.

No sé qué decirle.

—Damara está abierta casi de largo a largo, Athir o tú pudieron rasguñarla con sus propias uñas mientras la atendían, ¿te parece que puede haber algo más aquí?

—¿Diego? —Jadea la chiquilla al escuchar la conversación. Mi amigo sacude la cabeza.

—¿Qué vas a hacer? Daniel, te lo pido. Por el alma de Ellie, te lo imploro...

—Me empeñaré como si fuera ella —se lo juro sinceramente—. Va a estar bien.

Éxtasis CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora