Capítulo 1

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DANIEL LEÓN

Una jornada cansada está por terminar. Después de días de trabajo ininterrumpido, lo único que quiero es tomar al menos doce horas para mí. Como todo vampiro, necesito satisfacer diariamente mis demandas de alimento, tanto de sangre como de sexo. Pero bajo tal volumen de tareas como ahora, no puedo darme el lujo de entregarme al placer, me limito a tomar lo justo. El último par de días he leído cientos de reportes sobre la recaudación de impuestos vampíricos, he supervisado rastreos a traidores, enjuiciado y ordenado sentencias, escrito declaraciones, devengado sanciones y desembolsado pagos a gobernantes humanos. Pero siempre condicionado por mi naturaleza animal, es inevitable sentir necesidades. Así, en medio de mis compromisos, si mi estómago ruge, devoro cualquier bocado que me mantenga.

Si se me seca la garganta, bebo una botella de sangre que me despierte el cerebro. Y si tengo una erección, llamo a cualquiera de mis esclavas para que haga maravillas con su boca, todas saben muy bien cómo jugar, sus lenguas se han convertido en mis más preciados tesoros, y para calmar mis ganas no abandono mis quehaceres.

Mi nombre es Daniel León y soy el Zethee reinante, líder de los vampiros. A mi servicio existen múltiples esclavos, desde aseadores hasta asesinos, desde cocineras hasta prostitutas, flores, como llamo a estas. Tengo siete. Hembras hermosas para mi disfrute personal, vírgenes que siendo humanas ya gozaban de excepcional belleza y que con su conversión resaltaron aún más sus atributos.

Haciéndome de dos botellas, hoy quiero mezclar sangre con nuestro más fuerte licor. El alcohol corriente no puede embriagarme, incluso del que tengo en mano, que es de fabricación vampírica, tendría que tomar algunos litros para aturdirme. Echándome un par de tragos de cada bebida, me dirijo a lo que llamo mi jardín, el aposento de mis flores que se mantienen siempre a mi total disposición.

De camino paro en la alacena y agarro un habano. Me termino las botellas enseguida, así que enciendo mi vicio, descubriendo a pocos metros a mis hembras por fin. Todas visten iguales, con vestidos cortos, frescos, de tela suave pero ajustada. Sus prominentes escotes muestran el largo de sus piernas, la tersura de sus espaldas, y el tamaño de sus pechos. Llevan alhajas doradas en el pabellón de sus orejas, en sus muñecas, tobillos, cuello y cabellera. Las siete tienen los párpados tatuados, coquetos, con una línea fina que se engrosa en dirección a sus sienes y les hace lucir una mirada felina.

Están dispersas a lo largo y ancho del salón donde me esperan, sentadas cada una sobre una alfombra o en sofás, bebiendo sangre, conversando entre sí.

—¡Daniel! —Viene la primera a saludar. Todas me observan sonrientes, pero la que corre hacia mí se prepara para besarme. La caricia de sus manos en torno a mi mandíbula es dulce, en cambio, la intensidad con que su boca me atrapa es fogosa y yo le correspondo de la misma manera—. Te extrañamos mucho...

Cuatro de mis flores comparten rasgos. Aby, Lara, Kitzaned y Xhyolet tienen cabello liso y negro como sus ojos, piel clara, facciones finas. Vrynderel tiene cabellera roja y pupilas azules, Amaris es rubia con ojos café. Thyaret tiene piel oscura, sus ojos son del color de las esmeraldas. Aún con Vrynderel de mi brazo, me detengo tras Amaris, deslizo mi mano por su cuello hasta tocarle el rostro y con la punta de mis dedos acaricio sus mejillas, labios y mentón. En respuesta, ella me los besa, y yo, lascivo, meto mi índice y dedo medio dentro de su boca. Su lengua los atrapa y me complace como quiero, chupándolos para excitarme.

—Ven —pido.

Quiero darme un baño, me espera una cueva acondicionada y adornada con candelabros hechos de esqueletos, donde manos huesudas acuñan las velas encendidas. La alberca es de aguas profundas, muy oscuras, rodeadas de grifos que mis flores abren.

