Capítulo 30

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DANIEL LEÓN

Lo único capaz de distraerme lo suficiente como para olvidarme hasta de mí es el trabajo. Y ya que tengo tanto acumulado por todo aquel que no pude manejar durante el viaje, me dedico a ello.

Mi cerebro está programado para rechazar cualquier pensamiento ajeno cuando decido concentrarme en esto así. Desde hace años que lo practico, el exceso de ocupaciones se convirtió en mi amigo y el mejor terapeuta, me ayudó a mantenerme vivo cuando sentí que me sobraban razones para entregarme a la muerte. Solo el trabajo me privaba de pensar. Me impedía atormentarme con mis desgracias.

Por eso estoy tan bien entrenado.

Estoy a punto de terminar de confirmar el último cálculo de la cuenta fiscal que reviso, miro el reloj por primera vez desde que comencé, han pasado suficientes horas.

Hago mi anotación final. Todavía con la pluma en mi derecha sigo con la barrera mental que le he puesto a mis asuntos personales. Dejo caer ambas al mismo tiempo.

Una sensación me invade. No sé qué es exactamente. Me doy cuenta de que es feliz... ¿Qué tanto?, ¿llega a ser emoción?, ¿entusiasmo? No puedo darle un nombre. Pero... Motivos sí. Y es que la sensación no está sola, la imagen vívida de Damara la acompaña.

Frunzo el ceño, intentando descubrir cuán frágil o duradera es la sensación. Es muy raro para mí, porque esta es la primera vez en más de dieciséis años, que después de quitarle a mi cerebro su piloto automático, el pensamiento líder no sea para mi hija ni para Akie.

Me inclino hacia adelante en mi sillón, acomodando los codos en mis piernas, boquiabierto, incrédulo.

Esto es cierto.

Y aun habiéndolas recordado a ellas, Damara sigue siendo lo único en lo que quiero pensar. Por primera vez en casi dos décadas, no siento la necesidad de castigarme con recuerdos. Incluso la sensación de soledad ha desaparecido. ¿Qué significa?

Paso saliva.

Saturarme de trabajo fue la única cosa en el mundo que me dio esta paz, y siempre había sido momentánea. Una paz que pagaba cara, cuando los pensamientos negativos volvían a mí para devorarme. Mi infierno espontáneo. Sin embargo, lo único instintivo y aparentemente persistente en este minuto, es regocijo.

¿Regocijo?

Sí, lo he bautizado por fin. Regocijo por la expectativa de sentir el olor de Damara. De complacerme con su imagen. De divertirme con su malcriadez.

Me doy cuenta de que esto último me ha hecho curvar la boca en una sonrisa ladeada, y reconocerlo me hace extender las comisuras aún más. Tanto, que me muerdo el labio inferior para contenerme. Niego con la cabeza, me seduce una segunda sensación, no menos satisfactoria, cálida incluso. Se refleja en mi entrepierna, y mi erección se levanta con una extraña y poco usual timidez. Desdibujo mi sonrisa totalmente, retomando seriedad. Vuelvo a tragar saliva, pero ahora con miedo. Me niego a profundizar más en el análisis.

Retrocedo.

Será mejor sacar las conclusiones y hasta aquí. Entretengo mi vista en las letras tatuadas que me marcan los dedos.

Hecho número uno: Damara probablemente sea para mí una obsesión real.

La pérdida de mi hija y la desaparición de mi esposa se convirtieron en obsesiones. Dos recuerdos que me han perseguido como perros hambrientos durante años. Si Damara les gana el primer lugar en mi atención, tiene que ser una manía todavía más necia.

Hecho número dos: Damara es curativa.

Pese al hecho que evalúo, el regocijo todavía me acompaña. Soy plenamente consciente de la ausencia del amor al no tener a mis dos damas conmigo. Pero... Mi cuerpo parece querer contemplar esta calidez que me atonta, y lo más curioso, no me siento mal por eso.

Éxtasis CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora