Capítulo 33

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DANIEL LEÓN

Es la primera vez que no me siento especialmente excitado al llenar mis pulmones con su perfume. Tengo una braga entre mis manos, es negra, de algodón. Puedo asegurar que Damara la usó siendo humana y que se la puso recientemente estando ya convertida. Cierro mis ojos para respirarla mejor. Mis dedos se ciñen a la tela de forma involuntaria. Por alguna razón, el efecto del aroma no baja hasta mi entrepierna, sino que se me queda en el pecho. Nunca he escuchado de ningún vampiro con problemas de disfunción eréctil, por más antiguo que sea. Al contrario, se sabe que podemos envejecer hasta lucir asquerosamente esqueléticos mientras que nuestros penes siguen conservando su potencia viril. Tal vez lo que ha ocurrido con mis flores me ha deprimido, o sea, por el hecho de saberme obligado a resignarme de no tener lo que quiero.

—¿Mi señor?

Hace un par de minutos que escuché a Andmeé llegar, se había quedado mirándome en silencio como siempre. Ahora que ha hablado por fin, abro mis ojos para atenderla.

—¿Hiciste lo que te pedí? —pregunto sin voltear a ella, me siento cómodo mirando a la nada.

Mis dedos no han aflojado su agarre. La tela negra continúa muy cerca de mi nariz y yo la sigo respirando. Necesito identificar lo que me sucede.

—Sí, mi glorioso rey. —Se acerca con cautela—. Lo hice...

Parece que quiere decirme algo, sin embargo, lo piensa bien.

—¿Sabes, mi Zethee? Existe una miel capaz de amargar el sabor de todo.

Mis pupilas se mueven hacia ella.

—No es empalagosa, pero sí da un hambre muy dolorosa cuando no la podemos comer.

Andmeé es una hembra de rasgos finos, con su cabello achocolatado cayendo libre sobre sus hombros desnudos y blancos, lleva un vestido que se los deja al descubierto. Ojos verdes, labios pequeños y hermosa sonrisa que muestra para mí casi de forma permanente... A excepción de ahora. Está tan cerca de mí que sé que puede sentir el popurrí que se desprende de la prenda que sostengo.

—La miel que quieres nunca ha pisado el palacio —comenta, adivinando que se trata de alguien nueva—. ¿Es eso lo que la hace especial?

Ella se atreve a acercar sus manos a las mías, pero cuida de no tocar la tela, sabe que me alteraré si procura algún cambio en el olor. Sus dedos recorren mis muñecas con una caricia y se lo permito. Permanezco inmóvil.

—Es muy hermosa —murmuro. En realidad, se me ha escapado decirlo.

—¿Tiene nombre? —Su ceño tiembla.

—No.

La sonrisa que me dedica es bastante triste, su pecho se llena, pero se esfuerza por contener el suspiro.

Sé lo que piensa y sé por qué me ha hecho esa pregunta.

Mi esposa y yo estuvimos juntos mucho antes de que las flores existieran en mi vida, así que nunca la conocieron, pero mi boca traidora ha hablado de ella cuando mi mente ha estado con guardia baja. Andmeé ha estado siempre cerca de mí, cuidándome cuando enfermo, cuando duermo o cuando la ebriedad me tumba al piso. Sé que en esos momentos suelo repetir las mismas palabras una y otra vez: Akie Zarina. Un nombre que en circunstancias habituales yo no pronunciaría. No porque me sea indiferente, sino por todo lo contrario. Porque me duele tanto que elijo ni siquiera decirlo, ni permito que otros lo digan. Lo que Andmeé intenta descubrir es si amo a esta nueva mujer. Revelarle o no su nombre es la señal que busca para confirmarlo.

Se equivoca.

No se lo niego por eso... sino porque... sería peligroso. No me conviene que el rumor llegue a los oídos de aquellos por quienes me cohíbo.

Éxtasis CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora