Capítulo 3

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DANIEL LEÓN

—¡¿Puedes ayudarla?!

Diego me dedica esa pregunta entrando a la habitación. Hago parecer que solo me ocupo de los signos vitales de la chica, pero para mis adentros evalúo más. Tiene una herida que la destaja desde las piernas hasta el pecho. El vendaje que le cubre la comprime bien, sin embargo, su aroma traspasa hasta hacerme agua la boca. No soy una bestia. No voy a tirarme al cuello de la chica para beber hasta matarla. La sed de sangre no genera el salvajismo que cuentan las leyendas. Morbo sí. Estimulación placentera, física y mental. Mas nunca un descontrol a tales grados. En los peores casos puede ser como las ganas de venirte cuando estás cogiendo, pero la piel de esta señorita huele muy bien. Es el tipo de olor que en otras circunstancias la hubiera convertido en mi presa. Podría disfrutar de su sangre y de su sexo al mismo tiempo y con la misma medida. El tamaño de sus tetas es grande y delicioso. Blanca, cabello largo, diferente al de Diego que es rubio, el de ella es tan oscuro que hace contraste total con su palidez. Involuntariamente aparto la cara.

—¿Qué vamos a hacer? —inquiere mi amigo, quizá ante mi reacción.

—Es humanamente imposible que sobreviva a una herida así. Necesitamos que recupere un mínimo de salud para que resista el cambio.

En sus condiciones tan críticas, intentar hacerla vampiro solo le aceleraría la muerte. El cambio de sangre o conversión en un vampiro es un proceso genético agresivo de tres etapas. El primero puede ser letal para aquellos cuyos cuerpos estén demasiado débiles.

—¿Tienes un botiquín útil? —indago—. ¿Analgésicos para vampiros?, ¿cicatrizantes?

—Por supuesto —me contesta Athir—. Los traeré.

Las drogas usadas en vampiros son veneno para el cuerpo humano, pero en dosis controladas podría hacerla mejorar hasta un punto en el que al menos resista el cambio de sangre. Elizabeth se acuclilla junto a la cama, le acaricia la frente a la chica. La esclava no tarda nada en regresar. Reviso lo que trae en la caja que sostiene, agarro una jeringa y tres frascos con sueros. Preparo una mezcla para inyectar a Damara. Busco una vena, las tiene muy delgadas.

—¿Y bien? ¿Me dirán que fue lo que pasó? —interrogo.

—Me fui a hacer el mercado, como siempre —explica la nana, atropellando sus palabras y dramatizando con sus brazos todo lo que dice—. Cuando volví, encontré a mi niña moribunda.

—¿Estaba sola?

—Había un vampiro agonizando, sangraba por todas partes, incapacitado como para moverse, huír o hacerme algo a mí también. Murió enseguida.

—¿Y el cadáver?

—Yo lo encontré —comenta Diego—. Tenía esto en la boca.

Se mueve tan rápido que, aunque ha salido y vuelto a entrar en la habitación, es como si se hubiese sacado del bolsillo lo que ahora me muestra. Es una cápsula de hierro, pequeña, aplastada, con marcas de dientes sobre su superficie. Una ampolla en la que se pueden reservar dosis de lo que sea, incluído veneno. Diego la sujeta con un trapo.

—¿Se suicidó?

—Eso parece.

—¿Quién era el vampiro? ¿Lo reconociste?

—No, pero el cuerpo sigue aquí, lo tiré en uno de los Abybozos.

—¿No estaban clausurados? —pregunta Elizabeth.

—Tumbé una pared.

Esta casa es antigua. Cuando se levantó se ocupó como cuartel, tenía hasta mazmorras. Con los años se remodeló, se tapó el Abybozo, y se le dio una estructura más habitable. Fue eventualmente ocupada por vampiros que estuvieron realizando trabajo en terreno y se conservó una única sección de celda que, si no me equivoco, en efecto todavía tiene.

Termino de pasar los compuestos a la vena elegida, me dedico a levantar parte del vendaje. Detrás de mí, Diego se muerde las uñas. La impotencia le va haciendo perder el control.