Amaris se desviste lento y sensualmente, la miro con ojos fogosos y empiezo a desabotonar mi camisa, sin embargo, las manos de Vrynderel apartan las mías de los botones para hacerlo por mí y a medida que me desnuda, su boca recorre mi cuello. Tomándola por el suyo, ladeo su rostro para besarla, mi erección es notoria y se lo hago notar, mi pene quiere sentir su piel suave al rojo vivo, pero primero quiero relajar los músculos.

Apartando a ambas para entrar al agua, recuesto mi espalda en uno de los bordes de la alberca y me relajo, cerrando los ojos. Puedo sentir cómo ellas me siguen. Amaris va en busca de esencias perfumadas, mientras que Vrynderel destapa una botella. Sobre mis hombros cae un aceite con olor a centeno y menta fuerte, mi esclava antiguamente humana me acaricia con él.

La boca de Amaris se desliza por mi cuello, chupando y mordiendo. Frente a mí, Vrynderel apoya su cuerpo sobre el mío, untando el aceite también en mi pene. Me dedica un beso hambriento mientras que sus manos acarician mis testículos. Siento más sed, así que separo nuestras lenguas medio instante para robar la botella y vuelvo a tomar. Sin dar el último trago, beso de nuevo a la pelirroja, vertiendo la sangre en su boca, dejándola fluir hacia su garganta. Ella lo recibe, lo traga, sus manos se aferran a mi mentón para disfrutar más.

Amaris ahora me lame, su tacto se resbala por el largo de mi abdomen, baja lo más que puede, sin embargo, la posición en la que está no le permite tocar mucho, juego con ella y la empujo para hacerla caer al agua, ambas mujeres ríen y vuelven a mí.

Esta vez es la rubia la que busca mis besos. Entretanto, Vrynderel se dedica a bañarme. Enjabona mi cuerpo sin pasar desapercibido su apetito, me frota el pene cada vez que sus manos se acercan a mi erección. La alberca colinda con una pendiente, un desnivel pensado para follar. Me arrastro hacia ese lugar hasta tumbarme de espaldas, espero a las dos flores que no tardan en seguirme. La pelirroja es la primera, viciosa toma mi polla y comienza por lamer mis testículos al mismo tiempo que me masturba, segundos después la tomo del cabello, dirigiéndola, ella con una sonrisa pícara me mira fijamente a los ojos sin dejar de chupar. Su lengua recorre cada relieve en mi falo, producto de mis venas enardecidas. En medio de mi disfrute, le doy mi atención a Amaris, quien se muerde un labio mientras juega con sus propios pechos, excitada.

Extendiendo mi mano derecha hacia ella, le hago una seña para llamarla. Entendiendo lo que quiero, se pone en cuclillas con su vulva apuntando directo a mi boca, comienzo a lamer. También quiero tetas, así que las busco. Hago que Vrynderel me complazca, sube chupando mis pectorales, cuello y mentón. Ya con sus pezones en mi cara, libero su intimidad y me dedico a morderlos. Una sola de sus manos se aferra a mi cabeza, puesto que la otra sujeta mi polla para meterla en Amaris que se acuclilla sobre mí, y una vez encajado, la rubia empieza a brincar salvajemente. A ella le sujeto ambos brazos llevándolos a su espalda, la penetro rudo. Adoro el rebote de sus tetas, saltando sin control con cada embestida que le doy.

—Daniel... —murmura, con voz lujuriosa.

Me incorporo lo justo para acostarla, donde separo sus piernas para exponerla por completo y comienzo un juego entre su vagina y mi pene, penetrándola, sacándola rápidamente y así repetidas veces hasta escucharla rogar. Vrynderel se acerca a lamer a Amaris, esta le responde con un beso sensual en un precioso espectáculo lésbico, hasta que la rubia exige la liberación de su boca para gemir a placer.

Nunca he podido decidir si la sexualidad del vampiro es maldición o fortuna. A favor diría que puedo follar y follar una y mil veces, reventar de placer y continuar. En contra, tengo que follar y follar, porque nuestra necesidad no se sacia con una sola cogida. Pero tengo el tiempo. Así que, llegando al clímax máximo, me derramo, me vengo dentro de mis esclavas y mando por las otras. Estoy listo para más.

Éxtasis CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora