DANIEL LEÓN
De pie en el mismo sitio todavía, estoy contrariado. Me asquea la falta de determinación personal y rotunda que debería tener para alejarme, y me enorgullece al mismo tiempo la fuerza de voluntad que tengo para no caer en la tentación con lo mucho que ella me gusta. Qué difícil. Pero tomo la decisión. Me muevo al fin y el viento parece hacerlo conmigo, entonces su caricia invisible trae un perfume dulce a mi nariz, conquistando mi atención. Su origen proviene del otro lado del patio así que lo persigo, una larga pared separa ambas áreas, siguiendo hasta su término me encuentro en la zona de lavado. A pocos centímetros sobre mi cabeza se alza un tendedero, de él cuelgan varias bufandas, todas con el olor de Damara.
No necesito mirar atrás para estar seguro de que nadie me ve. Siendo tan rápido como mi condición vampírica me lo permite, desanudo una bufanda de seda. Es larga pero suave y fina, fácil de doblar para esconderla. Tengo especial cuidado de que ninguno de mis dedos toque las cuerdas del colgador, no puedo dejar rastros que me delaten robando. Con la prenda en mi poder, la guardo en mi bolsillo.
—Me voy —anuncio.
—¿Sin comer? —La nodriza se sorprende.
—Recordé que Diego no volverá hasta la mañana, me confundí. Debo adelantar trabajo.
Athir parece entristecerse ya que la he dejado con la mesa puesta y el cordero a medio hacer, pero no me dice nada más. Sin yo dirigirle la palabra tampoco, tomo mi saco para largarme cuanto antes, victorioso con el tesoro. Ejos me intercepta a la salida.
—¿De vuelta al club? —pregunta.
—Iré al hotel.
Su cara me lo dice todo. Le extraña mi comportamiento, pero no se atreve a cuestionarme, al menos no de forma audible. Sé que se encargará de coordinar al resto de mi escolta para que no me sigan. Saben que no me gusta que estén demasiado cerca cuando quiero tirar. Después de todo, cada anillo de seguridad cumple un propósito. Si hubiera alguna amenaza, ellos la detectarían a tiempo para advertirme. Eso me da cierta independencia de la que disfruto en ocasiones como esta. Estoy por subir al auto cuando se me ocurre cazar una chica de características determinadas, pero temo que mis seguidores puedan atar cabos, en especial Ejos, quien me pisa los talones de forma casi permanente, un noventa y cinco sobre cien. Buscar una hembra dueña de los rasgos que necesito, le hará pensar inmediatamente en Damara. Es un error que no puedo permitirme.
No tardo en llegar a la suite donde Lara se mantiene en espera constante. Siento en mi bolsillo el peso de mi tesoro, pero creo que le tengo miedo. Darle rienda suelta a mi perversión podría costarme tan caro como es costumbre. Sé que jugar a disfrutar lo que no está a mi alcance solo le dará poder al capricho. La flor se sienta a la orilla de la cama con sus manos debajo de sus piernas, dedicándome una mirada cándida. Yo me dirijo al vestidor, hay un clóset con todo tipo de cosas que ofrece el hotel y que no ocupo nunca. Las reviso. Busco y encuentro un pijama femenino que a Lara le quedará bien.
—Póntelo.
Toma el conjunto con dos de sus dedos y un gesto de asco.
—¿Esto?
Es un pijama a estrenar, no está sucio. Pero sé que ella lo encuentra feo. No es la lencería erótica a la que está acostumbrada o que habría esperado. Yo enarco una ceja.
—¿Tendremos sexo o no? —curiosea.
—Póntelo.
Me mira como si estuviera enfermo, pero obedece. Empieza a sacarse el vestido de puta que trae encima y se levanta para entrar en la camisa de mangas largas y pantalón ancho que le he dado yo. Saco de mi bolsillo el tesoro robado, lo apuño en mi mano y lo llevo a mi cara para olerlo, cerrando mis ojos. El efluvio entre las fibras me transporta al reciente pasado, cuando tenía a la chiquilla tan cerca de mí. Recuerdo nítidamente el sonido nervioso de su ritmo cardíaco, sus mejillas ruborizadas, el escalofrío que me provocó el roce de su piel contra la mía.
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Éxtasis Carmesí
VampirgeschichtenDaniel León es un vampiro poderoso y amante de los placeres carnales. Las correas que limitan a sus demonios se ven amenazadas cuando una joven que acaba de perder su humanidad despierta en él una sed de lujuria tal, que su mente lo invita a cumplir...