—¡¿Por qué ha pasado esto?! —ruge de repente.

—Tranquilo —exhorto. Está tirando de su propio pelo.

—No quiero tranquilizarme, esto no es casualidad, ¡¿por qué le hicieron esto a ella?!

Su esposa se levanta para darle consuelo en un abrazo, el llanto suave de Athir acompaña la respiración irregular de mi amigo. Mientras tanto, ahora yo tengo las manos ensangrentadas. De repente me comparo con un niño que ha embarrado sus dedos de algún dulce y me los quiero chupar, hace tiempo que no siento esto, así que me divierte. Una idea curiosa cruza por mi mente e imagino las cámaras exprimidoras con las que drenamos a hombres y mujeres en el palacio, visualizo a esta chica como una mora, una fruta que explota para dejar salir su rico néctar.

La ilusión de pronto se transforma, y el leve antojo al paladar se convierte en erección. Me dejo llevar por un pensamiento que sé que no debo permitirme, en el que combino el sabor de la sangre que aún no pruebo con el placer del cuerpo que aún no conozco del todo. Evito mirar a los ojos de quienes me rodean. Ninguno puede leer mi mente, pero mi propia conciencia me acusa. No es raro que follar sea mi pensamiento más recurrente. Los vampiros sufrimos, entre otros varios desordenes, de hipersexualidad. Es en efecto la única necesidad comparable a la de la sed de sangre, ni siquiera el hambre es tan exigente. Un estímulo simple es todo lo que se requiere para la excitación. Un solo beso puede encendernos lo suficiente como para enfrascarnos en horas y horas de coito donde el placer puede hasta borrarnos la consciencia. Dije que no soy una bestia. Debí ser más específico. Porque en el sexo definitivamente lo soy y lo seré siempre, es parte de mi maldición.

—Este rompecabezas no cuadra —digo para distraerme—. Ese vampiro vino aquí, atacó a tu hermana y se quitó la vida, pero ni siquiera tomó la de ella. Damara está muy malherida, pero si él hubiera querido asesinarla, simplemente lo hubiera hecho. Mientras más lo analizo, más ilógico me parece.

—Tal vez Damara sepa algo —comenta Eli y se dirige a Athir—. ¿Te habló cuando la encontraste?

—Mi niña estaba inconsciente. Hasta ahora no ha despertado ni una vez.

—Tendremos que esperar.

Reviso la profundidad de la herida, es continua, desde las costillas derechas hasta la pierna. Es muy severo, pero como dije, la intención de su agresor no era matarla. A pesar de todo, se nota en la forma del ataque.

Cambio las vendas, la esencia de su sangre impregna el aire que respiro y es delicioso. Desearía poder chupar las gasas, un deseo que condeno porque no sé en qué mierda estoy pensando. Me apuro a terminar.

—Veamos la cara de ese vampiro —pido—. Pero dénme un momento.

Un solo pensamiento y ya estoy fuera de la habitación, abriendo la puerta del baño. Echo a correr el agua del lavamanos, pero no me voy a lavar, no al menos sin hacer algo antes. Apagando la ética con que considero a Diego, pruebo la sangre que me mancha.

El sabor es intenso y es bueno, muy bueno, pensando en las vendas húmedas lamento aún más que se haya perdido tanto... Recapacito. Es una total desgracia que vaya a perderse por completo, ahora que la chica va a convertirse. Me irrito. Si su naturaleza cambia, como de hecho será, nunca podré disfrutar de este sabor como quisiera hacerlo. Me sorprende la frustración y la rabia que siento, sacudo la cabeza, es absurdo.

Después de lamer mis dedos, tan solo queda en mi piel el olor de mi propia saliva, me lavo para sacarla. Entretanto, pienso en las pequeñas pero tal vez buenas oportunidades que tendré para robar un poco de esta sangre divina antes de que su naturaleza cambie, y sin que Diego lo sepa... Es el mejor vino que he encontrado en muchos años, no puedo dejarlo ir así nada más.

Éxtasis CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora