Capítulo 16

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DAMARA VOOHKERT

Me siento conducida por un caballero cuando Diego abre la puerta del coche y me da la mano para bajar, también pone una cinta de papel en mi muñeca.

—Cuando un vampiro deja un desastre —agrega a su explicación anterior—. Desordenes que escandalicen a la urbe humana, los impuestos para expiarlo son mucho más elevados. En la antigüedad, las leyendas en su mayoría surgieron porque los vampiros atacaban sin discreción, dejando los cuerpos secos por ahí al atino de todos, eso llevaba a los lugareños a seguirles el rastro y darles caza con hordas enfurecidas. Con el tiempo nuestra especie aprendió a ser más astuta, a evitar los alborotos, pero a veces alguno que otro olvida que el sensacionalismo ya está prohibido y terminan haciendo algo estúpido. Mientras mayor sea el desorden, mayor será el indemnizo que el Zethee deba pagar al estado donde haya ocurrido el siniestro. Puede que hasta haya que comprar a la policía y a la prensa, según se den las circunstancias. No es fácil. Es por eso que esta es una de las violaciones con penas más altas, una que se paga con la propia vida del infractor.

—De acuerdo, ¿y esto es para? —Levanto mi brazo.

—Puede serte útil.

Su respuesta aburrida pierde aún más mi atención ante la nueva oscuridad que conozco. Veo anochecido pero claro a la vez, igual que usar gafas de sol en las tardes de invierno. El inmenso portón delimitado por brillantes luces se abre a nuestro paso, sin embargo, justo antes de entrar, el viento sopla en dirección nuestra, e indeliberadamente mis instintos se agudizan.

—¿Qué pasa? —pregunta él, contrariado por mi repentina compostura.

—Vampiros. —Miro en todas direcciones, sin ver a ninguno.

—Son escoltas.

—¿Qué?

—Guardaespaldas. Siempre van con el Zethee, le acompañan. —Me toma de la mano para andar—. Dentro hay algunos también.

—Nunca antes los había sentido.

—Cuando franquearon la casa no podías.

Cruzando la entrada, encontramos un ambiente de estilo oriental y mucha gente manando aromas distintos, compartiendo un efluvio base en común: El de la piel humana. Bailan y beben en albedrío libre bajo las versátiles luminarias y la música incitante, es un ambiente seductor que envuelve los sentidos, absorbiéndolos por completo.

—Debo buscar a Daniel para avisarle que estamos aquí. Tú espera, volveré en breve.

Asiento, extrañamente cómoda rodeada de extraños. El escenario me persuade a formar parte de él, así que en cuanto Diego se aleja de mí, me mezclo entre los que se placen hechizados por la atmósfera. Sus rostros lucen despreocupados, divertidos, eufóricos. La mayoría de los dúos se besan o acarician más que lo que bailan, algunos que conversan en grupo ríen exaltadamente, y los solitarios galantean con quien se les atraviese delante. Es una escena miscelánea y curiosa.

Entonces, como un choque imprevisto, la particular esencia salina de un ser igual a mí invade mi nariz, garganta y pulmones con mucha más intensidad de lo que advertí allá afuera. Rastreando enseguida el perfume, distingo entre la gente la figura de un hombre que se desvanece tras la enorme bocanada que su boca acaba de desasir.

—¿Zethee? —murmuro.

O el tiempo se detiene o avanza demasiado rápido, ¿cuál de las dos? Mi observador tiene mirada penetrante, misteriosa, tan inconmovible que me estremece como si me acariciara. Antes de que lo identifique, desaparece de mi vista. Intento orientarme cuando una voz varonil me habla en un tono dulce, cerca de mi oído.

Éxtasis CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora