Capítulo 20

1.6K 118 8
                                    

DANIEL LEÓN

—¿Está Diego aquí? —cuestiono para justificar mi visita.

Antes de que Athir me conteste, un fuerte golpe de puerta interior hace retumbar a las paredes. Parece que a la joya le ha molestado mi presencia.

—No, mi señor —responde la esclava—. Él y su esposa salieron hace un rato, tampoco avisaron la hora de su regreso.

«Perfecto», pienso. Aunque mi boca y expresión digan otra cosa.

—No importa, esperaré —le aclaro mientras cruzo la sala—. Tengo hambre.

En realidad no. Pero quiero que se ocupe.

—Si el señor es paciente, puedo prepararle algo.

—¿Tienen cordero?

—Tenemos, sí.

—Ve.

Athir por fin se va a la cocina dejándome solo. El olor que se siente dentro de la casa mezcla los efluvios de Damara con los de los demás. ¿Qué pasará cuando la tenga en frente y pueda sentir su perfume natural puro? ¿Qué si mis instintos son más fuertes que yo? ¿Me atreveré a seducirla?

Ni yo mismo lo sé, pero estoy a punto de averiguarlo.

—Hey tú, hermana de Diego —hablo claro—. Ven aquí.

Me quito el saco que tengo puesto y lo tiro en un sillón.

—No me harás esperar ¿o sí? —insisto ante la falta de respuesta.

Escucho la puerta de su habitación arrastrarse. Su perfume natural camina con ella que ya se acerca a mí. Sin mirar en su dirección desanudo mi corbata y desabrocho un par de botones de mi camisa para relajarme mejor. Necesito fumar, así que hago lo propio mientras me siento.

Es cuando me concedo permiso para contemplarla.

Ya no lleva el vestido que usó en el club, sino un pijama corriente y viejo que la cubre entera. Muestra poca piel, pero sigue siendo dueña de una belleza extraordinaria. Está de pie frente a mí con expresión soberbia. Yo la estudio sin censurarme y se lo demuestro, quiero que se dé cuenta de cómo la miro. Me concentro en sus tetas. No se le marcan, sin embargo, se nota su tamaño y peso. Se las quiero tocar. La tela desprende su antiguo olor humano, siento un corrientazo en mi mandíbula al asociarlo con el sabor de su sangre y que se me antoja.

—Me sorprende que su excelencia me mire —escupe con ironía—. No lo hizo antes cuando compartimos la mesa.

Me levanto de mi sitio en un cuarto de fracción de segundo para ponerme tras ella y olerla mejor. Su corazón empieza a bombear más fuerte y yo me tomo la libertad de acercar mi nariz al ras de su nuca sin que me importen los porqués. Es preciosa. La clase de belleza que sin duda alguna me gustaría incluir en mi jardín. La imagino por un momento vestida como una de mis flores, adornada con las alhajas y tatuada para mi complacencia... y su olor... su maldito olor humano que todavía tiene impregnado en la ropa... Me provoca.

—¿Qué olor es ese? —le pregunto para jugar con ella.

—Creo que su cena estará a su altura.

—No hablo del bocadillo. Al menos no del que preparan en la cocina...

Gira su rostro hacia mí y es gracias al reflejo en sus ojos que tengo una revelación. Detrás de nosotros hay un mueble con portarretratos, algunos tienen fotos de ella con Diego. Imágenes que se proyectan en esas pupilas cual par de espejos y que con una sacudida me recuerdan su identidad.

Éxtasis CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora